Templarios: 13 octubre
El 13
octubre de 1307, Los Caballeros Templarios son entregados a traición a la
Inquisición católica, y arrestados simultáneamente esa misma noche.
Historia
En
1128, luego de la aprobación de la Orden en el Concilio de Troyes, se confió a
Bernardo de Claraval la redacción de una Regla, para lo cual quien luego sería
proclamado santo adaptó el duro reglamento cisteriano por el cual los monjes
debían pronunciar severos votos de pobreza, castidad y obediencia, al que
agregó un cuarto, perpetuo y novedoso, de contribuir a la conquista y
conservación de Tierra Santa, para lo cual, si fuese necesario, darían gustosos
su vida.
Ello
estaba en línea, no con el Cristo que pregonaba ofrecer la otra mejilla a quien
ofendía sino con aquel que amenazaba con “No vine a poner paz en la tierra sino
a traer la espada”. El Evangelio apócrifo de santo Tomás iría más allá: “He
venido para traer a la tierra discordia, el fuego, la espada, la guerra”. Eran
conceptos religiosos que no se limitaban a justificar la guerra santa siguiendo
los preceptos de San Agustín acerca de la divina justicia de ciertas guerras,
sino que ordenaban monjes para tomar parte activa en ella.
En la
Regla de esos cruzados que aunaban lo monacal con lo guerrero, que se
penitenciaban con el cilicio y se ejercitaban en el manejo de las armas, que
transitaban del recogimiento de la oración a la ferocidad en la batalla, podía
leerse: “Un templario avanza sin temor, no descuidando lo que pueda suceder a
su derecha o a su izquierda, con el pecho cubierto por la cota de malla y el
alma bien equipada con la fe. Al contar con estas dos protecciones no teme a
hombre ni a demonio alguno”. Se adoptó
también una vestimenta de lino blanco, simbolizando la pureza del monje, sobre
la que se exhibía la cruz patada, ensanchada en sus extremos, de color sangre
como símbolo del sacrificio del guerrero.
Código
templario
1.
Código templario "non nobis domine, non nobis sed nomine, tuo da
gloriam"
2. Los
que son soldados del temple son soldados de dios. Como tales deben siempre
andar con dios y ser más que simples mortales. Deben conducirse con humildad y
ser los más honorables, los más nobles, los más corteses, los más honestos y
los más caballerosos.
3. El templario debe servir a la orden y no
esperar ser servido por ella. Que lo que colabore lo haga en servicio de dios y
no debe esperar recompensa salvo el saber que con ello honra a la orden por su
devoción. El templario no debe causar a ninguna criatura herida o daño, sea
esta una criatura humana u otra, sea por ganancia, placer o vanidad. Al
contrario, el templario debe intentar llevar la justicia a todos aquellos que
no la reciben porque todos son hijos de dios y a todos a concedido dios el don
de la vida.
4. Ante todos los seres el templario debe
demostrar caballerosidad, cortesía y honestidad, teniendo presente que son
testigos de dios. Un templario debe vivir cada día como un crítico del día
anterior, de esta manera cada nuevo amanecer será un paso hacia una mayor
nobleza. Ningún templario deberá ofender de forma alguna a una persona u otro
ser. Para todo el templario debe ser un ejemplo de caballerosidad.
5.
Ninguna mujer deberá temer nada de un templario, ni de sus palabras ni de sus
acciones. Ningún niño deberá padecer tampoco ese temor. Ningún hombre, no
importa cuán rudo sea, deberá temer a un templario. Donde hay debilidad allí el
templario debe llevar su fuerza. Donde no hay voz allí el templario debe llevar
la suya. Donde están los más pobres allí el templario debe distribuir su
generosidad.
6. Un
soldado del temple no puede estar esclavizado por creencias sectarias u
opiniones estrechas. Dios es la verdad y sin dios no hay verdad. El templario
debe siempre buscar la verdad porque en la verdad está dios. Jamás un templario
debe deshonrar a otro, porque dicha conducta le deshonrará a él y llevará
descrédito a la orden.
7. En
su conducta el templario:
* no
debe ser brutal.
* no
debe emborracharse en forma ofensiva.
* no
debe ser ni inmoral ni amoral.
* no
debe ser cobarde ni bestial.
* no
debe mentir ni tener intenciones maliciosas.
* no
debe buscar posiciones de engrandecimiento dentro de la orden. Se contentará
con aquellos puestos que le sean encomendados para mejor servirla. * no debe
juzgar a nadie dentro o fuera de la orden por sus posesiones o su posición
social. Antes, al contrario, debe juzgar por el carácter y la bondad o falta de
ellos.
Fin de
los templarios
"¡No
me siento capaz de soportar ni un momento más esta amarga prueba... ¡Díganme de
lo que van a acusarme, señores comisarios, que estoy dispuesto a confesarme
autor de la muerte del mismo Jesucristo!"
La
Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (en latín, Pauperes commilitones
Christi Templique Solomonici), comúnmente conocida como los Caballeros
Templarios o la Orden del Temple (en francés, Ordre du Temple o Templiers) fue
una de las más famosas órdenes militares cristianas. Esta organización se
mantuvo activa durante poco menos de dos siglos.
Fue
fundada en 1118 o 1119 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de
Payens tras la Primera Cruzada. Su propósito original era proteger las vidas de
los cristianos que peregrinaron a Jerusalén tras su conquista. Fueron
reconocidos por el Patriarca Latino de Jerusalén, Garmond de Picquigny, el cual
les dio como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro.
Aprobada
de manera oficial por la Iglesia católica en 1129 durante el Concilio de Troyes
(celebrado en la Catedral de Troyes), la Orden del Temple creció rápidamente en
tamaño y poder. Los Caballeros Templarios empleaban como distintivo un manto
blanco con una cruz roja dibujada. Los miembros de la Orden del Temple se
encontraban entre las unidades militares mejor entrenadas que participaron en
las Cruzadas. Los miembros no combatientes de la orden gestionaron una compleja
estructura económica a lo largo del mundo cristiano, creando nuevas técnicas
financieras que constituyen una forma primitiva del moderno banco, y edificando
una serie de fortificaciones por todo el Mediterráneo y Tierra Santa.
Los
Templarios eran el ejército del Papa y significaban un importante centro de
poder por su fuerza militar, su dominio estratégico en Europa, especialmente en
Francia, y sobre todo por sus enormes riquezas, lo que les convierte en el
sistema bancario más importante del mundo. Por eso un rey empeñado en afirmar
su autoridad absoluta tenía que terminar con la Orden del Temple, y no por
ejemplo con la del Hospital, que se comportaba y organizaba de un modo
completamente distinto.
Los
"sepultureros" de los Caballeros del Temple fueron el Rey de Francia,
Felipe IV "el Hermoso", el Papa Clemente V y los dominicos, orden muy
experta en estas jugadas. La tónica del monarca francés fue un intento de
absolutismo, para lo que le estorbaban los Templarios por su exención
jurisdiccional y su poderío económico, que humillaba a un soberano lleno de
deudas.
Felipe
IV de Francia, "El hermoso"
Hasta
el momento del proceso sólo se les achacaba su orgullo, vicio censurado hasta
por los pontífices romanos que en la persona de Nicolás IV quiso unirlos a los
Hospitalarios "para moderar su soberbia". Felipe IV se aprovechó de
esta decantada actitud y pidió al Papado que los humillara, diciéndole que no
convenía al pontificado una Orden sin control, por su excesivo poder y el
peligro de una rebelión. Quién mejor ayudó al monarca fue Esquino Floriano,
delincuente habitual que decía haber sido confidente de un templario en las
mazmorras de Tolosa y que se proclamaba conocedor de los vicios de la Orden.
Otros dicen que era un templario expulsado, sin que hayan trascendido los
motivos. El caso es que el rey acogió con agrado aquel costal de infundios que,
vertidos en los dóciles oídos de Clemente V, consiguieron que ordenase una
inquisición contra los Caballeros del Temple. Floriano aseguraba que al
ingresar en la Orden sus miembros renegaban del Salvador, pisoteando y escupiendo
la cruz. Que en compensación de su celibato se les permitía la sodomía, pecado
que los maestres absolvían. Que adoraban ídolos y que sus sacerdotes omitían
intencionadamente en la misa las palabras de la consagración, etc.
Los
intentos del francés comenzaron en Lyon, en 1305, con motivo de la coronación
del arzobispo de Burdeos, Beltrán de Got, que pasaría a llamarse Clemente V. El
nuevo Papa no dio importancia al asunto, preocupado por el problema de
Palestina, ocupada por los árabes, para cuya solución necesitaba de los
Templarios. En 1307, Jacobo de Molay, último maestre del Temple, secundando los
deseos papales de Cruzada, llegó a Francia para reclutar tropas y abastecerse
de vituallas. A su paso por el país escuchó las calumnias propaladas contra su
Orden y acudió ante el Papa solicitando un examen formal para comprobar la
falsedad de tan burdas calumnias. Accedió Clemente V a sus deseos y así se lo
comunicó al monarca francés por carta del 24 de agosto de 1307. Felipe IV,
dispuesto a apoderarse de los bienes del Temple, y aconsejado por su ministro
Guillermo de Nogaret, decidió adelantarse. El 12 de octubre de 1307, a la
salida de los funerales de la condesa de Valois, el maestre Molay y su séquito
fueron arrestados y encarcelados, lo mismo que todos los Templarios franceses,
y confiscados sus bienes bajo pretexto de la inquisición.
Jacobo
de Molay
Para
mitigar el escándalo y consternación que produjo el hecho, el Rey publicó un
manifiesto redactado por Nogaret en el que se recogían todas las injurias,
ignominias y abominaciones imaginables contra la Orden, involucrando al Papa en
el acto. Cuando éste se enteró de la detención y del proceso, reprendió al
monarca y envió dos cardenales, Berenguer de Frédol y Esteban de Suisy, para reclamar
las personas y bienes de los encausados. Los purpurados, que debían sus cargos
al monarca francés, consiguieron convencer a Clemente V de la buena fe real y
enconar su ánimo contra los procesados. Felipe IV consiguió la facultad de
juzgar a los miembros franceses de la Orden del Temple y administrar sus
bienes. Por medio de la tortura, la Inquisición obtuvo las declaraciones que
deseaba, pero estas confesiones fueron revocadas por los acusados en la hora de
su muerte en el suplicio, lo cual echa por tierra su probatoriedad. Sin embargo,
las confesiones obtenidas convencieron al venal Clemente V, quién ordenó un
proceso en todo el mundo. Sin embargo, se alzaron tantas voces de protesta, que
el pontífice, por la bula Faciens misericordiam, del 12 de agosto de 1308,
mandó formar comisiones diocesanas en toda la Cristiandad presididas por el
obispo, dos canónigos y dos parejas de dominicos y franciscanos, para escuchar
a los Templarios que desearan defender su Orden.
Las
comparecencias debían dar comienzo el 12 de abril de 1309, en París, aunque
tardaron varios meses en comenzar, hasta el 22 de noviembre de ese mismo año.
La ausencia de torturas y un encarcelamiento más propio de religiosos, provocó
que una tras otra todas las acusaciones fueran desmentidas por los caballeros
sometidos a interrogatorio, pues las retracciones nacían de la reflexión y no
del miedo, lo que comenzó a poner a las gentes a su favor. Pero Felipe IV y sus
compinches no podían permitir esa situación, por eso recurrieron a todas sus influencias,
para que se organizase con la mayor urgencia un concilio ecuménico de Sens. Lo
consiguieron en cinco meses, y fue anunciado por el Papa en la bula Regnan in
coelis, la celebración de un concilio en Sens, donde se trataría el problema de
los Templarios.
Se
inició en abril de 1310, pero días más tarde empezaron a ser llevados a la
hoguera cincuenta y cuatro templarios en las proximidades del convento de
Saint-Antoine, por orden del monarca de Francia. Los inocentes fueron llevados
a la muerte más atroz sobre unas pilas de leños, elegidos para que ardieran
lentamente. De esta forma el suplicio resultó más inhumano. Testigos de este
crimen múltiple dejaron escrito que las víctimas murieron proclamando su
inocencia, reconociendo la injusticia que se cometía con su Orden y, por último,
se pusieron en manos de Dios.
Templarios
en la hoguera
Además,
siguieron quemándose a templarios por distintos puntos de Francia, sin esperar
a que se dictaran sentencias definitivas. Unas veces eran los obispos los que firmaban
las órdenes, y otras el inquisidor general Guillermo de París, fiel servidor de
Felipe el Hermoso. ¿Por qué se dejaron apresar los miembros de la más
formidable fuerza militar del mundo occidental? Una de las razones fue sin duda
la avanzada edad de la mayoría de los Templarios que vivían en Francia. Después
de servir un tiempo en Oriente, muchos habían regresado a Europa para ocupar
puestos en la administración. Los caballeros más jóvenes habían sido enviados a
Chipre, y en 1307, más del setenta por ciento de la fuerza templaria había sido
reclutada en los últimos siete años. En Chipre se preparaban para la acción
militar: habían peleado con los sarracenos por Tortosa y esperaban una invasión
de la isla por parte de los mamelucos.
En el
Concilio de Vienne, entre el 16 de octubre de 1311, y el 3 de abril de 1312 el
Papa anunció la supresión del Temple. Los teólogos del concilio eran casi todos
franciscanos y dominicos, y ambas órdenes se distinguían por su animosidad y
envidia contra los acusados. Antes, los secuaces del rey francés habían
recurrido de nuevo a las torturas y nuevamente afloraron las confesiones de
adoración demoníaca, prácticas sodomitas y de otros pecados demenciales. La
pantomima se había preparado meticulosamente, con ensayo previo incluido y no
parecía que nada pudiera fallar a la hora de llevarse a cabo ante el público.
Sin embargo, los primeros acusados que se presentaron ante el tribunal
defendieron al Temple y amenazaron con poseer un ejército de dos mil Templarios
escondido y listo para liberarles, pero ningún ataque se produjo, y por ello
los siguientes meses, como nadie se ponía de acuerdo para escoger a los
defensores de los Templarios (Jacobo de Molay renunció a ello por ser
analfabeto) se parecieron más al teatro que deseaban los detractores de la
Orden. A puerta cerrada, los "actores" representaban los papeles que
se les habían asignado, sin despertar ninguna emoción. La bula de supresión,
Vox in excelso, se firmó el 22 de marzo y se leyó el 3 de abril públicamente.
Por la
bula Ad providam, el 2 de mayo de 1312, Clemente V otorgó los bienes de la
extinta orden a los caballeros de San Juan de Jerusalén, es decir los
Hospitalarios, pero no pudo evitar la depredación por parte de Felipe el
Hermoso, quien no sólo no devolvió el dinero que debía al Temple, alegando que
cánones prohibían pagar deudas a los herejes, sino que se presentó cínicamente
como acreedor de grandes sumas, por lo que los Sanjuanistas hubieron de
entregarle 200.000 libras tornesas. El día 6 de ese mes, el Papa dictó bulas
para que los "reconciliados y arrepentidos" serían confinados en
monasterios y condenados a cadena perpetua. A los cuatro máximos dirigentes del
Temple se les reservaba otro juicio más severo, que se celebró el 18 de marzo
de 1314.
En esa
fecha, fueron colocados Jacobo de Molay (maestre) Godofredo de Charney (maestre
en Normandía), Hugo de Peraud (visitador de Francia) y Godofredo de Goneville
(maestre de Aquitania) encima de un patíbulo alzado delante de Notre-Dame,
donde se les comunicó la pena de cadena perpetua. Pero cuando estaba dando
comienzo la ceremonia, y mientras los delegados pontificios leían los crímenes
y herejías, los máximos representantes de la Orden, los cuales ya llevaban
siete años en prisión, se adelantaron para dirigirse abiertamente a las gentes
de París, y fue Jacobo de Molay el que exclamó: "¡Nos consideramos
culpables, pero no de los delitos que se nos imputan, sino de nuestra cobardía
al haber cometido la infamia de traicionar al Temple por salvar nuestras
miserables vidas!"
Así
habló el último maestre del Temple, con voz alta y firme, ante los cardenales,
frente a los representantes del rey y delante de las gentes. Los
"arrepentidos" habían dado un vuelco total a la situación. Todo París
no hablaba de otra cosa y se había provocado un escándalo que no podía ser
tolerado. Incluso se temió el estallido de un motín.
Aquel
mismo día, con la puesta de sol, se alzó una enorme pira en un islote del Sena,
denominado Isla de los Judíos, donde los cuatro dirigentes fueron llevados a la
hoguera. Según se cuenta, antes de ser consumido por las llamas, Jacobo de
Molay convocó al Rey y al Papa ante el tribunal de Dios para antes de que
transcurriera un año, con las palabras "Dios conoce que se nos ha traído
al umbral de la muerte con gran injusticia. No tardará en venir una inmensa
calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica
justicia. Dios se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo
pereceré con esta seguridad".
113
caballeros templarios habían sido ya asesinados en la hoguera por los hombres
de Felipe. Aquel era el último que quedaba en Francia.
El
último Maestre, antes de morir en la hoguera, convoca a Felipe IV y a Clemente
V al juicio de Dios: «¡Pagarás por la sangre de los inocentes, Felipe, rey
blasfemo! ¡Y tú, Clemente, traidor a tu Iglesia! ¡Dios vengará nuestra muerte,
y ambos estaréis muertos antes de un año!», proclamó antes de morir
Casualidad
o no, la verdad es que antes de un año, tal y como aseguró el maestre templario
antes de morir, fallecieron tanto Felipe IV como Clemente V. El primero que
falleció fue el Papa, a los 37 días. Ya estaba enfermo, pero una noche fue
presa de "un dolor insufrible que le mordía el vientre". Sus galenos
comunicaron que había muerto "a merced de unos horribles sufrimientos".
El rey francés murió el 29 de noviembre, al chocar con la rama de un árbol
mientras montaba a caballo por el bosque de Fontainebleau. El golpe fue tan
grave que el monarca pereció de una parálisis general, con gran padecimiento
hasta su minuto final. ¿Se había cumplido la amenaza de De Molay? Lo cierto es
que de esta forma, los Templarios salieron de la Historia y entraron en la
Leyenda.
Desde
el punto de vista de las acusaciones y los procesos montados contra ellos por
los consejeros del rey de Francia, los Templarios son completamente inocentes.
Los procesos son nulos de pleno derecho, alevosamente parciales, incluso
aquellos que prescindieron de la tortura. Pero históricamente, la degradación
sufrida por su adicción al dinero, al poder y a la política, los condena irremediablemente
como culpables. No por haber traicionado a la Iglesia o a la Monarquía, sino
por haberse traicionado a ellos mismos, a sus ideales y a sus orígenes.
Fraternalmente
Luis Romero
Yahuachi
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