Adiós pueblo de Ayacucho
«Adiós pueblo de Ayacucho» es un
popular huayno peruano, considerado un himno en el departamento de Ayacucho.
De autoría anónima, fue grabado por primera vez en 1930 por el ayacuchano y
maestro arpista Estanislao Medina en Lima.
Teorías sobre su autoría
Manuel Acosta Ojeda postuló dos
posibles teorías sobre el origen de este huayno, la primera fue relatada por
Florencio Coronado en una entrevista en el programa radial de Ojeda en Radio
Nacional, El heraldo musical, en la que afirmó que este tema fue dedicado a la
victoria de los patriotas sobre los realistas en la Batalla de Ayacucho (1824),
la segunda hipótesis, postulada por Raúl García Zárate, cuenta que la composición
fue inspirada en el militar Andrés Avelino Cáceres Dorregaray, el Brujo de los
Andes, héroe de la Breña y político muy apreciado por los quechua hablantes,
quien tras ser derrotado por Nicolás de Piérola en la guerra civil de
1894-1895, se refugió en Huamanga, de donde fue expulsado.
Otra versión popular se refiere
al sacerdote José Medina Gálvez
En su libro Literatura de
Huancavelica. La voz del trueno y el arco iris (2012), el docente
huancavelicano Isaac Huamán recoge dos autores (Bruno Castellares en 1925 y Federico
Salas en 2008) quienes afirman que el autor sería un tal Luis Uchurri quien
enamorado de una bella huamanguina de nombre Perla.
Era la viuda Perlacios, más
conocida como Perla, que frecuenta la parroquia Santa María de la Magdalena que
está a cargo
del sacerdote José Medina Gálvez,
a quien visita con frecuencia la viuda Perlacios (Perlita) de quien el párroco se
enamora locamente porque la viuda, era una mujer muy bella, por cierto, cuya
relación se hace público muy pronto. Al respecto Rivera y González manifiestan
que:
“Las autoridades eclesiásticas
juzgaron, casi en forma sumaria, y sancionaron al cura con el exilio de
Ayacucho y arrepentimiento sirviendo en una parroquia lejana y de menor
jerarquía. Así, el sacerdote pecador fue destinado al pequeño pueblo de
Julcamarca, a donde marchó el apasionado enamorado y, en su primera pascana, el
pueblo de Huanta, con despecho, profunda y lacerante tristeza, se entregó al
licor, creyendo encontrar sosiego en este. Entre libaciones trágicas y
acompañado de su guitarra inició una especie de panegírico de amor, en las
melodías de un wayno, desgarrador y dramático su protesta en los arpegios de su
inspirado amor herido”
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