jueves, 26 de julio de 2018

Akakor el arcano sudamericano




AKAKOR 
PREFACIO 
 de Erich von Dániken 

Los científicos no son los únicos en lograr grandes hallazgos al explorar lo desconocido. 
Karl Brugger (nacido en 1942), tras completar sus estudios en historia contemporánea y en sociología, partió para América del Sur como periodista. Allí tuvo noticias de Akakor. Desde 1974, Brugger es asimismo corresponsal de varias emisoras de radio y de televisión de la República Federal de Alemania. Está considerado actualmente como un especialista en temas indios. En 1972 conoció en Manaus a Tatunca Nara, el hijo de un caudillo indio. Manaus está situada en la confluencia del río Solimoes y del río Negro, es decir, en la primera mitad del Amazonas. 


Tatunca Nara es el jefe de las tribus indias Ugha Mongulala, Dacca y Haisha. 



 Tatunca Nara 

Brugger, concienzudo y escéptico investigador, escuchó la historia realmente increíble que el mestizo le relató. Después de haberla verificado punto por punto, decidió publicar la crónica que había registrado en cinta magnetofónica. Personalmente, no me sorprendo con facilidad, ya que estoy habituado a lo fantástico y siempre preparado para lo más extraordinario, pero he de confesar que me sentí extrañamente conmovido por la Crónica de Akakor de Brugger. Nos descubre una dimensión que hará que incluso los escépticos vean que lo impensable es a menudo imaginable. Incidentalmente, la Crónica de Akakor se ajusta con precisión a un cuadro que es familiar para los mitologistas de todo el mundo. Los Dioses vinieron «del cielo», instruyeron a los primeros humanos, dejaron tras de si algunos misteriosos aparatos y desaparecieron nuevamente «en el cielo». Los devastadores desastres que Tatunca Nara describe pueden relacionarse hasta en sus más mínimos detalles con la obra de Immanuel Velikovsky Mundos en Colisión. La historia del príncipe indio que nunca vio los trabajos de Velikovsky, sus extraordinarias descripciones sobre el curso de una catástrofe global mundial, e incluso la cronología exacta y precisa, son sencillamente asombrosas. Asimismo, la afirmación de que algunas partes de Sudamérica están recorridas por pasadizos subterráneos artificiales no puede sorprender a los expertos. En un libro anterior, yo mismo he afirmado haber contemplado tales estructuras subterráneas con mis propios ojos. La Crónica de Akakor proporciona respuesta a muchas de las cosas que tan sólo se suponen en otras obras sobre temas similares. 



 INTRODUCCIÓN 

 La Amazonia comienza en Santa María de Belém, a 120 kilómetros de las costas del Atlántico. En el año 1616, cuando doscientos soldados portugueses bajo el mando de Francisco Castello Branco tomaron posesión de este territorio en nombre de Su Majestad el rey de Portugal y España, su cronista lo describió como un fragmento de tierra pacífico y acogedor con árboles gigantescos. Hoy, Belém es una inmensa ciudad con rascacielos, embotellamientos de tráfico y una población de 633.000 habitantes. Constituye el punto de partida de la civilización blanca en su conquista de los bosques vírgenes de la Amazonia. Durante cuatrocientos años, ha logrado conservar las huellas de su heroico y místico pasado. Ruinosos palacios de estilo colonial y casas de azulejos con enormes portales de hierro dan testimonio de una época notable en la que el descubrimiento del proceso de vulcanización del caucho elevó a Belém al rango de una metrópoli europea. 
El mercado de dos plantas del puerto se remonta asimismo a aquel período, y en él puede adquirirse todo tipo de cosas: pescado procedente del río Amazonas o del océano; frutas tropicales de dulcísimos olores; hierbas, raíces, bulbos y flores medicinales; dientes de cocodrilo a los que se cree poseedores de propiedades afrodisíacas, y rosarios de terracota. Santa María de Belém es una ciudad de contrastes. Ruidosas calles comerciales en el centro, pero el mundo de la jungla de la isla Marajó —en un tiempo habitada por una de las grandes civilizaciones que intentaron conquistar la Amazonia— está tan sólo a dos horas de viaje río arriba, en la orilla opuesta. Según la historia tradicional, los marajoaras llegaron a la isla hacia el año 1100 d. de C., cuando su civilización se encontraba en su momento culminante, más cuando los exploradores europeos arribaron, el pueblo ya había desaparecido. Lo único que quedan son hermosas cerámicas, estilizadas figuras que claramente expresan tristeza, alegría, sueños. Parecen querer decirnos una historia, pero ¿cuál? Hasta llegar a la isla Marajó, el Amazonas es una laberíntica red de canales, afluentes y lagunas. El río recorre una distancia de 6.000 kilómetros: nace en el Perú y se precipita por los rápidos de Colombia, cambiando su nombre en cada país por el que atraviesa: de Apurímac a Ucayali y Marañón, de Marañón a Solimóes. Desde la isla Marajó hasta su desembocadura, el Amazonas lleva más agua que ningún otro río del mundo. Una gran lancha motora, el único medio de transporte en la Amazonia, tarda tres días en llegar desde Belém hasta Santarém, el poblado de importancia más próximo. Resultaría imposible comprender el gran río sin haber viajado en estas lanchas motoras que incorporan la noción amazónica del tiempo, de la vida y de la distancia. Río abajo pueden recorrerse 150 kilómetros por día (no por hora); en estos botes el tiempo se consume comiendo, bebiendo, soñando y amando. Santarém está situada en la orilla derecha del Amazonas, en la desembocadura del río Tapajoz. Su población de 350.000 habitantes pasa por una época de fortuna, pues la ciudad es la terminal de la Transamazónica y atrae a buscadores de oro, contrabandistas y aventureros. Aquí floreció una de las más antiguas civilizaciones amazónicas, el pueblo de los Tapajoz, probablemente la tribu más numerosa de indios de la jungla. El historiador Heriarte afirmaba que, cuando era necesario, la tribu podía reunir hasta 50.000 arqueros para una batalla. Sea o no una exageración, los tapajoz eran lo suficientemente numerosos para abastecer a los mercados portugueses de esclavos durante ochenta años. Esta orgullosa y antigua tribu no ha dejado nada detrás de sí, salvo especímenes arqueológicos y el río que lleva su nombre. En el recorrido que va desde Santarém hasta Manaus nos salen al paso ríos, ciudades y leyendas del mundo amazónico. 
Parece ser que el aventurero español Francisco de Orellana luchó contra las amazonas en la desembocadura del río Nhamunda. El lago lacy, el Espejo de la Luna, queda en la orilla derecha del río, cerca del poblado de Faro. Según la leyenda, en la luna llena las amazonas se descolgaban desde las montañas cercanas hasta el lago para encontrarse con sus amantes, que las aguardaban. Sumergían en el lago unas extrañas piedras que, bajo el agua, podían amasarse como el pan, pero que en tierra firme eran rígidas y compactas. Las amazonas denominaban a estas rocas Muiraquita y se las regalaban a sus amantes. Los científicos consideran a estas piedras como milagros arqueológicos: son duras como el diamante y están modeladas artificialmente, aunque se ha demostrado que los tapajoz carecían de herramientas para trabajar este tipo de material. El auténtico Amazonas comienza en la confluencia del Solimoes y el Negro. Un bote tarda veinte minutos en alcanzar Manaus, ya que no existen comunicaciones por carretera. Aquí fue donde conocí a Tatunca Nara. La fecha: 3 de marzo de 1972. M., al mando en Manaus del contingente brasileño en la jungla, facilitó el encuentro. Fue en el bar Gracas á Deus («Gracias a Dios») donde por primera vez me enfrenté con el blanco caudillo indio. Era alto, tenía el pelo largo y oscuro y un rostro finamente moldeado. Sus ojos castaños, ceñudos y suspicaces, eran los característicos del mestizo. Tatunca Nara vestía un descolorido traje tropical, regalo de los oficiales, como posteriormente me explicaría. El cinturón de cuero, ancho y con una hebilla de plata, era realmente sorprendente. Los primeros minutos de nuestra conversación fueron difíciles. Con cierta indiferencia, Tatunca Nara expuso en un deficiente alemán sus impresiones de la ciudad blanca, con sus miles de personas, la prisa y la precipitación en las calles, los altos edificios y el ruido insoportable. Sólo cuando hubo vencido sus reservas y su suspicacia inicial, me contó la más extraordinaria historia que jamás había escuchado. Tatunca Nara me habló de la tribu de los ugha mongulala, un pueblo que había sido «escogido por los dioses» hacía 15.000 años. Describió dos grandes catástrofes que habían asolado la Tierra, y habló de Lhasa, el legislador, un hijo de los dioses que gobernó el continente sudamericano, y de sus relaciones con los egipcios, el origen de los incas, la llegada de los godos y una alianza de los indios con 2.000 soldados alemanes. Me habló de gigantescas ciudades de piedra y de los poblados subterráneos de los antepasados divinos. Y afirmó que todos estos hechos habían sido registrados en un documento denominado la Crónica de Akakor. La parte más extensa de su historia se refería a la lucha de los indios contra los blancos, contra los españoles y los portugueses, contra los plantadores de caucho, los colonos, los aventureros y los soldados peruanos. Estas luchas habían empujado cada vez más a los ugha mongulala —cuyo príncipe sostenía ser— hacia los Andes, e incluso hacia el interior de los poblados subterráneos. Ahora estaba apelando a sus enemigos más encarnizados, a los hombres blancos, para obtener su ayuda a causa de la inminente extinción de su pueblo. Antes de hablar conmigo, Tatunca Nara había dialogado con importantes funcionarios brasileños del Servicio de Protección India, pero sin éxito. En cualquier caso, ésta era su historia. ¿Iba a creérmela o a rechazarla? En el húmedo calor del bar Gracas á Deus se me reveló un extraño mundo, el cual, de existir, convertiría las leyendas mayas e incas en realidad. El segundo y el tercer encuentro con Tatunca Nara tuvieron lugar en la habitación con aire acondicionado de mi hotel. En un monólogo que se prolongó durante horas y horas, únicamente interrumpido por mis cambios de cinta, me narró la historia de los ugha mongulala, las Tribus Escogidas Aliadas, desde el año cero hasta el 12.453 (es decir, desde 1 0.481 a. de C. hasta 1 972, según el calendario de la civilización blanca). Pero mi entusiasmo inicial había desaparecido. La historia parecía demasiado extraordinaria: otra leyenda más de los bosques, el producto del calor tropical y del efecto místico de la jungla impenetrable. Cuando Tatunca Nara concluyó su relato, yo tenía doce cintas con un fantástico cuento de hadas. La historia de Tatunca Nara sólo comenzó a parecer creíble cuando me reuní de nuevo con mi amigo, el oficial brasileño M. Éste formaba parte del «Segundo Departamento»: era un miembro del servicio secreto. Conocía a Tatunca Nara desde hacía cuatro años y confirmó por lo menos el final de su aventurera historia. El caudillo había salvado las vidas de doce oficiales brasileños cuyo avión se había estrellado en la provincia de Acre, conduciéndolos de vuelta a la civilización. Las tribus indias de los yaminaua y de los kaxinawa reverenciaban a Tatunca Nara como su caudillo, aun cuando él no pertenecía a dichas tribus. Estos hechos estaban documentados en los archivos del servicio secreto brasileño. Decidí realizar algunas averiguaciones más sobre la historia de Tatunca Nara. Mi investigación en Río de Janeiro, Brasilia, Manaus y Río Branco produjo unos resultados sorprendentes. La historia de Tatunca Nara se halla recogida en los periódicos a partir de 1968, cuando por vez primera se menciona a un caudillo indio que salvó las vidas de doce oficiales, le fueron concedidos un permiso de trabajo brasileño y un documento de identidad. Según diversos testimonios, el misterioso caudillo habla un deficiente alemán y sólo comprende algunas palabras de portugués, pero está familiarizado con varias lenguas indias habladas en las zonas altas del Amazonas. Unas pocas semanas después de su llegada a Manaus, Tatunca Nara desapareció súbitamente sin dejar huella.
En 1969 estalló una violenta lucha entre las tribus indias salvajes y los colonos blancos en la provincia fronteriza peruana de Madre de Dios, miserable y desamparada región situada en las laderas orientales de los Andes. Volvía a encarnarse la vieja historia de la Amazonia: una sublevación de los oprimidos contra los opresores, seguida de la victoria de los blancos, sempiternos vencedores. El líder de los indios, quien, según los informes de prensa peruanos, era conocido como Tatunca («gran serpiente de agua»), huyó tras la derrota a territorio brasileño. Con objeto de impedir una repetición de los ataques, el gobierno peruano solicitó del brasileño la extradición, pero las autoridades brasileñas se negaron a cooperar. Las hostilidades en la provincia fronteriza de Madre de Dios se prolongaron durante 1970 y 1971. Las tribus indias salvajes huyeron hacia los bosques casi inaccesibles cercanos al nacimiento del río Yaco. A Tatunca Nara parecía habérselo tragado la tierra. Perú cerró la frontera con Brasil e inició la invasión sistemática de los bosques vírgenes. Según los testigos oculares, los indios peruanos compartieron el destino de sus hermanos brasileños: fueron asesinados y murieron víctimas de las enfermedades de la civilización blanca. En 1972, Tatunca Nara regresó a la civilización blanca y en el pueblo brasileño de Río Branco se puso en contacto con el obispo católico Grotti. Conjuntamente, solicitaron alimentos para los indios del río Yaco en las iglesias de la capital de Acre. Dado que la provincia de Acre había sido considerada como «libre de los indios», ni siquiera al obispo se le concedió ayuda estatal. Tres meses después, Monseñor Grotti murió en un misterioso accidente aéreo. Pero Tatunca Nara no se rindió. Con la ayuda de los doce oficiales cuya vida había salvado, entró en contacto con el servicio secreto brasileño. Apeló asimismo al Servicio de Protección India (FUNAI) y le habló a N., secretario de la embajada de la República Federal de Alemania en Brasilia, sobre los 2.000 soldados alemanes que, según sostenía, habían desembarcado en Brasil durante la Segunda Guerra Mundial y están todavía vivos en Akakor, la capital de su pueblo. N. no creyó la historia y negó a Tatunca Nara todo acceso posterior a la embajada. FUNAI sólo accedió a cooperar una vez que muchos de los detalles de la historia de Tatunca Nara sobre tribus indias desconocidas de la Amazonia fueron comprobados durante el verano de 1972. El servicio formó una expedición para establecer contacto con los misteriosos ugha mongulala y dio instrucciones a Tatunca Nara para que hiciera todos los preparativos necesarios. Sin embargo, estos planes se vieron interrumpidos por la resistencia de las autoridades locales de la provincia de Acre. Siguiendo instrucciones personales del entonces gobernador Wanderlei Dantas, Tatunca Nara fue arrestado. Poco antes de su extradición a la frontera peruana, sus amigos oficiales lo liberaron de la prisión de Río Branco y lo devolvieron a Manaus. Y aquí fue donde encontré de nuevo a Tatunca Nara. Este encuentro tuvo un desarrollo diferente. Yo había verificado completamente su historia y comparado las grabaciones con materiales existentes en archivos y con informes de historiadores contemporáneos. Algunos puntos eran explicables, pero otros muchos seguían siendo todavía increíbles, tales como el de los poblados subterráneos y el del desembarco de 2.000 soldados alemanes. Pero era poco probable que todo fuera fabricado: los datos del oficial M. y la historia de Tatunca Nara coincidían.
En el curso de esta reunión Tatunca Nara repitió una vez más su narración. Sobre un mapa indicó la localización aproximada de Akakor, describió la ruta de los soldados alemanes desde Marsella hasta el río Purusy mencionó los nombres de varios de sus dirigentes. Dibujó varios símbolos de los dioses, en los cuales al parecer estaba escrita la Crónica de Akakor. Una y otra vez volvía en su conversación sobre aquellos misteriosos antepasados cuya memoria había permanecido eternamente intacta en su pueblo. Comencé a creer en una historia cuya auténtica incredulidad se convertía en un desafío, y cuando Tatunca Nara sugirió que le acompañase a Akakor, acepté. Tatunca Nara, el fotógrafo brasileño J., y yo abandonamos Manaus el 25 de septiembre de 1972. 
Remontaríamos el río Purus hasta donde pudiéramos en un barco alquilado, tomaríamos después una canoa con motor fuera borda y la utilizaríamos para alcanzar la región del nacimiento del río Yaco en la frontera entre Brasil y Perú, luego continuaríamos a pie por las colinas bajas al pie de los Andes hasta llegar a Akakor. Tiempo necesario para la expedición: seis semanas; probable regreso: a comienzos de noviembre. Nuestro equipo se componía de hamacas, redes para mosquitos, utensilios de cocina, alimentos, las ropas habituales para la jungla y vendajes médicos. Como armas, un Winchester 44, dos revólveres, un rifle de caza y un machete. Además, llevábamos nuestro equipo de filmación, dos registradoras magnetofónicas y cámaras. Los primeros días fueron muy diferentes de lo que esperábamos: nada de mosquitos, ni de serpientes de agua ni de pirañas. El río Purus era como un lago sin orillas. Contemplábamos la jungla sobre el horizonte, con sus misterios ocultos tras una muralla verde. El primer pueblo que alcanzamos fue Sena Madureira, último asentamiento antes de penetrar en las todavía inexploradas regiones fronterizas entre Brasil y Perú. Era un lugar Típico de la Amazonia: polvorientas carreteras de arcilla, ruinosas barracas y un desagradable olor a agua estancada. Ocho de cada diez habitantes sufren de beriberi, lepra o malaria. La malnutrición crónica ha dejado a estos seres en un estado de triste resignación. Rodeados por la brutalidad de la inmensidad y aislados de la civilización, dependen principalmente del licor de caña de azúcar, único medio de escapar a una realidad sin esperanza. En un bar, nos despedimos de la civilización y nos topamos con un hombre que dice conocer las zonas altas del río Purus. En su búsqueda de oro, fue hecho prisionero por los indios haisha, una tribu semicivilizada que se asienta en la región del nacimiento del río Yaco. Su relato es desalentador: nos habla y no para sobre rituales caníbales y flechas envenenadas. El 5 de octubre, en Cachoeira Inglesa, cambiamos el bote por la canoa. A partir de aquí dependemos de Tatunca Nara. Los mapas de ordenanza describen el curso del río Yaco, pero sólo de una manera imprecisa. Las tribus indias que viven en esta región no tienen aún contactos con la civilización blanca. A J. y a mí nos domina un sentimiento de incomodidad. ¿Existe, después de todo, un lugar como Akakor? ¿Podemos confiar en Tatunca Nara? Pero la aventura se muestra más apremiante que nuestra propia ansiedad. Doce días después de haber dejado Manaus, el paisaje comienza a cambiar. Hasta aquí el río semejaba un mar terroso sin orillas. Ahora nos deslizamos a través de las lianas por debajo de árboles voladizos. Tras una curva del río, hallamos a un grupo de buscadores que han construido una primitiva factoría sobre la orilla del río y criban la arena de grano grueso con cedazos. Aceptamos su invitación de pasar la noche y escuchar sus extraños relatos sobre indios con el pelo pintado de rojo y azul con flechas envenenadas...
El viaje se convierte en una expedición contra nuestras propias dudas. Nos hallamos a apenas diez días de nuestro presunto objetivo. La monótona dieta, el esfuerzo físico y el temor a lo desconocido han contribuido cada uno lo suyo. Lo que en Manaus parecía una fantástica aventura se ha convertido ahora en una pesadilla. Principalmente, comprendemos que nos gustaría dar la vuelta y olvidarlo todo sobre Akakor antes de que sea demasiado tarde. Todavía no hemos visto a ningún indio. En el horizonte aparecen las primeras cumbres nevadas de los Andes; a nuestras espaldas se extiende el verde mar de las tierras bajas amazónicas. Tatunca Nara se prepara para el regreso con su pueblo. En una extraña ceremonia, se pinta su cuerpo: rayas rojas en su rostro, amarillo oscuro en el pecho y en las piernas. Ata su pelo por detrás con una cinta de cuero decorada con los extraños símbolos de los ugha mongulala. El 13 de octubre nos vemos obligados a regresar. Después de un peligroso pasaje sobre rápidos, la canoa es atrapada por un remolino y zozobra. Nuestro equipo de cámaras, empaquetado en cajas, desaparece bajo los densos arbustos de la orilla; la mitad de nuestros alimentos y de las provisiones médicas se han perdido también. En esta situación desesperada, decidimos abandonar la expedición y regresar a Manaus. Tatunca Nara reacciona con irritación: se muestra violento y contrariado. A la mañana siguiente, J. y yo levantamos nuestro último campamento. Tatunca Nara, con la pintura de guerra de su pueblo, cubriéndole únicamente un taparrabos, toma la ruta terrestre para regresar con su pueblo. Este fue mi último contacto con el caudillo de los ugha mongulala. Después de mi regreso a Río de Janeiro en octubre de 1972, traté de olvidarme de Tatunca Nara, de Akakor y de los dioses. Sería tan sólo en el verano de 1973 cuando la memoria retornaría: Brasil había iniciado la invasión sistemática de la Amazonia. Doce mil trabajadores estaban construyendo dos carreteras troncales a través de la todavía inexplorada jungla, cortando una distancia de 7.000 kilómetros. Treinta millares de indios tomaron los bulldozers por tapires gigantes y huyeron hacia la inmensidad. Había comenzado el último ataque de la Amazonia. Y con ello volvieron a mi mente las viejas leyendas, tan fascinantes y tan místicas como antes. En abril de 1973, FUNAI descubrió una tribu de indios blancos en las zonas altas del río Xingú, y que Tatunca Nara me había mencionado un año antes. En mayo, durante un trabajo de investigación en el Pico da Neblina, los guardias fronterizos brasileños establecieron contacto con unos indios que eran dirigidos por mujeres, lo que también había sido descrito detalladamente por Tatunca Nara. Y, finalmente, en junio de 1973, varias tribus indias fueron vistas en la región de Acre, que hasta entonces se había supuesto «libre de indios». ¿Existe realmente Akakor? Tal vez no exactamente como Tatunca Nara la ha descrito, pero la ciudad es indudablemente real. Después de revisar las cintas grabadas con Tatunca Nara, decidí escribir su historia, «con buenas palabras y con lenguaje claro», tal y como especifican los indios.

Este libro, La Crónica de Akakor, consta de cinco partes.

El Libro del Jaguar trata de la colonización de la Tierra por los dioses y del período hasta la segunda catástrofe mundial.
El Libro del Águila abarca el período comprendido entre el 6000 y el 11.000 (según su propio calendario) y describe la llegada de los godos.
El tercer libro, El Libro de la Hormiga, relata la lucha contra los colonizadores españoles y portugueses tras su desembarco en Perú y Brasil.
El cuarto y último libro, El Libro de la Serpiente de agua, describe la llegada de los 2.000 soldados alemanes a Akakor y su integración con el pueblo de los ugha mongulala; predice asimismo una tercera gran catástrofe.
En la quinta parte, Apéndice, he resumido los resultados de mi investigación en archivos brasileños y alemanes.
La parte principal del libro, la genuina crónica de Akakor, sigue muy de cerca el relato de Tatunca Nara. He tratado de presentarlo tan literal como me ha sido posible, aun cuando los hechos parezcan resumir la historiografía tradicional. He seguido el mismo procedimiento con los mapas y con los dibujos, basándome en los datos proporcionados por Tatunca Nara. Las muestras de escritura fueron realizadas por Tatunca Nara en Manaus. Todas las subsecciones van precedidas de un breve resumen de historiografía tradicional para así dar al lector una base de comparación, aunque la he restringido a los acontecimientos más importantes en la historia de América del Sur. La tabla cronológica al final del libro ofrece una yuxtaposición del calendario de Akakor con el de la historiografía tradicional. En otra tabla, he registrado los nombres probables que la civilización blanca da a las diversas tribus mencionadas en el texto. Las citas de la Crónica de Akakor, fueron recitadas por Tatunca Nara, quien las conocía por tradición. Según él, la crónica real ha sido escrita sobre madera, pieles, y posteriormente también sobre pergaminos, y la guardan los sacerdotes en el Templo del Sol, la mayor herencia de los ugha mongulala. El obispo Grotti fue el único blanco que ha podido contemplarla, y tomó varios fragmentos. Tras su misteriosa muerte, los documentos desaparecieron. Tatunca Nara piensa que el obispo los ocultó o que se encuentran archivados en el Vaticano. He examinado cuidadosamente toda la información dada en la introducción y en el apéndice, para verificar su veracidad. Las citas de los historiadores contemporáneos proceden de fuentes españolas, y las traducciones son mías. He añadido mis propias consideraciones en el Apéndice con el objeto exclusivo de permitir una mejor comprensión por parte del lector. Por la misma razón, no me he extendido en las teorías sobre astronautas o sobre criaturas divinas como posibles predecesoras de la civilización humana. En este libro se ha puesto el énfasis en la historia y en la civilización de los ugha mongulala en contraste con las de los Blancos Bárbaros. ¿Existe realmente Akakor? ¿Existe una historia escrita de los ugha mongulala? Mis propias dudas me han hecho dividir el libro en dos partes estrictamente separadas.
En La Crónica de Akakor me he limitado a transcribir el relato de Tatunca Nara. En el Apéndice se contiene el material que he logrado reunir de las respectivas fuentes. Mi propia contribución no es mucha si la comparamos con la historia de un pueblo misterioso, con Maestros Antiguos, leyes divinas, poblados subterráneos y cosas por el estilo. Es ésta una historia que puede tener su origen en una leyenda, pero que todavía puede ser confirmada. Y el lector debe decidir por sí mismo si se trata de un relato, inteligentemente inventado y basado en los vacíos de la historiografía tradicional o, por el contrario, de un fragmento de historia auténtica, escrita «con buenas palabras, con lenguaje claro».

El Libro del Jaguar 

Este es el jaguar. Potente es su salto y poderosa su zarpa. Es el señor de los bosques. Todos los animales son sus súbditos. No tolera la resistencia. Terribles son sus castigos. Destruye al desobediente y devora sus carnes. 1 El territorio de los Dioses 600.000 - 10.481 a. de C. Es una cuestión muy debatida la del comienzo de la historia de la Humanidad. Según la Biblia, Dios creó el mundo en siete días para su propio honor y para el bien de la Humanidad. Hizo luego al hombre del barro y le insufló el aliento vital. Pero según el Popol Vuh, el libro de los mayas, el hombre sólo emergería por vez primera con la cuarta creación divina, después de que los tres mundos anteriores hubieran sido destruidos por terribles catástrofes. La historiografía tradicional sitúa el comienzo real de la Humanidad hacia el año 600.000 a. de C., con los primeros humanos primitivos que no conocían ni las herramientas ni el uso del fuego. Hacia el año 80.000 a. de C. aparecería el hombre de Neanderthal, que ya había avanzado tremendamente: conocía el uso del fuego y había desarrollado ritos funerarios. La prehistoria, la historia inicial del hombre, comienza en el año 50.000 a. de C., y, según los hallazgos arqueológicos, ha sido dividida en las Edades de la Piedra, del Bronce y del Hierro. Durante la Edad de Piedra, el hombre era cazador y recolector; cazaba mamuts, caballos salvajes y renos. Con la lenta regresión del casquete de hielos, el hombre seguiría gradualmente a los animales que estaban migrando hacia el Norte. La agricultura y los animales domesticados les eran todavía desconocidos. Sin embargo, sus pinturas sobre las paredes de las cuevas de cobijo evidenciaban un arte sorprendentemente sofisticado y basado en ritos de caza mágico-religiosos. Se cree que hacia el año 25.000 a. de C. las primeras tribus del Asia Central cruzaron los estrechos de Bering hacia América. Los maestros extranjeros que llegaron de Schwerta La Crónica de Akakor, la historia escrita de mi pueblo, comienza en la hora cero, cuando los Dioses nos dejaron. En aquel momento, Ina, el primer príncipe de los Ugha Mongulala, decidió que todo lo que fuera a suceder quedase escrito con buenas palabras y con lenguaje claro. Y así, la Crónica de Akakor da testimonio de la historia del pueblo más antiguo del mundo, desde sus comienzos, en la hora cero, cuando los Maestros Antiguos nos dejaron, hasta los tiempos presentes, cuando los Blancos Bárbaros están tratando de destruir nuestro pueblo. Explica el testamento de los Padres Antiguos, sus conocimientos y su sabiduría. Y describe el origen del tiempo, cuando mi pueblo era el único que poblaba el continente y el Gran Río fluía en otra dirección, cuando el país todavía era llano y liso como la espalda de un cordero. Todo esto está escrito en la crónica, la historia de mi pueblo desde que los Dioses partieron, en la hora cero, y que corresponde al año 10.481 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros: Esta es la historia. Esta es la historia de los Senadores Escogidos. En el comienzo todo era caos. El hombre vivía como los animales, sin razón y sin conocimiento, sin leyes y sin cultivar la tierra, sin vestirse y sin ni siquiera cubrir su desnudez. No conocía los secretos de la naturaleza. Vivía en grupos de dos o tres, cuando un accidente los había juntado, en cuevas o en hendiduras de las rocas. Los hombres caminaron en todas las direcciones hasta que los Dioses llegaron. Ellos trajeron la luz. No sabemos cuándo sucedió; de dónde procedían, tan sólo oscuramente. Un denso misterio cubre los orígenes de nuestros Maestros Antiguos, que ni siquiera el conocimiento de los sacerdotes puede desentrañar. Según la tradición, debió ocurrir 3.000 años antes de la hora cero: 13.000 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros. Súbitamente, unas brillantes naves doradas aparecieron en el cielo. Enormes chorros de fuego iluminaron la llanura. La Tierra se estremeció y el trueno retumbó sobre las colinas. El hombre se inclinó lleno de veneración ante los poderosos extranjeros que llegaban para tomar posesión de la Tierra. Los extraños dijeron que procedían de un lugar llamado Schwerta, un remoto mundo situado en las profundidades del Universo, en el que vivían sus antepasados y del que habían partido para llevar el conocimiento a otros mundos. Dicen nuestros sacerdotes que era aquél un poderoso imperio formado por muchos planetas, tan numerosos que ambos mundos, el de los Maestros Antiguos y el de la misma Tierra, se encuentran el uno al otro cada 6.000 años. Es entonces cuando regresan los Dioses. Con la llegada a nuestro mundo de los extraños visitantes, se inició la Edad de Oro. Ciento treinta familias de los Padres Antiguos vinieron a la Tierra para liberar al hombre de la oscuridad. Y los Dioses los reconocieron como sus propios hermanos. Ellos asentaron a las tribus que vagaban errantes; les dieron partes justas de todas las cosas comestibles. Trabajaron diligentemente para enseñar sus leyes a los hombres, aun cuando su enseñanza encontró oposición. Por esta labor, por todo lo que sufrieron por la Humanidad, y por lo que nos trajeron y nos mostraron, los veneramos como los creadores de nuestra luz. Y nuestros artistas más sublimes han realizado imágenes de los Dioses para que den testimonio durante toda la eternidad de su auténtica grandeza y de su maravilloso poder. Así, la imagen de los Maestros Antiguos ha permanecido presente en nuestro recuerdo hasta nuestros días. En su aspecto físico, los extraños de Schwerta apenas se diferenciaban del hombre. Tenían cuerpos agraciados y la piel blanca. Sus notables rostros, enmarcados por un fino pelo negro-azulado. Una poblada barba cubría el labio superior y el mentón. Al igual que los hombres, eran criaturas vulnerables de carne y hueso. Pero el signo decisivo que distinguía a los Padres Antiguos de los hombres eran los seis dedos en cada una de sus manos y los seis dedos en cada uno de sus pies. Constituía la característica de su origen divino. ¿Quién puede llegar a desentrañar los actos de los Dioses? ¿Quién puede llegar a comprender sus acciones? Porque seguramente eran poderosas e incomprensibles para los ordinarios mortales. Conocían el curso de las estrellas v las leves de la naturaleza. Verdaderamente, estaban familiarizados con las leyes más profundas del Universo. Ciento treinta familias de los Padres Antiguos vinieron a la Tierra y trajeron la luz. Las Tribus Escogidas El recuerdo de nuestros más antiguos antepasados me estremece y entristece. Mi corazón está pesaroso porque ahora estamos solos, abandonados por nuestros Maestros Antiguos. Todo nuestro conocimiento, y todo nuestro poder, a ellos se lo debemos. Ellos llevaron al hombre desde la oscuridad hasta la luz. Antes de que los extraños de Schwerta llegaran, los hombres vagaban como niños que no pueden encontrar sus hogares y cuyos corazones no conocen el amor. Recogían raíces, bulbos y frutas que crecían salvajes; vivían en cuevas y en agujeros en el suelo; disputaban con sus vecinos por el botín cazado. Pero entonces llegaron los Dioses e instituyeron un nuevo orden en el mundo. Enseñaron a los hombres a cultivar la tierra y a criar animales. Les enseñaron a tejer la tela y asignaron hogares permanentes a las familias y a los clanes. Así nacieron las tribus. Este fue el comienzo de la luz, de la vida y de la tribu. Los Dioses llamaron a los hombres para que se juntaran. Deliberaron, reflexionaron y celebraron consejos. Y luego adoptaron decisiones. Y de entre todas las personas escogieron a sus servidores para que vivieran con ellos, y a los que les transmitieron sus conocimientos. Con las familias escogidas, los Dioses fundaron una nueva tribu y le dieron el nombre de Ugha Mongulala, que en el lenguaje de los Blancos Bárbaros significa las Tribus Escogidas Aliadas. Y como una muestra de su alianza eterna, se emparejaron con sus servidores. Por tanto, y hasta hoy en día, los Ugha Mongulala se parecen físicamente a sus divinos antepasados. Son altos; sus rostros se caracterizan por unos pómulos salientes, una nariz nítidamente delineada, y unos ojos almendrados. Tanto los hombres como las mujeres tienen el mismo pelo espeso negro-azulado. La única diferencia con los Dioses la constituyen los cinco dedos de los mortales en las manos y en los pies. Los Ugha Mongulala son el único pueblo de piel blanca sobre el continente. Aunque los Maestros Antiguos retuvieron consigo muchos secretos, la historia de mi pueblo explica también la historia de los Dioses. Los extraños de Schwerta fundaron un poderoso imperio. Con sus conocimientos, su superior sabiduría y sus misteriosas herramientas les fue fácil modificar la Tierra según sus propias ideas. Dividieron el país y construyeron caminos y canales. Sembraron nuevas plantas que el hombre desconocía. Enseñaron a nuestros antepasados que un animal no sólo es una presa sino que asimismo puede ser una valiosa posesión e indispensable contra el hambre. Con mucha paciencia impartieron los conocimientos necesarios para que el hombre pudiera arrancar los secretos de la naturaleza. Basados en esta sabiduría, los Ugha Mongulala han sobrevivido durante miles de años a pesar de catástrofes y de guerras terribles. Como los Servidores Escogidos de los Maestros Antiguos, han determinado la historia de la Humanidad durante 12.453 años, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor: La línea de los Servidores Escogidos no se extinguió. Aquellos que son llamados los Ugha Mongulala sobrevivieron. Muchos de sus hijos murieron en guerras devastadoras; catástrofes terribles visitaron su territorio. Pero la fuerza de los Servidores Escogidos permaneció intacta. Ellos son los maestros. Ellos son los descendientes de los Dioses. El imperio de Piedra La Crónica de Akakor, la historia escrita del pueblo de los Ugha Mongulala, comienza con la partida de los Maestros Antiguos en el año cero. En ese momento, Ina. el primer príncipe de los Ugha Mongulala, dispuso que todos los acontecimientos quedasen escritos con buenas palabras y con lenguaje claro, y con la debida veneración para con los Maestros Antiguos. Pero la historia de los Servidores Escogidos se remonta más atrás, a la Edad de Oro. A cuando los Padres Antiguos todavía gobernaban la Tierra. Muy pocos testimonios se han conservado de este periodo. Los Dioses debieron haber establecido un poderoso imperio en el que todas las tribus cumplían unas tareas determinadas y en el que los Ugha Mongulala ocupaban el primer lugar. A ellos les fue concedida una sabiduría mayor que los hizo superiores a todos los demás pueblos. En el año cero, los Dioses legaron sus ciudades y sus templos a las Tribus Escogidas. Han durado 12.000 años. Tan sólo unos pocos de los Blancos Bárbaros han visto estos monumentos o la ciudad de Akakor, la capital de mi Pueblo. Algunos soldados españoles que habían sido capturados por los Ugha Mongulala lograron escapar a través de pasadizos subterráneos. Los aventureros y los colonos blancos que descubrieron nuestra capital fueron tomados prisioneros por mi pueblo.
Akakor, la capital del territorio, fue construida hace 14.000 años por nuestros antepasados con la guía de los Maestros Antiguos. También el nombre procede de ellos: Aka significa «fortaleza» y Kor significa «dos». Akakor es la segunda fortaleza. Nuestros sacerdotes hablan asimismo de la primera fortaleza, Akanis. Estaba situada sobre un estrecho istmo en el país que llaman México, en el lugar donde los dos océanos se tocan. Akahim, la tercera fortaleza, no es mencionada por la crónica hasta el año 7315. Su historia está muy unida a la de Akakor. Nuestra capital está situada sobre un valle elevado en las montañas en la zona fronteriza entre los países llamados Perú y Brasil. Está protegida en tres de sus lados por escarpadas rocas. Al Este, una llanura gradualmente descendente llega hasta la inmensidad de las lianas de la región de los grandes bosques. Toda la ciudad está rodeada por una gran muralla de piedra con trece puertas. Éstas son tan estrechas que únicamente permiten el acceso de las personas de una en una. La llanura del Este, a su vez, está protegida por atalayas de piedra en las que escogidos guerreros se hallan continuamente en vigilancia de los enemigos. Akakor está dispuesta en rectángulos. Dos calles principales que se cruzan dividen la ciudad en cuatro partes, que corresponden a los cuatro puntos universales de nuestros Dioses. El Gran Templo del Sol y una puerta de piedra tallada de un único bloque están situados sobre una gran plaza en el centro. El templo mira hacia el Este, hacia el Sol naciente, y está decorado con imágenes simbólicas de nuestros Maestros Antiguos. En cada mano, una criatura divina sostiene un cetro en cuyo extremo superior hay una cabeza de jaguar. La figura está coronada con un tocado de ornamentos animales. Una extraña escritura, y que sólo puede ser interpretada por nuestros sacerdotes, reseña la fundación de la ciudad. Todas las ciudades de piedra construidas por nuestros Maestros Antiguos tienen una puerta semejante. El edificio más impresionante de Akakor es el Gran Templo del Sol. Sus paredes exteriores están desnudas y fueron construidas con piedras artísticamente labradas. El techo está abierto de modo que los rayos del Sol naciente puedan llegar hasta un espejo de oro, que se remonta a los tiempos de los Maestros Antiguos, y que está montado en la parte delantera. Figuras de piedra de tamaño natural flanquean la entrada del templo por ambos lados. Las paredes interiores están tapizadas con relieves. En una gran arca de piedra hundida en la pared delantera del templo se encuentran las primeras leyes escritas de nuestros Maestros Antiguos. Cerca del Gran Templo del Sol se hallan los edificios para los sacerdotes y sus servidores, el palacio del príncipe y los alojamientos de los guerreros. Estos edificios son de forma rectangular y están construidos con bloques de piedra labrada. Los techos se componen de una espesa capa de hierba sostenida por pértigas de bambú. Durante el reinado de nuestros Maestros Antiguos, otras veintiséis ciudades de piedra rodeaban Akakor. Todas ellas son mencionadas en la crónica. Las mayores eran Humbaya y Patite, en el país llamado Solivia; Emin, en las zonas bajas del Gran Río; y Cadira, en las montañas del país llamado Venezuela. Pero todas ellas quedaron completamente destruidas por la primera Gran Catástrofe que ocurrió trece años después de la partida de los Dioses. Además de estas poderosas ciudades, los Padres Antiguos erigieron tres recintos religiosos sagrados: Salazere, en las zonas altas del Gran Río; Tiahuanaco, sobre el Gran Lago: y Manoa, en la llanura elevada del Sur. Eran las residencias terrestres de los Maestros Antiguos y un lugar prohibido para los Ugha Mongulala. En el centro se levantaba una gigantesca pirámide, y una espaciosa escalera conducía hasta la plataforma en la que los Dioses celebraban ceremonias desconocidas por nosotros. El edificio principal estaba rodeado de pirámides más pequeñas e interconectadas por columnas, y más allá, sobre unas colinas creadas artificialmente, se situaban otros edificios decorados con láminas que resplandecían. Cuentan los sacerdotes que con la luz del Sol naciente las ciudades de los Dioses parecían estar en llamas. Éstas radiaban una misteriosa luz, que se reflejaba en las montañas nevadas. De los tres recintos religiosos sagrados, yo tan sólo he contemplado con mis propios ojos el de Salazere. Se encuentra situado sobre un afluente del Gran Río. a una distancia de unos ocho días de viaje desde la ciudad que los Blancos Bárbaros llaman Manaus. Sus palacios y sus templos han sido completamente cubiertos por la jungla de lianas. Únicamente la cumbre de la gran pirámide se destaca todavía por encima del bosque, cubierta por una densa maleza de matorrales y de árboles. Incluso los iniciados tienen dificultades para encontrar el lugar de residencia de los Dioses. Está rodeado por profundas marismas, en el territorio de la Tribu que Vive en los Árboles. 
Esta tribu, tras su primer contacto con los Blancos Bárbaros, se retiró a los bosques inaccesibles que rodean Salazere. Allí el pueblo vive en los árboles como si fueran monos, matando a todo aquel que se atreve a invadir su comunidad. Yo logré dar con el recinto religioso porque hace miles de años esta tribu estuvo aliada con los Ugha Mongulala y respeta todavía los signos secretos del reconocimiento. Estos signos se encuentran grabados sobre una piedra en el borde superior de la plataforma de la pirámide. Aunque nosotros podemos copiarlos, hemos perdido por completo la comprensión de su significado. También los recintos religiosos son un misterio para mi pueblo. Sus construcciones son testimonio de un conocimiento superior, incomprensible para los humanos. Para los Dioses, las pirámides no sólo eran lugares de residencia sino también símbolos de la vida y de la muerte. Eran un signo del sol, de la luz, de la vida. Los Maestros Antiguos nos enseñaron que hay un lugar entre la vida y la muerte, entre la vida y la nada, que está sujeto a un tiempo diferente. Para ellos, las pirámides suponían una conexión con la segunda vida. Las residencias subterráneas Grande era el conocimiento de los Maestros Antiguos; grande su sabiduría. Su visión alcanzaba a las colinas, a las llanuras, a los bosques, a los mares y a los valles. Eran seres milagrosos. Conocían el futuro. Les había sido revelada la verdad. Eran perspicaces y de gran resolución. Erigieron Akanis, y Akakor, y Akahim. Verdaderamente, sus trabajos eran poderosos, como lo eran los métodos que utilizaron para crearlos: la forma cómo determinaron las cuatro esquinas del Universo y los cuatro lados. Los señores del cosmos, las criaturas de los cielos y de la Tierra, crearon las cuatro esquinas y los cuatro lados del Universo. Akakor yace ahora en ruinas. La gran puerta de piedra está derruida. Las lianas crecen en el Gran Templo del Sol. Bajo mis órdenes, y con el acuerdo del consejo supremo y de los sacerdotes, los guerreros de los Ugha Mongulala destruyeron nuestra capital hace tres años. La ciudad habría revelado nuestra presencia a los Blancos Bárbaros, de modo que decidimos abandonar Akakor. Mi pueblo ha huido al interior de las residencias subterráneas, el último regalo de los Dioses. Tenemos trece ciudades, profundamente ocultas en el interior de las montañas llamadas los Andes. Su plan corresponde al de la constelación de Schwerta, el hogar de los Padres Antiguos. En el centro se sitúa Akakor inferior. La ciudad está edificada sobre una cueva gigantesca hecha por el hombre. Las casas, dispuestas en círculo y rodeadas por una muralla meramente decorativa, flanquean el Gran Templo del Sol, que se destaca en el centro. Al igual que Akakor superior, la ciudad queda dividida por dos calles que se cruzan, correspondiendo a las cuatro esquinas de la Tierra y a los cuatro lados del Universo. Todos los caminos corren paralelos a aquellas. El edificio más importante es el Gran Templo del Sol, cuyas torres sobresalen por encima de las residencias de los sacerdotes y sus servidores, del palacio del príncipe, de los alojamientos de los guerreros y de las modestas casas del pueblo. En el interior del templo hay doce entradas a los túneles que unen Akakor inferior con otras ciudades subterráneas. Éstos tienen las paredes inclinadas y un techo plano. Los túneles son lo suficientemente grandes como para que cinco hombres puedan caminar erectos. Son necesarios varios días para llegar a cualquiera de estas ciudades desde Akakor.
Esquema de las 13 residencias subterráneas (su plan corresponde al de la constelación de Schwerta, el hogar de los Dioses) 1) Akakor 2) Sikon 3) Tat 4) Aman 5) Kos 6) Songa 7) Mu 8) Tanum 9) Gudi 10) Boda 11) Riño 12) Kish 13) Budu Doce de las ciudades —Akakor, Budu, Kish, Boda, Gudi, Tanum, Sanga, Riño, Kos, Aman, Tal y Sikon— están iluminadas artificialmente. La luz cambia según la posición del sol. Solamente Mu, la decimotercera y la más pequeña de las ciudades, tiene unas chimeneas que llegan hasta la superficie. Un enorme espejo de plata dispersa la luz del sol sobre el conjunto de la ciudad. Todas las ciudades subterráneas están recorridas por canales que traen el agua desde las montañas. Pequeños tributarios abastecen a las construcciones y casas individuales. Las entradas desde la superficie están cuidadosamente camufladas. En casos de emergencia, las residencias subterráneas pueden aislarse del exterior mediante grandes puertas de roca móviles. Nada sabemos sobre la construcción de Akakor inferior. Su historia se pierde en la oscuridad del más remoto pasado. Ni siquiera los soldados alemanes que se establecieron con mi pueblo pudieron desvelar este misterio. Durante varios años, midieron las instalaciones subterráneas de los Dioses, exploraron el sistema de túneles y buscaron el origen del aire de respiración, pero sin resultado alguno. Nuestros Maestros Antiguos construyeron las residencias subterráneas de acuerdo con sus propios planes y leyes, que no nos fueron revelados. Desde aquí gobernaron sobre su vasto imperio, un imperio de 362 millones de personas, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor: Y los Dioses gobernaron desde Akakor. Gobernaron sobre los hombres y sobre la Tierra. Tenían naves más rápidas que el vuelo de los pájaros; naves que llegaban a su punto de destino sin velas y sin remos, tanto por la noche como por el día. Tenían piedras mágicas para observar los lugares más alejados, de modo que podían ver ciudades, ríos, colinas y lagos. Cualquier hecho que ocurriera sobre la Tierra o en el cielo quedaba reflejado en las piedras. Pero lo más maravilloso de todo lo eran las residencias subterráneas. Y los Dioses se las entregaron a sus Servidores Escogidos como su último regalo. Porque los Maestros Antiguos son de la misma sangre y tienen el mismo padre. Durante miles de años, las residencias subterráneas han protegido a los Ugha Mongulala de sus enemigos y soportaron dos catástrofes. Los ataques de las tribus salvajes se dispersaron ante sus puertas. En el interior, lo que queda de mi pueblo espera el avance de los Blancos Bárbaros que suben por el Gran Río en un número incontable como las hormigas. Nuestros sacerdotes han profetizado que finalmente descubrirán Akakor y que encontrarán en ella su propia imagen. Entonces el circulo se habrá cerrado.
Plano de Akakor superior 1) Templo 2) Palacio del príncipe 3) Guardia personal v servidumbre de Palacio 4) Soldados 5) Escuela 6) Sacerdote 7) Servidumbre de los sacerdotes 8) Pueblo 9) Zona agrícola
Arriba: Túnel subterráneo (corte vertical) Abajo: Corte vertical de Akakor inferior 1) Recinto secreto del templo 2) Salida 3) Túnel subterráneo
Plano de Akakor inferior 1) Templo 2) Palacio 3) Sacerdote 4) A arsenal 5) Pueblo 6) Guardia de palacio 7) Sala del trono 8) Túnel de comunicación 9) Portal de los Dioses









2 La hora cero 10.481 - 10.468 a. de C. La milenaria obra épica india Mahabharata cuenta cómo los dioses y los titanes pelearon entre sí por el gobierno de la Tierra. Según Platón, el legendario imperio de la Atlántida alcanzó su apogeo en este período. El científico germano-boliviano Posnansky cree en la existencia de un enorme imperio en la región de la ciudad boliviana en ruinas Tiahuanaco. Según los historiadores y los etnólogos, las principales divisiones raciales del Homo sapiens de la última glaciación tuvieron lugar hacia el año 13.000 a. de C.: mongoloides en Asia, negroides en África, caucasoides en Europa. En el continente europeo, los principales asentamientos se encuentran en las regiones costeras. Los hallazgos arqueológicos en la región de Altamira y en la Amazonia confirman por vez primera la existencia de seres humanos en el continente sudamericano.

  La partida de los Maestros Antiguos 

La historia de mi pueblo, escrita en la Crónica de Akakor, se acerca a su final. Dicen los sacerdotes que el tiempo pronto concluirá, que solamente nos restan unos pocos meses. Entonces se habrá cumplido el destino de los Ugha Mongulala. Y cuando contemplo la desesperación y la miseria de mi pueblo, no puedo por menos que creer en estas profecías. Los Blancos Bárbaros están penetrando cada vez más profundamente en nuestro territorio. Vienen desde el Este y desde el Oeste, como el fuego movido por un viento violento, y extienden sobre el país un manto de oscuridad para tomar posesión de él. Pero si los Blancos Bárbaros reflexionaran, llegarían a comprender que no podemos tomar nada que no nos pertenezca. Entonces comprenderían que los Dioses nos dieron a todos una gran mansión para compartirla y disfrutarla. Pero los Blancos Bárbaros lo desean todo para sí, para sí solos. Sus corazones no se conmueven ni siquiera cuando realizan los actos más terribles. Así que nosotros como indios no podemos hacer otra cosa sino retirarnos y esperar el regreso de nuestros Maestros Antiguos, tal y como está escrito en la crónica, con buenas palabras, con lenguaje claro: El día que los Dioses abandonaron la Tierra llamaron a Ina. Dejaron su legado con el más fiel de sus servidores: «Ina, nos marchamos a casa. Te hemos enseñado la sabiduría y te hemos dado buen consejo. Retornamos a casa. Nuestro trabajo está cumplido. Nuestros días están completos. Consérvanos en tu memoria y no nos olvides. Porque somos hermanos de la misma sangre y tenemos el mismo padre. Regresaremos cuando estés amenazado. Mas ahora toma a las Tribus Escogidas y condúcelas al interior de las residencias subterráneas para protegerlas de la catástrofe que se avecina». Estas fueron sus palabras. Así es cómo hablaron cuando dijeron adiós. E Ina contempló cómo sus naves los llevaron al cielo con fuego y con estrépito. Desaparecieron sobre las montañas de Akakor. Solamente Ina contempló su partida. Pero los Dioses nos dejaron su conocimiento y su sabiduría. Fueron venerados como sagrados. Fueron un signo para los Padres Antiguos. E Ina convocó a consejo a los Ancianos del Pueblo y les habló sobre la última instrucción de los Dioses. Y ordenó un nuevo reconocimiento del tiempo para conmemorar la partida de los Maestros Antiguos. Ésta es la historia escrita de los Servidores Escogidos, la Crónica de Akakor. En la hora cero (10.481 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros) los Dioses dejaron la Tierra. Su partida señala un nuevo capítulo en la historia de mi pueblo. Pero en ese momento ni siquiera Ina, su más fiel servidor y el primer príncipe de los Ugha Mongulala, conocía los terribles acontecimientos que iban a suceder. El Pueblo Escogido estaba afligido por la partida de los Maestros Antiguos y abrumado por el desaliento. Únicamente la imagen de los Dioses permaneció en los corazones de los Servidores Escogidos. Con ojos ardientes miraron hacia el cielo, pero las naves doradas no regresaron. Los cielos estaban vacíos, sin brisa, sin sonido alguno. El cielo siguió vacío.

  El lenguaje de los Dioses 

En el lenguaje de los Blancos Bárbaros, Ugha significa «aliado», «juntado»; Mongu significa «escogido», «elegido»; y Lala significa «tribus». Los Ugha Mongulala son las Tribus Escogidas Aliadas. Una nueva era comenzada para ellos tras la partida de los Maestros Antiguos. Nunca más los Dioses superiores gobernarían su imperio, cuyas fronteras se hallaban entre si a muchas lunas de distancia. Ahora los Ugha Mongulala gobernaban entre los dos océanos: a lo largo del Gran Río. en las colinas bajas del Norte y en las lejanas llanuras del Sur. Los dos millones que constituían las Tribus Escogidas gobernaban sobre un imperio de 362 millones de personas, ya que a lo largo de los siglos los Maestros Antiguos habían sometido a otras tribus. Los Ugha Mongulala gobernaban sobre veintiséis ciudades, sobre poderosas fortificaciones fronterizas y sobre las residencias subterráneas de los Dioses. Únicamente tres complejos religiosos — Salazere, Manoa y Tiahuanaco— quedaron fuera de su jurisdicción por instrucciones explícitas de los Padres Antiguos. Ina, el primer príncipe de los Ugha Mongulala. se veía frente a enormes tareas. Sé solamente unos pocos detalles sobre el período que siguió a la partida de los Maestros Antiguos. La primera Gran Catástrofe cae como una losa sobre los acontecimientos de los trece primeros años de la historia de mi pueblo. Según los sacerdotes, Ina gobernó sobre el más grandioso imperio que jamás haya existido sobre la Tierra. Estaba dirigido por los Ugha Mongulala. quienes hacían que las leyes se cumplieran. Sus guerreros protegían las fronteras de las incursiones de las tribus salvajes. 360 millones de aliados les debían fidelidad, pero tras la primera Gran Catástrofe se rebelaron contra el gobierno de los Ugha Mongulala, rechazaron el legado de los Dioses y olvidaron rápidamente su idioma y su escritura. Se convirtieron en degenerados. El quechua, que es como los Blancos Bárbaros denominan nuestro idioma, se compone de buenas y sencillas palabras que son suficientes para describir todos los misterios de la Naturaleza. Ni siquiera los incas conocen la escritura de los Dioses. Existen 1.400 símbolos, que producen significados diferentes según su secuencia. Los signos más importantes son el de la vida y el de la muerte, representados por el pan y por el agua. Todas las anotaciones de la crónica comienzan y terminan con estos símbolos. Tras la llegada de los soldados alemanes en el año 1942, según el calendario de los Blancos Bárbaros, los sacerdotes comenzaron a registrar los acontecimientos también en el idioma de las Tribus Aliadas. El idioma, el servicio a la comunidad, la veneración de lo antiguo y el respeto al príncipe son las cosas más importantes documentadas desde los años anteriores a la primera Gran Catástrofe. Suponen la evidencia de que en los 10.000 años de su historia mi pueblo se ha guiado por un único objetivo: preservar el legado de los Maestros Antiguos.

  Signos ominosos en el cielo 

Había signos extraños en el cielo. El crepúsculo cubría la superficie de la Tierra. El sol brillaba todavía, más una bruma grisácea, grande y poderosa, comenzaba a oscurecer la luz del día. Signos extraños se mostraban en el cielo. Las estrellas parecían piedras perezosas. Sobre las colinas se cernía una niebla venenosa. Los árboles desprendían un fuego maloliente. Un sol rojo y un sendero negro se cruzaban entre sí. Negro, rojo, las cuatro esquinas de la Tierra estaban rojas. La primera Gran Catástrofe cambió la vida de mi pueblo y el aspecto del mundo. Nadie puede imaginarse qué es lo que entonces, trece años después de la partida de los Maestros Antiguos, ocurrió. La catástrofe fue enorme, y nuestra crónica la describe con terror. Los Senadores Escogidos estaban llenos de espanto y de terror. Ya no veían ni el Sol, ni la Luna, ni las estrellas. La confusión y la oscuridad estallaban por doquier. Imágenes extrañas pasaban por sobre sus cabezas. La resina goteaba desde el cielo y, en el crepúsculo, los hombres caminaban desesperados en busca de comida. Mataron a sus propios hermanos. Olvidaron el testamento de los Dioses. La era de la sangre había comenzado. ¿Qué ocurrió en aquel momento cuando los Dioses nos abandonaron? ¿Quién fue el responsable de la catástrofe que arrojó a mi pueblo a las tinieblas durante 6.000 años? Una vez más, nuestros sacerdotes pueden interpretar los devastadores acontecimientos. Ellos dicen que en el período anterior a la hora cero existía otra nación de dioses que era hostil a nuestros Maestros Antiguos. Según las imágenes del Gran Templo del Sol en Akakor. las extrañas criaturas parecían hombres. Tenían mucho pelo y eran de piel rojiza. Como los hombres, tenían cinco dedos en las manos y cinco en los pies; mas de sus espaldas crecían cabezas de serpientes, de tigres, de halcones y de otros animales. Dicen nuestros sacerdotes que estos dioses también gobernaban sobre un enorme imperio y que poseían asimismo conocimientos que los convertían en superiores a los hombres e iguales a nuestros Maestros Antiguos. Las dos razas de dioses, que están representadas en las imágenes del Gran Templo del Sol en Akakor, comenzaron a disputar. Quemaron el mundo con calor solar y trataron de arrebatarse el poder la una a la otra. Sin embargo, y por primera vez, la providencia de los Dioses salvó a los Ugha Mongulala. Recordando las últimas palabras de nuestros Maestros Antiguos anunciando la catástrofe, Ina ordenó la retirada hacia las residencias subterráneas. Los ancianos del pueblo se reunieron. Obedecieron la orden de Ina. «¿Cómo podremos protegernos? Los signos están llenos de amenaza», dijeron. «Sigamos la orden de los Dioses y trasladémonos a los refugios subterráneos. ¿Es que no son suficientes nuestras ideas para toda una nación? Nadie debe faltar, ni una sola persona.» Así fue cómo hablaron y así decidieron. Y la multitud se reunió. Cruzaron las aguas, descendieron por las cañadas y las atravesaron. Llegaron hasta la meta final, allí donde se cruzan los cuatro caminos en las residencias de los Maestros Antiguos, protegidas en el interior de las montañas. Esto es lo que cuenta la Crónica de Akakor. Y así fue cómo se cumplieron las órdenes de Ina. Con confianza en la promesa de los Maestros Antiguos, el pueblo de los Ugha Mongulala se trasladó a Akakor inferior para protegerse contra la inminente catástrofe. Aquí permanecieron hasta que la Tierra se hubo acallado, al igual que hace un pájaro cuando se oculta detrás de una roca para protegerse de la tormenta que se acerca. Los Ugha Mongulala se salvaron de la catástrofe porque confiaron en los Padres Antiguos. 

La primera Gran Catástrofe 

El año 13 (10.468 a. de C., según el calendario de los Blancos Bárbaros) es un año trágico en la historia de mi pueblo. Una vez que se hubo retirado a las residencias subterráneas, la Tierra fue visitada por la mayor catástrofe de la que la memoria guarda recuerdo. Superó incluso a la segunda Gran Catástrofe, 6.000 años después, cuando las aguas del Gran Río afluyeron corriente arriba. La primera Gran Catástrofe destruyó el imperio de nuestros Maestros Antiguos y trajo la muerte a millones de personas. Este es el relato de cómo perecieron los hombres. ¿Qué es lo que le ocurrió a la Tierra? ¿Quién la hizo temblar? ¿Quién hizo bailar a las estrellas? ¿Quién hizo salir las aguas de las rocas? Numerosas fueron las calamidades que visitaron al hombre; varias las pruebas a las que estuvo sujeto. Hacía un frío terrible, y un viento helado soplaba sobre la Tierra; hacía un calor terrible, y las personas se quemaban con su propio aliento. Los hombres y los animales huían sobrecogidos por el pánico. Corrían desesperados de un lado a otro. Intentaban subir a los árboles, pero los árboles los rechazaban; intentaban llegar a las cavernas, pero ¡as cavernas se desplomaban y los sepultaban. Lo que estaba abajo se puso arriba, y lo que estaba arriba se hundió en las profundidades. El sonido y la furia de los Dioses parecían no tener fin. Incluso los refugios subterráneos comenzaron a temblar.
La primera mención sobre la forma del continente antes de la primera Gran Catástrofe fue hecha después de la partida de los Maestros Antiguos. En aquel tiempo difería considerablemente de su forma actual. Era mucho más frío y la lluvia caía regularmente. Podían distinguirse con claridad los periodos de sequía y los de lluvia. Todavía no existían los grandes bosques. El Gran Río era más pequeño y afluía hacia los dos océanos. Los afluentes lo' unían con el lago gigante en el que los Dioses habían erigido el complejo religioso de Tiahuanaco sobre la costa del Sur. La primera Gran Catástrofe dio a la superficie de la Tierra un aspecto diferente. El curso de los ríos quedó alterado, y la altura de las montañas y la fuerza del sol cambiaron. Hubo continentes que quedaron inundados. Las aguas del Gran Lago retrocedieron hacia los océanos. El Gran Río fue desplazado por una nueva alineación montañosa y afluía ahora rápidamente hacia el Este. En sus orillas nacieron y crecieron enormes bosques. Un calor húmedo se extendió sobre las regiones orientales del imperio. En el Oeste, donde habían surgido unas gigantescas montañas, las personas se congelaron con el frío cerrado de las elevadas altitudes. La Gran Catástrofe provocó unas devastaciones terribles, tal y como había sido anunciado por nuestros Maestros Antiguos. Y lo mismo ocurrirá en la futura catástrofe que nuestros sacerdotes han calculado por el curso de las estrellas. Porque la historia de los hombres sigue unos caminos predeterminados: todo se repite, todo regresa en torno a un circulo que dura 6.000 años. Nuestros Maestros Antiguos nos enseñaron esta ley. Nuevamente, 6.000 años han transcurrido desde la última Gran Catástrofe, y 6.000 años desde que nuestros Maestros Antiguos nos abandonaron por segunda vez. Una vez más, signos ominosos aparecen en el cielo. Los animales huyen perseguidos por el pánico. Han estallado las guerras. Las leyes se desprecian o se cumplen con desgana. Mientras los Blancos Bárbaros, llenos de pura arrogancia, destruyen las relaciones entre la Naturaleza y el hombre, el destino se acerca a su conclusión. Los Ugha Mongulala saben que el final está próximo. Lo saben y lo esperan con resignación. Porque ellos creen en el legado de sus Maestros Antiguos. Con la imagen de los Dioses en sus corazones, siguen sus pasos. Siguen a aquellos que son de la misma carne y tienen el mismo padre.

  3 La era de la oscuridad 10.468 - 3166 a. de C.

 El científico germano-boliviano Posnansky estima que Tiahuanaco fue destruida hacia 10.000 a. de C. Los geólogos hablan de tremendos cambios climáticos que podrían haber sido causados por una desviación del eje de la Tierra. La Era Neolítica, que se inicia hacia 5000 a. de C., contempló importantes innovaciones culturales y añadió una transformación económica que iba a tener grandes repercusiones: la transición a la agricultura y a los sistemas económicos productivos. El hombre neolítico cultivaba cereales salvajes y criaba ovejas, cabras y cerdos. Grandes familias se establecieron en aldeas y posteriormente en pueblos fortificados. Entre el octavo y el sexto milenio a. de C., Jericó es considerado como el estadio preliminar de las altas civilizaciones urbanas, aunque los egiptólogos sospechan de la existencia de una cultura aún más antigua en el valle del Nilo. Los hallazgos arqueológicos en Eridu y en Uruk apuntan hacia las primeras construcciones sagradas. Es aquí donde se han hallado las primeras tablillas de arcilla con inscripciones. La palabra y los signos fonéticos reemplazaron a la primitiva escritura pictográfica. En todas estas civilizaciones puede observarse una atención especial a los muertos. Varias inundaciones y erupciones volcánicas catastróficas, probablemente hacia 3000 a. de C., son descritas en la Biblia como El Gran Diluvio. América del Sur continúa siendo colonizada por oleadas de inmigrantes procedentes de Asia.

  El hundimiento del imperio 

Verdaderamente, los Blancos Bárbaros son un pueblo poderoso. Gobiernan sobre el cielo y sobre la Tierra, y son al mismo tiempo pájaro, gusano y caballo. Piensan que están viendo la luz, mas sin embargo viven en la oscuridad y son malvados. Y lo peor de todo es que niegan a su propio Dios y se esfuerzan por llegar a ser Dioses y por hacernos creer que ellos son los que gobiernan el mundo. Pero los Dioses son más grandes y más poderosos que todos los Blancos Bárbaros juntos. Los Dioses todavía deciden quién de nosotros debe morir y cuándo. Todavía el Sol, la Tierra y el fuego les sirven a ellos antes que a nadie. Porque los Dioses no permiten que sus secretos les sean arrebatados. Dicen nuestros sacerdotes que un día enviarán un juicio que liberará a los Blancos Bárbaros del peso de sus errores. Vendrá una lluvia continua que eliminará la oscuridad de sus corazones. Las aguas se elevarán cada vez más y se llevarán su maldad y su codicia de poder y de dinero. Así sucedió ya en una ocasión hace miles de años. tal y como queda escrito en la crónica, con buenas palabras, con lenguaje claro: Pasaron tres lunas, tres veces tres lunas. Entonces las aguas se dividieron. La Tierra se tranquilizó nuevamente. Las corrientes de agua encontraron cursos diferentes y se perdieron entre las colinas. Surgieron grandes montarías desafiaron al sol. Cuando los Servidores Escogidos salieron de las residencias subterráneas, la Tierra había cambiado. Grande era su tristeza. Elevaron sus rostros hacia el cielo. Sus ojos buscaron las llanuras y las colinas, los ríos y los lagos. Terrible era la verdad, horrible la destrucción. E Ina congregó al consejo de ancianos. Las Tribus Escogidas reunieron ofrendas: joyas, y miel de abejas, e incienso. Y las sacrificaron para hacer que los Dioses regresaran a la Tierra. Pero el cielo se mantuvo vacío. Había comenzado la era del Jaguar: el tiempo de la sangre en el que todo quedaría destruido. Así, pues, el contacto entre los Maestros A antiguos y sus servidores había quedado cortado. Y una nueva vida se iniciaba. Los años de sangre, el periodo entre el año 13 y el año 7315, son la época más terrible de la historia de mi pueblo. La Crónica de Akakor no recoge sus acontecimientos. Durante miles de años, no hay anotación alguna. Los recuerdos orales son también pobres y están recorridos por extrañas profecías. Fue una época terrible. El jaguar salvaje se acercó y devoró la carne de los hombres. Quebrantó los huesos de los Servidores Escogidos. Rasgó las cabezas de sus servidores. La oscuridad se extendió por la Tierra. Tras la primera Gran Catástrofe, el imperio se encontraba en una situación desesperada. Las residencias subterráneas de los Maestros Antiguos habían soportado los tremendos corrimientos de tierras y ninguna de las trece ciudades quedó destruida, pero muchos de los pasadizos que unían las fronteras del imperio habían quedado bloqueados. Su luz misteriosa se había extinguido al igual que la de una vela apagada por el viento. Las veintiséis ciudades fueron destruidas por una tremenda inundación. Los recintos religiosos sagrados de Salazere, Tiahuanaco y Manoa yacían en ruinas, destruidos por la furia terrible de los Dioses. Los exploradores que habían sido enviados al exterior informaron a su vuelta de que tan sólo unas pocas de las Tribus Escogidas habían sobrevivido a la catástrofe. Éstas, empujadas por el hambre, abandonaron sus antiguos asentamientos y penetraron en el territorio de los Ugha Mongulala, sembrando a su paso la destrucción y la muerte. La desesperación, la angustia y la miseria se extendieron por todo el imperio. Estallaron violentas luchas sobre las últimas regiones fértiles. El dominio de las Tribus Escogidas estaba a punto de concluir. Este fue el comienzo del ignominioso final del imperio. Los hombres habían perdido la razón. Se arrastraban por el país en todas las direcciones. Temblaban de miedo y de terror. Estaban abatidos. Su espíritu, confundido. Como animales, se atacaron los unos a los otros. Mataron a sus vecinos v comieron sus carnes. Ciertamente, los tiempos eran horribles. El terrible período entre la primera y la segunda Gran Catástrofe, desde 10.468 a. de C. hasta 3166 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros, puso a mi pueblo al borde de la extinción. Las Tribus Degeneradas, que con anterioridad a la primera Gran Catástrofe habían sido aliadas de los Ugha Mongulala, fundaron sus propios imperios. Derrotaron a los ejércitos de los Ugha Mongulala y en nuestro año 4130 los empujaron hasta las puertas de Akakor. Las tribus de los Degenerados formaron una alianza. Decían: «¿Cómo podemos proceder con nuestros antiguos gobernantes? Verdaderamente, todavía son pode-rosos». De modo que se reunieron en consejo. «Tendámosles una emboscada. Los mataremos. ¿No somos grandes en número? ¿No somos más que suficientes para vencerlos?» Y todas las tribus se armaron. Reunieron un numeroso ejército. La vista no podía alcanzar a ver toda la enorme masa de sus guerreros. Deseaban conquistar Akakor. Marcharon en formación para matar a Urna, el príncipe. Mas los Servidores Escogidos se habían preparado. Esperaron en la cumbre de la montaña. El nombre de la montaña en la que esperaron era Akai. Todas las Tribus Escogidas se habían agrupado en torno a Urna cuando los Degenerados se acercaron. Llegaron dando alaridos, con arcos y con flechas. Cantaban canciones de guerra. Aullaban y, con sus dedos, silbaban. Y así fue cómo asaltaron Akakor. En este punto, la Crónica de Akakor se interrumpe. Cuentan nuestros sacerdotes que los Ugha Mongulala perdieron la batalla y que Urna fue asesinado. Los supervivientes se retiraron al interior de las residencias subterráneas. La derrota en Akai, la montaña del destino, representa el punto más bajo de la desgracia de mi pueblo. Al igual que los Blancos Bárbaros, que niegan a los Dioses y se consideran a sí mismos por encima de toda ley, los Ugha Mongulala fueron cayendo progresivamente en la humillación. Confundidos por estos acontecimientos incomprensibles, comenzaron a adorar los árboles y las rocas, e incluso a sacrificar animales y seres humanos. Y fue entonces cuando cometieron el más vergonzoso crimen en los 10.000 años de historia de mi pueblo. Así es cómo sucedió: Cuando Urna murió en la batalla contra las Tribus Degeneradas, el Sumo Sacerdote negó a su hijo Hanán la entrada en los recintos secretos de los Dioses, lo desterró y usurpó su poder. Contra las leyes de los Dioses y sin el debido respeto hacia los Padres Antiguos, comenzó a gobernar al pueblo de la forma que a él le pareció bien. Éste fue el punto culminante de la era de la sangre, el período durante el cual el jaguar salvaje señoreaba por doquier. ¿Por qué sufrió mi pueblo estos crímenes? ¿Por qué toleraron los ancianos las fechorías del Sumo Sacerdote? Tan sólo existe una única explicación. Tras la partida de los Dioses, sólo algunas personas conocían la sabiduría de los Maestros Antiguos. Los sacerdotes ya no transmitían su conocimiento. Enseñaban las verdades de los Padres Antiguos únicamente a sus confidentes más próximos. Su poder se hizo cada vez mayor a medida que el legado sagrado desaparecía. Pronto se sintieron responsables por sí solos de todo lo que ocurriera en la Tierra y en el cielo. Durante miles de años, los sacerdotes gobernaron omnipotentemente sobre los Ugha Mongulala. Eso es lo que dicen nuestros antepasados. Y debe ser verdad, porque sólo la verdad se conserva en la memoria de los hombres a través de los tiempos.

  La segunda Gran Catástrofe 

Terrible es la historia. Terrible la verdad. Los Servidores Escogidos todavía estaban viviendo en las residencias subterráneas de los Dioses. Cientos de años, miles de años. El legado sagrado había sido olvidado. Su escritura se había vuelto ilegible. Los servidores habían traicionado la alianza con sus Dioses. Vivían por encima de toda norma, como los animales en el bosque. Caminaban en todas direcciones. Los crímenes eran cometidos a la luz del día. Y los Dioses se sentían agraviados. Sus corazones se veían llenos de tristeza por la maldad de los hombres. Y los Dioses dijeron: «Castigaremos al pueblo. Lo erradicaremos de la faz de la Tierra —al hombre y al ganado, a los gusanos y a los pájaros del cielo— porque ha rechazado nuestro legado». Y los Dioses comenzaron a destruir al pueblo. Enviaron una potente estrella cuya roja estela ocultó el cielo. Y enviaron un fuego más brillante que mil soles juntos. Había comenzado la gran sentencia. Durante trece lunas cayeron las lluvias. Crecieron las aguas de los océanos. Los ríos afluyeron hacia atrás. El Gran Río se convirtió en un enorme lago. Y los pueblos fueron destruidos. Se ahogaron en la terrible inundación. Los Ugha Mongulala sobrevivieron a la segunda Gran Catástrofe en la historia de la Humanidad. Refugiados en las residencias subterráneas de sus Maestros Antiguos, observaron con terror la destrucción de la Tierra. Mientras que los Servidores Escogidos se sabían inocentes durante la primera Gran Catástrofe, ahora se acusaban los unos a los otros del segundo acontecimiento terrible. Estallaron las disputas y las luchas. En Akakor inferior se inició una guerra civil que habría llevado a mi pueblo a la extinción a no ser porque entonces ocurrió un hecho que desde hacía tiempo había sido profetizado por los sacerdotes. Cuando mayor era la necesidad, los Maestros Antiguos regresaron. Y con su regreso se inicia un nuevo capítulo en la historia de los Ugha Mongulala, el segundo libro de la Crónica de Akakor. El primer libro concluye con las hazañas de Madus, un valeroso guerrero de los Ugha Mongulala quien, aun en los momentos más difíciles, no había perdido su fe en el legado de los Dioses, tal y como está escrito en la crónica: Madus se atrevió a tomar el camino que conducía a la superficie de la Tierra. Sin temer ni a la tormenta ni al agua, salió. Contempló con desolación el devastado país. No vio ni personas ni plantas, sólo algunos animales y pájaros asustados que volaban sobre la infinita extensión de agua hasta que se cansaban y caían para ahogarse. Esto fue lo que Madus vio. Y al mismo tiempo se entristeció y se enojó. Arrancó unos troncos de árboles del suelo inundado, recogió unas maderas a la deriva y construyó una balsa para ayudar a los animales. Tomó un par de cada: dos jaguares, dos serpientes, dos tapires, dos halcones. Y las aguas ascendientes empujaron su balsa cada vez más alto, montañas arriba, hasta la cima del Monte Akai, la montaña del destino de las Tribus Escogidas. Aquí Madus permitió que los animales se trasladaran a la Tierra y que los pájaros se elevaran en el aire. Y cuando, después de trece lunas, las aguas retrocedieron de nuevo y el sol dispersó las nubes, regresó a Akakor e informó del final de la terrible era de la sangre.

  El Libro del Águila 

Esta es el águila. Potentes son sus alas y poderosas sus garras. Su mirada contempla imperiosamente la Tierra. Está por encima del hombre. No puede ser ni vencida ni muerta. Durante trece días se yergue en el cielo, y durante trece días vuela para encontrarse con el Sol naciente. Verdaderamente, es sublime.

  1 El regreso de los Dioses 3166 - 2981 a. de C.

 El calendario maya comienza en el año 3113 a. de C. y termina el 24 de diciembre de 2011 d. de C. La historiografía tradicional sitúa el inicio de los acontecimientos históricos hacia 3000 a. de C. El período que se extiende hasta las migraciones germánicas (375 d. de C.) constituye la Antigüedad, y comienza con el nacimiento de las altas civilizaciones en los oasis fluviales del bajo Nilo y entre el Eufrates y el Tigris, que es donde el hombre desarrolla su primera existencia histórica. Los momentos culminantes de la historia oriental se caracterizan por inmensos imperios gobernados por monarcas fuertes y agresivos. La vida espiritual queda restringida a la religión organizada. El Oriente es la cuna de la escritura, del servicio civil y de una tecnología asombrosamente eficiente. Entretanto, el hombre europeo y el asiático continúan en el nivel neolítico. Se han sugerido diversas fechas para el comienzo de las civilizaciones americanas. El explorador británico Niven estima que los primeros asentamientos urbanos de los antecesores de los aztecas fueron fundados hacia 3500 a. de C. Según el arqueólogo peruano Daniel Ruiz, Machu Picchu, la misteriosa ciudad en ruinas de los altos Andes, fue fundada antes de la catástrofe mundial descrita en la Biblia como el Diluvio. La historiografía tradicional rechaza ambas fechas. Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses La Crónica de Akakor, la historia escrita de mi pueblo desde la hora cero hasta el año 12.453. es nuestro mayor tesoro. Contiene toda la sabiduría de los Ugha Mongulala, escrita en el lenguaje milenario de nuestros Padres Antiguos. Recoge el legado de los Maestros Antiguos, que ha determinado la vida de mi pueblo durante más de 10.000 años. Contiene los secretos de las Tribus Escogidas y corrige asimismo la historia de los Blancos Bárbaros. Porque la Crónica de Akakor describe el nacimiento y la decadencia de un pueblo escogido por los Dioses hasta el final del mundo, cuando ellos regresarán después de que una tercera Gran Catástrofe haya destruido a los pueblos. Así está escrito. Así es cómo hablan los sacerdotes. Así ha sido registrado, con buenas palabras, con lenguaje claro: Todavía el crepúsculo cubría la superficie de la Tierra. Todavía un velo cubría el Sol y la Luna. Aparecieron entonces las naves en el cielo, poderosas y de un color dorado. Grande fue la alegría de los Servidores Escogidos. Sus Maestros Antiguos volvían. Regresaban a la Tierra con sus rostros resplandecientes. Y el Pueblo Es-cogido reunió sus ofrendas: plumas del gran pájaro de los bosques, miel de abejas, incienso y frutas. Los Servidores Escogidos depositaron estas ofrendas a los pies de los Dioses y bailaron. Bailaron con sus rostros vueltos hacia el Este, hacia el Sol naciente. Bailaron con lágrimas de alegría en sus ojos por el regreso de los Maestros Antiguos. Y los animales también se regocijaron. Todos, hasta el más humilde, se irguieron en los valles y contemplaron a los Padres Antiguos. Mas no eran muchos los que quedaban. Los Dioses habían matado a la mayoría en castigo por su conducta. Sólo unas pocas personas quedaban vivas para saludar con el debido respeto a los Maestros Antiguos. En el año 7315 (3166 a. de C.) * los Dioses, que tan ansiadamente habían sido esperados por mi pueblo, regresaron a la Tierra. Los Maestros Antiguos de las Tribus Escogidas regresaron a Akakor y asumieron el poder. Pero únicamente unas pocas naves llegaron a nuestra capital, y los Dioses apenas permanecieron tres meses con los Ugha Mongulala. Seguidamente abandonaron de nuevo la Tierra. Tan sólo los hermanos Lhasa y Samón no regresaron al lugar de sus Padres Antiguos. Lhasa se estableció en Akakor; Samón voló hacia el Este y fundó su propio imperio. * Los años entre paréntesis son «según el calendario de los Blancos Bárbaros» o cristiano. (N. del E.) Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, asumió el poder sobre un imperio devastado. Únicamente 20 millones de personas de los 362 que vivieron durante la Edad de Oro habían sobrevivido a la segunda Gran Catástrofe. Los asentamientos y los pueblos estaban en ruinas. Hordas de Tribus Degeneradas avanzaban por las fronteras. La guerra imperaba por todo el territorio. El legado de los Dioses había sido olvidado. Lhasa reconstruyó el antiguo imperio. Como una protección contra las tribus hostiles que avanzaban, mandó construir grandes fortalezas. Bajo su mando, los Ugha Mongulala erigieron grandes murallas de tierra a lo largo del Gran Río y las fortificaron con empalizadas de madera. A escogidos guerreros les fue confiada la tarea de proteger la nueva frontera y de avisar a Akakor sobre los avances de las tribus hostiles. En el sur del país llamado Bolivia, Lhasa levantó las bases de Mano, Samoa y Kin. Estaban compuestas por trece edificios amurallados siguiendo la estructura de los recintos religiosos de nuestros Padres Antiguos. Una pirámide con una escalera en su parte delantera, un techo inclinado, y una habitación abovedada interior y exterior, dominaba sobre el campo que le rodeaba. Lhasa asentó a las Tribus Aliadas en las cercanías de las tres fortalezas. Estaban bajo el mando del príncipe de Akakor y tenían la obligación de pagar el impuesto de guerra. Desde hacía miles de años, una nación vivía en las fronteras occidentales del imperio, y con la cual los Ugha Mongulala habían estado relacionados con una amistad especial. Esta nación, los incas, conocía el idioma y la escritura de los Maestros Antiguos. Sus sacerdotes conocían asimismo el legado de los Dioses. Hacia el final de la segunda Gran Catástrofe, esta tribu trasladó sus poblados a las montañas del país llamado Perú y allí fundó su propio imperio. Lhasa, preocupado por la seguridad de Akakor, dispuso que se erigiera una fortaleza en la frontera occidental y dio órdenes para la construcción de Machu Picchu, una nueva ciudad de templos situada en una elevación de los Andes. El sudor perlaba las frentes de los porteadores. Las montañas se tiñeron de rojo con su sangre. Por eso se les llama las Montañas de Sangre. Pero Lhasa no les dio descanso. La nación de los Servidores Escogidos hacía penitencia por la traición de sus antepasados. Y los días pasaron. El Sol salió y se puso. Llegaron las lluvias y el frío. Las quejas de los Servidores Escogidos resonaron en el aire. Cantaban su sufrimiento con dolor. La construcción de la ciudad sagrada de Machu Picchu es uno de los grandes acontecimientos de la historia de mi pueblo. Los detalles sobre su construcción permanecen oscuros. Muchos son los secretos eternamente ocultos en la escarpada Montaña de la Luna que protege Machu Picchu. Según los relatos de los sacerdotes, los trabajadores arrancaban de las rocas las piedras para las casas de los guerreros y las residencias de los sacerdotes y sus servidores. Un ejército de operarios trasladaba los bloques de granito para el palacio de Lhasa desde los lejanos valles de las laderas occidentales de los Andes. Y cuentan también los sacerdotes que dos generaciones no fueron suficientes para completar la ciudad, y que las quejas de los Ugha Mongulala eran cada vez más insistentes a medida que el tiempo pasaba. Las Tribus Escogidas comenzaron a rebelarse y a maldecir a los Padres Antiguos. Parecía que iba a surgir una revuelta contra Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. Se produjo entonces un estruendo en el cielo y la luz del día se convirtió en tinieblas. La ira de los Dioses explotó en un trueno resonante y en una iluminación terrible. Y mientras caía una densa lluvia, los dirigentes de los insatisfechos quedaron convertidos en piedra, piedras vivientes y con piernas. Lhasa les ordenó que se introdujeran en las montañas y que se emparedaran dentro de las escaleras y terrazas de Machu Picchu. Así es cómo fueron castigados los rebeldes.

EL IMPERIO DE LHASA, EL HIJO ELEGIDO DE LOS DIOSES.

 Ellos soportan la ciudad sagrada sobre sus espaldas, eternamente prisioneros dentro de las piedras. Machu Picchu es una ciudad sagrada. Sus templos están dedicados al Sol, a la Luna, a la Tierra, al mar y a los animales. Una vez que cuatro generaciones de hombres hubieron completado la ciudad, Lhasa se trasladó a ella y desde aquí condujo al imperio a un nuevo periodo de esplendor y prestigio. Bajo Lhasa, el número de guerreros creció. Se sentían fuertes y no tenían que preocuparse por el país o por la familia. Sólo tenían ojos para las armas. Protegidos por los Dioses, vigilaban las posiciones de los enemigos. Recorrían el mundo siguiendo las instrucciones de Lhasa, porque el Hijo Elegido de los Dioses era verdaderamente un gran príncipe. Nadie podía derrotarle ni matarle. Lhasa era uno de los Dioses. Durante trece días, se elevó en los cielos. Durante trece días caminó para encontrarse con el Sol naciente. Durante trece días adoptó la forma de un pájaro y era verdaderamente un pájaro. Durante trece días se convirtió en un águila. Era realmente un elegido. Todos se inclinaban ante su presencia. Su poder llegaba hasta los límites del cielo, hasta los límites de la Tierra. Y las tribus se inclinaron ante el señor divino. Lhasa fue el innovador decisivo del imperio de los Ugha Mongulala. Durante los trescientos años de su reinado, sentó las bases de un poderoso imperio. Luego regresó con los Dioses. Convocó a los ancianos del pueblo y a los sumos sacerdotes y les transmitió sus leyes. Ordenó al pueblo que viviera para siempre según el legado de los Dioses y que obedeciera sus prescripciones. Luego Lhasa se volvió hacia el Este y se inclinó ante el Sol naciente. 
Antes de que sus rayos tocaran la ciudad sagrada, ascendió en su disco volante la Montaña de la Luna que se destaca sobre Machu Picchu y se retiró para siempre de los humanos. Esto es lo que cuentan los sacerdotes sobre la misteriosa partida de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, el único príncipe de las Tribus Escogidas que vino de las estrellas.

  Samón y el imperio del Este 

A menudo Lhasa estaba ausente con su disco volante. Visitaba a su hermano Samón. Volaba al poderoso imperio del Este. Y llevaba consigo una extraña vasija que podía atravesar el agua y las montañas. La Crónica de Akakor no dice mucho sobre el imperio de Samón, el hermano de Lhasa, que había descendido a la Tierra con los Dioses en el año 7315. Según la historia escrita de mi pueblo, se estableció sobre un gran río situado más allá del océano oriental. 
Escogió a unas tribus errantes y les transmitió sus conocimientos y su sabiduría. Bajo su dirección, cultivaron los campos y construyeron poderosas ciudades de piedra. Surgió un poderoso imperio, imagen idéntica del de Akakor, y construido según el mismo legado de los Dioses que también determinaba la vida de los Ugha Mongulala. Lhasa, el Príncipe de Akakor, visitaba regularmente a su hermano Samón en su imperio y permanecía con él en las magníficas ciudades religiosas sobre el gran río. Para reforzar los lazos entre las dos naciones, en el año 7425 (3056 a. de C.) ordenó la construcción de Ofir, una poderosa ciudad portuaria sobre la desembocadura del Gran Río. Durante casi dos mil años, los barcos procedentes del imperio de Samón arribaron aquí con sus valiosos cargamentos. A cambio de oro y de plata, traían pergaminos escritos en el idioma de nuestros Padres Antiguos, y también raras maderas, finísimos tejidos y unas piedras verdes que eran desconocidas para mi pueblo. Pronto Ofir se convertiría en una de las ciudades más ricas del imperio y botín apetecido de las tribus salvajes del Este. Éstas asaltaron la ciudad en repetidos ataques, hicieron incursiones contra los barcos anclados e interrumpieron las comunicaciones con el interior. Cuando unos mil años después de la partida de Lhasa el imperio se desintegró, lograron por fin conquistar Ofir en el curso de una poderosa campaña. Asolaron la ciudad y la quemaron completamente. Los Ugha Mongulala entregaron las provincias costeras del océano oriental y se retiraron hacia el interior del país. Y la conexión con el imperio de Samón quedó cortada. Mi pueblo únicamente ha conservado la memoria del imperio de Samón y sus regalos a Lhasa, los pergaminos escritos y las piedras verdes. Nuestros sacerdotes los han guardado en el recinto religioso subterráneo de Akakor, en donde también se conservan el disco volante de Lhasa y la extraña vasija que puede atravesar las montañas y las aguas. 
El disco volante es del color del oro resplandeciente y está hecho de un metal desconocido. Su forma es como la de un cilindro de arcilla, es tan alto como dos hombres colocados uno encima del otro, y lo mismo de ancho. En su interior hay espacio para dos personas. No tiene ni velas ni remos. Pero dicen nuestros sacerdotes que con él Lhasa podía volar más rápido que el águila más veloz y moverse por entre las nubes tan ligero como una hoja en el viento. La extraña vasija es igualmente misteriosa. Seis largos pies sostienen una gran bandeja plateada. Tres de los pies apuntan hacia delante, otros tres hacia atrás. Éstos se parecen a cañas dobladas de bambú y son móviles; terminan en unos rodillos de una largura parecida a los lirios del valle. Estos son los últimos vestigios del glorioso período de Lhasa y de Samón. Desde entonces, mucha agua ha caído en el océano. El imperio antiguamente poderoso, las 130 familias de Dioses que vinieron a la Tierra, han desaparecido y los hombres viven sin esperanza. Pero los Dioses regresarán. Regresarán para ayudar a sus hermanos, los Ugha Mongulala, que son de la misma sangre y tienen el mismo padre, tal y como está escrito en la crónica: Esto es lo que Lhasa ha profetizado. Y así sucederá. Nuevos lazos de sangre se establecerán entre los imperios de Lhasa y de Samán. Se renovará la alianza entre sus pueblos, y sus descendientes se encontrarán nuevamente los unos con los otros. Entonces regresarán los Maestros Antiguos.

  Akahim, la Tercera Fortaleza 

Las noticias sobre Akahim, la Tercera Fortaleza, proceden de los tiempos de Lhasa. Esta ciudad de piedra está situada en las montañas en la frontera norte entre los países llamados Venezuela y Brasil. No sabemos quién construyó Akahim. Únicamente podemos imaginarnos cuándo fue levantada. Sólo comienza a mencionársele en la crónica tras el regreso de los Maestros Antiguos en el año 7315. Desde entonces, Akakor y Akahim han estado unidas por una gran amistad. Yo mismo he visitado en varias ocasiones la capital de la nación hermana de las Tribus Escogidas. Se parece a Akakor, con su puerta de piedra, el Templo del Sol y los edificios para el príncipe y los sacerdotes. Una piedra labrada en forma de dedo extendido señala el camino hacia la ciudad. La entrada real está oculta detrás de una inmensa cascada de agua. Sus aguas caen hasta una profundidad de 300 metros. Yo puedo revelar estos secretos porque desde hace 400 años Akahim está en ruinas. Después de guerras terribles contra los Blancos Bárbaros, el pueblo de los Akahim destruyó las casas y los templos de la superficie y se retiró al interior de las residencias subterráneas. Estas residencias están dispuestas como la constelación estelar de los Dioses y se hallan conectadas mediante unos largos túneles de forma trapezoidal. Hoy en día, sólo cuatro de las residencias están todavía habitadas; los nueve restantes están completamente vacías. Los en un tiempo poderosos Akahim apenas ascienden actualmente a 5.000 almas. Akahim y Akakor se comunican entre sí mediante un pasadizo subterráneo y un enorme sistema de espejos. El túnel comienza en el Gran Templo del Sol de Akakor, continúa por debajo del cauce del Gran Río y termina en el centro de Akahim. El sistema de espejos se extiende desde el Akai, por encima de la alineación de los Andes, hasta las Montañas Roraina, que es como las llaman los Blancos Bárbaros. Consiste en una serie de espejos de plata de altura equivalente a la de un hombre y montados sobre unos grandes andamios de bronce. Cada mes, los sacerdotes se comunican por este sistema los acontecimientos más importantes en un idioma de signos secretos. Fue de esta forma cómo la nación hermana de los Akahim tuvo noticias por primera vez sobre la llegada de los Blancos Bárbaros al país llamado Perú. La Segunda Fortaleza y la Tercera Fortaleza son los últimos vestigios del en un día poderoso territorio de nuestros Maestros Antiguos. Son el testimonio de un conocimiento superior, de una sabiduría inconmensurable, y de los secretos de los Dioses que ellos legaron a los Ugha Mongulala para preservar la herencia, tal y como está escrito en la crónica, con buenas palabras, con lenguaje claro: He aquí nuestra ley suprema. Conservad nuestro legado. Mantenedlo sagrado, allá donde vayáis, allá donde construyáis vuestras cabañas, allá donde encontréis un nuevo hogar. Nunca actuéis según vuestra propia voluntad. Cumplid la voluntad de los Dioses. Escuchad sus palabras con respeto y gratitud. Porque ellos son grandes e inconmensurable es su sabiduría. 


El imperio de Lhasa 2982 - 2470 a. de C.

 El cultivo de los valles fluviales del Nilo, del Eufrates y del Tigris inició el desarrollo gradual de las más antiguas civilizaciones de Oriente. Hacia 3000 a. de C., el Rey Menes fundó el Imperio Antiguo de Egipto. Era éste un Estado administrado centralmente y con un servicio civil de admirable estructuración. El Faraón, la Gran Casa, tenía poder absoluto para gobernar como una reencarnación divina. Su acción oficial más importante consistía en la construcción de una gigantesca tumba de piedra, la pirámide. Las estatuas y los relieves mágicos encontrados en las cámaras funerarias evidencian el elevado nivel de su cultura material y espiritual. La escritura jeroglífica altamente desarrollada, y perfeccionada por los sacerdotes, describe las glorias del imperio. Hacia 2500 a. de C., los sumerios avanzaban hacia Babilonia. En el año 2350 a. de C., el rey semita Sargón fundó el primer gran imperio que conoce la historia. Los únicos datos sobre el desarrollo histórico paralelo en el continente americano nos los proporciona el historiador español Fernando Montesinos, quien sitúa el origen de la dinastía inca de los Reyes del Sol en el tercer milenio a. de C.

  El nuevo orden 

Nada existía durante mucho tiempo, únicamente la tierra y las montañas. Esto es lo que los Dioses nos enseñaron. Ésta es la ley de la Naturaleza. También mi pueblo está sujeto a dicha ley. Es lo bastante poderoso para confiar en la mas importante ley del mundo. ¿Pero qué sentido tiene la vida para nosotros si no luchamos? ¿Qué sentido tiene si los Blancos Bárbaros quieren exterminarnos? Nos han privado de nuestra tierra y cazan a los hombres y a los animales. Los gatos monteses desaparecen con rapidez. Ya sólo quedan algunos jaguares allí donde hace unos años abundaban. Cuando hayan desaparecido, moriremos de hambre. Nos veremos obligados a rendirnos a los Blancos Bárbaros. Pero ni siquiera esto les satisface. Exigen que vivamos según sus propias leyes y costumbres. Mas nosotros somos hombres libres del sol y de la luz, y no deseamos llenar nuestros corazones de pesadumbre con sus falsas creencias. No queremos ser como los Blancos Bárbaros, que pueden estar felices y llenos de alegría incluso cuando sus hermanos están infelices y tristes. No nos queda, por tanto, otra alternativa que la de recoger la Flecha Dorada, luchar, y morir tal como Lhasa —el Hijo Elegido de los Dioses que llegó para fundar un nuevo imperio y proteger a los Ugha Mongulala de la destrucción— nos enseño. Lhasa dejó tras sí el poder y la gloria. Había decisiones y gobierno. Los hijos nacieron. Muchas cosas ocurrieron. Y el Pueblo Escogido adquirió aún mayor fama cuando reconstruyó Akakor con argamasa y cal. Pero los Servidores Escogidos no trabajaban. No construían fortalezas ni residencias. Dejaron esta tarea para las Tribus Sometidas. No tenían necesidad de pedir, ni de mandar, ni de utilizar la violencia, ya que todos obedecían con alegría a los nueras señores. Y el imperio se extendió. Grande era el poder de los Servidores Escogidos. Sus leyes imperaban sobre las cuatro esquinas del imperio. Lhasa restauró la fama de los Ugha Mongulala. Las fronteras, apaciguadas y seguras: las tribus hostiles, derrotadas; las Tribus Aliadas, sometidas al servicio militar, tal y como Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, había ordenado. Pero Lhasa no sólo restableció el poder exterior del imperio sino que también renovó el orden interior del territorio. Lhasa dividió a los Ugha Mongulala en rangos y en clases, y por primera vez el legado de los Dioses quedó registrado en leyes escritas. Durante miles de años, éstas han regido la vida de mi pueblo. Únicamente serian modificadas y completadas tras la llegada de los 2.000 soldados alemanes muchos siglos después. «Hemos de dividir nuestras tareas.» Así habló y decidió Lhasa. Y así fueron renovados los rangos y distinguidas las clases. Todos los títulos y dignatarios —el príncipe, el sumo sacerdote y los ancianos del pueblo— fueron nombrados de nuevo. Éste fue el origen de los rangos y de las clases. Éste fue el nuevo orden del Hijo Elegido de ¡os Dioses, y que determinó la vida de los Ugha Mongulala. Según las leyes escritas de Lhasa, el príncipe es el jefe de los Ugha Mongulala. Él es el más alto servidor de los Dioses, el descendiente de los Maestros Antiguos y el gobernador de las Tribus Escogidas. El pueblo lo llama el Elegido, porque los Dioses le han escogido para administrar el imperio. No es elegido por el pueblo. El oficio de príncipe es hereditario y se transmite de padre a hijo, al que a partir de los once años los sacerdotes enseñan el legado de los Dioses. Éstos le instruyen en la historia de las Tribus Escogidas y le preparan para su futura tarea con ejercicios físicos y espirituales. Cuando el príncipe ha muerto, su hijo primogénito es llamado por los ancianos. Ha de demostrarles que está preparado para ser el más alto servidor de los Maestros Antiguos. Una vez que ha pasado la prueba, el sumo sacerdote le envía a una región secreta de las residencias subterráneas. Aquí deberá permanecer durante trece días y dialogar con los Dioses. Si éstos piensan que aquél merece la herencia de su legado, los ancianos lo presentarán como el nuevo gobernador de su pueblo. Pero si los Dioses lo rechazan y no regresa de las regiones subterráneas después de los trece días, los sacerdotes determinarán el correcto heredero con la ayuda de las estrellas. Ellos calcularán el nacimiento de un muchacho varón un día y una hora seis años antes. El escogido será llevado a Akakor y preparado para su futura tarea. Y así es como el príncipe gobierna sobre las Tribus Escogidas: él es el supremo señor de la guerra y el más alto administrador del imperio. Los guerreros de los Ugha Mongulala están bajo sus órdenes. Asimismo, los ejércitos de las Tribus Aliadas le deben fidelidad. Decide por sí solo la guerra y la paz. Nombra a los más altos servidores civiles y a los señores de la guerra. Las leyes venerables de Lhasa solamente podrán ser modificadas con su aprobación. Porque como legítimo descendiente de los Dioses, el príncipe se sitúa por encima de las leyes de los hombres y está autorizado para rechazar el consejo de los ancianos en tres ocasiones. Los tres mil mejores guerreros, seleccionados de entre las familias más famosas, se hallan bajo las órdenes directas del príncipe. Únicamente a ellos les es permitida la entrada en las residencias subterráneas portando armas. Los guerreros ordinarios lo tienen prohibido bajo pena de exilio. Pero la posición del príncipe no se basa exclusivamente en su poder personal, sino que descansa en su sabiduría, en su prudencia, en su conocimiento y en el legado de los Dioses, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor: Sobre lo alto de las montañas, entronizado por encima de los mortales, el príncipe gobernaba. Grande era su corazón. Dignas de confianza eran sus palabras. Conocía los secretos de la naturaleza. Decidía el destino de las Tribus Escogidas. Las otras tribus también estaban sometidas a su mando. Todos los hombres se inclinaban ante su ley. El príncipe es el primer servidor de mi pueblo. A su lado está el Consejo de Ancianos, compuesto de 130 hombres y que se corresponden con el número de familias divinas que poblaron la Tierra. Todos los miembros del consejo supremo han destacado por sus conocimientos especiales o por sus hazañas en la guerra. Forman asimismo parte de él los cinco sumos sacerdotes y los señores de la guerra. El Consejo de Ancianos asesora al príncipe en todas las cuestiones importantes: supervisa el cumplimiento de las leyes, ordena la construcción de caminos, de poblados y de ciudades, y determina los impuestos que deben pagar todas las Tribus Escogidas. El consejo supremo se reúne, según un ritual prescrito, una vez al mes en la Gran Habitación del Trono de las residencias subterráneas. Los cinco sumos sacerdotes dirigen las acciones de los 130 ancianos y depositan una hogaza de pan santificado y una fuente de agua sobre una piedra sacrifical sagrada situada en el centro de la habitación. Los señores de la guerra rinden sus armas delante de esta piedra, simbolizando con ello su sometimiento a los Dioses Todopoderosos. Seguidamente, el príncipe, envuelto en una magnifica capa de azules plumas, entra en la habitación. Los miembros del consejo supremo visten capas blancas de lienzo. Únicamente una cadena hecha de pequeñas plumas permite identificar su rango. Tras la llegada del príncipe, los sacerdotes entonan una canción de alabanza en honor de los Dioses. Todos los presentes se inclinan hacia el Este, hacia el Sol naciente. Poco después, los 130 ancianos se mezclan con el pueblo reunido, y una vez que han escuchado a todos los demandantes, regresan hasta el príncipe e inician las deliberaciones. El ritual concluye con el anuncio de sus decisiones, que serán registradas por los escribas para toda la eternidad. El príncipe y el consejo supremo gobiernan a las Tribus Escogidas. La transmisión de sus órdenes y disposiciones cae bajo la responsabilidad de una clase especial, la de los servidores civiles. El proceso de selección es muy estricto. Los mejores estudiantes de las escuelas de los sacerdotes esparcidas por todo el país serán enviados a Akakor, donde los ancianos les instruirán sobre sus futuras tareas. Si el príncipe los considera merecedores del puesto, los enviará a una de las 130 provincias del país. Las funciones más importantes de los servidores civiles consisten en la supervisión de las leyes sagradas de Lhasa y en la observancia del pago de los tributos por parte de las Tribus Aliadas. Los servidores civiles informarán al consejo supremo sobre los acontecimientos que ocurran en las partes más alejadas del territorio, y constituyen el apoyo del príncipe en su gobierno sobre los Ugha Mongulala. Desde el reinado de Lhasa, la administración del imperio ha quedado confiada exclusivamente al príncipe, al consejo supremo y a la nueva clase de los servidores civiles. Los sacerdotes únicamente poseen la prerrogativa de conservar el legado de los Dioses. Para evitar la repetición de las luchas por el poder que se dieron durante la era de sangre, Lhasa promulgó una nueva ley. Dividió el ejército y asignó un guerrero a cada uno de los sacerdotes. El ejército de los señores de la guerra protege el país; el ejército de los sacerdotes protege el legado de los Dioses; tal y como está escrito en la crónica: Así habló y decidió Lhasa. Porque era sabio y conocía las debilidades de los humanos. Destruyó sus ambiciones con sus leyes. Determinó el futuro de las Tribus Escogidas v su bienestar.

  La vida en la comunidad 

Los Blancos Bárbaros piensan solamente en su propio bienestar y diferencian estrictamente entre mío y tuyo. Allá donde exista algo en su mundo —un trozo de fruta, un árbol, un poco de agua, o un pequeño montón de tierra—, siempre hay alguien que dice que eso le pertenece. En el idioma de los Ugha Mongulala, mío y tuyo significan lo mismo. Mi pueblo no dispone ni de posesiones ni de propiedades personales. La tierra pertenece a todos por igual. Los servidores civiles del príncipe asignan un pedazo de tierra fértil a cada familia, dependiendo su tamaño del número de sus miembros. Muchas de las familias están agrupadas en una comunidad rural, en la que colectivamente se cultivan las cosechas y los campos. Un tercio de lo recogido corresponde al príncipe, otro tercio a los sacerdotes, y el tercero queda en la comunidad. El Ugha Mongulala medio pasa toda su vida en la aldea. Goza de la protección del príncipe y es al mismo tiempo su servidor. Realiza su trabajo en el campo bajo la guía de los funcionarios. El trabajo se inicia al final de la estación seca, al comenzar la preparación para la siembra. El seco y duro suelo de los campos es aflojado por un arado, y las semillas colocadas en el interior de la tierra. Seguidamente, los sacerdotes sacrifican en el templo de la ciudad fruta recogida de la última cosecha e imploran la bendición de los Dioses. Durante la subsiguiente estación lluviosa, las mujeres están muy ocupadas tejiendo y tiñendo los tejidos, mientras los hombres salen de caza. Con arcos y flechas y con una larga lanza de bambú siguen las huellas del jaguar, del tapir y del jabalí. Su presa es cortada en trozos: la carne fresca es recubierta de miel y enterrada profundamente en la tierra para su conservación. De este modo se mantiene fresca hasta la próxima estación seca. Las pieles de los animales son curtidas y trabajadas por las mujeres para obtener botas y sandalias. Cuando el tiempo de la recolección ha llegado, las familias salen a los campos con cestos y vasijas y recogen los frutos. El maíz y las patatas quedan apartados en grandes silos de almacenamiento y posteriormente son enviados a Akakor en cumplimiento de la división prescrita de los bienes. Como los Blancos Bárbaros han penetrado cada vez más, el fértil suelo de los valles de los Andes y de las zonas altas del Gran Río se ha hecho escaso. Mi pueblo se ha visto por ello obligado a iniciar la construcción de terrazas sobre las laderas y sobre las colinas, e irrigadas por un denso sistema de canales. Muros de protección inteligentemente escalonados impiden que el suelo fértil sea excavado por las aguas. Todos los poblados de importancia disponen de grandes cisternas, y canales subterráneos llevan el agua a los campos. Así es como mi pueblo se provee de alimentos en las llanuras y en las montañas, tal y como Lhasa ordenó y tal y como está escrito en la crónica: Ahora hablaremos sobre lo que se hace en los campos donde se han congregado los Servidores Escogidos. Éstos recogen la fruta de la tierra. Recogen colectivamente maíz y patatas, miel de abejas y resina. Porque lo producido pertenece a todos y el terreno es propiedad común. Así es como Lhasa lo dispuso para que no hubiera ni diferencias ni hambre. Y la tierra se mostró generosa. El pueblo disfrutó de la abundancia y de la vida. Había alimentos más que suficientes en la tierra, en las llanuras y en los bosques, a lo largo de los ríos y en la inmensidad de las lianas. Para su uso diario, mi pueblo elabora una gran cantidad de objetos artísticamente trabajados. Las mujeres tejen los más finos tejidos con la lana del carnero de las montañas. Para colorear los vestidos y convertirlos en prendas sencillas y hermosas, utilizan vegetales y jugos de árboles que son desconocidos por los Blancos Bárbaros. En las llanuras y en los bosques sobre el Gran Río nos cubrimos con un taparrabos sujeto por un cinturón de lana coloreada. Con una capa hecha de gruesa lana nos protegemos contra el frío de las montañas. Únicamente utilizamos los adornos en las fiestas especiales. Las mujeres tejen cintas de colores para su pelo, que se corresponden con los colores respectivos de cada comunidad rural. Los hombres se pintan con los cuatro colores tribales de los Ugha Mongulala: blanco, azul, rojo y amarillo. Únicamente las clases superiores —funcionarios, sacerdotes y miembros del consejo supremo— lucen un collar de plumas de colores. Como un signo particular de su alta función, el príncipe y los sacerdotes llevan marcas tatuadas en sus pechos. Así como sucede con los demás pueblos del Gran Río, las necesidades diarias de los Ugha Mongulala son modestas. La alimentación básica se compone de patatas, de maíz, y de tubérculos y raíces de diversas plantas. Las patatas son cocidas: la carne es frita en un fogón abierto situado en la antecámara de la casa. En todas nuestras comidas bebemos agua y jugo de maíz fermentado. Para comer utilizamos cucharas de madera y cuchillos de bronce. En las cabañas rectangulares de piedra no disponemos ni de sillas ni de mesas. Durante las comidas, la familia se arrodilla sobre el puro suelo, y por la noche duerme sobre bancos labrados en piedra. Mi pueblo aprendió la utilización de los colchones rellenos de hierba con la llegada de los soldados alemanes. Perchas de bronce están insertas en las paredes interiores de las casas. Durante la noche, las ropas de lana se cuelgan sobre la entrada. Los alimentos se conservan en grandes vasijas de arcilla fabricadas con tierra roja de las montañas. Mediante grandes cuerdas, las vasijas son descendidas hasta el interior de los volcanes apagados para que allí se sequen, y posteriormente serán decoradas con bonitos dibujos que reproducen escenas de la historia de los Ugha Mongulala. Mas todos estos objetos no tienen ni punto de comparación con los de nuestros Maestros Antiguos. No poseemos herramientas como las que ellos poseían y que, como si fuera por arte de magia, suspendían las piedras más pesadas, creaban la iluminación o fundían las rocas. Los Dioses no nos transmitieron estos secretos. En su legado se reflejan solamente las leyes de la Naturaleza. Pero la Naturaleza nada sabe sobre el paso del tiempo, del desarrollo o del progreso. El ciclo eterno de la vida determina a todo lo existente —plantas, animales y humanos— tal y como está escrito en la Crónica de Akakor: Todo existe y todo se consume. Así es como hablan los Dioses. Y así lo enseñaron a las Tribus Escogidas. Todos los hombres están sujetos a sus leyes, porque existe una relación interna entre el cielo que está arriba y la Tierra que está abajo. Mi pueblo se ha sometido a la voluntad de los Dioses. Ello se evidencia en todos los aspectos de la vida, y también en la familia. Todo Ugha Mongulala ha de cumplir sus deberes para con la comunidad. Inicia su propia familia a la temprana edad de dieciocho años. Si una joven le gusta, el hombre vivirá con ella durante tres meses, en la casa de los padres de él. Durante este periodo de prueba, no le será permitida intimidad alguna. Si una vez transcurridos los tres meses el joven todavía desea desposarse con ella, el sacerdote declara el matrimonio y la pareja intercambia unas sandalias como símbolo de su fidelidad mutua y en presencia de todos los miembros de la comunidad rural. Según las leyes de Lhasa, a una familia le será permitido tener dos únicos hijos. Después de ello, la mujer recibe una droga del sumo sacerdote que la convierte en estéril. De esta manera, el Hijo Elegido de los Dioses impidió la miseria y el hambre. Mi pueblo no cree en el divorcio. Si un hombre y una mujer insisten, pueden vivir nuevamente separados, pero todo nuevo matrimonio está prohibido bajo pena de exilio. Porque sólo aquellos que conocen un solo hombre o una sola mujer pueden ser realmente felices. «Has cometido un acto terrible. Que la desgracia te acompañe. ¡Oh, tú, a quien los Dioses habían mostrado la verdad! ¿qué has hecho? ¿Por qué has violado las leyes de los Padres Antiguos? Eres culpable.» Así fue como el sumo sacerdote habló a Hama. Y Hama, que había rechazado a su esposa y había tomado a una nueva joven, admitió su falta. Su corazón era presa de angustia y de temor. Lloró amargas lágrimas. Pero el sumo sacerdote no se conmovió. «No te han sido reservadas ni la muerte ni la prisión, Hama. Has violado nuestra más sagrada ley. Serás enviado al exilio. Esa es nuestra sentencia.» Y Hama, que se había separado de su esposa, se separaba ahora de sí mismo. Vivió más allá de las fronteras como un Degenerado. Nadie se preocupó nunca más por su cabaña. Vagó por las montañas. Comió de las cortezas de los árboles y de los líquenes, los amargos líquenes que crecían sobre las rocas. Nunca más conoció los buenos alimentos. Y nunca más tuvo mujer alguna a su lado.

  La gloria de los Dioses 

Ciento treinta familias de los Dioses vinieron a la Tierra y seleccionaron a las tribus. Convirtieron a los Ugha Mongulala en sus Servidores Escogidos y les legaron su enorme imperio tras su partida. Con la primera Gran Catástrofe, el imperio de los Dioses se desintegró. Las Tribus Aliadas dejaron sus antiguos territorios y vivieron según sus propias leyes. Lhasa restableció el imperio con su antigua gloria y poder, sometió a las Tribus Degeneradas que se habían rebelado contra Akakor e integró a numerosas tribus salvajes en su nuevo imperio en expansión. Para conservar la unidad, les obligó a que hablasen el idioma de los Ugha Mongulala y a que recibieran nuevos nombres. Lhasa bautizó a las Tribus Aliadas de las provincias y de los alrededores de Akakor: la Tribu que Vive sobre el Agua la Tribu de los Comedores de Serpientes la Tribu de los Caminantes la Tribu de los que se Niegan a Comer la Tribu del Terror Demoníaco la Tribu de los Espíritus Malignos Dio asimismo nombres a los pueblos que vivían en los bosques sobre el Gran Río: la Tribu de los Corazones Negros la Tribu de la Gran Voz la Tribu Donde la Lluvia Cae la Tribu que Vive en los Árboles la Tribu de los Cazadores de Tapires la Tribu de los Rostros Deformados la Tribu de la Gloria que Crece Las tribus salvajes que vivían fuera del imperio quedaron excluidas de este honor. Con la llegada de los Blancos Bárbaros hace 500 años, el viejo orden de Lhasa quedó destruido. La mayoría de las Tribus Aliadas renunciaron a las enseñanzas de los Padres Antiguos y comenzaron a adorar el signo de la cruz. Hoy en día, únicamente los Ugha Mongulala viven de acuerdo con el legado de los Dioses. Nuestras creencias difieren de una manera fundamental de la falsa fe de los Blancos Bárbaros, quienes adoran la propiedad, la riqueza y el poder, y consideran que ningún sacrificio es demasiado grande con tal de obtener más que lo que el hombre que está a su lado. Pero el testamento de nuestros Dioses nos enseña cómo vivir y cómo morir. Afirma la existencia de una vida después de la muerte. Nos enseña cómo se crea el cuerpo, cómo se consume y cómo es constantemente modificado por el alimento. Por esta razón, el cuerpo no puede representar nuestra vida real. Nuestros sentidos dependen de nuestro cuerpo, y son albergados por él como la llama por una vela. Cuando la vela se extingue, los sentimientos se extinguen igualmente. Por tanto, tampoco los sentimientos pueden ser nuestra vida real. Dado que nuestro cuerpo y nuestros sentimientos están sujetos al tiempo, su carácter está compuesto de cambio. Y la muerte es el cambio completo. Nuestra herencia nos enseña que la muerte destruye algo de lo que en realidad podemos prescindir. El yo real, la esencia de los humanos, la vida, está fuera del tiempo. Es inmortal. Tras la muerte del cuerpo, el yo regresa al lugar de donde provino. Así como la llama se sirve de la vela, el yo se sirve del hombre para hacer manifiesta su vida. Tras la muerte, regresa a la nada, al comienzo del tiempo, al primer comienzo del mundo. El hombre forma parte de un grande e incomprensible desarrollo cósmico que se desenvuelve y que está gobernado por una ley eterna. Nuestros Maestros Antiguos conocían dicha ley. Así es cómo los Dioses nos enseñaron el secreto de la segunda vida. Ellos nos mostraron que la muerte del cuerpo es insignificante y que solamente importa la inmortalidad de la vida, liberada del tiempo y de la materia. En las ceremonias del Gran Templo del Sol damos las gracias a la luz por cada nuevo día y sacrificamos miel de abejas, incienso y frutas escogidas, tal y como está escrito en la crónica: Y ahora hablaremos del templo, del llamado Gran Templo del Sol. Lleva este nombre en honor de los Dioses. Aquí se reunían el príncipe y los sacerdotes. El pueblo quemaba incienso. El príncipe sacrificaba las plumas azules del pájaro de los bosques. Éstos eran los signos para los Dioses. De esta forma los Servidores Escogidos homenajeaban a sus Padres Antiguos, que son de la misma sangre y tienen el mismo padre. Los conocimientos de nuestros Maestros Antiguos eran muy grandes. Conocían el curso del Sol y dividieron el año. Los nombres que dieron a las trece lunas fueron los siguientes: Unaga, Mena, Laño, Ceros, Mens, Laime, Gisho, Manga, Klemnu. Tin, Meinos, Denama. e Ilashi. A cada dos lunas de veinte días les sigue una luna doble. Al finalizar el año, dedicamos cinco días a la veneración de los Dioses. Seguidamente celebramos nuestra fiesta sagrada más importante, el solsticio, cuando se inicia la renovación de la Naturaleza. Los Ugha Mongulala se reúnen en las montañas que rodean Akakor y saludan al nuevo año. El sumo sacerdote se inclina ante el disco dorado en el Gran Templo del Sol y vaticina el futuro más inmediato, tal y como prescriben las leyes de los Dioses. El legado de los Padres Antiguos determina la vida de los Ugha Mongulala desde el nacimiento hasta la muerte. Los jóvenes asisten a las escuelas de los sacerdotes desde la edad de seis años hasta los dieciocho. Allí aprenden las leyes de la comunidad, de la guerra, de la caza de los animales salvajes y del cultivo de los campos. A las muchachas se las instruye en el arte de tejer, en la preparación de los alimentos y en los trabajos del campo. Pero la función más importante de las escuelas de los sacerdotes consiste en la revelación y explicación del legado. Los jóvenes Ugha Mongulala aprenden los signos sagrados de los Dioses y como vivir y morir. A los dieciocho años, los hombres han de pasar por una prueba de valor. Cada uno de ellos deberá luchar contra un animal salvaje del Gran Río, porque sólo aquel que se ha enfrentado a la muerte puede comprender la vida. Sólo entonces se hace merecedor de ser aceptado en la comunidad de los Servidores Escogidos y le es permitido adquirir un nombre e iniciar una familia. Tras su muerte, su familia separa la cabeza y quema el cuerpo. Los sacerdotes levantan la cabeza ante el Sol naciente como signo de que el finado ha cumplido sus deberes para con la comunidad. Seguidamente la cabeza es conservada en uno de los nichos funerarios del Gran Templo del Sol, tal y como esta escrito en la crónica, con buenas palabras, con lenguaje claro: Así lo vivo se sacrificó por lo muerto. Todos se reunieron en el Gran Templo del Sol. El cortejo fúnebre se situó delante de la mirada de los Dioses. Sacrificaron resina y hierbas mágicas. Y el sumo sacerdote habló: « Verdaderamente, hemos de dar gracias a los Dioses. Ellos nos dieron dos vidas. Excelente es su orden en el cielo y en la tierra».

  3 Apoteosis y decadencia del imperio 2470 - 1421 a. de C.

 En Egipto, el Imperio Antiguo termina alrededor del año 2150 a. de C. Hacia aproximadamente los mismos años, Babilonia es destruida por una invasión de tribus de las montañas. Hacia el año 2000 se funda el imperio de Sumer y de Akkad. Bajo el reinado de Hammurabi la unidad política alcanza un inusitado nivel de arte y de civilización. Su código constituirá la base de la posterior legislación del Imperio Romano. Hacia el año 2000 a. de C., las tribus indogermánicas comienzan a extenderse por Europa. Todas las estructuras estatales del Mundo Antiguo cobran una nueva imagen por la figura de los guerreros montados en carros de combate. Mientras que en Egipto el poderoso Imperio Nuevo de Tutmés extiende sus relaciones hasta Creta, en Europa florece la Edad del Bronce, que conduce al desarrollo de civilizaciones altamente diferenciadas. En el Nuevo Mundo, los registros de acontecimientos históricos comienzan con los pueblos Chavin en Perú, en torno al año 900 a. de C. Nada se sabe sobre la existencia en esta época de indios en la Amazonia.

  El imperio en la cumbre de su poder 

Extensa es la tierra de mi pueblo. Antiguamente, este país es taba habitado exclusivamente por los Ugha Mongulala y por las tribus salvajes, entre las que se encontraban muchas naciones poderosas sobre el Gran Río. Desde la llegada de los Blancos Bárbaros, las tribus han ido extinguiéndose una tras otra. Si una comunidad se defendía, sus hombres eran asesinados y sus mujeres y niños tratados como animales. Esto está escrito en nuestra crónica, pero no en la de los Blancos Bárbaros. Los Blancos Bárbaros registran la historia de una manera equivocada. Dicen muchas cosas que no son ciertas. Hablan sólo sobre sus propios actos heroicos y sobre la estupidez de los «salvajes». Porque los Blancos Bárbaros siempre están mintiéndose y engañándose los unos a los otros. Al violar todas las leyes de la Naturaleza, quieren convencerse a sí mismos de que son capaces de crear un mundo nuevo y mejor. Pero según el legado de nuestros Dioses, la Tierra fue creada con la ayuda del Sol. La Tierra, el suelo y mi pueblo se pertenecen los unos a los otros. Están inseparablemente unidos, tal y como Lhasa nos enseñó y tal y como está escrito en la Crónica de Akakor. Los Servidores Escogidos no gobernaron con mano blanda. No renunciaron a las ofrendas sacrificales. Ellos mismos las comieron y las bebieron. Grande fue el poder que obtuvieron y muchos los tributos que recibieron: oro, plata, miel de abejas, fruta y carne. Estos fueron los tributos de las tribus sometidas. Y fueron depositados ante el príncipe, ante el gobernador de Akakor. En el octavo milenio (2500 a. de C.) el imperio alcanzó la cumbre de su poder. Dos millones de guerreros dominaban sobre las llanuras del Gran Río, sobre las enormes regiones de bosques del Mato Grosso y sobre las fértiles laderas orientales de los Andes. 243 millones vivían según las leyes de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. Pero en el mismo momento en que el imperio había llegado a su apogeo, comenzó a declinar. En primer lugar, se produjeron cambios que pusieron a Akakor nuevamente a la defensiva. Las tribus salvajes se contaban ahora por millares. La tierra apenas era capaz de alimentar a tantas personas. Movidas por el hambre, invadieron una y otra vez los territorios del imperio. Y, asimismo, las Tribus Aliadas comenzaron a rebelarse contra la hegemonía de los Ugha Mongulala. Aparecieron nuevas naciones contra las que Akakor tuvo que luchar duramente para vencerlas. Se movilizaron bajo las órdenes del consejo supremo. Llegaron hasta el Gran Lago en las montañas y ocuparon el país que lo bordea. Exploradores y guerreros, acompañados del mensajero con la Flecha Dorada. Habían sido enviados para observar a los enemigos de Akakor y derrotarlos. Unidos, los guerreros de las Tribus Escogidas fueron a la guerra y tomaron numerosos prisioneros. Porque las Tribus Aliadas habían rechazado el legado de los Dioses y se habían dado a si mismas sus propias leyes. Vivían según sus propias reglas. Pero los guerreros de los Servidores Escogidos eran valerosos. Derrotaron al enemigo y lo dejaron sangrando. Durante miles de años, los ejércitos de los Ugha Mongulala han sido bastante superiores a los guerreros de las tribus rebeldes, debido a que eran cuidadosamente entrenados y entraban en batalla según los planes elaborados por Lhasa. Cien mil guerreros estaban bajo el mando del señor de la guerra, o Jefe-Cienmil-Hombres. Diez mil hombres eran dirigidos por un capitán o Jefe-Diezmil-Hombres. Los Jefes-Mil-Hombres y los Jefes-Cien-Hombres marchaban en vanguardia del ejército y daban la señal para el ataque. Tras el triunfo en una batalla, cogían prisioneros y se repartían el botín. Si la batalla parecía perdida, los Ugha Mongulala se retiraban, amparados en la oscuridad, hacia unas posiciones ya preparadas de antemano. Solamente en las ocasiones más excepcionales acompañaba el príncipe a los ejércitos. Escogidos mensajeros lo mantenían en contacto con los guerreros, de modo que en casos de emergencia pudiera acudir en su ayuda con su propia guardia de palacio. Mi pueblo abandonó este orden de batalla cuando llegaron los Blancos Bárbaros. Ni siquiera un enorme ejército podría resistir las invisibles flechas del nuevo enemigo. El tiempo de las grandes campañas había terminado. En la actualidad únicamente poseemos un ejército de 10.000 guerreros, todos ellos entrenados para el combate individual. Están agrupados en partes iguales y se hallan bajo el mando de los cinco supremos señores de la guerra y de los cinco sumos sacerdotes. Cada guerrero va equipado de arco y de flecha, de una gran lanza con una punta afilada, de una honda. y de un cuchillo de bronce. Como medio de protección contra las flechas del enemigo, porta un escudo hecho de una densa malla de bambú. El ejército se acompaña de una tropa de exploradores y, según sus informes, los señores de la guerra determinan la modalidad del ataque. Sólo el príncipe puede decidir la declaración de guerra. Como anuncio de la inminente batalla, envía por delante al mensajero con la Flecha Dorada. La campaña más importante antes de la llegada de los godos se dio en el año 8500. Según cuentan los sacerdotes, las tribus salvajes de la frontera septentrional del imperio se habían aliado con la Tribu de los Caminantes. Asesinando y saqueando, llegaron hasta el Gran Río. La Tribu de la Gran Voz huyó de pánico. Maid, el legitimo gobernador de las Tribus Escogidas, declaró entonces la guerra contra los pueblos hostiles. Al mismo tiempo que desde todas las partes del imperio se iba reuniendo un poderoso ejército, los Ugha Mongulala comenzaron a dotarse del necesario equipo militar. Prepararon arcos, flechas, hondas y lanzas de bambú en los valles y en los bosques del Gran Río. Día y noche los cazadores salieron para matar la caza necesaria para los guerreros. Las mujeres tejieron ropajes de guerra para sus hombres y cantaron canciones sobre las heroicas gestas de los grandes príncipes. Todo el territorio de Maid estaba dominado por un poderoso afán de batalla. Así es, en cualquier caso, como lo cuentan los sacerdotes. Finalmente, cuando después de seis meses se hubo reunido un ejército de 300.000 hombres, Maid, el príncipe, convocó a los ancianos y a los sacerdotes. Vestido con el resplandeciente traje dorado de Lhasa y portando el cetro de plumas azules, rojas, amarillas y negras, mandó llamar al mensajero con la Flecha Dorada. Cuando éste llegó, todos los presentes se inclinaron. Maid le ofreció agua y pan. los signos de la vida y de la muerte. El júbilo estalló entre las tribus de los Servidores Escogidos, gritos de alegría que llegaron hasta las cuatro esquinas del Universo y sembraron el miedo y el terror entre las tribus hostiles. Se inició entonces la gran marcha hacia la frontera septentrional. Durante dos meses, los enmudecidos tambores retumbaron e hicieron temblar la tierra. Y cuentan los sacerdotes que al final del segundo mes las Tribus Escogidas encontraron al ejército enemigo. Con sus gritos de guerra, los guerreros se lanzaron los unos contra los otros. Los arqueros dispararon sus flechas y destruyeron la vanguardia del enemigo. Tras ellos, las tropas de lanceros trataron de romper el cuerpo principal del ejército enemigo. Al llegar la noche, la batalla se interrumpió: según el legado de los Dioses, ningún guerrero podrá entrar en la segunda vida si muere durante las horas de la oscuridad. Pero al comenzar la mañana siguiente la lucha se reanudó con una intensidad redoblada. En un poderoso ataque, los Ugha Mongulala derrotaron a la Tribu de los Caminantes. Sus capitanes se rindieron e imploraron misericordia. Pero Maid no escuchó y nadie fue perdonado. La tristeza y la alegría se extendieron al mismo tiempo por el imperio.

  Los Pueblos Degenerados 

Durante el octavo y el noveno milenios, los Ugha Mongulala se vieron envueltos en varias campañas contra las tribus rebeldes. Maid derrotó a la Tribu de los Caminantes y rechazó el ataque de las tribus salvajes sobre las zonas bajas del Gran Río. Nimaia amplió las tres fortalezas —Mano, Samoa y Kin— situadas en el país denominado Bolivia y levantó fuertes barreras defensivas en los alrededores del destruido recinto religioso de Mano. Otros príncipes sostuvieron otras batallas: Anou luchó contra la Tribu de los Comedores de Serpientes y contra la Tribu de los Corazones Negros. Ton castigó a los Cazadores de Tapires por su desobediencia y envió exploradores a las costas del océano oriental. Kohab, un descendiente especialmente digno de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, derrotó a la Tribu de los Rostros Deformados en una sangrienta batalla librada en las zonas altas del Río Negro y que duró tres días, extendiendo el imperio hasta el país llamado Colombia. Muda levantó un segundo cinturón defensivo en torno a Akakor y construyó depósitos subterráneos en los valles elevados de los Andes. Pero fue el príncipe Maid el que tuvo que librar la batalla más peligrosa. Fue ésta la lucha contra la Tribu que Vive sobre el Agua, que tras la segunda Gran Catástrofe había fundado su propio imperio en las montañas del Perú. A lo largo de 800 años, sus caudillos sometieron a numerosos pueblos salvajes y avanzaron hacia Machu Picchu. El consejo supremo, para impedir que la tribu atacara Akakor, decidió someterla. En el curso de una guerra que duró tres años, dura y con enormes pérdidas, y en la cual los Ugha Mongulala sufrieron muchas derrotas humillantes, Maid logró finalmente vencer a la Tribu que Vive sobre el Agua y capturar a su caudillo. El peligro procedente del Oeste parecía haber quedado eliminado. ¿Cómo acabará todo esto? Cada vez hay más pueblos que se dotan de sus propias leyes, que olvidan el legado de los Dioses y que viven como animales. Grande es el número de los Servidores Escogidos, pero innumerables los Degenerados. Devastan nuestros campos y matan a nuestros hijos. Son arrogantes. Muchos son los pueblos que han sometido. Las tribus rebeldes mencionadas en la crónica pertenecían a los Degenerados. Lhasa las había integrado en el imperio de Akakor y les había enseñado el legado de los Dioses. En el curso de los milenios rechazaron la soberanía de los Ugha Mongulala y olvidaron las enseñanzas de los Padres Antiguos. Vivían como tribus salvajes en chozas de paja o en inmensas casas rectangulares suficientes para alojar a toda la comunidad tribal. Sus poblados están protegidos por una alta empalizada de madera. No cubren sus cuerpos. No están familiarizados con el arte de tejer. Pero son muy inteligentes en el trabajo de las plumas para convertirlas en tocados. Los Degenerados cultivan la tierra quemando los bosques. Plantan mandioca, maíz y patatas. La caza es para ellos tan importante como el cultivo del suelo. Sus arcos y sus flechas son similares a los nuestros, pero más pequeños y ligeros. Han adoptado el mismo veneno que los Ugha Mongulala. En el combate cuerpo a cuerpo utilizan una lanza con una punta de piedra afilada. Mientras que mi pueblo venera el legado de los Dioses, las Tribus Degeneradas adoran a tres divinidades diferentes: el sol, la luna y el dios del amor. Para ellos, el sol es el padre de toda la vida sobre la tierra; la luna es la madre de todas las plantas y de todos los animales; y el dios del amor protege a la tribu y es el responsable de la fertilidad del pueblo. Si una tribu cree que no es afortunada, el mago-sacerdote ahuyenta a los espíritus malignos. Los Degenerados también conocen el yo esencial que se separa del cuerpo en el momento de la muerte y entra en la segunda vida. Creen que esta segunda vida tiene lugar en las residencias subterráneas de los Maestros Antiguos.

  Viracocha, el Hijo del Sol 

Los Blancos Bárbaros creen que ellos poseen los más elevados conocimientos. Y, en efecto, hacen muchas cosas que nosotros no podemos hacer, que nunca comprenderemos y que son un misterio para nosotros. Pero los mayores conocimientos reales de los humanos hace mucho tiempo que desaparecieron. Los conocimientos de los Blancos Bárbaros son solamente un re-aprendizaje y un redescubrimiento de los secretos de los Dioses, los únicos que han conformado la vida de todos los pueblos sobre la tierra. Los Servidores Escogidos son los que con mayor fidelidad han preservado el legado de los Dioses, y consiguientemente su conocimiento es superior. Las Tribus Degeneradas apenas recuerdan la época de sus antepasados, y viven en la oscuridad. El legado de los Dioses nunca les fue revelado ni a las tribus salvajes ni a los Blancos Bárbaros, y como animales, vagan por el país. Existe tan sólo un pueblo, aparte de los Ugha Mongulala, que conoce las leyes de los Dioses. Estos son los incas, una nación hermana de las Tribus Escogidas. Su historia comienza en el año 7951 (2470 a. de C.). En ese año, Viracocha, el segundo hijo del príncipe Sinkaia, se rebeló contra el legado de los Dioses, huyó a la Tribu que Vive sobre el Agua y fundó su propio imperio. Y los sacerdotes, hombres de magia poderosa, se reunieron. Todo lo conocían sobre futuras guerras. Todo les fue revelado; sabían si la guerra y la discordia estaban próximas. Verdaderamente, su conocimiento era inmenso. Y desde que vieron en el futuro la traición de Viracocha, el hijo segundo de Sinkaia, se mortificaron a si mismos y ayunaron en el Gran Templo del Sol en Akakor. Sólo comieron tres clases de fruta y pequeños pasteles de maíz. Era realmente un gran ayuno, para vergüenza del infiel Viracocha. Ninguna mujer se les acercó. Durante muchos días, permanecieron solos en el templo, observando el futuro, sacrificando incienso y sangre. Así es como pasaron sus días, desde el alba hasta el crepúsculo, y sus noches. Rezaron con sus corazones contritos por el perdón del infiel hijo de Sinkaia. El rezo de los sacerdotes no pudo ablandar el corazón del segundo hijo de Sinkaia. Aunque no estaba autorizado para desempeñar el puesto de príncipe. Viracocha reclamó la soberanía sobre el pueblo de los Ugha Mongulala. Se rebelo contra el legado de los Dioses e infringió las leyes de Lhasa. Para preservar la paz en el territorio, el consejo supremo convocó a Viracocha a juicio. Los ancianos del pueblo deliberaron sobre su culpa en la Gran Habitación del Trono. Su sentencia emitió el mayor y más grave de los castigos, y lo enviaron al exilio. Viracocha, el Hijo del Sol, como más tarde se hizo llamar a sí mismo, es el único descendiente de la dinastía de Lhasa que infringió las leyes de los Dioses y que tuvo que pagar su crimen con el exilio. Este era el mayor castigo de mi pueblo hasta la llegada de los soldados alemanes, quienes insistieron en la introducción de la pena de muerte. Para delitos menores, como la violencia o la desobediencia, el culpable debía pedir perdón públicamente. La pereza es considerada como una infracción de las leyes de la comunidad y es castigada con un período de servicio en las peligrosas fronteras. La embriaguez únicamente constituye delito si el autor no ha cumplido sus obligaciones por causa de ella. El robo es el delito más abominable, ya que mi pueblo lo posee todo común y la propiedad personal carece de significado alguno. Como a los adúlteros, a los asesinos y a los rebeldes, a los ladrones se les envía también al exilio. Viracocha el Degenerado no sólo infringió el legado de los Dioses, sino que ignoró asimismo la sentencia del consejo supremo. En vez de vivir aislado y solo en las montañas, como prescriben las leyes de mi pueblo, huyó a la Tribu que Vive sobre el Agua. Condujo a la tribu a un valle situado en las montañas de los Andes y construyó Cuzco, la ciudad de las cuatro esquinas del universo, como él la denominó. Había nacido una nueva nación hermana, el pueblo de los incas, los Hijos del Sol. Rápidamente creció y se hizo poderoso su imperio. Los incas, bajo la dirección de Viracocha y sus descendientes, conquistaron muchos países y sometieron a numerosas tribus salvajes. Sus guerreros conquistaron las riberas del océano occidental y avanzaron profundamente en la inmensidad de las lianas del Gran Río. Acumularon enormes riquezas en la capital del imperio e introdujeron nuevas leyes que iban en contra del legado de los Dioses. Desarrollaron incluso una escritura propia. Ésta consistía en cuerdas de muchos colores que estaban atadas en nudos. Cada nudo y cada cuerda poseían un significado definido. Varias cuerdas anudadas juntas formaban un mensaje. Así es cómo desarrollaron su imperio, sobre la idolatría y la opresión. No les sería muy difícil montar una campaña de destrucción contra los Ugha Mongulala. Había sido escrito que los descendientes de Viracocha rechazarán el legado de los Dioses. Cuando su poder se hallaba en su apogeo, la predicción de nuestros sacerdotes se cumplió. Estalló una cruel guerra fratricida que sacudió los fundamentos del imperio. Y la destrucción quedo completada con la llegada de los Blancos Bárbaros.

  4 Los guerreros que llegaron desde el Este 1421 a. de C. - 1400 d. de C.

 Con el hundimiento de los grandes imperios, el viejo mundo oriental se desintegró en pequeños Estados. Israel fue fundado hacia el año 1000 a. de C. Por la misma época surgió en Grecia una gran civilización y, posteriormente, florecería otra en la ciudad-estado de Roma, sobre el Tíber. Se supone que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en Belén en el año 7 a. de C. Tras la división del Imperio Romano, los ostrogodos, bajo el mando del rey Teodorico el Grande, fundaron su propio imperio en Italia. En el año 552, Narsés, general del Imperio Romano de Oriente, derrotó a Teja, el último rey de los godos, en la batalla del Monte Vesuvio. Nada se sabe acerca del destino de los godos que sobrevivieron. La historia de los vikingos se desenvolvió en la misma época. Este pueblo marinero ocupó las costas occidentales de Francia e Inglaterra y estableció una base en Groenlandia. Según informes aún sin confirmar, llegaron hasta las costas orientales de América del Norte. La Edad Media europea comenzó en el año 900. Es en estos momentos cuando en América se inicia la historia de los aztecas, de los mayas, de los incas. Las tribus de los aztecas y de los incas desarrollaron, con su estructura de clases, una civilización puramente neolítica, tipificada por los jeroglíficos y por el calendario maya. El aspecto más destacado de los incas, sin embargo, consistió en la expansión de su imperio, que alcanzaría su apogeo bajo Huayna Capác a comienzos del siglo XV.

  La llegada de los guerreros extranjeros 

Los Blancos Bárbaros son un pueblo de corazón duro. Llevan el fuego a los bosques, y cuando están ardiendo vemos como los animales atrapados por el fuego corren locamente tratando de escapar a las llamas, pero inevitablemente acaban por quemarse. Lo mismo ocurre con nosotros. Desde que los Blancos Bárbaros llegaron a nuestro país, la guerra es continua. Mas los Ugha Mongulala no fuimos los primeros en apuntar la flecha. Fueron los Blancos Bárbaros quienes enviaron el primer guerrero, y el segundo, y el tercero. Sólo entonces enviamos nosotros al mensajero con la Flecha Dorada. Pero nuestros sacrificios han sido en vano. Los Blancos Bárbaros penetran cada vez más, devastándolo todo como un tornado. Sometieron a las Tribus Aliadas y las obligaron a asumir sus costumbres, que han sido dictadas por espíritus malignos. Mas el hombre es un ser que ha nacido libre en las montañas, en las llanuras y sobre el Gran Río, y allí el viento corre libremente y nada oscurece la luz del Sol allí el hombre puede vivir en libertad y respirar libremente, aun cuando puedan llegar batallas y caos, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor: Surgieron la discordia y la envidia. Las tribus disputaban entre sí y se lanzaban al pillaje. Las fiestas de la comunidad degeneraban en orgías de borrachos. Los Servidores Escogidos se volvían los unos contra los otros y se arrojaban los huesos y los cráneos de los fallecidos. Las Tribus Aliadas abandonaron sus asentamientos tradicionales y patearon nuevos caminos, donde fundaron sus propios poblados. En contra de la voluntad del consejo supremo de Akakor, construyeron numerosas ciudades. Cada uno de sus nuevos caudillos comandaba su propio ejército. A mediados del undécimo milenio el imperio de los Ugha Mongulala había traspasado su cénit. El ejemplar territorio de Lhasa temblaba bajo la revuelta de las Tribus Aliadas. Enormes ejércitos de tribus salvajes desbordaron las fortalezas fronterizas del Mato Grosso y de Bolivia. En Akakor, las tensiones entre el consejo supremo y los sacerdotes aumentaron. La falsa fe y la idolatría amenazaban el legado de los Maestros Antiguos. Solamente la triple división del poder introducida por Lhasa impidió el colapso del imperio. El pueblo de los Ugha Mongulala se benefició de su orden y de sus leyes. pero ni siquiera éstas pudieron impedir una lenta desintegración del imperio, que se vio acelerada por los acontecimientos que se estaban desarrollando en la frontera occidental. Allí los incas estaban librando enormes batallas y sometiendo a muchas tribus. Conquistaron los caminos de acceso a los estrechos del Norte y avanzaron sobre las laderas orientales de los Andes hasta la destruida ciudad religiosa de Tiahuanaco. Por vez primera desde el regreso de los Dioses, exploradores hostiles habían llegado hasta las murallas de Akakor.
Mas entonces ocurrió un acontecimiento que ha que dado descrito en nuestra crónica con las siguientes palabras: Ahora hablaremos sobre los guerreros que llegaron desde el Este. A hora hablaremos sobre la llegada de los godos. Así era como ellos se llamaban a sí mismos. 364 generaciones habían pasado desde la partida de los Dioses, desde el comienzo de la luz, de la vida y de ¡u tribu. ¡04 príncipes habían sucedido a Lhasa. Los corazones de los Servidores Escogidos estaban sombríos. El clan de Viracocha se había alejado a Cuzco. Allí construyeron sus cabañas. AIIí erigieron los templos de sus dioses y predicaron la guerra y el odio. Ése constituía su diario alimento desde el alba hasta el crepúsculo y por la noche. Un extraño mensaje llegó entonces a Akakor. Guerreros extranjeros estaban subiendo por el Gran Río: hombres valientes, tan fuertes como el gato montes, tan arrojados como el jaguar. Niños y mujeres venían con ellos. Caminaban en busca de sus dioses. Así fue como los godos llegaron al imperio de los Ugha Mongulala.
La llegada de los guerreros extranjeros que se denominaban a sí mismos godos constituye uno de los grandes misterios de la vida de mi pueblo. Los Ugha Mongulala conocían desde los tiempos de Lhasa la existencia de un gran imperio situado más allá del océano oriental y que había sido gobernado por su hermano Samón. Pero desde la destrucción de la ciudad de Ofir en el séptimo milenio, las relaciones se habían interrumpido. Hasta la llegada de los godos, los sacerdotes creían que el imperio de Samón se había desvanecido. Los guerreros extranjeros eran portadores de un mensaje bastante diferente: más allá del océano existían muchas tribus y naciones poderosas. Según los relatos de los godos, también su historia se derivaba de criaturas divinas. Una antigua familia de príncipes había descendido desde los cielos y les había enseñado la vida y la muerte. Muchos miles de años después, los godos se vieron forzados por el hambre y por las tribus hostiles a caminar hacia tierras extranjeras. Y aquí se había cumplido su destino. Este era el nombre del príncipe de los godos. Ellos le llamaban el Cazador Salvaje. Poseía una gran sabiduría y una mente perspicaz. Era un profeta, de buena voluntad y autor de gestas heroicas. Él los salvó de la destrucción. Porque los valientes guerreros estaban abatidos, parecían condenados a la perdición en la montaña que vomitaba fuego. Se enfrentaban a su extinción. Pero el Cazador Salvaje se impuso a la desgracia de su pueblo. Firmó una alianza con los audaces navegantes del Norte. Y su pueblo salió al mar en busca de los dioses. Los godos los buscaron por todas las esquinas del mundo, por el Final Azul del Mundo y por el Final Rojo del Mundo. Cruzaron la infinitud de los océanos. Y después de treinta lunas encontraron un nuevo hogar en el país de los Senadores Escogidos.

  La alianza entre las dos naciones 

La llegada de los godos en el año 11.051 (570 d. de C.) tuvo un significado providencial para los Ugha Mongulala. Akakor contaba ahora con el apoyo de un grupo de experimentados guerreros, infinitamente superiores a las tribus rebeldes. Durante varios siglos, el consejo supremo y los sacerdotes se apartaron de las luchas por el poder. El Pueblo Escogido recuperó la confianza en el legado de los Padres Antiguos. Una vez mas, la profecía de los Dioses se había probado cierta. En la hora de la necesidad, habían enviado su ayuda, tal como está escrito en la Crónica de Akakor: Así fue cómo los godos llegaron al imperio de las Tribus Escogidas. Y así fue cómo se establecieron en Akakor. Ahora existían dos clanes, mas una sola mente. No hubo ni peleas ni discordias; la paz reinaba entre ellos. No hubo ni violencia ni disputas; sus corazones estaban apaciguados. No conocían ni la envidia ni los celos. La alianza entre los godos y los Ugha Mongulala quedo sellada mediante un intercambio de regalos. El consejo supremo asignó residencias y tierra firme a los nuevos llegados. Los godos obsequiaron a mi pueblo con nuevas semillas y con arados tirados por animales. Nos enseñaron otras formas de cultivar el suelo y mostraron a los artesanos cómo construir mejores telares. Pero su mayor regalo consistió en el secreto de la producción de un duro metal negruzco desconocido hasta entonces por mi pueblo y llamado hierro por los Blancos Barbaros. Hasta la llegada de los godos, únicamente laborábamos el oro, la plata y el bronce. El oro y la plata procedían de la región de la destruida ciudad religiosa de Tiahuanaco. Obreros escogidos arrastraban las piezas a través de los ríos en los cuales se hallaban las piedras que poseían el oro y la plata. El bronce era preparado por los sacerdotes en grandes carboneras orientadas hacia el Este. Pero su calor no era suficiente para derretir el pardo mineral de hierro. Ahora los godos construyeron hornos de piedra. Unos agujeros regularmente repartidos aseguraban la ventilación y un calor mayor. Bajo la vigilancia de los nuevos aliados, los artesanos iniciaron la fabricación de largos cuchillos y de afiladas puntas para las lanzas, que eran superiores a las armas de las otras tribus. Prepararon armaduras de hierro para los señores de la guerra y para los Jefes-Diezmil-Hombres. Durante mil años, nuestros guerreros acudieron a la guerra con estas armas. Luego llegaron los Blancos Bárbaros con sus armas de fuego, y contra las cuales ni siquiera la armadura constituía protección alguna. La armadura de hierro, las negras velas y las coloreadas cabezas de dragón de las naves de los godos han sido conservadas hasta nuestros días, y las hemos guardado en el Gran Templo del Sol. Según los dibujos de nuestros sacerdotes, las naves podían llevar hasta sesenta hombres y estaban impulsadas por una vela de fina tela que iba engarzada a un alto mástil. Más de 1.000 guerreros llegaron a Akakor en estas naves. Éstos restablecieron el desintegrado imperio y lo convirtieron en fuerte y poderoso, tal y como está escrito en la crónica, con buenas palabras, con lenguaje claro: A sí aumentó la grandeza y el poder de los Servidores Escogidos. Creció la fama de sus hijos y la gloria de sus guerreros. Aliados con los guerreros de hierro, derrotaron a sus enemigos. Construyeron un poderoso imperio. Gobernaron sobre muchas tierras. Su poder llegó hasta las cuatro esquinas del mundo.

  La campaña en el Norte 

A pesar de su derrota en la montaña que vomitaba fuego, los godos seguían siendo una nación de guerreros. Poco tiempo después de su llegada, comenzaron a apoyar a los Ugha Mongulala en su lucha contra las tribus rebeldes. Con sus nuevas armas de hierro empujaron a la Tribu de la Gran Voz a la estéril inmensidad de las lianas en las zonas bajas del Gran Río. Sometieron a la Tribu de la Gloria que Crece y a la Tribu Donde la Lluvia Cae, que habían cesado de pagar el tributo y destruido innumerables tribus salvajes. A comienzos de la séptima centuria, según el calendario de los Blancos Bárbaros, los guerreros de los Ugha Mongulala habían avanzado una vez más hasta las zonas bajas del Gran Río. El antiguo imperio de Lhasa parecía resurgir del pasado. Así fue como comenzó la Gran Guerra. Los ejércitos de los Servidores Escogidos avanzaron. Atacaron a la Tribu de la Gran Voz y acallaron su arrogancia. Los arqueros y los hondistas superaron las empalizadas y destruyeron las puertas de los poblados del enemigo. Mataron a un incontable número de adversarios y un gran botín cayó en sus manos. He aquí la lista: flautas de huesos y cuernos huecos, preciosos adornos de plumas del gran pájaro de los bosques, pieles de jaguar y esclavos. De todo capturaron. Las Tribus Escogidas alcanzaron un poder que no habían poseído durante miles de años. Según la Crónica de Akakor, los ejércitos aliados de los Ugha Mongulala y de los godos salieron a luchar en las cuatro direcciones del imperio y pusieron en fuga a las Tribus Degeneradas. Era un tiempo de castigo y un tiempo de retribución por su traición al legado de los Maestros Antiguos. Solamente en la frontera occidental se limitó Akakor a defenderse. Fiel a la orden de los Maestros Antiguos de no luchar jamás contra sus propios hermanos, el consejo supremo se limitó a erigir una elevada muralla para protegerse de los incas. Durante trece años, 30.000 aliados trabajaron sobre la espaciosa muralla de piedra con sus contrafuertes y sus trincheras. Fueron instaladas atalayas rectangulares hechas de gigantesca sillería y situadas entre sí a una distancia de seis horas de camino. Contenían habitaciones para el almacenamiento de armas y de alimentos, así como cuartos para los guerreros. Carreteras pavimentadas unían las fortalezas con Akakor. La principal empresa militar del undécimo milenio la constituyó una poderosa campaña en el Norte. A su llegada, los godos habían traído noticias de un pueblo de tez morena que llevaba plumas. Vivía más allá de los estrechos del Norte y comerciaba con sus antepasados*. * Es decir, con los indios norteamericanos. (.Y. del E.) Como en ese momento los sacerdotes descubrieron signos ominosos en el cielo, el consejo supremo temió un ataque de las desconocidas naciones, decidió preparar un gran ejército y enviarlo a la frontera septentrional. Y así, dos millones de guerreros de los Ugha Mongulala y de las Tribus Aliadas partieron en el año 11.126 (645 d. de C.). tal y como esta escrito en la crónica: Así fue cómo habló el príncipe a los guerreros reunidos: «Marchad ahora hacia ese país. No tengáis miedo. Si existen enemigos, luchad con ellos, matadlos. Y enviad nos mensajes de modo que podamos acudir en vuestra ayuda». Éstas fueron sus palabras. Y la gigantesca fuerza se puso en marcha. Estaban todos: los exploradores, los arqueros, los hondistas, los lanceros. Atravesaron las colinas. Ocuparon las playas de los océanos. Partieron hacia el Norte. Construyeron poderosas ciudades para mostrar la fuerza de las Tribus Escogidas. La mayor campaña en la historia de las Tribus Escogidas concluyó sin resultados concretos. Unas lunas después de la partida del ejército, las comunicaciones se interrumpieron súbitamente. Los últimos informes en llegar a Akakor mencionaban una terrible catástrofe. El país más allá de la frontera era ahora un mar en llamas. Los guerreros que sobrevivieron huyeron hacia el Norte y se mezclaron con un pueblo extraño. Seria solamente mil años después, cuando los Blancos Bárbaros avanzaban hacia el Perú, cuando los temores del consejo supremo quedarían confirmados: guerreros extranjeros llegaron desde el Norte y destruyeron el imperio inca. Y con su llegada también pereció el poderoso y pacifico imperio de los Ugha Mongulala.

  Un milenio de paz 

El pacifico imperio duró mil años, desde el 11.051 hasta el 12.012 (570-1531 d. de C.). En este período, solamente dos tribus gozaban de poder y de prestigio: los Ugha Mongulala, la nación de las Tribus Escogidas, y los incas, los Hijos del Sol. Se habían dividido el país entre ellos y vivían en paz. Los descendientes de Viracocha el Degenerado gobernaban sobre un enorme imperio desde Cuzco. En Akakor, el legitimo sucesor de los Padres Antiguos gobernaba de acuerdo con el legado de los Dioses. Los Servidores Escogidos conocieron la felicidad, y vivían en paz. Verdaderamente, su imperio era grande. Nadie podía hacerles daño. Nadie podía derrotarles; su poder crecía cada vez más. Todo comenzó con la llegada de los godos. Las tribus más fuertes y las más pequeñas se sometieron con temor; temían a los guerreros de hierro. Estaban ansiosas de servir a las Tribus Escogidas y trajeron numerosos regalos. Mas los sacerdotes elevaron sus rostros al cielo. Dieron gracias por los poderosos aliados. Sacrificaron incienso y miel de abejas. Y así fue cómo rezaron a los Dioses, éste era el grito de sus corazones: «Concedednos hijas e hijos. Proteged a nuestro pueblo de la tentación y del pecado. Protegedlo de la lujuria; no le permitáis que tropiece cuando asciende y cuando desciende. Concedednos buenos caminos y buenos senderos. No permitáis que la desgracia y la culpa le sobrevengan a esta alianza. Preservad la unidad en las cuatro esquinas del mundo y a lo largo de los cuatro lados del mundo de modo que la paz y la felicidad reinen en el imperio de las Tribus Escogidas». Y los Dioses escucharon las oraciones cíe los sacerdotes y bendijeron la unión entre la nación de los godos y la nación de los Ugha Mongulala. Los guerreros extranjeros que habían cruzado el océano en sus naves dragones se sometieron voluntariamente al legado de los Dioses. Aprendieron nuestro idioma y nuestra escritura, y se asimilaron rápidamente con nuestra nación. Sus dirigentes asumieron importantes funciones en la administración del imperio. Sus generales se convirtieron en el terror de las tribus hostiles. Incluso sus sacerdotes renunciaron a sus falsas creencias, que habían traído en un pesado libro forrado en hierro. Este libro, que los soldados alemanes llamaban «Biblia», está escrito en signos que son incomprensibles para mi pueblo. Contiene escenas sobre la vida de los godos en su propio país y habla también de un dios poderoso que había venido a la Tierra bajo el signo de la cruz para liberar al hombre de la oscuridad. Mil años después, los Blancos Bárbaros afirmarían su origen divino con el mismo signo. En su nombre y en su honor destruyeron el imperio de los incas y trajeron la muerte a millones de personas. Pero hasta su llegada, que es descrita en la tercera parte de la Crónica de Akakor, los Ugha Mongulala y los godos vivieron en paz, unidos por el legado de los Padres Antiguos. Realiza ron los sacrificios prescritos, honraron a los Dioses, y recordaron el lejano período en el que sobre la tierra no existían ni los hombres ni el Gran Río. tal y como está escrito en la crónica: Hace incontables años, el Sol y la Luna deseaban desposarse. Pero nadie podía unirlos. Porque el amor del Sol era ardiente y habría quemado la Tierra. Y las lágrimas de la Luna eran innumerables y habrían inundado la tierra firme. Así que nadie los unió y el Sol y la Luna se separaron. El Sol marchó en una dirección y la Luna en otra. Pero la Luna lloró durante toda la noche y durante todo el día. Y sus lágrimas de amor cayeron sobre el planeta, sobre la tierra y sobre el mar. Y el mar se enfadó, y sus aguas, que durante seis lunas suben hacia arriba y durante seis lunas bajan hacia abajo, rechazaron las lágrimas. Fue así cómo la Luna las dejó caer sobre la tierra firme y creó con ellas el Gran Río.

  El Libro de la Hormiga 

Esta es la hormiga. Incansable en su trabajo, nada se le resiste. Poderosos son los montículos que construye. Grandes las comunidades que establece. Incontable es su número. Todo lo destruye. Carcome la carne de los huesos del jaguar herido.

  1 Los Blancos Bárbaros en el imperio de los Incas 1492 - 1534

 La transición desde la Edad Media a la era moderna vino caracterizada por los descubrimientos españoles y portugueses. Éstos movieron a las naciones europeas a atravesar el Atlántico. Audaces marinos habían ya descubierto las islas atlánticas en la primera mitad del siglo XV, y en el año 1492 Cristóbal Colón descubrió América. Colón realizó cuatro viajes al Nuevo Mundo y en Haití fundó la primera colonia española. En 1 500, el navegante portugués Cabral descubrió Brasil. En 1519, Cortés inició la conquista de México. Tras tres años de resistencia, Moctezuma II, el rey de los aztecas, capituló. Posteriormente sería asesinado por los españoles. Misioneros cristianos excesivamente celosos destruyeron la vieja civilización mexicana. En 1531, Pizarro inició la conquista de Perú. El poderoso imperio de los incas, que se hallaba debilitado por una guerra civil, cayó derrotado tras tres años de lucha contra las mejor armadas tropas españolas. Su Rey del Sol, Atahualpa, que había sido traicionado y capturado, seria estrangulado en el año 1533. Únicamente sobrevivieron a la destrucción pequeños ecos de una civilización alta mente desarrollada, principalmente obras arquitectónicas, la escritura en nudos y objetos de oro. La población inca que según los escritores contemporáneos llegó a contar con diez millones de personas, quedó reducida en unos pocos años a tan sólo tres millones. El valor de los lingotes de oro transportados por los españoles desde Perú aseen dio a unos 5.000 millones de dólares en moneda actual.

  La llegada de los Blancos Bárbaros 

Todo está incluido en la Crónica de Akakor, escrito con buenas palabras y con lenguaje claro. Mas yo la estoy relatando cuando ya el tiempo se acaba. Estoy exponiendo el Libro de la Sabiduría y la vida de mi pueblo según el legado de los Dioses para dar una descripción del pasado y de! futuro. Porque los Ugha Mongulala están condenados a la extinción. Cada ve/ son más los árboles que caen, muertas sus raíces. Cada ida son más numerosos los guerreros caídos ante las invisibles flechas de los Blancos Bárbaros. Un río infinito de sangre recorre los bosques del Gran Río hasta las ruinas de Akakor. Desde que los Blancos Bárbaros avanzan por el interior de nuestro país, el desaliento y el desánimo embargan a mi pueblo, tal y como está escrito en la crónica: Noticias extrañas llegaron al consejo supremo acerca de unos hombres extranjeros barbudos y de sus poderosas naves que se deslizaban silenciosamente sobre las aguas y cuyos mástiles llegaban hasta el cielo. Noticias sobre extranjeros blancos, robustos y poderosos como dioses. Eran como nuestros Padres Antiguos. Y el consejo supremo, pensando en los Maestros Antiguos, dispuso que fueran encendidas hogueras de alegría. Quemaron ofrendas sacrificales ante los Dioses, quienes por fin habían regresado. Y la buena nueva corrió entre los hombres; se esparció de tribu en tribu; día y noche sonaron los tambores. Toda la nación lloró de alegría. Porque la profecía se había cumplido. Los Dioses estaban regresando. A comienzos del año 12.013 (1532, según el calendario de los Blancos Bárbaros) tales pensamientos habrían sido sacrílegos. Parecía como si la profecía de los Padres Antiguos fuera a cumplirse. Seis mil años después de su última visita a la Tierra, regresaban, tal y como habían prometido. Y la alegría del Pueblo Escogido era por tanto grande. Se acercaba una nueva era en el horizonte, un retorno a los días en los que los Ugha Mongulala habían gobernado sobre el mundo en el Norte, en el Sur, en el Oeste, y en el Este. Los únicos que no compartían el júbilo general eran los sacerdotes. Ellos dudaban de las noticias sobre el regreso de los Dioses, aun cuando las fechas correspondíanse con las predicciones: doce mil años hacía que los Padres Antiguos habían abandonado la Tierra; seis mil años habían pasado desde el tránsito de Lhasa. Pero los sacerdotes, que conocen todas las cosas, que ven el futuro, y para quienes nada permanece oculto, observaron signos ominosos en el cielo. Muy pronto se descubrió que las noticias sobre el retorno de nuestros Maestros Antiguos constituían un cruel error. Los extraños no venían con buenas intenciones, para asumir el poder con bondad y con sabiduría. En vez de felicidad y de paz interior, trajeron lágrimas, sangre y violencia. En un frenesí de odio y de avaricia, los extranjeros destruyeron el imperio de nuestra nación hermana, los incas. Quemaron ciudades y aldeas, y asesinaron a hombres, mujeres y niños.
Los Blancos Bárbaros —así es como hoy los llamamos— rechazaban el legado de los Padres Antiguos y erigieron templos bajo el signo de la cruz; y en su honor sacrificaron a millones de hombres. Una gran estrella se estaba acercando a la Tierra y arrojaba una cansina luz sobre las llanuras y las montañas. El Sol también había cambiado, tal y como está escrito en la crónica: «,¡Ay de nosotros! Los signos apuntan hacia el desastre. El Sol no se muestra brillante y amarillo, sino rojo como la sangre espesa.» Así era como hablaban los sacerdotes. «Los extranjeros no traen la paz. No confían en el legado de los Padres Antiguos. Sus pensamientos están hechos de sangre. Siembran la sangre por todo el imperio.-» El desastre que nuestros sacerdotes habían predicho afectó en primer lugar a los incas. Estalló una guerra civil en su imperio. Los dos hijos de Huayna Capác lucharon entre sí por el puesto de príncipe. En una sangrienta batalla que tuvo lugar en los campos cercanos a Cuzco, el primogénito Huáscar fue derrotado por su hermano más joven Atahualpa. El vencedor y su ejército avanzaron hacia la capital e iniciaron un sangriento reinado de terror. Atahualpa habría destruido a los partidarios de su desgraciado hermano si los extraños no hubieran desembarcado en las playas del océano occidental. Su llegada impidió su victoria definitiva. Poderosas naves llegaron a la costa. Vinieron silenciosamente sobre el mar. Y desembarcaron unos hombres barbudos, con potentes armas y extraños animales, tan veloces y tan fuertes como el jaguar que caza. Y en sólo un día, un poderosos rival se levantó contra Atahualpa. Había ganado un cruel enemigo, que era falso y estaba lleno de astucia.

  La destrucción del imperio inca 

Poco después de su llegada a Perú, los Blancos Bárbaros dejaron traslucir sus auténticas intenciones. Deslumbrados por la riqueza y los tesoros de Cuzco, iniciaron una cruel guerra de conquista. Asaltaron primero las ciudades de la costa: ocuparon los campos periféricos y sometieron a las tribus aliadas de los incas. A continuación los Blancos Bárbaros se prepararon para una campaña contra las montañas de los Andes. En el lugar denominado Catamarca, a diez horas de camino de Cuzco, se encontraron con el ejército de Atahualpa, el príncipe de los Hijos del Sol. Terribles son las noticias que traen los exploradores. Horrendas sus revelaciones. Atahualpa tuvo que pagar cara su arrogancia. Cayó víctima de la astucia de los extranjeros. Fue traicionado y capturado. Y el segundo hijo de Huayna Capác fue apresado. Sus guerreros perecieron ante las armas de los Blancos Bárbaros. La llanura se cubrió de sangre. En los campos donde el inca perdió la batalla, la sangre cubría hasta los tobillos. Y los barbudos guerreros siguieron adelante. Asesinando y saqueando, llegaron hasta Cuzco. Violaron a las mujeres. Robaron el oro. Abrieron incluso las tumbas. La miseria y la desesperación cayeron sobre las montañas en las que un día Atahualpa, el príncipe de los Hijos del Sol, fuera poderoso. Mi pueblo supo de la auténtica crueldad de los Blancos Bárbaros por los muchos refugiados incas. Los barbudos extranjeros cometieron atrocidades peores que las que nunca habían cometido las tribus salvajes. Apenas doce lunas después de su llegada, una profunda oscuridad se extendía sobre el imperio de los Hijos del Sol, únicamente iluminado por las ciudades y aldeas que ardían. Muy pronto los Ugha Mongulala se vieron obligados a admitir la terrible verdad: su nación hermana estaba condenada a la desaparición. Los extranjeros poseían unas extrañas armas que despedían flamígeros rayos, disponían de unos extraños animales con pies de plata que, guiados por los hombres, sembraban la muerte y la perdición entre las huestes de los Hijos del Sol. Ante ellos, los guerreros de Atahualpa huían perseguidos por el pánico. Mas los incas eran una nación fuerte. A pesar de las superiores armas de los extranjeros, lucharon bravamente por su país. Después de la devastadora derrota en Catamarca, el ejército superviviente se reagrupó en las montañas que rodean Cuzco y en la frontera del país llamado Bolivia. El cuerpo principal del ejército se apostó en los pasos de las montañas que conducían a la costa. Escogidos guerreros atacaron al enemigo por la espalda. De este modo impidieron el avance de los Blancos Bárbaros durante bastante tiempo. Solamente cesarían en su resistencia cuando los extranjeros quemaron vivo a Atahualpa en honor de su dios, con lo que esta profecía de nuestros sacerdotes se había cumplido. El imperio inca se derrumbó bajo una terrible tormenta de fuego. ¡Ay de los Hijos del Sol! ¡Qué destino tan terrible les ha correspondido! Traicionaron el legado de los Dioses y ahora ellos mismos han sido traicionados. Han sido castigados. Han sido sangrientamente abatidos por los Blancos Bárbaros. Porque los extranjeros no conocían la misericordia. No perdonaron ni a las mujeres ni a los niños. Se comportaban como bestias salvajes, como hormigas, destruyéndolo todo a su paso. Había comenzado la era de la sangre para los Hijos del Sol. Toda una nación estaba expiando los pecados de Viracocha. Los Días del Perro comenzaron cuando el Sol y la Luna fueron oscurecidos por la sangre.

  La retirada de los Ugha Mongulala 

A los cinco años de la llegada de los Blancos Bárbaros, el imperio inca parecíase al de Akakor después de la primera Gran Catástrofe. Su capital yacía en ruinas. Aldeas y poblados habían sido incendiados. Los supervivientes se habían retirado al interior de las altas montañas o servían como esclavos a los Blancos Bárbaros. El signo de la cruz, que es idéntico al signo de la muerte, podía verse por doquier. Hasta ese momento, los Ugha Mongulala habían sido testigos distantes de la tragedia. Los Blancos Bárbaros estaban dedicados de lleno al saqueo de la riqueza de los incas. Sus guerreros temían a la densa inmensidad de las lianas en las laderas orientales de los Andes, y únicamente los incas que huían cruzaron la frontera fortificada que Lhasa había ordenado construir. En el año 12.034 la guerra se extendió a Akakor. Los españoles, así es como los Blancos Bárbaros se llamaban a sí mismos, tuvieron noticias de nuestra capital por una traición. Y como su codicia por el oro era insaciable, prepararon un ejército. Tras una dura lucha con la Tribu del Terror Demoníaco, el ejército avanzó por el flanco oriental de los Andes hacia la región de Machu Picchu. El consejo supremo se vio obligado a adoptar una decisión de la más trascendental importancia: la guerra contra los Blancos Bárbaros o la retirada hacia las regiones más interiores de Akakor. El príncipe Umo y los ancianos se decidieron por la retirada, aunque los señores de la guerra y los guerreros aconsejaron en contra. Ordenaron que las ciudades fronterizas fueran abandonadas y que todo signo de la capital fuera destruido. Únicamente habrían de quedar en las regiones abandonadas pequeños contingentes de exploradores para observar los movimientos de los guerreros hostiles y prevenir a Akakor de un ataque. Ésta fue la decisión de Umo. Y así se hizo. Los acontecimientos que siguieron demostraron la justeza de la decisión del príncipe Umo. Su decisión salvó a los Ugha Mongulala de una guerra que nunca podían haber ganado. Pero al mismo tiempo condenó a los incas a su extinción definitiva. El consejo supremo rechazó la petición de ayuda de los generales incas y se preparó para un difícil conflicto defensivo. Si tenia que haber guerra, ésta se desarrollaría allí donde las barreras naturales obstaculizarían a los Blancos Bárbaros: en los valles elevados de los Andes y en la inmensidad de las lianas sobre el Gran Río. Los guerreros obedecieron las instrucciones del consejo supremo, y se retiraron de las regiones amenazadas. Con los corazones contritos, incluso tuvieron que abandonar Machu Picchu, la ciudad sagrada de Lhasa. Largas columnas de porteadores trasladaron todos los objetos, las joyas, las ofrendas sacrificiales y las provisiones hasta Akakor. A continuación los guerreros arrasaron las casas y las murallas y a su retirada destruyeron los caminos. Los sacerdotes destruyeron los templos. Los artesanos bloquearon las entradas con pesadas piedras. Con tanta minuciosidad cumplieron las órdenes de los ancianos que aún hoy los Ugha Mongulala únicamente pueden localizar Machu Picchu con la ayuda de mapas y de dibujos. Sólo los pasadizos subterráneos de la Montaña de la Luna quedaron sin tocar. Porque nadie que no comprenda los signos del pasado puede revelar el secreto de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. Y así fue cómo el sumo sacerdote clausuró la ciudad su grada. Ocultó el secreto del Hijo Elegido de los Dioses, del creador y formador, así que gobernó sobre los cuatro vientos, sobre las cuatro esquinas de la Tierra y sobre la superficie del cielo. Y ocultó el secreto con estas palabras: «Permanecerás en las sombras de tu sombra mientras la mirada de los Dioses esté ausente y la Tierra esté oscurecida por la noche. Luego la sombra de tus sombras te indicará el camino. Te indicará la dirección desde el corazón del cielo hasta el corazón de la Tierra». Durante largo tiempo pareció como si los Dioses fuesen a perdonar a los Ugha Mongulala del destino de su nación hermana, y Akakor permaneció ajena a los Blancos Bárbaros. Aunque éstos avanzaron en sus campañas hasta la región del nacimiento del Río Rojo, nunca traspasaron los bosques de las laderas orientales de las montañas. Sus guerreros morían de las extrañas enfermedades del Gran Bosque o caían bajo las flechas envenenadas de las Tribus Aliadas. Un único grupo llegó hasta los alrededores de la capital de mi pueblo. En el monte Akai, a tres horas de camino de Akakor, se libró una memorable batalla, y que ha quedado descrita en la crónica para la posteridad. Fue en el monte Akai donde los guerreros se encontraron: los Blancos Bárbaros con sus terribles armas y los guerreros de hierro de los Servidores Escogidos. Durante un tiempo, la batalla estuvo indecisa. Los ejércitos peleaban con dureza. Entonces los Servidores Escogidos se atrevieron a atacar. Avanzaron hasta el corazón de sus enemigos. Cegaron sus ojos con antorchas; trabaron sus pies con lazos; golpearon sus cabezas con piedras hasta que la sangre afluyó por la boca y por la nariz. Y los Blancos Bárbaros huyeron de pánico, abandonando todo detrás de sí, sus armas y sus armaduras, sus animales y sus esclavos. Lo único que querían era salvar sus vidas, y ni eso pudieron lograr. Apenas alguno pudo huir, y muchos de ellos fueron llevados cautivos a Akakor. Los cautivos fueron los primeros Blancos Bárbaros en Akakor. Los Ugha Mongulala, los observaban con horror y con reverencia. Únicamente los sacerdotes los trataron con desprecio. Como un signo de su humillación, arrojaron polvo de la tierra sobre los falsos creyentes. Luego el consejo supremo envió a los Blancos Bárbaros como esclavos a las minas de oro y de plata. Expiarían sus crímenes hasta el final de sus días, tal y como está escrito en la crónica: Estas son las noticias. Así fue cómo habló el sumo sacerdote a los Blancos Bárbaros: «¿Quién os ha autorizado para gobernar sobre la vida y sobre la muerte? ¿Quiénes sois que os permitís despreciar el legado de los Dioses? ¿De dónde procedéis que os permitís traer la guerra a nuestro país? Verdaderamente, vuestros actos son malvados. Habéis derramado la sangre. Habéis cazado a los hombres. Habéis destruido las tribus de los Hijos del Sol y habéis esparcido su sangre por las montañas». Éstas fueron las palabras del sumo sacerdote. Fueron terribles. Mas los corazones de los Blancos Bárbaros no se conmovieron. Les costó llegar a comprender su destino, porque les esperaba la cautividad eterna.

  2 La guerra en el Este 1534 - 1691

 Siguiendo los pasos de los descubrimientos de los navegantes españoles y portugueses, la civilización europea inició su expansión en el Nuevo Mundo. Las potencias marítimas de España y Portugal (a las que más tarde se unirían Inglaterra y los Países Bajos) se enriquecieron con la explotación de sus colonias. Mientras que España saqueaba Perú y México, Portugal iniciaba la conquista de la costa oriental brasileña. En los años 1541-42, Orellana, compañero de batallas de Pizarro, realizó su histórico viaje a través del continente sudamericano. Él fue el primero en navegar el río Amazonas, al que dio nombre por las belicosas mujeres que decía haber encontrado en su viaje. Tras su regreso en 1546 al Nuevo Mundo, murió de malaria en la desembocadura del Amazonas. Por la misma época, los ingleses y los holandeses iniciaron la exploración de los afluentes del Amazonas. En el año 1616, el portugués Caldera Castello Branco, en nombre del Reino Unido de Portugal y España, fundó la ciudad de Belém, desde la que se iniciaría la exploración de la Amazonia por parte de los portugueses. La figura más destacada fue la de Pedro Texeira, quien en 1637 repetiría en dirección opuesta el histórico viaje de Orellana. Texeira determinó en nombre de Portugal la futura frontera occidental de Brasil en la confluencia de los ríos Aguarico y Ñapo. Pedro Texeira, quien se enorgullecía de haber matado con sus propias manos a 30.000 salvajes, murió en el año 1641. Según las estimaciones del padre jesuita Antonio Veira, en un período de treinta años los conquistadores portugueses asesinaron a dos millones de indios de la jungla.

  La llegada de los Blancos Bárbaros por el Este 

¿Dónde está la Tribu de la Gloria que Crece? ¿Qué ha sido de los incas, los Hijos del Sol? ¿Dónde están la Tribu de la Gran Voz, la Tribu de los que se Niegan a Comer, y muchos otros de los antiguamente poderosos pueblos de las Tribus Degeneradas? La avaricia y la violencia de los Blancos Bárbaros las han hecho derretirse como la nieve al sol. Muy pocas han logrado huir hacia el interior de los bosques. Otras se han ocultado en las cumbres de los árboles, como la Tribu que Vive en los Árboles. Allí no tienen ni ropas protectoras ni nada para comer. Nadie sabe dónde están, y quizás ahora ya todos se hallen muertos. Otras tribus se han rendido a los Blancos Bárbaros que les hablaron con palabras suaves. Mas las buenas palabras no son compensación alguna para la miseria de todo un pueblo. Las buenas palabras no le dan salud ni tampoco le evitan la muerte. Las buenas palabras no dan a las tribus un nuevo país en el que puedan vivir en paz, cazar libremente y cultivar sus campos. Todo esto lo vio mi pueblo con sus propios ojos. Nuestros exploradores se adentraron en el territorio de los Blancos Bárbaros y nos trajeron estas noticias. Mi corazón se estremece de dolor cuando pienso en todas las falsas promesas que hicieron. Pero realmente, no podemos esperar que los blancos cumplan sus promesas, como tampoco podemos esperar que los ríos fluyan hacia arriba. Porque son malvados y traicioneros, tal y como está escrito en la crónica: «Savia roja mana de los árboles, savia que es como la sangre.» Así fue cómo hablaron los mensajeros de las Tribus Aliadas cuando llegaron ante los Servidores Escogidos. «Porque los Blancos Bárbaros han desembarcado también en el Este, con sus naves cuyos mástiles llegan hasta el cielo. Han llegado con sus armas que rugen y que desde la distancia envían la muerte, y cuyas flechas son invisibles. Y han ocupado la Tierra.» Éste fue el relato que los mensajeros trajeron. Esperaron impacientes y suplicaron la decisión del consejo supremo. Imploraron a los Dioses en solicitud de ayuda. «No nos abandonéis», suplicaron. «Conceded armas a nuestros hombres para que podamos arrojar al enemigo del país y pueda regresar la luz al imperio de los Servidores Escogidos.» Así fue cómo hablaron los mensajeros, los sufridos guerreros, los hombres desesperados de las Tribus Aliadas. Y esperaron al Sol que ilumina la bóveda del cielo y la superficie de la Tierra. Esperaron y trajeron a Akakor las noticias de la llegada de los Blancos Bárbaros por el Este. A comienzos del decimotercer milenio, la guerra en la frontera occidental se interrumpió temporalmente. Los españoles se habían cansado de las inútiles batallas. Renunciaron a la conquista de las laderas orientales de los Andes y abandonaron el ataque de Akakor. Una extensa tierra de nadie, protegida únicamente por nuestros exploradores, separaba el nuevo imperio de los Blancos Bárbaros del territorio de los Ugha Mongulala. Ya no había peligro de que nuestra capital fuera descubierta. Pero tan pronto como los Blancos Bárbaros habían detenido su avance en el oeste del país, comenzaron a desembarcar por el Este y a ocupar las regiones costeras; Remontaron el Gran Río hasta alcanzar los asentamiento de las Tribus Aliadas. La lucha se desato de nuevo: comenzó una nueva guerra entre los Blancos Bárbaros y el Pueblo escogido. Pero los Ugha Mongulala habían aprendido de la extinción de los incas. Evitaron el enfrentamiento con enemigo en campo abierto. Los guerreros únicamente atacaron a los Blancos Bárbaros en emboscadas. Asimismo abandonaron todas las ciudades y aldeas de esta región. Nuestros enemigos sólo encontraron en sus incursiones pueblos abandonados. Sufrieron de hambre y de sed. Vagaron en círculos por los bosques impenetrables. Muchos de ellos cayeron víctimas de nuestra arma más terrible, un veneno, un secreto directamente heredado de nuestros Maestros Antiguos. Con estas nuevas tácticas mi pueblo logró mantener alejados del imperio a los Blancos Bárbaros durante bastante tiempo. Pero entonces sucedió algo inesperado. Gran parte de las Tribus Aliadas renunciaron a su obediencia a Akakor, traicionando el legado de los Dioses comenzaron a adorar el signo de la cruz.

  La destrucción de las Tribus Aliadas 

La Tribu de los Rostros Deformados, que se asienta en las zonas bajas del Río Negro, inicio la rebelión de las Tribus Aliadas en las provincias orientales del imperio. Esta nación había sido aliada de los Ugha Mongulala desde los tiempos de Lhasa. Tras la llegada de los Blancos Bárbaros, la tribu, que ascendía a 80.000 cabezas, traicionó el legado de los Dioses y declaro la guerra a Akakor. En unos meses, la guerra se había extendido por todo el territorio. En la región del nacimiento del Gran Río. la Tribu de la Gloria que Crece se rebeló. Sus guerreros atacaron las ciudades de la región del recinto religioso de Salazere y penetraron profundamente en el interior de! imperio. La Tribu de los Cazadores de Tapires, que inicialmente había observado a los Blancos Bárbaros con suspicacia, traspasó las fortalezas de Mano, Samoa y Kin. Sólo unos pocos guerreros de los Ugha Mongulala lograron escapar al baño de sangre y huyeron a las regiones de los bosques inaccesibles situadas en las zonas bajas del Gran Río. Con el transcurso de los siglos, sus descendientes se mezclaron con las tribus salvajes. Únicamente han conservado como testimonio de su origen la piel blanca de los Servidores Escogidos. Han olvidado el legado de los dioses. Las mayores pérdidas se produjeron durante las luchas en las regiones meridionales del imperio. La tribu de los Caminantes, que había sido aliada de Akakor, abandonó sus antiguos asentamientos. Asesinando y saqueando, atravesó las zonas bajas del Gran Río hasta llegar a la costa del océano oriental, tal como está escrito en la Crónica: Esta es la historia de la deserción de la tribu de los caminantes. Cuando tuvieron noticias de los barbudo guerreros, se sorprendieron grandemente. ¿ Por qué no ir allí? ¿Por qué no mirar a los extraños? Y exclamaron: «Seguramente, traen grandes regalos, mayores que los de los Servidores Escogidos». Así que partieron. Llegaron hasta el borde del océano, hasta las naves de los Blancos Bárbaros. Los barbudos extranjeros los recibieron con amabilidad; eran inteligentes. Les regalaron finas telas y brillantes perlas. Se las regalaron coma prueba de amistad. Y los Caminantes codiciaron tanto estos regalos que olvidaron el legado de los Dioses. Se sometieron a los Blancos Bárbaros. De modo que su alianza con los Servidores Escogidos había concluido. Lhasa la había establecido; había sido sagrada. Ahora había perdido su valor; sólo quedaban los huesos. Mas he aquí que el legado de los Dioses es más grande y más fuerte que la traición de las Tribus Aliadas. Su esencia no se pierde, ni puede desaparecer. La imagen de los Maestros Antiguos no puede extinguirse, ni si quiera en mil años, nunca. La traición de las Tribus Aliadas puso en peligro la vida de los Ugha Mongulala. Para confundir a las superiores fuerzas del enemigo, Akakor se valió de la astucia. Escogidos guerreros disfrazados con las pinturas de guerra de las tribus rebeldes atacaron los puestos de avanzada de los Blancos Bárbaros, mataron a los enemigos y dejaron tras si señales de las tribus desertoras. Los Blancos Bárbaros se vengaron cruelmente de lo que ellos tomaron por ataques de sus aliadas. Pronto estallaría una grande y confusa guerra entre los Blancos Bárbaros, las tribus que habían desertado de Akakor, los pueblos salvajes y los Ugha Mongulala. La Tribu de los Caminantes sufrió las mayores pérdidas. Casi todo su pueblo recibió una muerte cruel. La Tribu de los Cazadores de Tapires huyó a las montañas situadas al norte del Gran Río. La Tribu de la Gloria que Crece no tuvo otra opción que la de someterse al imperio de Akakor. Terrible fue el destino de los rebeldes. Sus rostros y sus cuerpos, sus auténticas almas, estaban rojos de sangre. Sus sombras vagaban sin descanso por la tierra. Sufrieron todo tipo de tribulaciones. Fueron muertos. A ninguno le fue perdonada la vida. El castigo por su falsedad fue su muerte. Tenían corazones falsos, blancos y negros al mismo tiempo. Y pagaron su traición con la muerte. La decadencia definitiva de mi pueblo comenzó con la deserción de las Tribus Aliadas. Como un ejército de hormigas, los Blancos Bárbaros avanzaban cada vez más. Si caían cien, a éstos les seguían otros mil. Construyeron ciudades y poblados y establecieron su propio imperio en las zonas bajas del Gran Río. Estaba emergiendo un nuevo orden, que excluía al pueblo de los Servidores Escogidos y rechazaba el legado de los Dioses. Comenzó una época de oscuridad en la que sólo podía oírse el terrible sonido del aletear de los vampiros y del ulular de los búhos. Pero antes de que las tinieblas cayeran sobre las fronteras de Akakor. descendieron sobre los Akahim. la nación hermana de los Ugha Mongulala.

  La lucha de los Akahim 

Desde los tiempos de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, Akakor v Akahim, la ciudad hermana de las montañas de Parima, habían sido aliadas. Durante miles de años, los Ugha Mongulala y el pueblo de los Akahim intercambiaron presentes. Las embajadas visitaron regularmente las cortes respectivas. Sus guerreros lucharon unidos contra tribus hostiles. Únicamente la llegada de los godos en el duodécimo milenio trajo algo de tensión a estas fraternales relaciones. Los Akahim temían a las terribles armas de hierro y pensaron que los Ugha Mongulala deseaban someterlos. Akahim interrumpió prácticamente todas las relaciones. Los exploradores de los dos imperios se encontraban muy de vez en cuando para intercambiar presentes y sacrificios y reafirmar la amistad y la paz. La llegada de los Blancos Bárbaros a la desembocadura del Gran Río produjo un cambio decisivo en el destino de los Akahim. Las Tribus Aliadas revelaron la existencia de su imperio a los guerreros extranjeros. Éstos prepararon naves y salieron en busca de la misteriosa ciudad. Los Akahim se veían enfrentados al mismo dilema que los Ugha Mongulala habían tenido que resolverá ochenta años antes cuando el imperio de los incas se derrumbó: o luchar contra los Blancos Bárbaros o retirarse hacia el interior de las montañas de Parima. Para evitar una guerra sangrienta, el consejo supremo decidió la retirada. Mas cuando los 130 ancianos daban la orden para la paz, ocurrió un hecho inesperado: las mujeres se opusieron a esta decisión, destronaron al consejo supremo y asumieron el poder por sí mismas. Bajo la dirección de la valerosa Mena forzaron a los hombres a tomar el arco y la flecha y a enfrentarse a los Blancos Bárbaros. «¡Vayamos a la guerra!»: así hablaron las mujeres. «¿No somos lo suficientemente numerosos como para expulsar a los barbudos extranjeros? ¿No somos lo suficientemente fuertes como para derrotarlos?» Y las mujeres de los Akahim se sublevaron, abandonaron sus vasijas y rompieron sus ollas; apagaron el fuego del fogón y marcharon a la guerra. Deseaban mostrarles su fuerza a los Blancos Bárbaros. Iban a chascar sus huesos y convertir su carne en polvo. La guerra de los Akahim contra los Blancos Bárbaros es uno de los capítulos más heroicos de la historia de la Humanidad. Aliados con los supervivientes de la Tribu de los Caminantes, libraron grandes batallas contra sus enemigos. Desde largas canoas, las mujeres guerreras atacaron las naves enemigas que estaban ancladas, arrojaron flechas incendiarias a las velas y éstas ardieron. Para detener su avance, levantaron diques en los ríos con gigantescas piedras. Así como antes hicieran los Ugha Mongulala, destruyeron su propio país. De esta forma, los Akahim resistieron el ataque de los Blancos Bárbaros durante siete años. Durante este período de tiempo mataron a miles de barbudos guerreros, pero también ellos murieron por miles. Y entonces la fuerza de los Akahim estaba agotada. Las mujeres habían demostrado su coraje y llevado a su pueblo al borde de la extinción. Las quejas de la nación hermana eran tan altas que el llanto y la tristeza estallaron en Akakor. Roja estaba la tierra, roja de sangre real. Pero era una buena muerte la que los valientes Akahim habían encontrado, la mejor. Rompieron la fuerza de los enemigos. Hicieron saltar sus huesos como cuando se muele el maíz para fabricar harina. Arrojaron sus huesos a la corriente. Y el agua los arrastró, a través de las montañas más elevadas, y también de las más bajas. Las mujeres de los Akahim, conocidas como las amazonas en el idioma de los Blancos Bárbaros, han continuado siendo valientes guerreras. A pesar de las graves pérdidas, lograron con el tiempo restablecer nuevamente la vida de la comunidad e impedir el avance de los Blancos Bárbaros hacia el interior de su territorio tribal original. Se separaron de las Tribus Aliadas y establecieron un nuevo orden en la vida de la comunidad. De la antiguamente poderosa tribu que vivía en los valles inaccesibles de las montañas de Parima solamente quedan hoy unas 10.000 personas. Pasan la mayor parte de sus vidas en las residencias subterráneas de los Dioses. Únicamente salen a la superficie para cultivar sus tierras y para cazar. La vida de los Akahim difiere mucho de la de mi pueblo Están gobernados por una princesa que es descendiente de la guerrera Mena. Ella es la soberana absoluta de su pueblo. Ella selecciona a los miembros del consejo supremo, a los señores de la guerra y a los funcionarios. Todos los puestos de importancia están reservados para las mujeres. Los hombres sirven como simples soldados o trabajan en los campos. Incluso el Sumo Sacerdote es una mujer. Como el de mi nación, preserva el legado de los Dioses. Desde la rebelión de las mujeres, los Akahim desconocen el matrimonio. Únicamente durante el embarazo entran los hombres y las mujeres en una unión in-tima. Tras el nacimiento del hijo, el hombre es rechazado nuevamente por la mujer. Desde la edad de doce años, las muchachas disfrutan de una educación privilegiada en las escuelas de las sacerdotisas y son instruidas en el arte de la guerra y en la administración del territorio. A partir de esa misma edad, los muchachos se ven obligados a trabajar. Carecen de derechos y viven como esclavos. Son expulsados de la unión tribal por el más leve delito y se ven forzados a abandonar las residencias subterráneas. Muchos de estos desgraciados han huido a Akakor. Aquí han tomado una esposa de los Ugha Mongulala y han fundado una nueva familia. Porque las mujeres de mi pueblo están contentas con la función que los Dioses les han asignado: ser fieles servidoras de los hombres. Tona estaba insatisfecha con su marido. No era feliz. Su corazón se había endurecido. De modo que acudió al Sumo Sacerdote y le pidió consejo. Ella deseaba ayuda. Ella deseaba separarse de su marido. Mas el Sumo Sacerdote le ordenó que fuera paciente. Habría de vivir con su marido hasta que hubiera registrado sus diez mayores faltas; sólo entonces podría abandonarle. Y Tona regresó a su casa, dispuesta a anotar las diez mayores faltas de su marido. Deseaba registrar todo aquello que no le gustaba de él. Mas cuando hubo encontrado la primera falta pensó que no valía la pena anotarla. Y cuando halló la segunda, pensó que también era demasiado ligera. Y los días pasaron. Una luna siguió a otra luna. Y los años pasaron. Y Tona envejeció. Ni siquiera había registrado una sola falta de su marido. Era feliz y un ejemplo para sus hijos y para los hijos de sus hijos.

  3 Los imperios de los Blancos Bárbaros 1691 - 1920

 La historia europea hasta la revolución francesa se caracterizó por la rivalidad entre Francia y la casa de Habsburgo, y en ultramar por la lucha por la hegemonía colonia!. 1776 fue una fecha decisiva en la historia del continente norteamericano, y en 1783 Inglaterra reconoció la independencia de los Estados Unidos de América. Simultáneamente comenzó el exterminio de los indios norteamericanos. La historia de las colonias españolas en América del Sur concluyó en 1824 con la batalla de Ayacucho, en la que Antonio José de Sucre, al mando de los «Patriotas» de Simón Bolívar, derrotó definitivamente a los mercenarios españoles. Surgieron una serie de repúblicas independientes, entre las cuales se encontraban Perú, Ecuador, Solivia y Chile. En 1 822, Brasil proclamó su independencia respecto de Portugal. En el mismo año comenzó la Cabanagem, el mayor movimiento social revolucionario de la historia brasileña. Los mestizos y los indios, dirigidos por Angelim, fueron derrotados por las Fuerzas del gobierno central en una guerra que duró tres años. Los dos tercios He la población amazónica fueron exterminados. El primer «boom» del caucho estalló hacia el año 1870. En un período de cuarenta años, 1 50.000 colonizadores recogieron 800 millones de kilos de caucho en el Noroeste. Tras una sangrienta guerra fronteriza, Solivia cedió en 1903 a Brasil la provincia limítrofe de Acre, a cambio del pago de dos millones de libras esterlinas. En 1915, la competencia de las plantaciones británicas de Malasia provocó la caída de los precios del caucho hasta la mitad de su valor inicial. La explotación económica de la Amazonia se detuvo temporalmente.

  La desintegración del imperio 

Los Ugha Mongulala son hoy una nación pequeña. Pero somos un pueblo antiguo, el más antiguo del mundo. Durante miles de años hemos vivido sobre el Gran Río y en las montañas de los Andes. Nunca fuimos más allá, ni en la guerra ni en la paz. Nunca fuimos al país de los Blancos Bárbaros. Pero los Blancos Bárbaros han conquistado nuestro país y tomado posesión de él. Nos persiguen, cometen actos indignos y nos enseñan muchas cosas malas. Antes de que ellos cruzaran los océanos, la paz y la unidad reinaban entre las Tribus Escogidas. Ahora lo que hay es una guerra continua. Los colonizadores blancos han avanzado hasta la región del nacimiento del Gran Río, y nos roban nuestra tierra. Es la mejor y la última que nos queda. En esta tierra nacimos. Aquí crecimos. Aquí vivieron y murieron nuestros antepasados. Aquí también deseamos vivir y morir nosotros. El país nos pertenece. Si los Blancos Bárbaros tratan de privarnos de él, lucharemos del mismo modo como lo hicieron nuestros antepasados, tal y como está escrito en la crónica: Los Blancos Bárbaros se reunieron. Tomaron sus armas y los animales sobre los que pueden cabalgar. Numerosos eran sus guerreros cuando llegaron por el Gran Río. Pero los Servidores Escogidos conocían su llegada. No habían dormido. Habían estado observando a su enemigo mientras se preparaba para la batalla. Los Blancos Bárbaros se pusieron en marcha. Planeaban atacar por la noche, cuando los Servidores Escogidos estuvieran adorando a los Dioses. Pero no lograron su objetivo. En el camino les sobrevino el sueño. Y los guerreros de las Tribus Escogidas se acercaron y les cortaron sus cejas y sus barbas. Arrancaron los ornamentos de plata de sus brazos y los arrojaron al Gran Río. Hicieron esto en retribución y en humillación. Así fue cómo mostraron su poder. A comienzos del decimotercer milenio (el siglo XVIII) los conquistadores blancos proseguían inexorables en su avance. Tras de los soldados llegaron los mineros del oro, que revolvieron los ríos en busca de las brillantes piedras. Los cazadores y los tramperos recogieron las pieles del jaguar y del tapir. Los sacerdotes de los Blancos Bárbaros erigieron templos bajo el signo de la cruz. Ciento cincuenta años después de la llegada de las primeras naves a la costa oriental, el imperio de los Ugha Mongulala se componía únicamente de los territorios situados en las zonas altas del Gran Río, de las regiones del Río Rojo, de la parte septentrional de Bolivia y de las laderas orientales de los Andes. Las comunicaciones con la nación de los Akahim se habían interrumpido. La frontera fortificada del Oeste yacía en ruinas. Los únicos supervivientes de las antiguamente poderosas Tribus Aliadas eran la Tribu de los Cazadores de Tapires, la Tribu de los Corazones Negros, la Tribu de los Espíritus Malignos y la Tribu de los que se Niegan a Comer. La Tribu del Terror Demoníaco había huido hacia el interior de la inmensidad de las lianas. Los supervivientes de la Tribu de los Caminantes vivían con los Akahim. Los Blancos Bárbaros avanzaban inexorablemente, destruyendo a su paso toda obstrucción y todo aquello que les desagradara. Del mismo modo como la hormiga rebana la carne de los huesos del jaguar herido, así fue como ellos destruyeron el imperio de las Tribus Escogidas. Impotentes, los Ugha Mongulala contemplaban el ataque de sus enemigos. Bajo una desesperante exasperación, experimentan la decadencia del en un tiempo poderoso imperio. Las mujeres seguían tejiendo ropas para sus maridos: los cazadores todavía rastreaban la huella del jabalí y almacenaban provisiones para la estación de las lluvias; los guerreros se mantenían vigilantes sobre las poderosas murallas de Akakor en la protección de las altas montañas y de los profundos valles. Pero las vidas y las acciones del Pueblo Escogido estaban dominadas por una profunda tristeza. Sus rostros se mostraban pálidos, blancos y agotados, como las ñores que brotan en la profundidad de la inmensidad de las lianas. ¿Dónde estaban los Dioses que habían prometido regresar cuando sus hermanos de la misma sangre y del mismo padre se hallasen en peligro? ¿Qué había sido de la justicia de las leyes eternas que, según el legado de los Dioses, debería imperar asimismo en los Blancos Bárbaros? El pueblo no veía salida alguna. Tampoco los sacerdotes tenían respuesta. Ese fue el comienzo de la decadencia. Ese fue el ignominioso final del imperio. Así fue como comenzó la victoria de los Blancos Bárbaros. Eran espíritus malignos, pero también fuertes y poderosos. Cometieron crímenes incluso a la luz del día. Y los Servidores Escogidos se unieron. Se levantaron en armas. Deseaban enfrentarse a los Blancos Bárbaros y combatir. Querían acabar con ellos en las cuatro esquinas del imperio. Sin temer a las potentes armas, deseaban vengarse de sus crímenes. Porque los Senadores Escogidos nunca habían estado tan cegados por el poder o por la riqueza como los Blancos Bárbaros.

  La guerra sobre el Gran Río 

En general, las tribus que se asientan en las zonas bajas del Gran Río son perezosas y pacíficas, como lo es el agua que en su presencia afluye hacia el mar. Cuando Lhasa extendió su imperio hasta la desembocadura del río. estas tribus salieron a su encuentro con presentes. Saludaron a sus guerrero con pruebas de amistad y se aliaron voluntariamente con la nación más poderosa de la tierra. No deseaban otra cosa que su tierra, en la que poder vivir en paz y tranquilidad. Seria sólo con la llegada de los Blancos Bárbaros cuando la vida de las tribus salvajes comenzó a cambiar. Aunque antiguamente habían apoyado a los Ugha Mongulala, ahora servían a los Blancos Bárbaros, que les habían prometido riquezas y poder. Mas los Blancos Bárbaros nada saben del valor de las promesas. Su corazón es frío y su forma de pensar es muy extraña y complicada. No pelean los unos contra los otros por motivo del honor de un hombre o para demostrar su fortaleza, sino hacen la guerra sólo y exclusivamente por la propiedad de las cosas. Y las tribus salvajes de las zonas bajas del Gran Río comenzaron también a comprobar esto. Tan horribles eran las atrocidades que los Blancos Bárbaros cometían que incluso estos pacíficos pueblos se levantaron en armas. Se unieron y declararon la guerra a sus opresores. Fueron los exploradores quienes trajeron noticias al consejo supremo de Akakor sobre esta revuelta, que pronto se convertiría en una guerra civil entre los Blancos Bárbaros. Las descripciones de las luchas eran horribles. Los Blancos Bárbaros perseguían a los rebeldes sin piedad. Con la protección de la noche, atacaron ciudades y aldeas. Con sus armas que vomitaban fuego, asesinaron a las personas ordinarias. Los caudillos fueron colgados por sus talones de los árboles, y arrancados sus corazones. Pronto el Gran Bosque se llenó de los lamentos de los moribundos. Los supervivientes pasaban como sombras por el país e imploraban la justicia de los Dioses, tal y como está escrito en la crónica: ¿Qué clase de gente es ésta que ni siquiera respeta a sus propios dioses y que mata porque disfruta de la sangre de los extranjeros? Son seres miserables. Son rompedores de huesos. Golpean incluso a sus propios hermanos hasta que sangran. Extraen su sangre hasta que se seca y esparcen sus huesos sobre los campos. Así es cómo son: quebrantahuesos, destructores de esqueletos, gente miserable. La guerra sin cuartel de los Blancos Bárbaros duró tres años. Por tres veces pasó el Sol desde el Este hasta el Oeste antes de que la guerra terminara. Cuando concluyó, la tierra sobre el Gran Río parecía como si hubiera sido barrida. Se parecía a la infinita inmensidad de los océanos en la que ni siquiera pueden distinguirse las grandes naves de los Blancos Bárbaros. Las tribus salvajes fueron exterminadas. Apenas sobrevivió un tercio de la población. Pero también la fortaleza de los Blancos Bárbaros había quedado agotada. Durante las siguientes décadas los Ugha Mongulala dispusieron de un muy necesario tiempo para respirar. Pudieron retirarse y reorganizar la defensa de las regiones que aún poseían. Una vez más, mi pueblo tomó ánimos. Sacrificó incienso y miel de abejas, y veneró la memoria de los muertos. Las tribus de los Servidores Escogidos se reunieron en asamblea. Se congregaron delante del espejo dorado para dar gracias por la luz y llorar por los muertos. Quemaron resina, hierbas mágicas e incienso. Y por primera vez en su historia, cantaron la canción del sol negro, con tristeza y con dolor: ¡Ay de nosotros! Negro brilla el Sol. Su luz cubre la Tierra con tristeza. Sus rayos presagian la muerte. ¡Ay de nosotros! No regresaron los guerreros, Cayeron en la batalla sobre el Gran Río, los arqueros y los exploradores, los hondistas y los lanceros. ¡Ay de nosotros! Negro brilla el Sol. La oscuridad cubre la Tierra.

  El avance de los recolectores de caucho 

La paz en la frontera oriental del imperio duró poco tiempo. Apenas quince años después de la terrible guerra en las zonas bajas del Gran Río. los Blancos Bárbaros se habían recuperado de sus pérdidas. Prepararon un nuevo ataque sobre el Gran Bosque. Desde Manaus, que es como llaman a su ciudad más grande, avanzaron en un amplio frente hasta las zonas altas del Gran Río. del Río Rojo y del Río Negro. Y una vez más, venían impulsados por su insaciable avaricia. Los Blancos Bárbaros habían descubierto el secreto del caucho. Mi pueblo ha conocido el secreto de la cauchera durante miles de años. Nuestros sacerdotes se sirven de su savia para preparar medicinas y venenos. También la utilizan para preparar los colores de las pinturas de guerra y para la construcción de casas. Pero mi pueblo respeta las leyes de la Naturaleza. Recoge solamente pequeñas cantidades de caucho, que es la forma como los Blancos Bárbaros denominan a la savia de los árboles. Mi pueblo evita todo aquello que pueda poner en peligro la vida de los bosques. Sin piedad, los Blancos Bárbaros trajeron la destrucción de la Naturaleza. Enviaron cientos de miles de hombres a la inmensidad de las lianas, empujados por la promesa de la riqueza fácil y protegidos por las armas de sus caudillos. En un corto período de tiempo, el país antiguamente fértil se vio convertido en un desolado desierto. Este renovado avance de los Blancos Bárbaros era más peligroso para Akakor que sus campañas cien años antes. Entonces se habían contentado con un rápido botín. Ahora se quedaban en los bosques, se establecían y cultivaban la tierra. Las tribus salvajes tuvieron que huir. Aquellas que permanecieron fueron asesinadas por los recolectores de caucho o mantenidas prisioneras como animales en grandes empalizadas. Se extendió una gran desesperación. Como los Blancos Bárbaros no conocen la luz de los Dioses, la superficie de la tierra se oscureció. El segundo avance de los Blancos Bárbaros sorprendió a los Ugha Mongulala que vivían en la planicie elevada del Mato Grosso y en la frontera boliviana. Eran éstos los mas antiguos territorios tribales de mi pueblo. Aquí habían vivido nuestros antepasados desde la llegada de los Dioses 15.000 años antes. Ante el avance de los recolectores de caucho y de los colonizadores, los guerreros se vieron obligados a retirarse. Ni siquiera el grueso del ejército de los Ugha Mongulala habría sido capaz de contener a los Blancos Bárbaros. Éstos llegaron en enormes cantidades. Sus capitanes portaban armas muy poderosas y superiores. De modo que el consejo supremo decidió establecer una nueva frontera del imperio en la Gran Catarata situada en las colinas al pie de los Andes. Aquí los Ugha Mongulala se prepararon para la batalla. Desde aquí defenderían Akakor, beneficiándose del difícil terreno. Y decidieron morir en defensa del legado de los Maestros Antiguos. En el transcurso de las luchas, los señores de la guerra pusieron en práctica nuevas tácticas. A primeras horas de la mañana, cuando los Blancos Bárbaros todavía dormían, nuestros guerreros se arrastraban hasta los campamentos, ponían fuera de combate a los guardianes y llevaban las chozas, que estaban construidas sobre postes, hasta el río. Los Blancos Bárbaros que dormían se ahogaban o eran devorados por los peces. Cuando los guardianes volvían en sí, solamente encontraban un amplio espacio vacío. Si contaban el misterioso acontecimiento en la aldea más próxima, nadie les creía. Los recolectores de caucho pensaban que se habían vuelto locos. Cuanto más frecuentemente ocurrían estos acontecimientos, mayores eran la suspicacia y la confusión. Comenzaron a luchar los unos contra los otros. Temerosos de nuevos ataques, se retiraron de los bosques. El agotamiento de nuestros recursos aceleró, asimismo, la retirada de los Blancos Bárbaros. Ni siquiera los bosques inconmensurables eran lo suficientemente grandes para su avaricia, y despreciando las leyes de la Naturaleza, provocaron la disminución del número de árboles. La búsqueda de la valiosa savia se hizo cada vez más difícil. La mayoría de los recolectores de caucho regresaron a las costas orientales. Solamente unos cuantos poblados de las zonas altas del Río Rojo quedaron habitados. Los Blancos Bárbaros ocuparon la tierra. Proliferaron sobre las riberas del Gran Río. Tuvieron hijos e hijas. Cultivaron los campos. Construyeron aldeas de caliza y de argamasa. Realizaron grandes hazañas. Pero no teman ni alma ni razón. No conocían el legado de los Dioses. Los Blancos Bárbaros se parecían a los hombres, hablaban como los hombres, pero eran peores que los animales salvajes.

  El asalto a la capital de los Blancos Bárbaros 

Desde que yo he sido enviado a observar a los Blancos Bárbaros en su propio territorio y conocerlos, he comprendido que ellos también poseen conocimientos y sabiduría. Muchas de las cosas que han creado podrían ser igualmente dignas de los Ugha Mongulala. Mas mi pueblo juzga a los hombres por sus corazones; y en los corazones de los Blancos Bárbaros anidan la traición y la oscuridad. Son falsos para con sus enemigos y para con sus hermanos. Sus más importantes armas son la traición y la astucia. Pero nosotros hemos aprendido de sus actos. Con nuestro coraje y nuestra sabiduría podemos derrotarlos. Esto lo demostró Sinkaia, un digno descendiente de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. Trescientas ochenta y cuatro generaciones habían transcurrido desde su misteriosa marcha. La crónica registraba el año 12.401 (1920) cuando Sinkaia fue aclamado príncipe de los Ugha Mongulala. Muy pronto demostraría Sinkaia ser un hombre capaz. Él guió la retirada de los Servidores Escogidos hasta la nueva frontera fortificada situada en la Gran Catarata. Fue también él quien reorganizó la defensa del imperio y quien dirigió una campaña dentro del territorio de los Blancos Bárbaros. Hasta hoy en día dicha campaña ha quedado como un símbolo del valor de los Ugha Mongulala. Esta es la historia del asalto a la capital de los Blancos Bárbaros. Aquí describiremos cómo sucedió. Pensando en todos los crímenes, y en toda la tristeza, y en todo e, dolor que aquéllos habían causado a las Tribus Escogí das, Sinkaia decidió declarar la guerra. Y así fue cómo habló a los más valientes guerreros: «Esta es la orden que os doy. Id adelante; avanzad por el interior del territorio de nuestros enemigos. Vosotros vengaréis a los hermanos muertos. Vengaréis toda la sangre que ha corrido desde la llegada de los Blancos Bárbaros. Coged las mejores armas, los arcos más ligeros, las flechas más afiladas, y abrid sus pechos. Incendiad sus casas, matad a sus hombres; mas perdonad a las mujeres y a los niños. Porque incluso en esta guerra honraremos el legado de los Padres Antiguos. Acudid primero al Gran Templo del Sol y despedíos de los Dioses, porque difícilmente podréis regresar vivos. Pero apresuraos. El mensajero con la Flecha Dorada ya va de camino. Os adelanta en un día y en una noche. Lleva la guerra a los Blancos Bárbaros». Desconozco el modo cómo la crónica de los Blancos Bárbaros describe la campaña de Sinkaia. Desconozco asimismo el nombre que dieron a los guerreros que penetraron en la capital a la luz del día. Yo sólo sé lo que está escrito en la Crónica de Akakor. Según la crónica de mi pueblo, el consejo supremo de los Blancos Bárbaros había tomado prisioneros a quince de los más respetados hombres de entre los incas. Sinkaia se sintió responsable de su destino. Envió un mensajero a la ciudad llamada Lima y exigió su inmediata liberación. Cuando los dirigentes de los Blancos Bárbaros rechazaron su petición, envió al mensajero con la Flecha Dorada como signo de la guerra. Seguidamente, ochenta escogidos guerreros se pusieron en camino hacia el territorio de sus enemigos. Según nuestra crónica, los guerreros pasaron a través de un pasadizo subterráneo que se remonta hasta los tiempos de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. Comienza en el Gran Templo del Sol en Akakor y termina en el corazón de la capital de los Blancos Bárbaros. Sus paredes están iluminadas. Unas piedras negras, que nosotros denominamos «piedras horarias», están hundidas en los muros a intervalos regulares para marcar las distancias. La entrada y la salida están protegidas por símbolos de nuestros Dioses, por trampas y por flechas envenenadas. Ni siquiera los incas conocen el curso del túnel. Tras la llegada de los Blancos Bárbaros, construyeron su propio pasadizo subterráneo, que iba desde Cuzco, vía Catamarca, hasta el patio interior de la catedral de Lima. Una losa de piedra oculta el pasadizo del mundo exterior. Está tan inteligentemente disimulada entre los cimientos que no puede ser distinguida de las otras losas. Únicamente aquellos que conocen el secreto pueden abrirla. Los ochenta escogidos guerreros caminaron a través del pasadizo de Lhasa. Durante tres lunas se deslizaron como sombras por entre el país de sus enemigos. Llegaron a la capital de los Blancos Bárbaros. Al salir el Sol rompieron el pasadizo subterráneo y trataron de liberar a los incas cautivos. En la batalla que siguió, murieron 120 Blancos Bárbaros. Mas la ventaja del enemigo era demasiado grande. Ninguno de los guerreros de Sinkaia regresó a Akakor. Entregaron sus vidas como fieles servidores de los Dioses para el Pueblo Escogido.

  4 La sabiduría de los Ugha Mongulala 1921 - 1932

 La Primera Guerra Mundial fue consecuencia de la política de las potencias imperialistas y de la intensificación de las tensiones nacionalistas. Terminó con la derrota absoluta de la Alemania Imperial. La posguerra, sin embargo, renovó las diferencias políticas y preparó a Europa para la Segunda Guerra Mundial. Entretanto, los Estados Unidos se habían elevado al rango de potencia mundial. Los últimos núcleos de la población nativa quedaron relegados a las Reservas Indias. En los países de América Latina se desarrollaron grandes diferencias políticas y sociales. Perú, la cuna de los incas, era ahora gobernado por 300 familias. El ochenta por cien de la población brasileña dependía de una manera absoluta de los propietarios de enormes haciendas. En la Amazonia, el avance de la civilización blanca quedó temporalmente suspendido a finales del «boom» del caucho. Los indios de los bosques vírgenes se retiraron al interior de las regiones de los bosques, salvándose así de la extinción total. En 1926, el Mariscal Rondón creó el Servicio de Protección India del Estado Brasileño, mas la corrupción y el crimen lo convirtieron en un instrumento de la clase superior blanca.

  El nuevo orden del imperio 

En un tiempo, la voz de mi pueblo era una voz poderosa. Ahora es difícil y ya no puede conmover los corazones de los Blancos Bárbaros. Porque éstos son fríos hasta con sus propios hermanos. Tienen casas lo suficientemente grandes como para albergar a todas las familias de una aldea, y sin embargo arrojan de ellas a los caminantes. Sostienen en sus manos grandes racimos de plátanos, pero no dan una sola fruta a los hambrientos. Así es como permanentemente se comportan los Blancos Bárbaros. Ésta es la razón por la que hemos huido hacia las regiones inaccesibles de las montañas, pese a que nuestros guerreros deseaban la guerra, tal y como está escrito en la crónica: «Ya no poseemos un poderoso ejército.» Así hablaron los señores de la guerra ante el consejo supremo. «Tampoco tenemos aliados ni fortalezas que protejan el imperio. Nuestros guerreros se retiran ante las superiores fuerzas del enemigo. Se ven empujados por las montañas y por los valles. Mas todavía podemos unirnos; toda vía podemos atacarles con nuestros arcos y con nuestras flechas. Podemos atacar sus aldeas, en las que han construido sus casas y anclado sus barcos.» Así hablaron los señores de la guerra ante el consejo supremo, y los que escuchaban se conmovieron por su valor. El planeado ataque a los poblados de los Blancos Bárbaros sobre el Gran Río nunca tuvo lugar. El consejo supremo decidió en contra de una nueva guerra, que habría sido una lucha inútil. Los guerreros de los Ugha Mongulala estaban indefensos ante las armas del enemigo. De modo que el consejo supremo se concentró en la reorganización del territorio que seguía en sus manos. Para protegerlo contra ataques por sorpresa, el consejo ordenó el establecimiento de puestos de observación en las cuatro esquinas del imperio, en la Gran Catarata situada en la frontera entre Brasil y Bolivia. en la región del nacimiento del Gran Río, en las montañas que rodean Machu Picchu. y en las laderas septentrionales del monte Akai. Todo extraño que se atreviera a avanzar más allá de estos puntos seria inexorablemente muerto por los guerreros de los Ugha Mongulala. Al mismo tiempo, el consejo supremo renovó la amistad con las Tribus Aliadas que seguían siendo leales. Las únicas que quedaban y en las que por aquel tiempos se podía confiar eran la Tribu de los Corazones Negros. la Tribu de la Gran Voz en la Gran Catarata, la Tribu del Terror Demoníaco en las zonas altas del Río Rojo, y unas cuantas tribus menores en los bosques orientales. Únicamente estas tribus habían conservado el legado de los Maestros Antiguos. Sus caudillos eran iniciados. Todo lo conocían sobre el Pueblo Escogido. Pero no rompieron su voto de silencio. Sus corazones estaban llenos de veneración. Inclinaban sus cabezas cuando recordaban a los Dioses. El consejo supremo restableció asimismo la seguridad interior del imperio. Con su retirada voluntaria, los Ugha Mongulala habían perdido más de las tres cuartas partes de su territorio y se vieron obligados a adaptar la vida de la comunidad a las nuevas condiciones. Las mujeres comenzaron a trabajar en los campos y recibieron responsabilidades para administrar y supervisar las provisiones. Las funciones de los hombres consistían en la construcción de fortificaciones y en la defensa de las fronteras. Seguían cazando animales y mantenían las comunicaciones con las últimas Tribus Aliadas. Pasaron los años sin ningún acontecimiento decisivo. Los Blancos Bárbaros continuaban extendiendo sus nuevos imperios. Los Ugha Mongulala vivían en retirada de acuerdo con el legado de los Dioses. Lo único que quedaba del viejo estilo de vida eran los guerreros que todavía se mantenían apostados en los ríos, tal y como está escrito en la crónica: Armados de arcos y de flechas, los guerreros de las Tribus Escogidas se pusieron en camino. Subieron hasta las altas montañas y bajaron hasta el Gran Río. Atravesaron rebaños de animales y de pájaros, prestos los cuchillos y afiladas las lanzas de bambú. Y fueron también hasta la Gran Catarata, a donde llegaron para mantener la vigilancia. Los guerreros se apostaron en las cuatro direcciones, en la Dirección Azul, en la Dirección Negra, en la Dirección Roja y en la Dirección Amarilla. Allí se apostaron para herir de muerte a los Blancos Bárbaros que se atrevieran a avanzar hacia Akakor.

  El elevado conocimiento de los sacerdotes 

Los Dioses se hacen esperar. Aunque los sacerdotes han calculado que su regreso está próximo y cercano, sus naves doradas aún no han aparecido. Mi pueblo ha estado solo en lucha contra los Blancos Bárbaros, que lenta e inexorablemente han ido integrando el Gran Bosque en su imperio. Pero los Ugha Mongulala todavía no han sido derrotados. Los hombres continúan viviendo de acuerdo con las leyes de Lhasa, protegidos por el conocimiento y la sabiduría de nuestros Maestros Antiguos. Para que lo que a continuación sigue sea comprensible, debo hablar una vez más sobre la Edad de Oro, cuando los Dioses gobernaban un vasto imperio sobre la Tierra. Durante miles de años, los sacerdotes han conservado y preservado el legado de los Dioses. Nada se ha perdido, ni el conocimiento de los Padres Antiguos ni los documentos secretos que se guardan en el Gran Templo del Sol subterráneo. Estos se componen de grabados, de mapas y de dibujos misteriosos realizados por los Dioses y que hablan sobre la enigmática y oscura prehistoria de la Tierra. Uno de los mapas muestra que nuestra Luna no es la primera y que tampoco es la única en la historia de la Tierra. La Luna que nosotros conocemos comenzó a acercarse a la Tierra y a girar en derredor de ella hace miles de años. En aquel entonces el mundo tenia otro aspecto. En el Oeste, allí donde los mapas de los Blancos Bárbaros solamente registran agua, existía una gran isla. Asimismo, en la parte septentrional del océano se encontraba una gigantesca masa de tierra. Según nuestros sacerdotes, ambas quedaron sumergidas bajo una inmensa ola durante la primera Gran Catástrofe, la de la guerra entre las dos razas divinas. Y añaden que esta guerra trajo la desolación a la Tierra y también a los mundos de Marte y de Venus, que es como los Blancos Bárbaros los llaman. Basándose en los documentos dejados por los Dioses, nuestros sacerdotes conocen muchas de las cosas que siguen siendo desconocidas para los Blancos Bárbaros. Conocen las cosas más pequeñas y las más grandes, y la materia de la que todo se compone. Estudiaron el curso de las estrellas y las relaciones en la Naturaleza. Exploraron las fuerzas espirituales del hombre, cómo gobernarlas y cómo aplicarlas. Nuestros sacerdotes han aprendido a hacer que los objetos puedan volar por el espacio, y a abrir el cuerpo del enfermo sin tocarlo. Saben cómo transmitir el pensamiento sin utilizar palabras. Esto les permite comunicarse con otras personas a través de las mas largas distancias, no en detalle, sino que pueden transmitirse si sus corazones están alegres o tristes. Pero para esta comunicación son precisos el conocimiento del legado de los Dioses y un poder absoluto sobre las fuerzas mentales. Mi pueblo nada tendría que temer de un enfrentamiento mental con los Blancos Bárbaros. Cierto que nuestros enemigos construyen poderosas herramientas y que fabrican potentes armas; que perforan la tierra, bajo las montañas y a través de las rocas; que se elevan en el cielo en el vientre de un pájaro gigante y que. como las águilas, vuelan de nube en nube; que sus barcos son grandes y poderosos y que cruzan invencibles el océano. Pero sus armas no pueden asustarnos. Todavía no han construido nada que los salve de la muerte o que prolongue sus vidas. Todavía no han hecho nada que sea superior a las acciones de los Dioses en su tiempo. Y ni todas sus artes, ni toda su magia, los han hecho más felices. Pero la vida de los Ugha Mongulala es simple y está dirigida por el legado de los Dioses. Cuando los Blancos Bárbaros juegan a ser dioses, nosotros los miramos con lástima. La vida de las Tribus Escogidas era consiguientemente feliz. Sus leyes se derivaban de una única y sencilla fuente. Sólo había un orden, y los Servidores Escogidos actuaban de acuerdo con él. En todos sus actos seguían el legado de los Dioses. Porque ellos nos enseñaron cómo arrancar el fruto del árbol y cómo hacer salir las raíces de la tierra. Ellos nos dieron arcos y flechas para proteger nuestro cuerpo del enemigo. Nos dieron alegría para danzar y para jugar. Nos enseñaron el secreto de los hombres, de los animales y de las plantas. Fieles a los deseos de nuestros Maestros Antiguos, los sacerdotes recogieron todos los conocimientos y todas las experiencias y los conservaron en las residencias subterráneas. Los objetos y los documentos que dan testimonio de los 12.000 años de la historia de mi pueblo se guardan en una habitación labrada en la roca. Aquí se hallan también los misteriosos dibujos de nuestros Padres Antiguos. Están grabados en verde y en azul sobre un material desconocido para nosotros. Ni el agua ni el fuego pueden destruirlo. De los tiempos de Lhasa, todavía conservamos su traje dorado, sus poderosas armas y el cetro de gobernante, hecho de una piedra rojiza. De la época de los godos, hemos conservado las cabezas de dragón de sus barcos, sus escudos alados, sus armaduras y sus espadas de hierro. También se guarda aquí la primera crónica escrita de los Blancos Bárbaros, la llamada Biblia. Más de la mitad de las residencias subterráneas están ocupadas por los ornamentos y las joyas procedentes de los templos de nuestras ciudades abandonadas. Las herramientas y las escrituras de los soldados alemanes que llegaron hasta nosotros en el año 12.422 (1941) ocupan un lugar especial. Nos dieron sus vestidos, sus armas, y el signo de su nación: una cruz negra sobre una tela blanca. Se parece a nuestras ruedas de fuego, que los niños hacen rodar montaña abajo en la época del solsticio. Nuestro propio símbolo se remonta a los tiempos de los Padres Antiguos: un brillante sol rojo que se eleva sobre un mar profundamente azul. El testimonio más importante de la alianza entre los soldados alemanes y los Ugha Mongulala es el acuerdo firmado entre las dos naciones. Está escrito en el lenguaje de los Padres Antiguos y en el de los Blancos Bárbaros y fue firmado por el príncipe y por los dirigentes de los soldados alemanes. Además de los documentos del pasado, en las residencias subterráneas se alojan también objetos de la vida cotidiana, tales como vasijas de arcilla, joyas e instrumentos musicales. Existen diversos tipos de flautas, hechas de huesos de jaguar o de arcilla cocida. Las maracas de madera y los tambores están hechos de troncos vacíos de árboles y recubiertos con pieles de tapir. Los bastones de los tambores tienen cabezas cubiertas de caucho. Durante las ceremonias de duelo en el Gran Templo del Sol utilizamos unos grandes cuernos huecos que producen un sonido profundo y lleno de tristeza. Esta música acompaña al yo esencial en su tránsito hacia la segunda vida. El mayor tesoro de mi pueblo, la Crónica de Akakor, se encuentra en un pasadizo revestido de oro y que une el Gran Templo del Sol con las residencias subterráneas. La primera parte, que abarca desde el tiempo de la partida de los Dioses hasta el final de la era de la sangre, está escrita sobre pieles de animales. Desde los tiempos de Lhasa, los sacerdotes utilizan el pergamino. La entrada a la habitación en la que se conserva la crónica está defendida por escogidos guerreros que son los responsables del testimonio de la historia de mi pueblo, y al conservar la crónica, podremos dar cuenta a los Dioses para cuando regresen.

  Un caudillo de los Blancos Bárbaros en Akakor 

Mi pueblo sabe cómo preservar el secreto de Akakor. Durante los 12.000 años de historia de las Tribus Escogidas, muy pocos extranjeros han entrado en nuestra capital. Durante el reinado de Lhasa, el Hijo Escogido de los Dioses, los embajadores de Samón visitaron nuestro imperio. Tres milenios después, los incas discutieron con nosotros la guerra y la paz. En el duodécimo milenio, los godos llegaron a las costas orientales de! imperio, establecieron contacto con nuestros guerreros y se unieron a nuestro pueblo. Luego llegaron los Blancos Bárbaros. Para impedir el descubrimiento de Akakor, los Ugha Mongulala abandonaron la mayor parte del en un tiempo poderoso imperio. Los pocos enemigos que alcanzaron la ciudad de Akakor fueron enviados para siempre a las minas de oro y de plata. Un grupo de blancos, buscadores de caucho, fue el único cuyas personas fueron ejecutadas por orden del consejo supremo. Se hablan adentrado hasta Akakor en el año 12.408 (1927). Su caudillo se llamaba a sí mismo Jacob, un hombre que había rendido homenaje al signo de la cruz. Dado que nuestros sacerdotes deseaban saber qué tipo de dios se hallaba oculto detrás de dicho signo, convocaron una asamblea de todo el pueblo. Ante los ojos de los Servidores Escogidos se mantuvo una tensa discusión, tal y como está escrito en la crónica, con buenas palabras, con lenguaje claro: Y Jacob se detuvo delante del consejo supremo. Elevó su voz para iniciar su defensa. Mas le sobrevino un extraño sentimiento. Contempló a quienes se hallaban delante de él y a los que había ordenado matar: hombres iguales a él, con la piel blanca y con rostros honestos. Y Jacob comenzó a sudar. La sangre afluyó a su cabeza. Su boca estaba seca. El arma poderosa cayó de sus manos. En su loca desesperación rezó a su dios. Jacob comenzó a hablar sobre las leyes de su pueblo. «Es mejor matar a los salvajes que dejarles vivir, porque son como los animales del bosque. Estas son mis órdenes. Así es como debo actuar.» Entonces habló Magus, el sumo sacerdote de las Tribus Escogidas: «Has hablado sobre mi pueblo como un hombre que se cree que es un dios que puede decidir sobre la vida y la muerte. Mas, ¿no sabes tú también que la vida real se prolonga más allá de la muerte? Yo, tú, todos nosotros, hemos tenido una existencia antes de esta vida. Y también viviremos después de la muerte. Los sentimientos transitorios son ajenos a nosotros. La felicidad y la tristeza, el calor y el frío, nada significan para nosotros. Nosotros estamos libres de estos sentimientos transitorios, realmente libres. Y sólo aquel que ha reconocido esta verdad, el auténtico significado de la vida y de la muerte, puede entrar en la segunda vida. Porque el yo esencial que habita en nuestro cuerpo no está sujeto ni al tiempo ni al espacio. Nadie puede destruirlo, puesto que es indestructible y no conoce ni el nacimiento ni la muerte. Ningún arma puede herirle, ningún fuego quemarle, ningún agua ahogarle, ningún calor secarle. Pero para vosotros todo termina con la muerte». «Dime, sacerdote», afirmó entonces Jacob, «¿cuál es el camino de tu pueblo? ¿Cómo cumplís las leves de vuestros Dioses?» Y Magus contestó: «Dos caminos conducen a esta meta: los actos y el conocimiento. El conocimiento puede lograrse mediante actos justos. Sin sabiduría no puede alcanzarse la meta. El mayor deber de mi pueblo es el servicio a la comunidad. Sus peores enemigos son la avaricia y la ira». Ahora Jacob se mostraba enfadado. Sus palabras estaban llenas de enojo. Amenazó con su corazón helado: «Incluso si me matáis, no viviréis. Porque mi pueblo es como la hormiga. Infatigable en su creatividad, no conoce la resistencia». Y un murmullo se extendió entre los presentes. La amargura llenó los corazones del pueblo. Y el Sumo Sacerdote se levantó. Dijo la última verdad completa: «Una persona que no está unida a nada, que no se cree a sí misma como el instrumento de los Dioses, no es humana; es infame. Está perdida, como el animal herido en el bosque. Tú, Blanco Bárbaro, careces de fe. Niegas la voluntad de los Dioses. Ni siquiera respetas a tu propio Dios. Ni siquiera cumples tus propias leyes. Debes por tanto morir, y todos tus amigos contigo». Esta anotación concluye la discusión entre Jacob y el sumo sacerdote Magus. Los buscadores de caucho fueron ejecutados. Akakor dobló los puestos de vigilancia sobre los ríos. Los Ugha Mongulala esperaban el regreso de los Dioses. Este período, cuando llegaron los soldados alemanes, que está explicado en la cuarta parte de la crónica, sometió a mi pueblo a las pruebas más difíciles. Las últimas Tribus Aliadas renunciaron a su alianza. Los Servidores Escogidos tuvieron que huir al interior de las residencias subterráneas. Lo único que les quedaba era el legado de los Dioses. Éste no nos lo pueden quitar los Blancos Bárbaros, pues está reflejado sobre cada árbol, sobre cada flor, sobre cada mata de hierba, sobre el mar, sobre el cielo y sobre las nubes. Los Dioses extienden sus manos a todos los hombres, y no creen en que unos sean diferentes a otros, o que uno de ellos pueda decir: «Yo habito en el sol, tú perteneces a la sombra». Por su legado, todo debe estar en el sol, aunque ahora nosotros nos hayamos visto obligados a ocultarnos en la sombra de las montañas. Todo es repetición. Nada pasa que no pueda iniciarse de nuevo. Todo ha ocurrido ya con anterioridad: la victoria y la derrota, el poder y la debilidad. Desde tiempos inmemoriales, la naturaleza se ha repetido a sí misma. Sólo el legado de los Dioses permanece para siempre, eternamente.

  El Libro de la Serpiente de agua 

Esta es la serpiente de agua; es poderosa. Silenciosa, se desliza por el Gran Río en búsqueda de su enemigo. Con poder, lucha contra las innumerables manos de sus cazadores. Rasga sus lazos. Porque es libre e invencible en su territorio.

  1 Los soldados alemanes 1932 - 1945

 El Tratado de Versalles trajo modificaciones considerables para Europa. Bajo la presión de las adversas condiciones económicas, crecieron nuevas ideologías de carácter autoritario. En 1933, el Partido Nacional Socialista de Hitler alcanzó el poder en Alemania. Su implacable política de expansión desembocó en la Segunda Guerra Mundial, cuyas ramificaciones se entendieron a otros continentes. En un principio, los países de América Latina adoptaron una actitud de espera respecto del nacional socialismo. Tras el inicio de las hostilidades en 1939, Hitler trató de convencer al presidente brasileño Vargas a que se aliara con él, y en compensación le ofreció varias plantas de acero. Sin embargo, y bajo la presión de los Estados Unidos, en 1942 Brasil declaró la guerra a Alemania. En el continente sudamericano, las hostilidades se limitaron a acciones secretas de comandos del ejército alemán, apoyadas por las importantes colonias alemanas que allí existían. Durante este período, el destino de los indios no cambió de una manera sustancial. Por segunda vez, un ejército de cortadores de caucho avanzó por la región amazónica para proporcionar la valiosa materia prima a los aliados. La población nativa se retiró aún más hacia el interior de las regiones inaccesibles de los bosques vírgenes.

  El asalto al poblado de Santa María 

La Crónica de Akakor registra todo lo que les ha acontecido a los Ugha Mongulala, incluso la alianza con los soldados ale manes que vinieron aquí para quedarse con nosotros para siempre. Todo ello está escrito en la crónica: Numerosos eran los Blancos Bárbaros. Algunos de ellos habíanse establecido en comunidades. Otros llegaron que recorrieron los caminos. Gritaban como el gran pájaro de los bosques y rugían como el jaguar. Deseaban que los Servidores Escogidos se asustaran. Deseaban ahuyentar a los guerreros y exterminar a los últimos de las Tribus Escogidas. Y así fue como habló el consejo supremo: «Hemos de luchar contra los extranjeros. Hemos de matar a los Blancos Bárbaros. Asesinan a nuestras mujeres, nos roban nuestras tierras y adoran a falsos dioses. Agujerearemos sus oídos y sus codos y los privaremos de su virilidad. Los mataremos, uno a uno, y si los encontramos solos, los emboscaremos. Esparciremos su sangre por los caminos, y colocaremos sus cabezas sobre la orilla del río en el que tantos de nuestros guerreros han caído». La guerra de conquista de los Blancos Bárbaros terminó con la retirada de los cortadores de caucho. Únicamente pequeños grupos de aventureros y de buscadores se atrevieron a penetrar más allá de la frontera situada en la Gran Catarata. Avanzaron hacia las regiones interiores de Akakor y se enzarzaron en una feroz lucha con nuestros exploradores, librada con una crueldad terrible por ambas partes. Los Blancos Bárbaros atacaron las aldeas de las Tribus Aliadas y mataron a los hombres, a las mujeres y a los niños. Los Ugha Mongulala capturaron a los de los puestos más adelantados, les rasparon sus pies y los arrojaron al río, donde su sangre atrajo a los peces carnívoros, que los devoraron vivos. Otros fueron atados y entregados a los animales salvajes de la inmensidad de las lianas. Las batallas formales eran raras; sin embargo, hubo una en el año 12.417 (1936). Una expedición dirigida por sacerdotes blancos se había adentrado en el territorio de la Tribu Aliada de los Corazones Negros. Habían incendiado sus cabañas y abierto las tumbas en busca de oro. Esto constituía una violación de las leyes divinas que exigía una expiación. El príncipe Sinkaia, el mismo que había dado la orden para el ataque de Lima, se puso al frente de los Ugha Mongulala. Con un grupo de escogidos guerreros atacó un poblado de los Blancos Bárbaros llamado Santa María y situado en las zonas altas del Río Negro. Ordenó que todos los hombres fueran asesinados y todas las casas incendiadas. Únicamente sobrevivieron las cuatro mujeres de la aldea, que fueron hechas prisioneras. En un intento de escapar, tres de ellas se ahogaron en el camino de regreso a Akakor. La cuarta mujer llegó a la capital del imperio de los Ugha Mongulala. Con su llegada en el año 12.417, comienza un nuevo capítulo de la historia de mi pueblo. Por vez primera, un Blanco Bárbaro no trajo ni el daño ni la tristeza a los Ugha Mongulala. Y también por vez primera, un príncipe de las Tribus Escogidas se alió con la sangre de un pueblo extranjero, en contra de los deseos del consejo supremo, pero con la aprobación de los sacerdotes. Reinha, que así era como se llamaba la mujer cautiva, procedía de un lejano país llamado Alemania. Los sacerdotes blancos la habían enviado a Brasil para convertir a las Tribus Degeneradas al signo de la cruz. Su trabajo la había familiarizado con la vida de los antiguos pueblos del Gran Río. Había contemplado sus miserias y conocido su desesperada lucha por la supervivencia. Tras haber sido tomada prisionera, Reinha se ganó rápidamente la confianza de mi pueblo. Ayudo a los enfermos y vendó las heridas de los guerreros, ínter cambió sus conocimientos con los de los sacerdotes y les hablo sobre la herencia de su pueblo. El príncipe Sinkaia, que la había observado detenidamente, se sintió profundamente atraído hacia Reinha. Cuando ella le correspondió con los mismos sentimientos y se mostró dispuesta a renunciar al signo de la cruz, él la elevó al rango de princesa de los Ugha Mongulala. Hablaremos ahora sobre todos los nombres y títulos. Registraremos los nombres de todos aquellos que acudieron a Akakor para celebrar la unión entre Reinha y el príncipe. El príncipe de las Tribus Escogidas era Sinkaia, el hijo primogénito de Urna, el venerable descendiente de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. A su lado se sentaron el sumo sacerdote, Magus, y el supremo señor de la guerra, Ina. Éstos fueron los primeros en rendir homenaje a la nueva princesa. A ellos les siguieron el consejo supremo y los señores de la Casa de Hama, de la Casa de Magus y de la Casa de Maid. También los guerreros se congregaron. Hasta el pueblo ordinario asistió a la ceremonia. Todos saludaron a la nueva señora con el debido respeto.

  Reinha en Akakor 

La unión entre Reinha y Sinkaia cambió la vida de mi pueblo. La nueva princesa de los Ugha Mongulala fue la primera mujer en compartir el gobierno con el príncipe. Ella asistió a las reuniones del consejo supremo y propuso importantes decisiones. Bajo su recomendación, Sinkaia ordenó la igualdad de derechos para todas las Tribus Aliadas. Hasta la llegada de Reinha a Akakor. éstas habían estado sometidas a pesadas cargas de tributos y al impuesto de guerra. Ahora Sinkaia anulaba una de las leyes de los Padres Antiguos. Les concedió los mismos derechos que los que disfrutaban los Ugha Mongulala, tal y como está escrito en la crónica: Así se introdujo la igualdad para todas las tribus. Los arqueros v los lanceros, los hondistas v los exploradores, los ancianos v los señores de la guerra: todos los títulos v todas las funciones, quedaban ahora abiertas para todos. Únicamente el impuesto de príncipe y las jerarquías de los sacerdotes quedaron reservadas al Pueblo Escogido, el legítimo descendiente de los Maestros Antiguos. Desde este momento, las Tribus Aliadas gozarían de derechos iguales. Para evitar que pudieran caer en la traición, el consejo supremo introdujo la pena de muerte. Esto también constituía una violación del orden de los Padres Antiguos Según su legado, los mayores crímenes eran castigados con el exilio. Pero la Edad de Oro era una cosa del pasado, y en vez de los sabios y previsores Dioses, eran los Blancos Bárbaros quienes determinaban el destino del continente, gobernaban según sus propias leyes y con su traición y su astucia habían traído la inquietud a las Tribus Aliadas. Quince de las tribus más confiadas habían sido ya engañadas por sus hipócritas promesas y habíanse convertido al signo de la cruz. El consejo supremo esperaba evitar el peligro de la traición introduciendo, por lo menos temporalmente, la pena de muerte. Cuando la estación de las lluvias del año 12.418 (1937) concluía se produjo en Akakor un acontecimiento que había sido gozosamente anticipado durante bastante tiempo: Reinha trajo un hijo a Sinkaia. Yo, Tatunca Nara, soy el hijo primogénito de Sinkaia, el legítimo príncipe de los Ugha Mongulala, tal y como está escrito en la crónica: Esta es la historia del nacimiento del hijo primogénito de Sinkaia. Como los rayos del sol al comenzar la mañana, la noticia se extendió por todo el país. Grande fue la alegría de los Servidores Escogidos. El entusiasmo colmaba sus corazones. La tristeza desapareció inmediatamente, y sus pensamientos se mostraban optimistas. Porque Sinkaia era muy apreciado y su familia muy respetada. La sucesión de la dinastía de Lhasa quedaba asegurada, ya nunca podría extinguirse. La raza del príncipe, el supremo servidor de los Maestros Antiguos, no se perdería. Así hablaba el pueblo, y así hablaban los guerreros. Únicamente el sumo sacerdote permanecía sentado envuelto en el silencio. Y él realizó las invocaciones prescritas. Para interpretar el futuro, abrió el árbol. Pero de él manó una savia roja que cayó sobre la vasija, adquiriendo la forma de un corazón. Y el jugo que afluía era como sangre real. Entonces la sangre se congeló. Una costra brillante recubrió la savia, encerrando un terrible secreto. Había nacido el último príncipe, el último de la dinastía de Lhasa.

  La alianza con Alemania 

Cuatro años después de su matrimonio con Sinkaia, Reinha regresó con su pueblo. No como una refugiada, sino que, por el contrario, partió como embajadora de los Ugha Mongulala. Tomando una ruta secreta, alcanzó los poblados de los Blancos Bárbaros situados en la costa oriental del océano. Un gran barco la transportó a su país. Reinha permaneció con su pueblo durante doce lunas. Entonces los exploradores anunciaron su inminente llegada a Akakor. Pero en esta ocasión, la princesa de las Tribus Escogidas venia acompañada de tres grandes dirigentes de su pueblo. Sinkaia reunió a los ancianos, a los señores de la guerra, y a los sacerdotes para darles la bienvenida. También los guerreros y el pueblo ordinario se congregaron para contemplar a los visitantes extranjeros. En los días que siguieron, el consejo supremo y los dirigentes de los alemanes celebraron numerosas conversaciones, en las cuales Reinha estuvo presente. Intercambiaron sus conocimientos y discutieron un futuro común. Luego llegaron a un acuerdo. Los Ugha Mongulala y los alemanes adoptaron un acuerdo que una vez más habría dado un giro completamente diferente al destino de los Ugha Mongulala. Antes de pasar a relatar los detalles de este acuerdo, he de describir una vez más la miseria y la desesperación en la que mi pueblo se encontraba en estos años. La guerra proseguía por las cuatro esquinas del imperio. Nuestros guerreros caían en enormes cantidades, alcanzados por las terribles armas de los Blancos Bárbaros. Tanto presionaban en su avance nuestros enemigos que ya ni siquiera podíamos enterrar a los muertos de acuerdo con las leyes antiguas. Sus cuerpos se descomponían sobre la tierra cual capullos marchitos. Las quejas y los gritos de dolor de las mujeres llenaban Akakor. En el Gran Templo del Sol, los sacerdotes imploraban a los Padres Antiguos en solicitud de ayuda. Mas el cielo continuaba vacío. Las Tribus Escogidas sufrían de hambre. En su desesperación. rebanaban la corteza de los árboles y comían los líquenes que crecían en las rocas. Surgieron la discordia y las riñas. Sólo era cuestión de tiempo el que los Ugha Mongulala tuvieran que abandonar su lucha contra los Blancos Bárbaros. Como un jaguar que hubiera sido atrapado, luchaban desesperadamente contra la inminente destrucción. Esta era la situación de mi pueblo cuando el consejo supremo concluyó la alianza con los dirigentes alemanes. Éstos prometieron a los Ugha Mongulala las mismas poderosas armas que las que utilizaban los Blancos Bárbaros. Serían enviados a Akakor dos mil soldados para enseñarles el manejo del equipo. Éstos serían asimismo responsables de la construcción de grandes fortificaciones y de ganar nueva tierra cultivable. Pero la parte más importante del acuerdo se refería a la guerra que había sido planeada para el año 12.425 (1944). Nuestros aliados tenían previsto desembarcar en la costa brasileña y ocupar todas las ciudades más importantes. Los guerreros de los Ugha Mongulala apoyarían la campaña mediante rápidas incursiones sobre los poblados de los Blancos Barbaros situados en el interior del país. Tras la esperada victoria. Brasil seria dividido en dos territorios: los soldados alemanes reclamarían las provincias de la costa; los Ugha Mongulala serían satisfechos con la región sobre el Gran Río que les había sido dada por los Dioses 12.000 años antes. Este fue el acuerdo entre el consejo supremo de Akakor y los dirigentes de Alemania. Los dirigentes alemanes eran sabios y sus pensamientos tenían raciocinio. Sus palabras expresaban los sentimientos de sus corazones. Y entonces dijeron: «Hemos de partir. Hemos de regresar allí donde nuestro pueblo está fabricando las poderosas armas. Pero no os olvidaremos. Recordaremos vuestras palabras. Pronto regresaremos. Volveremos para destruir a vuestros enemigos». Así hablaron cuando partieron. Y luego se marcharon para reencontrarse con su poderoso país*. * Debe darse por supuesto que el pueblo de Tatunca Nara nada sabía sobre Hitler y el Tercer Reich, y que por tanto aceptó agradecido su ayuda. (N. de! E.) La alianza con Alemania devolvió su antigua confianza a los Ugha Mongulala. En un momento de acuciante necesidad habían encontrado un nuevo aliado para restablecer su imperio. Se armaron nuevamente de valor. Las penas de las mujeres quedaron olvidadas. Desaparecería la época del hambre; brillaría de nuevo el sol con todo su antiguo esplendor. Escriben los sacerdotes que Sinkaia convocó a todo el pueblo a una gran fiesta en Akakor, y ordenó que fueran distribuidas las últimas provisiones. Ordenó que los escribas leyeran en voz alta fragmentos de la Crónica de Akakor, sobre el renacimiento del imperio bajo Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, sobre la llegada de los godos y sobre la Edad de Oro de los Dioses. Por vez primera en muchos años, la alegría podía verse de nuevo en los rostros de los Servidores Escogidos. Los hombres y las mujeres se adornaron con piedras y con cintas de colores. Danzaron exuberantes al son de las flautas de huesos y de los tambores. Dicen los sacerdotes que la fiesta duró tres días. Después los dirigentes alemanes abandonaron Akakor y regresaron a su lugar de origen.
Escritura simplificada de los Padres Antiguos tras la llegada de los soldados alemanes (ejemplo)

  Los dos mil soldados alemanes en Akakor 

Los primeros soldados alemanes cruzaron la frontera hacia Akakor en la estación seca del año 12.422 (1941). Continuaron llegando nuevos grupos durante los años siguientes, hasta alcanzar la cifra acordada de 2.000. Los últimos alemanes en arribar a la capital de los Ugha Mongulala lo hicieron en el año 12.426 (1945). Después de esa fecha, toda comunicación con el gobierno alemán quedó interrumpida.
Escrito de los Padres Antiguos - Traducción de Tatunca Nara: A través del matrimonio del príncipe de Akakor se estableció el contacto con el pueblo alemán. De 1938 a 1945. Durante ese tiempo llegaron 2.000 soldados a nuestro pueblo, se mezclaron con nosotros y se quedaron. Tatunca Nara Yo aprendí la ruta que los soldados alemanes siguieron des de su propio país hasta Akakor por sus informes. El punto de partida lo constituía una ciudad llamada Marsella. Se les decía que su destino era Inglaterra. Una vez a bordo de la nave, que podía moverse bajo el agua como un pez. les era revelado su auténtico destino. Después de viajar durante tres semanas por el océano oriental, llegaban a la desembocadura del Gran Río. Aquí les recogía un barco más pequeño, que los transportaba hasta las zonas altas del Río Negro. En la última parte de su viaje eran acompañados por exploradores de los Ugha Mongulala. El trayecto hasta la Gran Catarata situada en la frontera entre Brasil y Perú lo realizaban en canoas, y desde aquí solamente eran necesarias veinte horas de camino hasta llegar a Akakor. En conjunto, el viaje de los soldados alemanes duraba unas cinco lunas. Así fue cómo los soldados alemanes llegaron a Akakor. Y así fue cómo se establecieron. Llegaron con el corazón abierto. Trajeron presentes y mil y una poderosas armas para luchar contra los Blancos Bárbaros. Y así fue cómo habló el consejo supremo: «Este es el comienzo del renacimiento del imperio. Ya no necesitan los Servidores Escogidos seguir huyendo. Los guerreros regresan con honor a la lucha. Ellos vengarán los crímenes de los Blancos Bárbaros. Porque éstos son servidores de los búhos y codician la guerra; son mentirosos y blasfemos. Sus corazones son falsos, blancos y negros al mismo tiempo. Pero el legado de los Dioses será cumplido. Les espera la muerte». La llegada de los soldados alemanes a Akakor dio origen a un período de intensa actividad. Los nuevos aliados entrenaron a 1.000 guerreros de los Ugha Mongulala en el uso de las nuevas armas, para las cuales ni siquiera hoy contamos con nombres. En el idioma de nuestros aliados se llaman rifles, pistolas automáticas, revólveres, granadas de mano, cuchillos de doble filo, botes inflables, tiendas, máscaras de gas, telescopios, y otras misteriosas herramientas de guerra. Escogidos guerreros iban trayendo noticias sobre la inminente guerra. Los cazadores almacenaron grandes provisiones de carne. Las mujeres tejieron e hicieron botas para los hombres. Bajo la instrucción de los soldados alemanes, prepararon también unos grandes saquitos de cuero, que eran rellenados con un liquido parduzco fácilmente inflamable que procedía de unas fuentes secretas en las montañas sólo conocidas por los sacerdotes. En caso de un ataque por sorpresa del enemigo, los guerreros verterían este líquido en los ríos y le prenderían fuego. Una simple antorcha sería suficiente para convertir los ríos en un gigantesco mar de llamas. Mientras estos preparativos para la guerra tenían lugar en Akakor, en la frontera oriental del imperio, sobre las zonas altas del Río Rojo y del Río Negro, se concentró un ejército de 12.000 guerreros bajo el mando de los soldados alemanes. Los hombres esperaban el signo acordado para el ataque. Querían librar una guerra justa y que sólo podría terminar con la victoria. Ahora hablaremos de Akakor, de los festivales en el Gran Templo del Sol, y de las oraciones de los sacerdotes. Alzaron sus rostros hacia el cielo; imploraron a los Dioses en solicitud de ayuda. Este era el grito de sus corazones: «Oh tu: maravillosa, corazón del cielo corazón de la Tierra, donante de abundancia. Concédenos tu fuerza, danos tu poder. Permite que nuestros guerreros alcancen la victoria en los caminos y en los senderos, en los barrancos y en las aguas, en los bosques y en la inmensidad de las lianas». La guerra nunca tuvo lugar. Precisamente cuando los dirigentes alemanes pensaban que la victoria sería suya, fueron derrotados. El último grupo de soldados alemanes, que venia acompañado de mujeres y de niños, informó sobre la derrota absoluta de su pueblo. Las superiores fuerzas del enemigo habían destruido su país y traído la desolación a la Tierra. Única mente la fuga precipitada les había permitido salvarse de la cautividad. A partir de este momento ya no podría esperarse ayuda alguna desde Alemania. La llegada de los últimos soldados alemanes provocó la desilusión y la desesperación en mi pueblo. Dado que su aliado ya no podría desembarcar en la costa oriental de Brasil, la guerra contra los Blancos Bárbaros tornábanse imposible. La esperanza en el renacimiento del imperio se desvaneció. El consejo supremo ordenó que los guerreros regresaran a casa. Junto con los otros miembros de los Ugha Mongulala, deliberaron sobre el destino de los soldados alemanes, cuya presencia en la capital estaba relacionada con problemas casi insolubles. Éstos pertenecían a un pueblo extranjero ajeno al legado de los Dioses, vivían según leyes diferentes y no comprendían ni nuestro idioma ni nuestra escritura. Pero de todos modos mi pueblo no podía devolverlos a su país de origen. Los aliados serían hechos prisioneros y revelarían el secreto de Akakor. Con no excesivo entusiasmo, el consejo supremo decidió acceder a la petición de Reinha. Los servidores escogidos aceptaron a los soldados alemanes para siempre. Al igual que ocurriera 500 años antes con los godos, se convirtieron en parte integrante de mi pueblo, unidos con él según el legado de los dioses.

  2 El nuevo pueblo 1945 - 1968

 La Segunda Guerra Mundial produjo millones de muertos de desaparecidos y de heridos. Muchos países del mundo experimentaron graves desequilibrios económicos y financieros. La desconfianza y el temor dieron como resultados dos bloques de poder divididos por ideologías mutuamente hostiles. Hasta el momento, este conflicto no ha tenido demasiadas repercusiones en el continente sudamericano. El exterminio de los indios de los bosques alcanzó un nuevo punto máximo. Se descubrió que el Servicio Brasileño de Protección India se había convertido en un mero instrumento de los grupos económicos de presión para el exterminio de la población nativa. En un período de tan sólo veinte años, ochenta tribus indias cayeron víctimas de las intrigas de la potencia blanca y de las enfermedades de la civilización. Los supervivientes se retiraron a las regiones inaccesibles de las cabeceras de los ríos.

  La vida de los soldados alemanes en Akakor 

Yo soy sólo un hombre, pero hablo con la voz de mi pueblo. Mi corazón es el de los Ugha Mongulala. Cualquier cosa que agobie su corazón, la contaré. Las Tribus Escogidas ya no desean la guerra. Pero no temen morir. Ya no se ocultan detrás de las rocas. Ya no temen a la muerte, porque forma parte de sus vidas. Los Blancos Bárbaros temen a la muerte. Sólo cuando se ven sorprendidos por un ataque o se debilitan sus vidas se acuerdan de que existen poderes superiores a los suyos y dioses que están por encima de ellos. Durante el día, la idea de la muerte les molesta, ya que les alejaría de sus extrañas alegrías y placeres. Los Blancos Bárbaros saben que su dios no está satisfecho y que deberían postrarse llenos de vergüenza. Porque no están más que llenos de odio, de avaricia y de hostilidad. Sus corazones son como enormes garfios afilados cuando en realidad deberían ser una fuente de luz que derrotara a la oscuridad e iluminara y diera calor al mundo. Por consiguiente, hemos de luchar, tal y como está escrito en la crónica: Todos se habían reunido, las tribus de los Senadores Escogidos y los Pueblos Aliados, todas las tribus grandes y las pequeñas. Todos estaban reunidos en el mismo lugar, esperando la decisión del consejo supremo. Se mostraban humildes, después de haber llegado hasta allí con enormes dificultades. Y así fue cómo habló el Sumo Sacerdote: «¿Qué delito hemos cometido para que los Blancos Bárbaros nos persigan como animales e invadan nuestro país como el jaguar que acecha? Hemos llegado a una triste situación. Oh, que el sol brille para que nos traiga la paz». El Sumo Sacerdote habló con pena y con dolor, con suspiros y con lágrimas. Porque el consejo supremo deseaba ir a la guerra, la última guerra en la historia del Pueblo Escogido. El sueño del renacimiento del imperio saltó por los aires cuando en el año 12.426 (1945) las comunicaciones con Alemania se interrumpieron. Una vez más, los Ugha Mongulala volvían a depender exclusivamente de sus propias fuerzas. Pero por vez primera, contaban ahora con poderosas armas y con 2.000 experimentados soldados alemanes dispuestos a luchar con ellos. Sin embargo, el consejo supremo había estado esperando la llegada de nuevas y más numerosas fuerzas a la costa oriental de Brasil para atacar a los Blancos Bárbaros simultáneamente en dos frentes. Tras la derrota de la Nación Aliada, Akakor tuvo que abandonar este plan y Sinkaia ordenó que el ejército regresara a la capital. Por aquel entonces, los 2.000 soldados alemanes comenzaron a integrarse en el Pueblo Escogido. Era una labor difícil. Estos aliados no conocían ni el legado de los Dioses, ni nuestro idioma, ni tampoco nuestra escritura. Para facilitar la unión, los sacerdotes simplificaron los símbolos escritos de los Padres Antiguos. Designaron un único signo para cada letra de la escritura de los soldados alemanes. Utilizaron después estos signos, que eran comprendidos por las dos naciones, para registrar los acontecimientos en la Crónica de Akakor. Los Ugha Mongulala adoptaron las palabras de los soldados alemanes que describían los objetos desconocidos hasta entonces por mi pueblo. Aprendieron asimismo aquellas palabras que expresan una actividad, tales como correr, hacer o construir. Muy pronto los soldados alemanes y los Ugha Mongulala se estaban comunicando en un idioma compuesto de alemán y de quechua. Con ello, los alemanes podían asistir a las escuelas de los sacerdotes y aprender el legado de los Dioses. Como eran experimentados en la batalla, el consejo supremo les confió importantes puestos en la administración. Dos de sus principales líderes asumieron los puestos de supremos señores de la guerra. Otros cinco fueron nombrados miembros del consejo de ancianos. Cada uno de ellos poseía un voto y podía participar en la toma de decisiones. Sólo los puestos de príncipe y de Sumo Sacerdote quedaron reservados explícitamente a los Ugha Mongulala. Así fue cómo el sumo sacerdote habló a los aliados: «No os sintáis afligidos porque ya nunca más vayáis a ver a vuestros hermanos. Los habéis perdido para siempre. Durante toda la eternidad los Dioses os han separado de ellos. Mas no os desaniméis; sed fuertes. Aquí estamos nosotros, vuestros nuevos hermanos. Afrontemos juntos nuestro destino. Juntos serviremos a los Padres Antiguos». Y los soldados alemanes comenzaron a trabajar. Para hacerse merecedores a los ojos de los Dioses, tomaron sus herramientas e hicieron el mismo trabajo que el Pueblo Escogido. La presencia de los soldados alemanes cambió la vida de los Ugha Mongulala. Con sus misteriosas herramientas construyeron resistentes casas de madera, fabricaron sillas, mesas y camas, y mejoraron el arte de tejer de los godos. Enseñaron a las mujeres cómo preparar nuevos vestidos que cubrían la totalidad del cuerpo. Mostraron a los hombres cómo utilizar sus armas y cómo construir refugios subterráneos. Para poder disponer de suficientes alimentos durante los momentos de necesidad, retiraron los matorrales de los valles y plantaron maíz y patatas. Criaron grandes rebaños de borregos en las altas montañas. De esta forma, el abastecimiento de carne y de lana quedó asegurado. Pero la mayor innovación de los aliados consistió en la producción de un misterioso polvo producido con arena verde y con piedra. Incluso una pequeña cantidad era suficiente para destruir toda una casa. Los alemanes utilizaban esta pólvora negra, así es cómo ellos la llamaban, para sus armas. Las invisibles flechas las hacían a partir del hierro colado. Por intermedio de un cedazo lo vertían sobre una artesa llena de agua fría. Con la inmersión se formaban unas balas redondas y eran éstas las invisibles flechas de sus cañones. Con el paso del tiempo, los soldados alemanes fueron integrándose poco a poco en la comunidad de mi pueblo. Fundaron sus propias familias y, siguiendo el ejemplo de las Tribus Escogidas, pusieron a sus hijos los nombres de los animales salvajes, de los árboles resistentes, de los ríos presurosos y de las montañas elevadas. Satisfacían sus impuestos de guerra. trabajaban en los campos y vivían según las leyes de Lhasa. Parecía como si fueran pronto a olvidar a su propio país. Mas al igual que le sucede al jaguar que siempre regresa a sus lugares de caza, no podían olvidar la memoria de Alemania. Al final de cada luna, se reunían para celebrar una fiesta en el monte Akai, cantaban las canciones de su pueblo y bebían jugo de maíz fermentado. Sus dirigentes jugaban al ajedrez. (Así es cómo los soldados alemanes denominaban un juego con figuras de madera sobre un tablero pintado.) Después regresaban de nuevo a Akakor y vivían con sus familias.

  Guerras en Perú 

En el año 12.444 (1963) se reanudó el avance de los colonos blancos por el Oeste. Habían descubierto las minas de oro de los incas y comenzaron a saquearlas. Las noticias sobre el oro atrajeron hacia la región del Akai a grupos cada vez más numerosos de Blancos Bárbaros. Nuestros exploradores se vieron obligados a huir. El consejo supremo tuvo que hacer frente a una difícil decisión: o abandonar el último territorio sobre las laderas orientales de los Andes u ordenar a los guerreros que entraran en combate. Ante la insistencia de los soldados alemanes, se declaró la guerra. Yo mismo puedo describir con bastante detalle la lucha que seguidamente se entabló con los Blancos Bárbaros. Como hijo del príncipe Sinkaia, el consejo supremo me confió el mando de las fuerzas de los Ugha Mongulala. Un oficial alemán me acompañó en la campaña. En marchas forzadas, nuestros guerreros penetraron profundamente en la provincia fronteriza del Perú, expulsaron a los Blancos Bárbaros y destruyeron las minas de oro incas. Nuestros enemigos huyeron despavoridos del territorio conquistado. Pero el éxito inicial de mis guerreros quedó bruscamente detenido cuando el ejército blanco montó el contraataque. Sólo una rápida retirada nos permitió salvarnos de la extinción completa. Los Blancos Bárbaros que nos perseguían atacaron los asentamientos de la Tribu Aliada de la Gran Voz. mataron a las mujeres y a los niños y esclavizaron a los hombres capturados. Parecía inevitable que acabarían por descubrir Akakor. Fue por esto por lo que el consejo supremo decidió utilizar las armas de los soldados alemanes. Por vez primera, los Blancos Bárbaros se encontraron con una guerra equilibrada. En un rápido contraataque, mis guerreros destruyeron los puestos avanzados de guardia de los soldados blancos y cercaron al grueso de sus tropas en la fortaleza llamada Maldonado. Entonces se inició el asedio. Durante tres días, nuestros enormes tambores de guerra causaron gran confusión entre las filas del enemigo. Durante tres días, provocaron el terror y el miedo. Al despuntar el cuarto día. di la orden de ataque. Abandonamos nuestros ocultos lugares, escalamos las murallas y avanzamos hacia la fortaleza con sonoros gritos de guerra. La encarnizada lucha concluyo con la derrota total de nuestros enemigos. Cuando sus refuerzos llegaron, mis guerreros habíanse ya retirado. Esta brillante victoria inició una sangrienta guerra de guerrillas en las fronteras occidentales del imperio y que todavía se está desarrollando en la actualidad. Pese a que los Blancos Bárbaros han movilizado un poderoso ejército, no han logrado avanzar hacia Akakor. Sus soldados han sido repetidamente expulsados o muertos por nuestros guerreros. También mi pueblo ha sufrido graves pérdidas en esta lucha. Una innumerable cantidad de hombres ha perdido la vida. Más de la mitad del fértil territorio de las laderas orientales de los Andes ha quedado asolado. Nuestras últimas Tribus Aliadas han perdido la confianza en la fuerza del Pueblo Escogido y se están alejando de nosotros. ¿Qué es lo que va a suceder? Hambrientas están las Tribus Escogidas. Han comido de la hierba de los campos. Su alimento eran las cortezas de los árboles. Nada poseían. Estaban empobrecidas. Las pieles de los animales, sus únicos vestidos. Pero los Blancos Bárbaros no les daban respiro. Avanzaban sin misericordia. Brutalmente fueron derrotados los guerreros. Los blancos deseaban extirpar al Pueblo Escogido de la faz de la tierra.

  Los doce generales de los Blancos Bárbaros 

La frontera oriental se mantuvo tranquila durante la lucha contra los buscadores y los colonizadores blancos. Desde la retirada de los recolectores de caucho, los Blancos Bárbaros se habían limitado a avances ocasionales a lo largo del Río Rojo. No se atrevían a avanzar más porque sospechaban de la presencia de espíritus malignos en la inmensidad de las lianas de los Andes. De este modo, los Ugha Mongulala estuvieron tranquilos, sin ser molestados, y protegidos por las supersticiones de los Blancos Bárbaros. Únicamente en el año 12.449 (1968) se vio interrumpida la paz. Un aeroplano —según el idioma de los soldados alemanes— se había estrellado en las zonas altas del Río Rojo. La Tribu Aliada de los Corazones Negros, que vivía en esta región, tomó prisioneros a los supervivientes e informó a Akakor. Sinkaia, el príncipe de los Ugha Mongulala, me ordenó que ejecutara a las Blancos Bárbaros. Pero yo no cumplí la orden. Para preservar la paz en la frontera oriental, los dejé libres y los conduje a Manaus, su ciudad, situada sobre el Gran Río. Dado que no cumplí la orden explícita de mi padre, era culpable de pena de muerte. Pero, ¿quién me habría castigado? Los Ugha Mongulala estaban cansados de la eterna guerra y deseaban la paz. Nunca olvidaré el tiempo que pasé en Manaus. Allí vi por primera vez cómo se diferencian las ciudades de los Blancos Bárbaros de los poblados de los Ugha Mongulala. Las calles estaban llenas de un sinnúmero de personas que corrían, se empujaban y se precipitaban. Se lanzaban a través de la ciudad montados en unos extraños vehículos llamados automóviles como si fueran perseguidos por espíritus malignos. Estos vehículos son terriblemente ruidosos y producen unos olores malsanos. Las residencias de los Blancos Bárbaros son diez y hasta veinte veces más altas que las casas que mi pueblo construye. Sin embargo, cada familia tan sólo posee una pequeña parte, en la que apila sus posesiones y sus riquezas. Todas estas cosas son objetos que pueden obtenerse en unos lugares determinados y destinados exclusivamente a este fin. Pero una persona no puede tomar aquello que necesita y llevárselo. No. para todo tiene que extender un pequeño trozo de papel que a los ojos de los Blancos Bárbaros posee un gran valor. Lo llaman dinero. Cuanto más dinero tenga una persona, más respetada es. El dinero la hace poderosa y la eleva por encima de las demás como si fuera un dios. Esto lleva consigo el que todo el mundo trate de engañarse y de explotarse mutuamente. Los corazones de los Blancos Bárbaros están llenos de continua malicia, incluso para con sus propios hermanos. La ciudad de los Blancos Bárbaros es incomprensible para los Ugha Mongulala. Es como una colonia de hormigas, atareada durante el día y durante la noche. En cuanto el Sol ha recorrido su curso y ha desaparecido por detrás de las colinas del poniente, los Blancos Bárbaros iluminan sus ciudades y sus casas con unas enormes lámparas, de modo que aquéllas están tan brillantes durante la noche como durante el día. Atraídos por las relucientes luces, acuden a unos grandes salones en los que consiguen la alegría, la satisfacción y la exuberancia. Otros se sientan en unas salas oscuras, delante de una pared blanca y con los ojos muy abiertos contemplan unas imágenes que se mueven, vivas. Otros, a su vez, se sitúan delante de cajas de exhibición que se alinean en la parte delantera de los edificios y admiran los objetos puestos ante ellos. Yo no comprendo a los Blancos Bárbaros. Viven en un mundo de ficción y de ilusión. Para prolongar el día, matan la noche con sus lámparas, de manera que ningún árbol, ninguna planta, ningún animal, y ninguna piedra logran conseguir su merecido descanso. Trabajan incansables como la hormiga, y sin embargo suspiran y se quejan como si fueran a ser aplastados por el peso de la carga. Pueden tener pensamientos alegres, mas no se ríen; pueden tener pensamientos tristes, mas tampoco lloran. Son unas personas cuyos sentidos viven en completa enemistad con sus espíritus, disociados ambos entre sí. En Manaus supe que mis antiguos prisioneros eran importantes oficiales. Como muestra de gratitud por su rescate me dieron un segundo nombre. Nara, Tatunca, mi primer nombre, significa «gran serpiente de agua». Llevo este nombre desde que vencí a la criatura más peligrosa del Gran Río. En el idioma de mi pueblo. Nara significa «yo no sé». Ésta fue mi respuesta cuando los oficiales blancos me preguntaron por el nombre de mi familia. Así es como surgió el nombre Tatunca Nara: «gran serpiente de agua yo no sé». Permanecí en la ciudad de los Blancos Bárbaros sólo por un corto periodo de tiempo. Apenas una luna después de mi llegada, un explorador de los Corazones Negros me trajo noticias de Akakor. Mi padre, el príncipe Sinkaia, había sido gravemente herido en una batalla contra soldados de los Blancos Bárbaros y exigía mi regreso inmediato. Me despedí de los oficiales blancos y llegué a los puestos de avanzada de mi pueblo a comienzos de la estación de las lluvias del año 12.449. Unos días después, mi padre murió a consecuencia de sus heridas. Los Ugha Mongulala habían perdido a su caudillo, tal y como está escrito en la crónica: Sinkaia, el legítimo sucesor de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, había muerto. Y los Guerreros Escogidos lloraron amargamente por él. Entonaron el quejido de la luz, porque Sinkaia, el príncipe de los príncipes, les había abandonado. No había cometido crimen alguno ni puesto la injusticia en el lugar de la justicia. Había sido un digno sucesor de Lhasa y había gobernado como él cuando el viento vino desde el Sur, cuando el viento vino desde el Norte, cuando el viento vino desde el Oeste y cuando el viento vino desde el Este. Y así fue como Sinkaia entró en la segunda vida. Acompañado por los lamentos de su pueblo, se elevó en el cielo oriental.

  El nuevo príncipe 

Tres días después de su muerte, Sinkaia, el legítimo príncipe de los Servidores Escogidos, fue enterrado en el Gran Templo del Sol en Akakor inferior. Los sacerdotes depositaron su cuerpo, adornado de oro y de joyas, en el nicho labrado que él mismo había esculpido con sus propias manos sobre la roca. y lo emparedaron. Seguidamente, y en presencia de los más fieles confidentes del príncipe, el sumo sacerdote pronunció las palabras prescritas: Dioses de los cielos y de la tierra que determináis y regís el destino del hombre, Dioses de la permanencia y de la eternidad, Príncipes de la eternidad, escuchad mi oración: aceptadle en vuestro territorio. No olvidéis sus actos, los actos del gran príncipe Sinkaia. Porque su vida regresa a vosotros, Dioses. Ahora obedece vuestras órdenes. Ya nunca os abandonará. Permanecerá con vosotros, en el territorio de la eternidad, en el territorio de la luz. Durante el funeral del príncipe Sinkaia, signos ominosos aparecieron en el cielo. Los guerreros de los Ugha Mongulala sufrieron fuertes derrotas. La Tribu Aliada de los Comedores de Serpientes renunció a Akakor y se puso al lado de los Blancos Bárbaros. La estación de las lluvias llegó con tal violencia que ni siquiera los más ancianos habían conocido nada igual. La desesperación y el temor se extendieron entre las Tribus Escogidas. Bajo estos signos, el consejo supremo se reunió para elegir al nuevo príncipe y legítimo gobernador de los Ugha Mongulala. Siguiendo el legado de los Dioses, fui citado ante la cámara del trono de las residencias subterráneas y durante tres días y tres noches el consejo me interrogó sobre la historia de las Tribus Escogidas. A continuación, el Sumo Sacerdote me escoltó a las regiones secretas de Akakor inferior. Mi destino se hallaba ahora en las manos de los Dioses. Yo entré en el recinto religioso secreto al despuntar la mañana, poco después de la salida del Sol. Envuelto en el traje dorado de Lhasa, descendí por una espaciosa escalera. Me condujo al interior de una habitación, y ni aún ahora puedo decir si ésta era grande o pequeña. El techo y las paredes eran de un color infinitamente azulado. No tenían ni comienzo ni final. Sobre una losa de piedra labrada había pan y una fuente de agua, los signos de la vida y de la muerte. Siguiendo las instrucciones de los sacerdotes, me arrodillé, comí del pan y bebí del agua. Un profundo silencio reinaba en la habitación. Repentinamente, una voz que parecía proceder de todas partes me ordenó que me levantara y que entrara en la siguiente habitación, que se parecía al Gran Templo del Sol. Sus paredes estaban recubiertas de muchos y muy diversos instrumentos. Brillaban y resplandecían en todos los colores. Tres grandes losas hundidas en el suelo fosforecían como el hierro. Contemplé maravillado los extraños instrumentos durante algún tiempo. Luego escuché una vez más la misteriosa voz. Me llevó a una tercera habitación, aún más profunda e interior. Tan deslumbrados estaban mis ojos por la brillante luz que tardé bastante tiempo en reconocer algo que ya nunca olvidaré. En el centro de la habitación cuyas paredes irradiaban la misteriosa luz se encontraban cuatro bloques de piedra transparente. Cuando, lleno de temor, pude acercarme, descubrí en ellos a cuatro misteriosas criaturas: cuatro muertos vivientes, cuatro humanos durmientes, tres hombres y una mujer. Yacían en un líquido que los cubría hasta el pecho. Eran como los humanos en todos los aspectos, sólo que tenían seis dedos en las manos y seis dedos en los pies. No puedo recordar cuánto tiempo permanecí con los Dioses durmientes. Sólo sé que la misma voz me ordenó que retornara a la primera habitación. Me dio consejos llenos de sabiduría y me reveló el futuro de las Tribus Escogidas. Pero la voz me prohibió que jamás hablase sobre ello. Tras mi regreso del recinto religioso secreto trece días después, el Sumo Sacerdote me saludó como el nuevo legítimo gobernante de los Ugha Mongulala. El pueblo estalló de júbilo: yo había pasado la prueba de los Dioses. Sin embargo, la alegría de los Servidores Escogidos apenas me alcanzaba a mí. Había quedado profundamente impresionado por las misteriosas criaturas. ¿Estaban vivas o muertas? ¿Eran los Dioses? ¿Quién las había colocado allí? Ni siquiera el Sumo Sacerdote conocía la respuesta. El recinto religioso secreto de Akakor interior contiene el conocimiento y la sabiduría de los Padres Antiguos. A nosotros únicamente nos entregaron parte del legado. Ellos se reservaron la verdad definitiva, el secreto real de sus vidas. Así eran los Dioses. Poseían la razón, el conocimiento y la perspicacia. Cuando miraban, todo lo veían: cada grano de polvo sobre la tierra y en el cielo, e incluso las cosas ocultas más distantes. Conocían el futuro, y planeaban según sus conocimientos. Mirando por delante de la noche y de la oscuridad, protegían el destino de la Humanidad.

  3 Tatunca Nara 1968 - 1970

 El desarrollo de los grandes depósitos de petróleo existentes en las regiones de la jungla del Perú preludió la tercera fase de la exploración económica de la Amazonia por la civilización blanca. Perú inició la colonización del territorio antiguamente virgen de la provincia de Madre de Dios, y Brasil, por su parte, decidió la construcción de la Transamazónica. Este proceso aceleró aún más la extinción de las tribus indias, que sucumbieron a las enfermedades de los colonos blancos y perdieron sus últimos territorios. Quinientos años después del descubrimiento de América, los ocho millones de personas que en un tiempo poblaron los bosques habían quedado reducidos a apenas 1 50.000 supervivientes.

  El plan de los señores de la guerra 

Cuando mi padre estaba todavía vivo, un día me enseñó la tierra en el Este y en el Oeste, y no vi más pueblo que los Ugha Mongulala y sus Tribus Aliadas. Transcurridos muchos años, volví a mirar de nuevo, y observé que habían llegado pueblos extranjeros para privarles de sus tierras a sus legítimos propietarios. ¿Por qué? ¿Por qué tienen que abandonar su país los Ugha Mongulala y vagar por las montañas, deseando que los cielos los aplasten? En un tiempo, los Ugha Mongulala fueron un gran pueblo. Pocos sobreviven, y nada poseen salvo una pequeña extensión de tierra en las montañas. Y tienen todavía consigo la Crónica de Akakor, la historia escrita de mi pueblo, el pueblo más antiguo de la Tierra. Hasta el presente, la crónica no era conocida por los Blancos Bárbaros. Hoy la estoy revelando para divulgar la verdad, porque éste es mi deber como caudillo de las Tribus Aliadas y como príncipe del Pueblo Escogido. Dos años habían pasado desde la muerte de Sinkaia, el príncipe incomparable. Y los Servidores Escogidos se reunieron, junto con los soldados alemanes y con las Tribus Aliadas. Todas las clases y razas se habían congregado para celebrar consejo y buscar la manera de salvar al pueblo. E incluso aquellos que no tenían casas y que caminaban solitarios por los bosques, incluso éstos vinieron a Akakor. Porque su necesidad era grande. El Sol brillaba, mas débilmente. El cielo estaba cubierto de nubes. El pueblo vivía en la pobreza, vagaba por los bosques, huyendo de sus enemigos. Alzó su rostro al cielo e imploró a los Dioses. Solicitó su ayuda en la lucha contra los Blancos Bárbaros. Unos pocos meses después de que yo hubiera asumido el poder en Akakor en el año 12.449 (1968), encendióse de nuevo y con renovada fuerza la lucha en la frontera occidental. Nuestros enemigos hablan atacado a la Tribu Aliada de los Corazones Negros y hablan cogido prisionero a su caudillo. Creían de esta forma que así podrían desanimar a sus guerreros y forzarles a renunciar a la alianza con Akakor. Pero una vez mas. los Blancos Bárbaros se equivocaban. A pesar de sus crueles torturas, no pudieron someter a los guerreros de esta última y todavía leal aliada. Allí donde un Ugha Mongulala caía prisionero. éste seguía la regla de los señores de la guerra; encomendaba entonces su vida a los Dioses y fallecía. Para impedir el descubrimiento de Akakor por los aeroplanos. di órdenes de camuflar todos los templos, palacios y casas con bambú y con esteras de bejucos. Mandé destruir las torres de vigilancia situadas en los exteriores de Akakor y sustituirlas por trampas. Transcurridas unas lunas, hasta tal punto había sido cubierta la capital por los bosques que incluso las Tribus Aliadas tenían dificultades para localizarla. El acceso a Akakor quedaba así completamente cerrado para los cazadores y buscadores blancos. En sus correrías no en contrarían más que ruinas abandonadas. Sospecharían que era obra de los espíritus malignos y se retirarían detrás de la frontera en la Gran Catarata. Pero los «espíritus malignos» no habitaban en los bosques: habitaban en Akakor. Los señores de la guerra y los dirigentes de los soldados alemanes observaron con temor el creciente poder de los Blancos Bárbaros y planearon una campaña contra Cuzco, dentro del territorio enemigo. Ya habían iniciado los preparativos necesarios. Las Tribus Aliadas estaban así mismo preparadas. Faltaba únicamente por recibirse la aprobación del príncipe, tal y como prescribe el legado de los Dioses. Pese a la insistencia de los soldados alemanes y de los señores de la guerra, rechacé el plan de guerra. Mi experiencia en Manaus me había convencido de la inutilidad de semejante empresa. Nuestros enemigos eran demasiado numerosos. Mi pueblo no estaba preparado para su falsedad y su astucia. Además, temía que la lucha se prolongase. El secreto de Akakor estaba en peligro. De modo que envié a los impacientes guerreros y a los dirigentes de los soldados alemanes a las peligrosas fronteras y traté de establecer un contacto más estrecho con los sacerdotes para reforzar así mi posición como príncipe. Tampoco ellos creían en el éxito de una guerra formal y aconsejaban una lenta retirada hacia el interior de las residencias subterráneas de los Dioses. Mas yo no había perdido aún todas las esperanzas. Dado que todas mis acciones militares habían sido coronadas por el éxito, ahora intentaría conseguir la paz.

  El sumo sacerdote de los Blancos Bárbaros 

Así está escrito en la Crónica de Akakor: Grande era la miseria de los Servidores Escogidos. El Sol requemaba la tierra; en los campos se secaban los frutos. Una terrible sequía se extendió. Las personas morían hambrientas en las montañas y en los valles, en las llanuras y en los bosques. En esto parecía consistir el destino de los Servidores Escogidos: en ser extinguidos, en ser barridos de la faz de la tierra. Ésta parecía ser la voluntad de los Dioses, quienes ya no se acordaban de sus hermanos de la misma sangre y del mismo padre. El año 12.450 (1969) contempló el comienzo de una terrible sequía. La estación de las lluvias se retrasó en varias lunas. El gamo se retiró a las regiones del nacimiento de los ríos. En los campos se secaban las semillas. Para salvar a mi pueblo de la muerte por hambre, adopté una decisión desesperada. De acuerdo con los sacerdotes, mas sin el conocimiento ni del consejo supremo ni de los señores de la guerra, partí para ponerme en contacto con los Blancos Bárbaros. Vestido con las ropas de los soldados alemanes, abandoné Akakor y después de un laborioso viaje, llegué a Río Branco. una de sus grandes ciudades, situada en la frontera entre Brasil y Solivia. Aquí me dirigí al sumo sacerdote de los Blancos Bárbaros, a quien había conocido por intermedio de los doce oficiales blancos. Le revelé el secreto de Akakor y le hablé sobre la miserable situación de mi pueblo. Como prueba de mi historia, le entregue dos documentos de los Dioses, y éstos convencieron definitivamente al sumo sacerdote blanco. Accedió a mi petición y regresó conmigo a Akakor. La llegada a Akakor del sumo sacerdote blanco provocó violentas discusiones con el consejo supremo. Los ancianos y los señores de la guerra rechazaron todo contacto con él. Para evitar cualquier posible traición, exigieron incluso su cautividad. Solamente los sacerdotes estaban preparados para discutir una paz justa. Después de argumentaciones infinitas, el consejo supremo concedió al sumo sacerdote blanco un período de seis meses, durante el cual expondría a su propio pueblo la terrible situación de los Ugha Mongulala. Para que pudiera reforzar su historia, le fueron entregados varios escritos de los Padres Antiguos. Si no lograba convencer a los Blancos Bárbaros, tenía la obligación de devolver los documentos a Akakor. Durante seis meses, nuestros exploradores esperaron en el lugar acordado para el encuentro en la zona alta del Río Rojo. El sumo sacerdote blanco no regresó. (Algún tiempo después me enteraría de que había muerto en un accidente de aviación. De todos modos, había enviado los documentos a una lejana ciudad llamada Roma. Esto es lo que, en cualquier caso, dijeron sus servidores.) Una vez que el plazo acordado hubo expirado, convoqué al consejo supremo para discutir el destino de mi pueblo. Los ancianos y los sacerdotes estaban contrariados y exigían la guerra. Y una vez más, yo me negué. Rechacé su decisión gracias a mi derecho a tres vetos como príncipe de los Ugha Mongulala. Lo que el sumo sacerdote blanco no había conseguido, lo trataría de lograr yo mismo. Esta es la despedida de Tatunca, el legítimo príncipe de las Tribus Escogidas. Él era fuerte, él dejó su pueblo. Como la gran serpiente de agua, se acercó silenciosamente al enemigo. Partió solo, protegido por las oraciones de los sacerdotes en el Gran Templo del Sol: «¡Oh, Dioses! Defendedle contra sus enemigos en este tiempo de oscuridad, en esta noche de sombras malignas. Ojalá no desfallezca. Ojalá que venza el odio de los Blancos Bárbaros y supere su falsedad y su astucia. Porque el Pueblo Escogido desea la paz». Y Tatunca partió por el difícil camino. Acompañado por la mirada de los Dioses, descendió hasta las cañadas, cruzó el veloz río y no tropezó. Alcanzó la otra orilla. Siguió adelante hasta que llegó al lugar donde los Blancos Bárbaros han edificado sus casas hechas de argamasa y de caliza.

  Tatunca Nara en el país de los Blancos Bárbaros 

En el año 12.451 (1970) pasé ocho lunas en el territorio de nuestro peor enemigo. Nunca lo olvidaré. Fue la experiencia más amarga de mi vida y me mostró claramente cuan diferentes son los corazones de los dos pueblos. Para los Blancos Bárbaros únicamente cuentan el poder y la violencia. Sus pensamientos son tan intrincados como los matorrales de las Grandes Ciénagas, en las que nada verde y fértil puede crecer. Pero los Ugha Mongulala viven de acuerdo con el legado de los Dioses. Y éstos asignaron a cada tribu y a cada pueblo un lugar adecuado y una tierra suficiente para su supervivencia. Trajeron la luz a la humanidad para su iluminación y para extender su sabiduría y su conocimiento. La comprensión de la inflexibilidad de los Blancos Bárbaros fue lo más difícil de soportar, dado que mis primeros contactos parecían haber tenido éxito. Los oficiales que yo había rescatado intercedieron por mi y fui presentado a un alto funciona río brasileño. Le hablé sobre la miseria de mi pueblo y le pedí ayuda. El dirigente blanco me escuchó lleno de sorpresa y prometió transmitir mi informe. Mientras tanto, me envió a Manaus, donde habría de esperar la decisión del consejo supremo del Brasil. Durante tres meses viví en un campamento de soldados de los Blancos Bárbaros. Eran hombres bien entrenados que conocían la vida en los ríos y en la inmensidad de las lianas. Salían regularmente de campaña hasta los más alejados territorios del imperio. Por ellos supe y para mi desgracia que los Blancos Bárbaros estaban peleando en prácticamente todas las fronteras. En el Mato Grosso lucharon contra la Tribu de los Caminantes. En las regiones del nacimiento del Gran Río estaban incendiando los asentamientos de la Tribu de los Espíritus Malignos. En el país de los Akahim atacaron a las tribus salvajes y las empujaron hacia el interior de las montañas. No había olvidado aún las terribles descripciones de los soldados blancos cuando fui llamado a la capital del Brasil. Aquí volví a exponer de nuevo la desesperación y la miseria de mi pueblo. Revelé la historia de los Ugha Mongulala a los supremos dirigentes de los Blancos Bárbaros. Mis oyentes estaban sorprendidos. Comprobarían mi informe y asimismo me pondrían en contacto con un representante alemán. Éste me recibió con amabilidad y me escuchó con atención. Pero después dijo que no podía creer mi historia porque nunca había habido en Brasil una invasión de 2.000 soldados alemanes. Ni siquiera los nombres que le cité pudieron convencerle. Impaciente, me sugirió que pusiera el destino de mi pueblo en manos de los Blancos Bárbaros. Apenas han transcurrido dos años desde esta conversación. Solamente en la frontera entre Bolivia y Brasil, siete Tribus Aliadas han sido exterminadas por los Blancos Bárbaros, entre ellas los orgullosos guerreros de los Corazones Negros y de la Gran Voz. Cuatro tribus salvajes han huido al interior de la región del nacimiento del Río Rojo para escapar a la extinción. La tercera parte de mi pueblo ha caído víctima de las armas de los Blancos Bárbaros. ¿Es esto lo que el representante alemán quería decir cuando me aconsejó que pusiera el destino de mi pueblo en manos de los Blancos Bárbaros? Así son los Blancos Bárbaros. Sus corazones están llenos de odio. Crueles son sus actos. No muestran comprensión. Tienen rostro envidioso y dos corazones, uno blanco y uno negro al mismo tiempo. Codician la riqueza y el poder. Planean el mal contra las Tribus Escogidas, que no les han hecho daño alguno. Pero los Dioses son justos y castigarán a aquellos que infringen su legado. Los Blancos Bárbaros pagarán caro por sus crímenes. Expiarán sus pecados. Porque el círculo se está cerrando. Signos ominosos se muestran en el cielo. La tercera Gran Catástrofe, que los destruirá como el agua destruye al fuego y la luz destruye la oscuridad, ya no está lejos. Ya habían pasado siete lunas en el territorio de los Blancos Bárbaros. Entonces uno de sus dirigentes me dijo que él me acompañaría hasta la Gran Catarata, a veinte horas de camino de Akakor. Aquí deseaba establecer el primer contacto con mi pueblo; y para un año después se planearía una expedición de un grupo más numeroso de soldados blancos a la capital de los Ugha Mongulala. Esto me daría a mi tiempo para preparar a mi pueblo para su llegada. Me sentía feliz; mi misión parecía cumplida. Pero una vez más los Blancos Bárbaros mostraron sus malvados corazones. Rompieron el acuerdo que ellos mismos me habían sugerido y me arrestaron en Río Branco. Ataron al príncipe de las Tribus Escogidas, al supremo servidor de los Dioses, como un animal salvaje y lo tuvieron cautivo en una gran casa de piedra. He de dar gracias a los Dioses porque lograra escapar. Ellos me dieron la fuerza para librarme de mis ligaduras. Golpeé a mis confiados guardianes y huí. Ocho lunas después de mi partida regresé a Akakor con las manos vacías, decepcionado por las mentiras de los Blancos Bárbaros. Y los sacerdotes se reunieron. Durante trece días ayunaron en el Gran Templo del Sol. Estaban dispuestos a sacrificar sus vidas, a ofrendar sus corazones por sus hijos, por sus esposas y por sus descendientes. Deseaban morir por su pueblo. Este era el precio que estaban preparados para pagar. Esta era la responsabilidad que estaban dispuestos a asumir para salvar a las Tribus Escogidas. Los Ugha Mongulala no aceptaron el sacrificio ofrecido por los sacerdotes. Durante 12.000 años han repudiado los sacrificios humanos y han mantenido las leyes de los Maestros Antiguos, de las que nunca deberán desviarse. Porque son leyes eternas que determinan la vida de todo el pueblo de los Servidores Escogidos y asignan a cada individuo una función en la comunidad, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor, con buenas palabras, con lenguaje claro: Ocurrió hace un tiempo infinitamente largo. Una piedra del pavimento estaba colocada en el camino que conducía al Gran Templo del Sol. Veía pasar a todas las personas que pisaban por encima de ella cuando iban a hacer ofrendas a los Dioses. Veía pasar a personas que procedían de las cuatro esquinas del universo. Y a la piedra del pavimento le sobrevino un deseo vehemente. Y cuando el Sumo Sacerdote pisaba por encima de ella, le pidió piernas. Mucho se sorprendió el Sumo Sacerdote. Pero el hombre sabio, el mago, el señor de todas las cosas, púsole piernas. Diole cuatro piernas que nunca pararían de moverse. Y la piedra del pavimento partió. Vagó por aquí y por allá, por montañas y valles, a través de bosques y de llanuras, hasta que lo hubo visto todo y se hubo cansado de mirar. Así que regresó al Gran Templo del Sol. Y cuando llegó a su antiguo lugar, observó que su sitio ya había sido ocupado. Y su corazón se entristeció y lloró amargas lágrimas. Y la piedra del pavimento reconoció la verdad: sólo aquel que cumple sus deberes para con la comunidad cumple las leyes de los Dioses.

  4 El regreso de los Dioses 1970 hasta el presente

 El mundo está lleno de escepticismo y de incertidumbre. Están produciéndose cambios en todas las esferas del conocimiento que amenazan cambios en todas las esferas de los sistemas políticos y económicos hasta ahora válidos. Los stocks de bombas atómicas y de hidrógeno son suficientes para destruir toda la vida sobre la Tierra. La creciente escasez de materias primas ha llevado al asalto final de las últimas regiones inexploradas. En la Amazonia, las carreteras troncales y los aeropuertos han sentado las bases necesarias para la exploración de las enormes regiones de bosques vírgenes, restringiendo aún más el espacio vital de la población nativa. Según las estimaciones de FUNAI, Servicio de Protección India del Gobierno Brasileño, apenas 10.000 indios de los bosques verán el año 1985.

  La muerte del Sumo Sacerdote 

Cuando un hombre no tiene mucho que perder y todos los Caminos hacia el futuro parecen cegados, se vuelve hacia el pasado. Esto es lo que yo he hecho al revelar el secreto de! pueblo más antiguo sobre la Tierra. Pero los Blancos Bárbaros no creyeron en mis palabras. Como hormigas que todo lo destruyen, nos arrebatan la poca tierra que aún nos queda. Y de este modo los Ugha Mongulala se están preparando para su extinción. Porque el final está cerca; el círculo se está cerrando. La tercera Gran Catástrofe se acerca. Entonces regresarán los Dioses, tal y como está escrito en la crónica: «¡Ay de nosotros! El final está cerca. Hemos llegado a una triste situación. ¿Qué es lo que los Senadores Escogidos han hecho para caer tan bajo? Oh, que los Maestros Antiguos regresen.» Así hablaban los hombres en el consejo supremo. Hablaban con tristeza y con pena, con suspiros y con lágrimas. Porque el tiempo se acercaba a su conclusión. Nubes negras cubrían el sol. Un velo ensombrecía la estrella de la mañana. Y el Sumo Sacerdote se inclinó ante el espejo dorado. Así fue cómo habló en el Gran Templo del Sol: «¿Quiénes son estas personas? ¿Quién las envía? ¿De dónde vienen? Verdaderamente, nuestros corazones están pesarosos, porque lo que ellos hacen es malvado. Sus pensamientos son crueles. Sus existencias, llenas de amenaza. Pero si nos fuerzan a luchar, lucharemos. Lanza en mano, confiando en el arco y en la flecha, moriremos como los servidores de los Maestros Antiguos, que pronto regresarán para vengarnos». En el año 12.452 (1971), unas pocas lunas después de mi regreso a Akakor, los Ugha Mongulala fueron visitados por otro desastre más: Magus, el Sumo Sacerdote, había muerto. Se había desplomado tras una reunión del consejo supremo, abrumado por la pena y por su conocimiento del inminente peligro. Su muerte era como un signo ominoso para los Ugha Mongulala, una indicación de que se acercaba el fin. Acosados por los Blancos Bárbaros que avanzaban, perdían el valor y su fe en el legado de los Maestros Antiguos. Las ceremonias de duelo de Magus, el Sumo Sacerdote de las Tribus Escogidas, duraron tres días. Los sacerdotes se congregaron en el Gran Templo del Sol y prepararon su cuerpo para el viaje hacia la segunda vida. Lo envolvieron en un fino traje y lo trasladaron a la piedra de consagración situada delante del espejo dorado, el ojo de los Dioses. A sus pies colocaron una hogaza de pan y una fuente de agua, los signos de la vida y de la muerte. Los ancianos ofrecieron incienso, miel de abejas y fruta madura. Los señores de la guerra recordaron la sabiduría y las acciones del que partía. Seguidamente los sacerdotes introdujeron su cuerpo en la cámara funeraria dispuesta al efecto en la parte delantera del Gran Templo del Sol. Durante tres días, el pueblo desfiló ante Magus y, con pena y con tristeza, se despidió de él. A la mañana siguiente, antes de que los rayos del sol hubieran tocado la tierra, los sacerdotes clausuraron la tumba. Magus, el sabio Sumo Sacerdote que había predicho todas las guerras y a quien todas las cosas le habían sido reveladas, había vuelto con los Dioses. Ahora hablaremos de Magus. Su memoria perdurará para siempre en los corazones del Pueblo Escogido, pues sólo hizo aquello que era justo y verdadero. Todo lo que era falso y confuso era desconocido de su corazón. Dedicó su vida a los Dioses. Era un maestro del conocímiento. Cada parte de su cuerpo estaba llena de sabiduría y de verdad. Conocía el equilibrio de todas las cosas. Podía leer en los corazones de todos los hombres, y comprendía las leyes de la naturaleza. Sus actos no estaban sujetos a la influencia de la hora. No conocía ni la ambición ni la envidia. Obedeciendo las leyes de los Dioses, completó el círculo. Y a ellos se ofreció en la hora cíe ¡a muerte que es irrevocable, como lo es el sol al amanecer que determina la vida del hombre.

  La retirada al interior de las residencias subterráneas 

Magus, el Sumo Sacerdote de los Ugha Mongulala, había muerto. Según el legado de los Dioses, su posición pasaba a su hijo primogénito. Éste, al igual que el príncipe, hubo de superar una severa prueba del consejo supremo y hablar con los Dioses. A los trece días, Uno. el hijo primogénito de Magus. regresó al Gran Templo del Sol. Los ancianos le confirmaron como el nuevo Sumo Sacerdote. Las leyes de Lhasa habían sido cumplidas. Convoqué al consejo supremo para decidir sobre el futuro de las Tribus Escogidas. La reunión fue breve. Unánimemente, los ancianos decidieron trasladarse al interior de las residencias subterráneas de los Dioses. Fue así como los Ugha Mongulala regresaron al mismo lugar en el que sus antepasados habían sobrevivido ya a dos Grandes Catástrofes. Los hombres se lamentaban a medida que abandonaban sus casas y cortaban todo contacto con el mundo exterior. Con su pólvora negra, los soldados alemanes destruyeron los templos, los palacios y los edificios de Akakor. Los guerreros incendiaron las últimas aldeas y poblados. No dejaron signo alguno, ninguna huella que pudiera indicar el camino hacia Akakor. Abandonaron incluso las pocas bases que aún quedaban en la región del nacimiento del Gran Río. A las Tribus Aliadas se les ofreció la opción de unirse a los Ugha Mongulala o de interrumpir las relaciones. De las siete tribus, seis decidieron continuar en sus antiguos territorios tribales. Únicamente la Tribu de los Comedores de Serpientes acompañó a mi pueblo al interior de las residencias subterráneas. Fue recibida con todos los honores y a su caudillo le fue ofrecido un asiento en el consejo supremo como muestra de gratitud por su lealtad hacia los Ugha Mongulala y hacia el legado de los Dioses. La retirada está completa. Los Servidores Escogidos se retiraron a las residencias subterráneas para esperar el regreso de los Dioses. Entonces sus corazones descansaron. Y hablaron a sus hijos sobre los días del pasado y sobre la gloria de los Dioses, sobre los poderosos magos que crearon las montañas y los valles, las aguas y la tierra. Le hablaron sobre los señores del cielo que son de la misma sangre y tienen el mismo padre. Desde que los Servidores Escogidos se retiraron a las residencias subterráneas en el año 12.452 (1971), únicamente 5.000 guerreros permanecen en el exterior. Éstos cultivan los campos, introducen las cosechas, e informan además al consejo sobre el avance de los Blancos Bárbaros. Pero les ha sido prohibido luchar. Cuando el enemigo aparece, ellos deben retirarse para preservar el secreto de las residencias subterráneas. Treinta mil personas están viviendo en las subterráneas Akakor, Bodo y Kish. Las otras ciudades están desiertas o, como Mu, llenas de viandas y de material de guerra. La luz artificial todavía ilumina las trece ciudades de los Dioses. El aire para respirar se filtra a través de las paredes. Las grandes puertas de piedra todavía pueden ser movidas tan suavemente como hace 10.000 años. Tras la retirada, los soldados alemanes trataron de resolver el misterio de Akakor inferior. Midieron el túnel e hicieron mapas exactos. A petición de sus dirigentes, yo mismo les abrí el recinto secreto situado debajo del Gran Templo del Sol. Aquí los soldados alemanes descubrieron extraños instrumentos y herramientas de los Dioses que se semejaban a sus propios aparatos. Su impresión era que los Padres Antiguos habían abandonado las residencias de los Dioses en una huida precipitada. Pero, de todos modos, nuestros aliados no pudieron explicar el secreto de Akakor inferior. Porque los Dioses construyeron las ciudades según sus propios planes, que son desconocidos para nosotros. Solamente cuando ellos regresen comprenderán los humanos sus trabajos y sus actos. Los soldados alemanes ya están resignados a permanecer con nosotros. Han envejecido o han muerto. Sus hijos piensan y sienten como los Ugha Mongulala y viven según el legado de los Dioses. Los sacerdotes celebran los servicios de consagración en el Gran Templo del Sol. El pueblo ordinario fabrica objetos para su uso diario. Los funcionarios del príncipe mantienen las comunicaciones con Bodo y con Kish. Es ésta una época de aprendizaje y de contemplación. Todo el pueblo vive de sus memorias, y sus corazones están pesarosos cuando piensan en los gloriosos días de Lhasa. Nada les queda ahora salvo la esperanza de protegerse del asalto de los Blancos Bárbaros sobre las residencias subterráneas. Y tienen la certeza de que los Dioses pronto regresarán, tal y como prometieron a su partida.

  El regreso de los Dioses 

Si los Ugha Mongulala fueran un pueblo como cualquier otro, hace ya tiempo que su destino se habría cumplido. Pero ellos son los Servidores Escogidos de los Dioses y confían en su milenario legado. Viven de acuerdo con las leyes de los Padres Antiguos incluso en las épocas en las que la necesidad es más acuciante. Esto les autoriza para juzgar a los Blancos Bárbaros y avisar a la Humanidad, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor: Pueblos de los bosques, de las llanuras y de las montañas, escuchad: los Blancos Bárbaros se están volviendo locos. Se matan los unos a los otros. Todo es sangre, terror y perdición. La luz de la Tierra está próxima a extinguirse. La oscuridad cubre los caminos. Los únicos sonidos que se escuchan son el aletear de los búhos y el chillar del gran pájaro de los bosques. Hemos de mantenernos fuertes contra ellos. Cuando uno de ellos se acerque, extended vuestras manos. Rechazadle y gritadle: «Calla, tú el de la potente voz. Tus palabras son sólo como el retumbar del trueno, nada más. Manténte alejado de nosotros, tú con tus placeres y tus ambiciones, con tu codicia de riquezas, con tu avaricia de ser más que quien tienes a tu lado, con todas tus acciones sin sentido, con la torpeza de tus manos, con tu curiosidad en el pensamiento y en el conocimiento, que en realidad nada conoce. Nada de eso necesitamos nosotros. Estamos contentos con el legado de los Dioses, cuya luz no nos deslumbra ni nos confunde, sino que en cambio ilumina todos los caminos para que podamos absorber toda su gran sabiduría y vivir como humanos». Yo lo recuerdo. Fue en el año 12.449 cuando por primera vez visité la tierra de los Blancos Bárbaros. Una y otra vez. los soldados me preguntaban las mismas cuestiones. Hablaban sobre la vida de los pueblos del Gran Río, sobre su supuesta pereza y sus supuestos vicios. Los salvajes, así me dijeron ellos, son congénitamente estúpidos, astutos y falsos. Tienen poco espíritu y carecen de nervio. Se matan los unos a los otros por el placer de matarse. Así era cómo los Blancos Bárbaros hablaban sobre unos pueblos que ya poseían leyes escritas cuando ellos todavía caminaban por los bosques en todas las direcciones, tal y como está escrito en la crónica. Pero yo acepté su maldita conversación; atesoré sus palabras dentro de mí como el explorador que recuerda las huellas de sus enemigos. Mas en las ocho lunas que yo pasé en el país de los Blancos Bárbaros, no encontré nada que pudiera ser útil para mi pueblo. Cierto que ellos también han cultivado los campos y construido ciudades, que han trazado carreteras e inventado poderosos instrumentos que ningún Ugha Mongulala puede comprender. Pero desconocen el legado de los Dioses. Con sus falsas creencias, los Blancos Bárbaros están destruyendo su propio mundo. Hasta tal punto están cegados que ni siquiera reconocen su origen. Porque sólo aquel que conoce su pasado puede encontrar el camino del futuro. Los Ugha Mongulala conocen su pasado, escrito en la Crónica de Akakor. Por tanto también conocen su futuro. Según las profecías de los sacerdotes, en el año 12.462 (1981) sobrevendrá una tercera Gran Catástrofe que destruirá la Tierra. La catástrofe se iniciará allí donde Samón estableciera su gran imperio. En este país estallará una guerra que lentamente se irá extendiendo por toda la Tierra. Los Blancos Bárbaros se destruirán los unos a los otros con armas mas brillantes que mil soles. Solamente unos pocos sobrevivirán a las grandes tempestades de fuego, y entre ellos se encontrará el pueblo de los Ugha Mongulala que se ha refugiado en las residencias subterráneas. Esto es, en cualquier caso, lo que dicen los sacerdotes, y así lo han escrito en la crónica: Un terrible destino le espera a la Humanidad. Una conmoción se producirá y las montañas y los valles temblarán. La sangre caerá desde el cielo y la carne del hombre se contraerá y se volverá fofa. Las personas estarán sin fuerza y sin movimiento. Perderán la razón. Ya no podrán mirar más hacia atrás. Sus cuerpos se desintegrarán. Así será cómo los Blancos Bárbaros recogerán la cosecha de sus actos. El bosque se llenará de sus sombras, agitadas por el dolor y por la desesperación. Entonces regresarán los Dioses, llenos de pesar, por el pueblo que olvidó su legado. Y surgirá un nuevo mundo en el que los hombres, los animales y las plantas vivirán juntos en una unión sagrada. Entonces comenzará la nueva Edad de Oro. Con ello concluye la Crónica de Akakor

APÉNDICE 

Explicaciones suplementarias, ejemplos y referencias 

El origen del hombre latinoamericano 

Todo empezó con Cristóbal Colón. Cuando el navegante italiano descubrió el nuevo mundo a finales del siglo XV, estableció contacto con unos pueblos completamente desconocidos hasta entonces. Dado que Colón y sus compañeros habían estado buscando el camino de las Indias Occidentales, estaban convencidos de que los nativos eran los indios. Pese a que el error sería corregido poco después, el nombre se conservó. En los últimos 500 años, los hallazgos arqueológicos y las investigaciones etnológicas han dado lugar a las más extravagantes teorías acerca del origen del hombre americano. Gregorio García, funcionario de la Inquisición Española, incluso suponía que los habitantes del Nuevo Mundo eran de origen bíblico. Se creía que un hijo de Noé, Isabel, había poblado América hasta Perú mientras que otro de sus hijos, Jobal, se había establecido en Brasil. (Esta leyenda sudamericana es obviamente una versión de la historia de Noé.) En el siglo XVII García escribía: «Los nativos no reconocen a Jesucristo. No nos están agradecidos por el bien que les hacemos. Por tanto, únicamente pueden ser infieles». Las explicaciones de algunos autores populares no son menos imaginativas. Éstos relacionan el origen de la población nativa de América con el legendario continente de la Atlántida, el cual, según el filósofo griego Platón, quedó sumergido en el año 9500 a. de C. Los proponentes de varias oleadas migratorias desde Egipto, Asia Menor y Europa pertenecen al mismo grupo. Walter Raleigh cambió el nombre del príncipe de los incas, Manco Capác, por el de Inglés Capác. Por su parte, los seguidores del sabio alemán Wegener creen en el origen africano de la población indígena americana. En un tiempo en el que África y América estaban unidas, los indios habrían llegado a la Amazonia a pie. Existe una evidencia histórica mayor para la teoría del especialista germano-boliviano Posnansky. Después de veinte años de investigaciones en las ruinas bolivianas de Tiahuanaco, llegó a la conclusión de que los primeros americanos se desarrollaron en el continente con independencia de los pueblos europeos y asiáticos. Posteriormente, el investigador británico Fawcett apoyó la teoría de Posnansky, considerando que Tiahuanaco era uno de los numerosos asentamientos de un poderoso imperio de los bosques. En la actualidad, los especialistas están divididos en dos escuelas claramente separadas: los que proponen una migración desde Asia a través del estrecho de Bering, y los que creen en el desarrollo autónomo del hombre americano. Ambos grupos han presentado innumerables pruebas científicas, pero que, sin embargo, no han contribuido a clarificar los dos problemas básicos: ¿Dónde se desarrollaron las primeras naciones americanas?, y ¿cuál fue el proceso del desarrollo diferenciado de la población nativa que alcanzó su apoteosis cultural y política con los imperios azteca, maya e inca? Estas preguntas apenas pueden ser contestadas científicamente, ya que se carece de eslabones esenciales en la cadena de evidencias. Lo que se ha establecido es que en un período muy inicial, hace probablemente más de 10.000 años, varias tribus gobernaban América y que éstas debían tener el mismo origen o estaban en comunicación las unas con las otras. Esto lo sabemos por los hallazgos arqueológicos de los misteriosos sambaquis, los enterramientos funerarios de los indios de América del Norte y de América del Sur. Una evidencia adicional nos la pueden proporcionar los antiguos ritos mortuorios de los incas y de los mayas. Mas para todas estas coincidencias no existe explicación alguna, a no ser que nos sumerjamos en las leyendas y sagas de estos pueblos.

  Mitos y leyendas mayas 

Según el Chilam Balam, el libro de los sacerdotes del jaguar, de los mayas, la historia comienza en el año 3113 a. de C. El especialista alemán en temas mayas Wolfgang Cordan relaciona esta fecha con un misterioso acontecimiento histórico de gran importancia. La historiografía tradicional, sin embargo, únicamente la menciona como una curiosidad del complicado calendario maya. De una manera bastante sorprendente, las tradiciones escritas de las naciones de América Central coinciden con las leyendas de los indios de la jungla. Los toltecas y los mayas hablan sobre la aparición de dioses y de héroes, quienes, sin esfuerzo aparente, realizaban actos extraordinarios. Los aruak de la Amazonia describen asimismo la llegada y partida de portadores de frutas cubiertos con extrañas máscaras. Algún acontecimiento histórico similar parece haber influenciado a todos los pueblos que vivían en aquel tiempo. De ello somos conscientes en la actualidad, y aunque pueda presentarse envuelto en un manto de mitología, se basa indudablemente en hechos reales. La única relación directa entre la historia comprensible y los mitos latinoamericanos se encuentra en las leyendas de los quiche-maya y de los ugha mongulala, salvo en que sus tradiciones se refieren distintamente a Dioses-Reyes y a Padres Antiguos poseedores de unas asombrosas cualidades físicas. Son éstos los descendientes de una misteriosa raza estelar; seres muy superiores a los hombres y que tras su muerte entran en una segunda vida que les está vetada a los mortales ordinarios. «Si quieres convertirte en un Dios», dice el Chilam Balam de los quiche-maya, «hazte merecedor de ello. Tu existencia terrena y tu conducta deben estar en armonía con la voluntad de los Dioses. Debes seguir las leyes éticas del cosmos. Sólo así los Dioses no se sentirán avergonzados ante tu presencia y hablarás con ellos como su igual». En la Crónica de Akakor, los «Maestros Antiguos que nosotros llamamos Dioses» vinieron a la Tierra hacia el año 3.000 a. de C. y la modelaron a su imagen. A los hombres les dieron nombres, idioma y escritura; les enseñaron unas elementales leyes agrícolas y políticas que en parte se han mantenido en vigor hasta la actualidad; y, asimismo, los trasladaron a las residencias subterráneas como una protección contra una inminente catástrofe. Así es como lo recoge la crónica. Las tradiciones orales y escritas de los pueblos más antiguos son invariablemente comparables. En un tiempo, hace más de 10.000 años, una o varias naciones altamente civilizadas habitaban en la Tierra, dominaban a los pueblos indígenas y realizaban actos que dependían de unos asombrosos cálculos matemáticos. Según el Libro de los Muertos de los egipcios, el Edda de los celtas y el libro secreto indio Mahabharata, incluso transfirieron a los hombres de un planeta a otro. Fueron asimismo las responsables del nacimiento de los primeros centros de civilización, en los cuales posteriormente se desarrollarían las altas culturas.

  Las trece residencias subterráneas 

Al margen de como contemplemos las memorias y tradiciones míticas, lo cierto es que resuelven los misterios de la prehistoria terrestre y humana, y que explican por sí mismas algunas evidencias arqueológicas bastante problemáticas. El desierto costero de Nazca, en Perú, está lleno de dibujos gigantescos que miden varios kilómetros, cruzados por rayas y líneas de figuras geométricas. En su minuciosa exploración de la antigua ciudad religiosa de Tiahuanaco, Posnansky descubrió por toda la ciudad unas extrañas cámaras subterráneas y cuyas gruesas paredes se ajustaban con precisión. En la impresionante fortaleza montañosa de Sacsahuamán, en las cercanías de Cuzco, se encuentran bloques de piedra que pesan varias toneladas y que ajustan milimétricamente. El cronista español Montesinos adscribe su construcción a una poderosa nación desaparecida hace muchas épocas. En opinión de los americanistas, la fortaleza está construida en el llamado estilo inca-imperial, dominante hacia los años 1480 a 1530. Según la Crónica de Akakor, los Padres Antiguos construyeron hace más de 10.000 años gigantescas ciudades de piedra, entre las que se encontraban las trece residencias subterráneas y los túneles trapezoidales que atraviesan la región amazónica. Hasta el momento, las ciudades subterráneas únicamente han aparecido en mitos y en leyendas. La tradición tibetana habla del reino subterráneo de Agarthie. Los indios de América del Norte conocen la existencia de enormes cuevas en las que se guardaban y cuidaban los pájaros de trueno de los dioses. Los túneles subterráneos han sido descubiertos por todo el mundo. En Perú y Bolivia, los especialistas y los exploradores han encontrado enormes pasadizos de piedra cuya construcción sería difícil incluso con los conocimientos técnicos actuales. En la peruana Serie documental del Perú incluso se describe una expedición que en 1923 emprendieron miembros de la universidad de Lima. Acompañados por expertos espeleólogos, los científicos penetraron desde Cuzco en los túneles trapezoidales. Tomaron medidas de la abertura subterránea y avanzaron en dirección a la costa. Repentinamente, las comunicaciones con el punto de entrada se interrumpieron. Después de doce días, y casi extenuado, un único miembro de la expedición regresó a la superficie. Pero sus historias sobre un confuso laberinto subterráneo eran tan increíbles que los colegas del desafortunado explorador creyeron que se había vuelto loco. Para impedir nuevas pérdidas de vidas, la policía prohibió la entrada a los misteriosos pasadizos y dinamitó el punto de entrada. El gran terremoto de Lima de 1972 llevó una vez más las estructuras subterráneas peruanas a los titulares de los periódicos. Durante su trabajo de salvamento, los técnicos descubrieron largos pasadizos que nadie hubiera sospechado se encontrasen allí. La exploración sistemática de los cimientos de Lima llevó al asombroso descubrimiento de que extensas partes de la ciudad estaban cruzadas por túneles, conduciendo todos ellos a las montañas. Pero no pudieron determinarse los puntos de terminación, ya que con el tiempo se habían hundido. ¿Quién construyó estos pasadizos? ¿Cuándo? ¿A dónde conducen? Solamente dos de las muchas teorías existentes nos ofrecen una explicación lógica. La primera alude a rutas de huida construidas por los incas tras la llegada de los conquistadores españoles. La segunda se basa en las leyendas incas, que adscriben los túneles a un pueblo antiguo. Montesinos, en sus Memorias antiguas, historiales, políticas del Perú, escribe: «Cuzco y la ciudad en ruinas Tiahuanaco están unidas por un gigantesco camino subterráneo. Los incas desconocen quién lo construyó. Tampoco saben nada sobre los habitantes de Tiahuanaco. En su opinión, fue construida por un pueblo muy antiguo que posteriormente se retiró hacia el interior de la jungla amazónica».

  La Gran Catástrofe Universal 

Los mitos de las poblaciones aborígenes de América Latina forman un cuadro bastante coherente. En un pasado bastante lejano, la Tierra estaba gobernada por una poderosa raza de dioses que sometió a las poblaciones nativas y construyó gigantescas ciudades. Estos seres, obviamente construyeron asimismo ciudades subterráneas y fortalezas ante la expectativa de una guerra que evidentemente creían era inevitable. El posterior acaecimiento real de un acontecimiento terrible no sólo es confirmado por la tradición: los geólogos y los arqueólogos dan por hecho que la primera Gran Catástrofe según la Crónica de Akakor, la destrucción del mundo según el vocabulario de los mayas, el Diluvio según el Antiguo Testamento, ocurrió realmente. En la actualidad, los científicos interpretan como natural un acontecimiento que es un lugar común en la historia de todos los pueblos. Podría haber sido provocado por una modificación del eje de la Tierra debido al acercamiento de una estrella o al de un cometa, o a la caída de una luna. Numerosos geólogos creen que hubo grandes cambios en la corteza de la Tierra y posteriores olas enormes. Las leyendas y los mitos de los pueblos aborígenes atribuyen estos hechos a los dioses. El Popol Vuh quiche-maya habla de una visita de los dioses para destruir a la Humanidad malvada. El libro secreto indio Mahabharata describe una guerra entre los dioses. El Edda germánico habla de una revuelta del averno: «El Sol se vuelve negro. Se desata el trueno. La trompa de Yggdrasill comienza a temblar. El espíritu de los árboles gime. El gigante se escapa. Todo se conmociona. En el averno, las ataduras de Surt, el amigo de sangre, se rompen. El cielo revienta. El vientre de la Tierra se abre hacia el cielo y vomita llamaradas de fuego y veneno. El dios se pone en camino para enfrentarse con el dragón. Se oculta el Sol. La Tierra se hunde en el agua. Las felices estrellas caen del cielo». La Crónica de Akakor complementa y completa la información mítica de otros pueblos. Nos habla de dos razas divinas con diferentes propiedades físicas. El comienzo de la guerra se sitúa en el año 13 (10.468 a. de C., según el calendario occidental). Platón, en su diálogo llamado Critias, menciona el año 9500 a. de C. como aquel en el que la legendaria Atlántida fue destruida. El historiador Hemus habla de una terrible catástrofe que ocurrió en el año 11.000 a. de C. Posnansky sitúa la destrucción de Tiahuanaco hacia el año 12.000 a. de C. Un filósofo griego, un historiador egipcio y un investigador alemán, todos ellos confirman algo que es conocido desde hace mucho tiempo por las tradiciones orales y escritas de todos los pueblos. ¿Comenzó el auge de la Humanidad con la llegada de astronautas extranjeros? ¿Se desarrolló el hombre sobre la Tierra o procedía de planetas bastante alejados? Aquel que conceda una credibilidad mayor a las leyendas de los pueblos antiguos que a las hipótesis científicas o a las afirmaciones religiosas puede encontrar innumerables indicaciones de que los dioses fueron los responsables. Pero las leyendas no son la evidencia. Ni siquiera las gigantescas ciudades religiosas de los mayas, las enormes pirámides de los egipcios o las gruesas estructuras de Nazca en el Perú tienen por qué ser necesariamente estructuras no humanas. Son, efectivamente, testimonios del florecimiento de unas altas civilizaciones que ya no comprendemos. Pudiera ser esta enorme escala la que a nuestros ojos eleva a sus constructores a la estatura de Dioses.

  Los egipcios y los fenicios en Brasil 

La historia del primer hombre americano continúa siendo un misterio. La mayoría de los científicos sostienen que atravesó a pie el desierto helado del Estrecho de Bering y que pobló el continente de Norte a Sur. Los seguidores de Posnansky le consideran como el descendiente de la población de Tiahuanaco. Muchos de los autores de ciencia popular creen que es el superviviente de la legendaria Atlántida. Mas hasta el momento nadie ha podido aportar pruebas incontrovertibles. En 1971, el profesor norteamericano Cyrus Cordón originó un revuelo aún mayor al publicar una asombrosa teoría. Este investigador afirmaba que las antiguas naciones del Oriente habían tenido conocimiento de América durante miles de años. Como evidencia, presentó la copia de una losa de piedra que había hallado en el estado federal brasileño de Ceará, y que lleva grabada la siguiente inscripción: «Somos hijos de Canaán. Procedemos de Sidón, la ciudad del Rey. El comercio nos ha traído hasta esta tierra de montañas. Hemos sacrificado un joven para conjurar la ira de los dioses en el decimonoveno año de Hiram, nuestro rey poderoso. Iniciamos nuestro viaje en Eziongaber y navegamos con diez bajeles por el Mar Rojo. Hemos pasado dos años sobre el mar y bordeamos un país llamado Ham. Luego una tormenta nos separó de nuestros compañeros; finalmente llegamos aquí, doce hombres y tres mujeres, a una playa de la que yo, el almirante, he tomado posesión». Las afirmaciones de Cyrus Cordón provocaron una explosión de indignación entre los arqueólogos e historiadores brasileños. La teoría rebajaba a los descubridores portugueses a meros epígonos de los navegantes fenicios, y asimismo proporcionaba una explicación completamente nueva al origen del término Brasil. La versión habitual deriva su nombre del árbol pau do Brasil. Según el profesor estadounidense, la palabra tiene su origen en el vocabulario hebreo. Varias universidades brasileñas enviaron grupos de investigadores al área en la que el profesor había localizado el hallazgo para estudiar y verificar el sensacional descubrimiento. La mayor y la más costosa de las expediciones inspeccionó en 1971 la región de Quixeramobin, en el centro de Ceará. Durante tres meses de arduo trabajo, se recogieron más de mil kilogramos de cerámicas y de muestras del suelo. Los arqueólogos excavaron más de 100 urnas y descubrieron unas misteriosas imágenes de piedra y ornamentos coloreados de porcelana. En el mismo otoño, el director de la expedición, el arqueólogo brasileño Milton Parnés, publicó su primer informe, que confirma las afirmaciones de Gordon y las observaciones contenidas en la Crónica de Akakor relativas a contactos entre los ugha mongulala y el imperio de Samón situado al otro lado del océano oriental. Las referencias a una antigua relación entre el Oriente y el Nuevo Mundo no se limitan a los asombrosos descubrimientos de Ceará. Los libros egipcios de los muertos del segundo milenio a. de C. hablan sobre el reino de Osiris situado en un distante país en el Oeste. Las inscripciones en las rocas de la región del río Mollar, en Argentina, están claramente en la misma línea que las de la tradición egipcia. En Cuzco se encontraron símbolos y objetos de cerámica que son idénticos a los artefactos egipcios. Según el investigador estadounidense Verril, constituyen la evidencia de la visita del rey Sargón de Akkad y sus hijos al Perú en los años 2500-2000 a. de C. En Guatemala, los lugares y los templos de consagración parecen haber sido erigidos siguiendo el modelo de las pirámides egipcias. Su arquitectura, que sigue unas leyes estrictamente astronómicas, apunta hacia el mismo origen o hacia el mismo constructor. Pero las indicaciones más claras se encuentran en la Amazonia y en el estado federal brasileño de Mato Grosso: inscripciones de varios metros de altura que se encuentran en las caras de rocas difícilmente accesibles exhiben de un modo incuestionable las características de los jeroglíficos egipcios. Fueron recogidas e interpretadas por el investigador brasileño Alfredo Brandáo en su obra en dos volúmenes A Escripta Prehistórica do Brasil. En su prólogo escribe: «Los navegantes egipcios dejaron sus huellas por todas partes, desde la desembocadura del Amazonas hasta la bahía de Guanabara. Tienen una antigüedad de unos 4000-5000 años, y podemos por ellas conjeturar que las comunicaciones por mar entre los dos continentes se interrumpieron en una fecha posterior». Según la Crónica de Akakor, las relaciones entre Egipto y América del Sur se interrumpieron en el cuarto milenio a. de C., al destruir las tribus salvajes la ciudad de Ofir, que había sido construida por Lhasa. De aceptarse la teoría del profesor Cordón, la relación fue reanudada en el año diecinueve de Hiram (1000 a. de C.) por los fenicios. Y los ugha mongulala afirman que en el año 500 d. de C., la prosiguieron los ostrogodos, que se habían aliado con navegantes del Norte. Y finalmente, otros mil años después, llegaron los españoles y portugueses en su búsqueda de una ruta marítima más corta hacia la India. América, el Nuevo Mundo, había sido redescubierta.

  Prehistoria de los incas 

El viaje de Cristóbal Colón fue el primero en traer noticias a occidente sobre las civilizaciones americanas. Los escribas de Su Majestad Española describieron las ciudades, condenaron las tradiciones religiosas de los pueblos y establecieron las primeras cronologías. El historiador español Pedro Cieza de León y el descendiente de los incas Garcilaso de la Vega sitúan el nacimiento del imperio inca en los primeros siglos de la era cristiana. Solamente el cronista Fernando Montesinos da una tabla genealógica exacta de los Reyes del Sol, y que se remonta a la era pre-cristiana. Durante mucho tiempo, la historiografía moderna aceptó la validez de las fechas de Pedro Cieza de León y consideró que el comienzo del imperio inca habría tenido lugar hacia los años 500-800 d. de C. Se suponía que en este lapso de tiempo esta poderosa nación de guerreros habría iniciado la conquista del Perú y que 300 años después se extendería hasta la costa del Pacífico. Los nuevos gobernantes del Perú desarrollaron un fuerte Estado de orientación socialista y establecieron el mayor imperio conocido en la historia de América Latina. Únicamente los más recientes hallazgos arqueológicos en las tierras altas de Perú y de Solivia han dado como resultado unas opiniones históricas totalmente diferentes. Dado que tan difícil es explicar el ascenso de los incas a potencia mundial en un período de 300 años como comprender el desarrollo de un Estado «socialista», la nueva teoría sostiene que el origen de los incas se sitúa cientos, e incluso miles, de años antes del citado 500 d. de C. El historiador Montesinos, que durante mucho tiempo había sido desacreditado como fantasioso, comienza a ser recuperado: «Hace mucho tiempo, el divino Viracocha emergió de una cueva. Era más sabio y más poderoso que los hombres ordinarios, agrupó a las tribus en torno a él y fundó Cuzco, la ciudad de las cuatro esquinas del mundo. Este es el comienzo de la historia de los Hijos del Sol, que es como ellos se llaman a sí mismos». Montesinos es el único historiador español que sitúa el origen del imperio inca en la era pre-cristiana. Sin embargo, es más apoyado por sus colegas cuando describe a las mujeres de la familia gobernante. Pedro de Pizarra, el conquistador del Perú, se entusiasma con la piel blanca de las mujeres incas, de su pelo «del color del trigo maduro», y de sus facciones finamente moldeadas, que se compararían con ventaja con las de cualquier belleza madrileña. Todo aquel que esté familiarizado con los indios peruanos de las tierras altas no puede por menos que dejar de sorprenderse por semejante retrato. Los descendientes de los orgullosos incas son pequeños de estatura y tienen la piel rojiza —exactamente lo opuesto al ideal de belleza español—. O bien éstos han cambiado completamente en el curso de unos siglos, o los antepasados incas pertenecían a una estirpe diferente. Fernando Montesinos lo relaciona con el legendario Viracocha. Pedro de Pizarra añade que los nativos consideran a su príncipe como «un niño del dios del cielo», al igual que a todas las personas blancas de pelo rubio. La Crónica de Akakor describe a Viracocha como perteneciente a la raza del divino príncipe Lhasa. Las leyendas de los indios peruanos de las tierras altas hablan de una tribu de piel blanca que desapareció en la jungla sin dejar rastro alguno. Mas este misterioso pueblo no desapareció por completo. En 1911, el explorador estadounidense Hiram A. Binham descubrió la ciudad en ruinas de Machu Picchu, en el valle del Urubamba y a una altitud de 3.000 metros. Se hallaba relativamente bien conservada y presentaba muchas similitudes con las fortalezas montañosas incas. Pero ni los contemporáneos de Pizarro ni los descendientes de los Reyes del Sol tenían noticias sobre su existencia. Binham llegó a descubrir la ciudad porque estaba siguiendo las huellas de una antigua leyenda; fue ésta la razón por la que confundió Machu Picchu con la aún sin descubrir ciudad inca de Paititi, el reducto del príncipe inca Manco II. Mientras tanto, los descubrimientos arqueológicos han demostrado que Machu Picchu no es idéntica a Paititi. La ciudad en ruinas data de una época sobre la cual nada sabemos y es uno de esos milagros arqueológicos que ha resistido todo intento de interpretación. Solamente ha sido explicada y puesta en su perspectiva histórica por la Crónica de Akakor. Según la historia escrita de los ugha mongulala, la «ciudad sagrada» fue una fundación de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. Cuando con la llegada de los españoles el imperio inca se hundió, los ugha mongulala abandonaron Machu Picchu y se retiraron hacia la jungla.

  Los godos en América Latina 

La historiografía tradicional se muestra prudentemente reservada sobre la prehistoria de los incas y de los mayas debido a la escasez de datos, aunque el final de sus civilizaciones es ampliamente descrito por ¡os historiadores españoles. Exactamente lo contrario ocurre con los ostrogodos, esa orgullosa raza de guerreros que conquistaron Italia en un período de sesenta años y que posteriormente serían derrotados por el general Narsés del Imperio Romano de Oriente en la batalla del Monte Vesuvio en el año 552 d. de C. Los últimos supervivientes del antiguamente poderoso pueblo desaparecieron sin dejar rastro. Los lingüistas afirman haber descubierto a sus descendientes en el sur de Francia; los etnólogos y los historiadores piensan que se hallan en el sur de España. Ninguna de estas escuelas ha podido presentar pruebas definitivas. Según la Crónica de Akakor, los supervivientes de los desafortunados godos se aliaron con los audaces navegantes del Norte. Sus dos naciones partieron juntas para encontrar las Columnas de Hércules, en donde se quejarían a los dioses. Durante treinta lunas cruzaron el océano infinito hasta que llegaron a la desembocadura del Gran Río. Los lingüistas están de acuerdo en al menos un punto. Las Columnas de Hércules, que ya son mencionadas en la mitología griega, coinciden con el estrecho de Gibraltar, entre España y África del Norte. Aquí se hallaba entonces el lugar en el que los godos buscaban a los dioses que les habían abandonado. Pero sus esperanzas se vieron traicionadas: un fuerte viento empujó a las naves de sus aliados hacia el mar abierto. Las embarcaciones de madera de cincuenta metros de largo de los «audaces navegantes» debían estar bien construidas, ya que los vikingos fueron el primer pueblo europeo en pisar la superficie de Groenlandia, y habrían efectivamente descubierto, según numerosos especialistas, América del Norte. Sus incursiones en el Mediterráneo occidental han sido confirmadas, de modo que el contacto con los godos no puede ser descartado. En América del Sur, las huellas de los blancos pueblos nórdicos son bastante numerosas y confusas. En primer lugar, las relaciones lingüísticas entre los idiomas americano y nórdico; luego, la creencia en el origen divino; asimismo, las similares estructuras. Una evidencia concreta de la presencia de pueblos nórdicos en la Amazonia nos la proporcionan las pinturas rocosas de la famosa Pedra Pintada de la zona superior del Río Negro. Allí se encuentran dibujos de carros y de naves vikingas. Esto es realmente sorpréndete, ya que ningún pueblo americano conocía la rueda antes de la llegada de los españoles. Para el rey inca Atahualpa, el allanamiento de una montaña era menos una cuestión de tecnología que un medio de mantener ocupados a los trabajadores. La prehistoria de las naciones de América Central es tan misteriosa y oscura como la de los incas. Las pocas noticias escritas y los documentos que pudieron ser salvados de las llamas de la Inquisición han resistido los intentos de desciframiento de hasta las más sofisticadas computadoras. La cronología maya es el calendario más matemáticamente exacto de toda la historia mundial. Junto con las ruinas del templo de Chinchen Itza, constituye el último residuo de una civilización que fue al menos igual (si no superior) a la de las culturas europeas contemporáneas. El mayor misterio del país de los mayas lo constituyen las ciudades inacabadas de la jungla guatemalteca. Sabemos que fueron construidas entre los años 300 y 900 d. de C., pero no tenemos ni la más mínima idea de quién las mandó construir. El investigador maya Rafael Girard sospecha que una de las razones para la repentina interrupción de las construcciones podría encontrarse en una gran hambre que movió al pueblo a trasladarse a la zona meridional de México. La Crónica de Akakor menciona las ciudades inacabadas en relación con los godos. Para impedir una invasión de «los pueblos del Norte adornados con plumas», el consejo supremo ordenó la construcción de grandes ciudades en los estrechos, pero que nunca serían completadas. Después de alguna catástrofe, las fuerzas que habían sido enviadas huyeron hacia el Norte. El dato que da es el año 560 d. de C., que coincide con los supuestos científicos. Hasta el momento, el problema de la llegada al Nuevo Mundo de los godos o de otros pueblos nórdicos no ha sido aclarado aún. Existe un determinado número de teorías diferentes, todas ellas difundidas por reputados científicos. Además, la historiografía tradicional ha demostrado hasta qué punto está mediatizada por el pensamiento y por los prejuicios contemporáneos. Durante generaciones, los historiadores han cometido errores grotescos, tales como el del descubrimiento de América por Cristóbal Colón o el de la construcción de Tiahuanaco en el año 900 d. de C. Es posible que los actuales expertos hayan adoptado las dos siguientes suposiciones y que se hayan mantenido firmes en ellas: todo comenzó con las hordas salvajes de Asia y terminó con los conquistadores españoles. Hace setenta años, nada se sabía sobre la fortaleza de Machu Picchu. Hace veinte años, la Amazonía era todavía considerada como un vacío arqueológico. Hace diez años, los científicos aún afirmaban que el número de indios de la jungla nunca había superado el millón. Todavía pueden existir muchos secretos enterrados bajo las rocas de los Andes o en la inmensidad de las lianas de la jungla. Estamos aún lejos de conocer toda la verdad.

  La llegada de los descubridores españoles y portugueses 

La llegada de Colón a América en el año 1492 inició los contactos entre los conquistadores europeos y los pueblos del Nuevo Mundo. Su tradición era la de recibir a los extranjeros con amabilidad, de modo que trataron a los barbudos blancos con mucho respeto. El rey de los aztecas obsequió a Cortés con unos regalos preciosos. Atahualpa, el rey de los incas, envió una delegación para saludar a Pizarro. El caudillo de los tupis incluso ofreció a su propia hija como un signo de hospitalidad a los portugueses que habían desembarcado en la costa brasileña. «Los nativos», escribía a su rey el navegante portugués Cabral, «se muestran tan humildes y pacíficos que puedo asegurarle a Su Majestad que no tendremos problema alguno para establecernos en el país. Aman a sus vecinos tanto como a sí mismos, y su lenguaje es siempre amable, amistoso y va acompañado de una sonrisa». Esta conducta, que a los ojos europeos era inhabitual, fue interpretada por los españoles y portugueses como una debilidad. Pizarro, descrito por sus compañeros como un fiel servidor de su rey, pensó que el pueblo debería hacer entrega inmediata de todo el oro, que se hallaba disponible en cantidades inmensas. Durante los años siguientes, los conquistadores europeos hicieron todo lo posible por convertir estas intenciones en actos. En unas décadas destruyeron tres grandes imperios, asesinaron a millones de personas e incluso destruyeron todos los registros escritos de civilizaciones que, en muchos aspectos, no sólo igualaban a la suya propia sino que la superaban. El Nuevo Mundo ardió en llamas, devastado y asolado por los navegantes que habían sido recibidos como dioses. «Nos veneran como criaturas divinas», escribía el padre jesuita Dom José al rey español. «Nos dan todo lo que deseamos. Sí, e incluso conocen la historia del Salvador. Únicamente puedo imaginar que uno de los doce apóstoles debe haber estado en este continente anteriormente». Según las tradiciones orales y escritas de los antiguos pueblos americanos, los conquistadores españoles y portugueses debían su amistosa recepción no a un viajero apóstol sino a los dioses. Éstos no habían hecho más que el bien a los pueblos y les habían prometido regresar un día. Dado que, según los sacerdotes, «el tiempo había cumplido su ciclo y los extranjeros habían llegado a bordo de poderosas naves que se deslizaban silenciosamente sobre las aguas y cuyos mástiles llegaban hasta el cielo», el pueblo creyó que la profecía se estaba cumpliendo. La raza del Padre Sol de los incas y de los Padres Antiguos de los ugha mongulala había regresado. Muy pronto, sin embargo, se dieron cuenta los nativos de que habían sido víctimas de una cruel decepción. Los supuestos dioses se comportaban como diablos. «Son rompedores de huesos, peores que los animales», como reitera la Crónica de Akakor. Los imperios azteca, inca y maya fueron destruidos; con ellos murió asimismo la leyenda del regreso de los antepasados divinos. Únicamente las tribus indias que viven en las regiones inaccesibles de la jungla han preservado esta creencia hasta la actualidad. «Los nativos salieron a nuestro encuentro como si nos hubieran estado esperando», escribe el etnólogo brasileño Orlando Vilas Boas en su informe al establecer contacto con una tribu del Arual en 1961. «Escoltaron a la expedición hasta el centro de la aldea y nos ofrecieron regalos. La conducta de los indios debe estar relacionada con una antigua memoria que se ha transmitido de generación en generación.»

  Las ciudades blancas, el imperio de la jungla en el Amazonas 

El sometimiento del Perú y la destrucción de las tribus indias de la costa brasileña alteró el curso de la conquista del continente sudamericano. El carácter de los extranjeros ya no constituía un misterio para los nativos; ahora eran conscientes de sus objetivos y de la credibilidad de sus palabras, y ofrecieron una tenaz resistencia. El primero en experimentar la nueva situación fue un compañero de Pizarro, el aventurero español Francisco de Orellana, quien en medio de grandes dificultades navegó el Amazonas hasta su desembocadura. Se había logrado así cruzar por primera vez el continente sudamericano, y esta travesía quedó descrita y documentada en el diario de navegación de su compañero Gaspar de Carvajal. Según dicho informe, Orellana encontró a ambas orillas del río comunidades fuertemente estructuradas. Carvajal describe edificios para mercados, pesquerías y poblados profusamente esparcidos y levantados con objeto de impedir el desembarco de los españoles, así como calles abundantes, fortificaciones y edificios públicos. Las aldeas se sucedían tan frecuentemente que la región parecíale a Carvajal como una parte de su nativa España: «Nos adentrábamos cada vez más en zonas habitadas, y una mañana a las ocho, después de haber negociado un amarre en el río, contemplamos una hermosa ciudad que por su tamaño debía ser la capital de un imperio. Posteriormente observamos también numerosas ciudades blancas, escasamente a dos millas de la orilla del río». El informe de Carvajal testimonia la existencia de un imperio muy desarrollado en el interior de la Amazonía, ya que ni las fortificaciones ni las ciudades blancas podían haber sido construidas por los indios de la jungla. Únicamente los incas, los mayas o los aztecas podían ser capaces de logros semejantes. Dado que se ha demostrado que sus imperios se limitaron a las zonas occidentales del continente, sólo puede tenerse en cuenta a otro pueblo: según la Crónica de Akakor, los ugha mongulala. Cien años después, el jesuita Cristóbal de Acuña confirmaría los informes de su predecesor. Éste también describe los signos de la vida urbana: densa población, medidas defensivas y edificios públicos «en los que se ven muchas vestimentas hechas con plumas de multitud de colores». En la conclusión, Acuña resume las impresiones que ha sacado del país que ha estado recorriendo durante varios meses: «Todos los pueblos a lo largo de este río son extraordinariamente razonables, vivaces y llenos de inventiva. Esto puede observarse en todo lo que producen, ya se trate de esculturas, de dibujos o de pinturas de muchos colores. Los poblados están cuidadosamente construidos y ordenados, aunque todo parece indicar que dependen de ciudades situadas más al interior». Según la Crónica de Akakor, los ugha mongulala gobernaron sobre un enorme imperio que se extendía a lo largo de casi todo el curso del Amazonas. Luego llegaron los Blancos Bárbaros con su nuevo símbolo de la cruz e indujeron a las Tribus Aliadas a romper su fidelidad. Se repitió la tragedia ¡rica, aunque más lentamente y por etapas. Es posible que los portugueses no sintieran piedad alguna ya se tratase de convertir al cristianismo a los nativos o de liberarlos de sus innecesarios lujos. Pero vivían en un país sin ningún centro político visible, y estaban luchando contra fuerzas naturales que parecen resistir hasta a la más moderna maquinaria. La variante trans-amazónica de la carretera entre Manaus y Barcellos construida en 1971 sobre el bajo río Negro fue cubierta en tan sólo un año por la vegetación tropical. Incluso los técnicos tuvieron dificultades para localizar la dirección aproximada de la carretera. No es de sorprender por tanto que ya no existan signos de las «ciudades blancas».

  Las amazonas 

La historiografía tradicional ha ignorado casi por completo el diario de navegación de Gaspar de Carvajal, probablemente debido a que el informe sobre esos ocho meses en regiones que han conservado su misterio hasta la actualidad se refiere principalmente a la búsqueda de comida. Los poblados existían única y exclusivamente como posibles lugares de saqueo. Un viajero evitaría las ciudades blancas y se alegraría cuando pasase a través de ciudades pequeñas e indefensas. Los contemporáneos de Carvajal centraron precisamente su atención en una pequeña sección: aquélla en la que alude a una tribu de mujeres guerreras con una capital de oro propia de un cuento de hadas. Esta parte del diario cautivó la imaginación de los avariciosos conquistadores, que desde todas partes avanzaron hacia la región de las zonas altas del Orinoco para encontrar a la tribu de las amazonas y su legendaria capital, El Dorado. Las expediciones militares emprendidas en los siglos XVI y XVII siguieron invariablemente el mismo curso. Fuerzas españolas y portuguesas, mercenarios franceses y alemanes bajo el mando de diversos comandantes; todos ellos vagaron durante meses a través de inaccesibles territorios. Tuvieron que hacer frente a los ataques de una población guerrera, a las adversas condiciones naturales y a un terreno continuamente inundado. Los hombres caían derrotados por el hambre, devoraban a sus animales de carga y finalmente recurrían al canibalismo. «Cogimos al indio prisionero, y cuando llegamos a la corriente, lo matamos y nos lo repartimos entre nosotros. Encendimos una hoguera y nos comimos su carne. Luego nos acostamos para descansar durante la noche, pero antes freímos el resto de la carne.» Lo que antecede forma parte de un informe de Cristóbal Martín, un soldado de la fuerza expedicionaria del general von Hutten. Las valientes amazonas y la misteriosa El Dorado nunca fueron descubiertas. Según la Crónica de Akakor, aquéllas lucharon contra los invasores extranjeros durante siete años. Quedaron agotadas. Destruyeron Akahim y se retiraron al interior de las residencias subterráneas. En los siglos que siguieron, El Dorado adquiriría un carácter peculiar. La fabulosa ciudad de oro parecía caminar de un punto a otro de la jungla brasileña con la fascinación y la inconstancia de una Fata Morgana. Inmensas áreas serían exploradas en búsqueda de la escurridiza ciudad, e innumerables leyendas serían redescubiertas o inventadas. Pero El Dorado había desaparecido. A comienzos del siglo XX, su supuesta localización oscilaba desde el Orinoco en la frontera entre Brasil y Venezuela hasta la jungla del Mato Grosso. El explorador inglés Fawcett sostenía haber descubierto en esta región gigantescas pirámides. Estaba tan firmemente convencido de su existencia que se embarcaría en numerosas y peligrosas expediciones. En una carta dirigida a su hijo justificaba su creencia: «Hay algo completamente cierto. Un denso velo cubre la prehistoria de América Latina. El explorador que logre encontrar las ruinas habrá conseguido ampliar nuestros conocimientos históricos en una forma inimaginable». Al igual que les ocurrió a muchos de los que le precedieron, Fawcett fracasó debido a las condiciones climáticas y geográficas de los bosques de lluvia tropical: ya no regresaría de su última expedición en el verano de 1943. Pero su destino no impidió el que otros valerosos exploradores continuaran la búsqueda de un pasado distante. En 1944, el etnólogo brasileño Pedro E. Lima descubrió un camino indio perfectamente delimitado que iba desde la región del nacimiento del Xingú hasta Solivia. El especialista alemán en temas indios Egon Schaden recogió las leyendas de los indios brasileños y las combinó para realizar una magnífica presentación de su prehistórico pasado. Los diez últimos años han contemplado un avance decisivo en la exploración arqueológica del Brasil. Durante la construcción de la Transamazónica y de la Perimetral Norte —dos carreteras troncales que atraviesan la jungla—, los bulldozers y las cuadrillas de obreros pasaron repetidamente a través de campos de ruinas anteriormente desconocidos. El Servicio Brasileño de Protección India descubrió en la región de Altamira a unos indios de piel blanca y de ojos azules. En Acre, los colonos blancos fueron atacados por unos indios que eran «altos, bien formados, muy hermosos y de piel blanca». Pero el descubrimiento más asombroso lo realizaría un grupo de reconocimiento de un puesto fronterizo brasileño en el área del Pico da Neblina: estableció contacto con una tribu india en la que las mujeres desempeñaban el papel predominante. Según la Crónica de Akakor, Akahim está situada en las ladera orientales del Pico da Neblina, la montaña más alta del Brasil.

  La extinción de los indios de la jungla 

La existencia de las misteriosas amazonas continúa todavía en el reino de la leyenda. La extinción de los indios de la jungla es, sin embargo, real, y provocada por las enfermedades y por la forma única de la violencia de los colonizadores blancos. Inmediatamente después de su llegada relegaron a los indios a un rango inferior al de la esclavitud. Hasta tal punto fue atropellada y suprimida la población indígena que no le quedó otro medio de supervivencia más que alimentándose de gusanos, de hierbas y de raíces. Sus caudillos fueron asesinados por los europeos bajo crueles torturas para así domeñar de una vez por toda la resistencia de los salvajes. Como señala el historiador español Oviedo: «Fueron soltados cinco o seis perros jóvenes sobre cada uno de los dieciséis caudillos para entrenarlos en este tipo de caza humana. Como todavía eran jóvenes, se limitaron a corretear y a ladrar alrededor de los indios. Pero cuando éstos creían que los habían logrado reducir con sus bastones, fueron entonces soltados dos experimentados bulldogs que inmediatamente los despellejaron, los destriparon y los devoraron como quisieron». Tampoco la declaración de independencia de los diversos estados nacionales de América del Sur tras la victoria del patriota Simón Bolívar sobre los mercenarios españoles produjo alivio alguno para la población indígena. Una reducida clase superior blanca dirigía a cada uno de los países como si fuera un establecimiento familiar. Las revueltas de la población india esclavizada fueron cruelmente reprimidas. Angelim, el líder del más importante movimiento social revolucionario brasileño, murió en la prisión. El movimiento que él había capitaneado, la Gabanegem, se desintegró bajo el poder del fuego de los militares portugueses y británicos. Las dos terceras partes de la población amazónica fueron masacradas. En la Crónica de Akakor sólo se hace una referencia marginal a estas revueltas populares. Los exploradores de los ugha mongulala observaron con terror las atrocidades de los Blancos Bárbaros y el pueblo aprovechó el reflujo de la lucha para replegarse hacia el territorio central de Akakor. Mas la inesperada calma fue breve, y los indios interpretaron el último acto de la tragedia que había comenzado con la llegada de Colón, una saga de crimen y de violencia. El papel principal lo representan los aventureros, los buscadores y el infame rifle Winchester. También tienen su papel aquellos que se oponen al genocidio, tales como el mariscal brasileño Rondón, creador del Servicio Brasileño de Protección India. Pero incluso esta organización, fundada por la civilización blanca para proteger a los nativos, ha servido en su desarrollo para acelerar su ruina. Desde el descubrimiento del Nuevo Mundo quinientos años antes, únicamente la forma de la codicia del poder de los conquistadores blancos ha cambiado. El periódico londinense The Economist informaba en su número del 15 de mayo de 1968 sobre la situación de los indios brasileños: «La lista de crímenes es infinita. La versión original de la investigación de los resultados de la encuesta ordenada por el ministro del Interior, Albuquerque Lima, pesa más de 100 kilogramos. La versión reducida ocupa veintiún volúmenes con 55.115 páginas. Ésta recoge los crímenes contra las personas y las propiedades de los indios, desde asesinatos, prostitución y esclavitud hasta los problemas relacionados con la venta de sus tierras y de su artesanía. Según informó el relator del gobierno, Jader Figueira, entre los crímenes se incluyen el exterminio de dos tribus pataxi en el estado de Bahía mediante viruelas transmitidas en pedazos de dulces. En el Mato Grosso, los Cintas Largas fueron exterminados mediante bombardeos con aviones de vuelo bajo; los empleados del Servicio de Protección India remataron a los supervivientes con ametralladoras. Asimismo, la alimentación de los indios ha sido mezclada con arsénico y con virus tifoideos». Por inhumanamente que una clase actúe cuando se trata de asuntos de interés económico, no puede negarse que está influida por las convenciones sociales. Los colonizadores europeos no eran más que meros representantes de una reducida clase dirigente. Podían exterminar a los indios con impunidad ya que consideraban a los salvajes como seres «inferiores». E irónicamente, la población del Nuevo Mundo contempló a los «barbudos extranjeros», y tan sólo por el color de su piel, como seres superiores predestinados a gobernar. Una única nación parece haber comprendido el error a tiempo. El legado de los Padres Antiguos llevó a los ugha mongulala a considerar a los recién llegados como Blancos Bárbaros. Ningún observador objetivo puede dejar de estar de acuerdo con esta caracterización. Los representantes de la civilización blanca han demostrado no ser más que ladrones despreciables, cuando en realidad podrían haber sido «dioses».

  Brasil y el Tercer Reich 

La historia del Tercer Reich tiene todavía muchas preguntas sin respuesta. Conocemos las consideraciones políticas de Hitler y los planes estratégicos de sus generales, mas todavía siguen confusas la predilección del Führer por las ciencias ocultas y sus obsesiones religiosas. Conocemos igualmente la estructura de las batallas y los terribles resultados de la Segunda Guerra Mundial. Las decisiones militares de Hitler, sus planes de conquista del mundo y las acciones de los comandos secretos en las partes más distantes del mundo continúan en las sombras. Visto retrospectivamente, es difícil saber qué es lo que más influyó en la historia del Tercer Reich, pero hay una cosa que es cierta: la mística imagen que Hitler tenía del Universo no ha sido aún suficientemente estudiada. Por ahora, limitémonos a los datos históricos. Hasta mediados de 1939, América Latina se mostró bastante indiferente ante los acontecimientos políticos que se estaban desarrollando en Europa. Únicamente cuando las fuerzas del Tercer Reich invadieron Polonia, y los planes de Hitler de expansión mundial se hicieron obvios, se verían los países de América del Sur envueltos en la vorágine de la guerra mundial que comenzaba. La visita del comandante en jefe del Ejército de los Estados Unidos, George C. Marshall, a Río de Janeiro en junio de 1939, influyó a Brasil para unirse al bando aliado. «En la defensa de Estados Unidos», declaró el general, «Brasil juega un papel esencial. La presencia de fuerzas hostiles en territorio brasileño y su influencia sobre las comunicaciones con Europa y África representaría una peligrosa amenaza para los Estados Unidos. Consecuentemente, la costa entre Salvador y Belém debe estar protegida y defendida contra una posible invasión.» Las consideraciones de Marshall fueron bien acogidas por sus colegas brasileños. También ellos temían a los desembarcos alemanes y solicitaron la construcción de poderosas fortificaciones a lo largo de la costa Este. En la conferencia de Panamá de 1939, Brasil se declaró dispuesta a poner a disposición de los Estados Unidos bases de apoyo y aeropuertos estratégicos para objetivos de defensa. En tan sólo unos meses, los primeros escuadrones de bombardeo estadounidenses desembarcaron en Joáo Pessoa y Recife. En enero de 1940, el presidente Vargas promulgó unas leyes decisivas en las que se disponía la supervisión de la colonia alemana pro-nazi. El 7 de diciembre de 1941, el día en que los japoneses atacaron Pearl Harbour, la decisión brasileña estaba tomada, las relaciones con Berlín se rompieron y el país se preparó para incorporarse a la guerra. Por parte alemana, los esfuerzos estadounidenses en Brasil fueron cuidadosamente anotados. El general Canaris consideraba la estricta neutralidad del Brasil como un requisito necesario para el dominio de los submarinos alemanes sobre el sur del Atlántico. El general Keitel contemplaba la futura invasión de América del Sur como una secuencia natural de la expansión del Tercer Reich. Rosenberg, director del departamento exterior del Partido Nacional Socialista, soñaba en una ocupación alemana del Brasil y en la asunción del poder por los miembros de la colonia alemana. En la primavera de 1942, cuando el Mariscal de Campo Rommel parecía estar a punto de conquistar África del Norte en su victoriosa campaña, Brasil fue el principal objeto de discusión en una reunión del Mando General en Berlín. Asuntos Exteriores, representado por el embajador Ritter, aconsejó en contra de una acción militar en vista de una posible solidaridad por parte de todos los países de América Latina. Keitel y Rosenberg sugirieron que se montara un ataque masivo contra dicho país. Después de vehementes discusiones, Hitler se decidió por un ataque de represalia para «castigar a Brasil por su alineamiento hacia los Estados Unidos y disuadirle de futuras acciones hostiles». La operación secreta se inició en Burdeos a comienzos de julio de 1942. Una flotilla de submarinos salió hacia el Atlántico sur con el objetivo de hundir en «maniobras libres» tantos barcos brasileños como fuera posible. El 15 de agosto de 1942, submarinos U-507 torpedearon el carguero brasileño Baendepi en las cercanías de Salvador, y veinticuatro horas más tarde el carguero Araquara. Siete días después, el 22 de agosto de 1942; Brasil declaró la guerra al Tercer Reich. El resultado final de la Segunda Guerra Mundial no se vio afectado por la lucha en el frente brasileño, que se limito a la costa septentrional, desde Salvador hasta Belém, en la desembocadura del Amazonas, pasando por Recife. Los submarinos que operaban en este área tenían el objetivo de cortar los suministros aliados a África y Europa e impedir el desarrollo de unas poderosas fortificaciones defensivas aliadas a lo largo de la costa. Era aquí donde los brasileños y los estadounidenses habían estacionado escuadrillas de bombardeo y un ejército de 55.000 hombres. Según una observación contenida en la Historia do Exercito Brasileiro, su misión consistía en «la defensa contra una posible invasión alemana de la región de Joáo Pessoa y Natal». Tan firmemente convencido estaba el alto mando brasileño de los planes de invasión alemanes que hacia 1943-1944 aumentó la potencia del ejército a 65.000 hombres. La estratégica zona «Norte-Nordeste» sólo perdería importancia tras la victoria aliada sobre el Afrika Korps de Rommel y el inicio de los planes para la reconquista de Francia. ¿Planeó realmente Hitler la conquista de Brasil? ¿Era ésta técnicamente factible? ¿Tuvo lugar? Según el diario de guerra del coronel brasileño José Maria Mendes, los militares brasileños estaban convencidos de los planes de invasión alemanes; de otro modo, sería imposible explicar las poderosas unidades armadas estacionadas a lo largo de la costa Norte. El ministro brasileño de Asuntos Exteriores Oswaldo Aranha expresó la misma opinión en una discusión mantenida en 1941 con el embajador de los Estados Unidos Jefferson Caffery: «Estamos convencidos de que la Wehrmacht alemana tratará de ocupar América Latina. Razones estratégicas requieren que la invasión comience por Brasil».


Barcos brasileños hundidos por los submarinos U- alemanes 

Los historiadores militares alemanes ofrecen una opinión bastante diferente. En su evaluación de la estrategia del Tercer Reich, consideran que los planes de invasión eran meros sueños de autorrealización de Rosenberg, técnicamente impracticables y nunca seriamente planeados. Esta corriente de pensamiento no sabe cómo explicar un cable secreto enviado por el Secretario de Estado Weizsaecker a la Feldmark, el nombre en clave de la sección para América del Sur de Asuntos Exteriores. En este cable, Weizsaecker informaba al embajador Ritter sobre las discusiones internas entre la Wehrmacht y Asuntos Exteriores en relación con las operaciones contra la tierra firme brasileña. La referencia a la tierra firme confirma otras informaciones relativas a los planes de Hitler para extender más tarde o más temprano su poder a América Latina. Según los protocolos de la conferencia de Munich del 29 de septiembre de 1938, Chamberlain sugirió al Führer que enviara colonos alemanes a la Amazonia.

  Los 2.000 soldados alemanes en Akakor 

Los datos históricos disponibles no son suficientes para proporcionar una prueba irrefutable de un desembarco de fuerzas alemanas en Brasil. Pero los informes sobre la mística imagen que Hitler tenía del Universo son extraordinariamente reveladores. Éstos se remontan al año 1920, cuando el antiguo pintor de casas conoció al poeta Dietrich Eckehardt, quien durante tres años influyó en el futuro «Führer del Gran Imperio Alemán» con sus teorías sobre el origen de las tribus germánicas en Thule, los seres sobrenaturales de una civilización desaparecida y el inminente nacimiento de una raza superior en el corazón de Alemania. En octubre de 1927, poco antes de su muerte, Eckehardt escribió: «Seguid a Hitler. Él bailará. Pero la melodía la escribí yo. Nosotros le hemos dado la oportunidad de ponerse en contacto con Ellos. No os aflijáis por mí. Yo he influido en la historia más que ningún otro alemán». La canción del maestro Eckehardt fue interpretada demasiado pronto. En unos pocos años, la asociación religiosa que él había fundado, Thule, se convirtió en una influyente sociedad secreta, y bajo su protección crecieron los grupos Edelweiss, las Waffen SS y la asociación Ahnenerbe (Herencia de los Antepasados). Las doctrinas mágicas que Eckehardt había propuesto llevaron a la creación de un estado terrorista que combinó un orden totalitario casi absoluto con la mística teoría de una raza maestra aria. Probablemente, el Tercer Reich asignó más fondos al estudio de las ciencias ocultas que los Estados Unidos aplicaron a la fabricación de la primera bomba atómica. Las actividades de las asociaciones secretas nacionalsocialistas fueron desde el buscar los orígenes de la «raza» aria hasta el enviar grandes expediciones a los más recónditos lugares del planeta. Cuando las fuerzas alemanas tuvieron que abandonar Napóles, Himmler ordenó que la tumba del último de los Hohenstaufen fuese enviada a Alemania. La organización Thule examinó el significado místico de las torres góticas y estableció numerosos contactos con los monjes tibetanos. Cuando los rusos avanzaban hacia Berlín, encontraron a cientos de anónimos tibetanos caídos junto a los soldados alemanes. Las operaciones en América del Sur de las asociaciones secretas alemanas no fueron menos numerosas y bien fundadas. Ya en 1938, un submarino alemán reconoció la zona inferior del Amazonas. Su tripulación hizo una investigación geográfica y estableció contactos con la colonia alemana en Manaus. Realizó asimismo el primer film histórico sobre la Amazonía, que todavía se conserva en los archivos de Berlín Oriental. El material fotográfico hecho público demuestra que el interés de los investigadores fue mucho más allá de la mera recogida de datos personales. Otra operación, que se halla documentada en los archivos de la fuerza aérea brasileña, fue el viaje del barco de la S.S. Carlina en junio de 1943 desde Maceió hasta Bélém. Sólo pueden imaginarse cuáles eran las órdenes del audaz carguero alemán. La fuerza aérea brasileña pensó que transportaba un cargamento de armas para agentes secretos alemanes y atacó el barco sin éxito. Mas esta explicación, vista retrospectivamente, parece poco probable. Nunca hubo colonia alemana alguna en el área de Maceió ni tampoco instalaciones de las fuerzas brasileñas. Hay numerosas referencias sobre operaciones secretas del Tercer Reich en Brasil. Testigos oculares afirman haber observado el desembarco de submarinos alemanes en la costa de Río de Janeiro. Un periodista de la revista brasileña Realidade incluso descubrió en el Mato Grosso una colonia alemana, compuesta al parecer exclusivamente de antiguos miembros de las S.S. Según la Crónica de Akakor, 2.000 soldados alemanes llegaron a la capital de los ugha mongulala entre 1940 y 1945. El punto de partida de esta operación secreta lo constituyó Marsella. Entre sus miembros se encontraban, A. Jung de Rastatt H. Haag de Mannheim A. Schwager de Stuttgart K. Liebermann de Roth Mujeres y niños acompañaron al último grupo. El contacto había sido facilitado por una hermana misionera alemana de la estación de Santa Bárbara. Una investigación de los datos contenidos en la Crónica de Akakor suministró la evidencia de que los cuatro soldados mencionados fueron dados por muertos en 1945. Según información recibida de la diócesis amazónica, la estación misionera de Santa Bárbara fue atacada y destruida por tribus salvajes indias en el año 1936. Entre los numerosos muertos se encontraban varias monjas alemanas. Teniendo en cuenta los preparativos técnicos que el desembarco de 2.000 soldados alemanes habría requerido, los datos son insuficientes. Pero las operaciones de los comandos secretos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial podrían ser comprobadas en los casos en los que hubieran sido organizadas por la Abwehr. Los documentos sobre las actividades de la división extranjera del Partido Nacional Socialista o de asociaciones secretas del tipo de la Ahnenerbe o bien nunca fueron registrados o bien fueron quemados. Técnicamente, el desembarco de 2.000 soldados alemanes podría haber sido posible. La predilección de Hitler por las ciencias ocultas debió haberle urgido a establecer contactos con un «Pueblo Escogido». El biógrafo de Hitler, Rauschning, caracteriza al «Führer del Gran Imperio Alemán» de la siguiente manera: «Los planes y las acciones políticas de Hitler únicamente pueden comprenderse si uno conoce sus más profundos pensamientos y ha experimentado su convicción de la relación mágica entre el hombre y el Universo».

  La tercera catástrofe universal 

Según los mitos y leyendas de los pueblos latinoamericanos, la historia del hombre comenzó con la creación del mundo por los dioses. Primero crearon la Tierra y el cielo, y luego las plantas y los animales. Lo más difícil fue la creación del hombre. El Popol Vuh de los quiche-maya relata que los dioses hicieron primero al hombre del polvo, luego de imágenes de madera y finalmente de una pasta de harina de maíz Para los miztecas del Anahuac, el hombre emergió de un árbol. Según la Crónica de Akakor, los Padres Antiguos trasplantaron a los hombres de planeta en planeta, uno de los cuales fue la Tierra. El fin del mundo es descrito de una manera similar por las tradiciones orales y escritas de las antiguas naciones americanas. Para las naciones de América Central, el cosmos que nosotros conocemos es el quinto desde la creación del mundo: el sol de la tierra o de la noche, el sol del aire, el sol de la lluvia feroz, y el sol del agua; el quinto sol, el sol de los cuatro movimientos, desaparecerá cuando los monstruos del crepúsculo se despierten en el Oeste, incitados por el dios malo Tezcatlipoca, que masticará el globo de la Tierra y lo mantendrá en sus fauces. Entonces la raza humanare extinguirá. Pero nacerá un sexto sol, un nuevo mundo en el que los hombres serán sustituidos por planetas, es decir, por dioses. La tribu india de los tupi espera un gigantesco diluvio universal que destruirá todo. Según la Crónica de Akakor, los Dioses regresarán después de que una tercera catástrofe haya castigado a los Blancos Bárbaros. Si uno presta cierta consideración a los mitos y leyendas de los pueblos indígenas de América del Sur, el futuro de la Humanidad no está asegurado. El mundo gira en círculos, cada uno de los cuales termina en una catástrofe. Según los sacerdotes de los ugha mongulala, sólo nos quedan unas cuantas lunas, hasta 1 981. Según el calendario maya, la próxima cuenta atrás termina en el año 2011 (2012?) ¿Cuáles son las expectativas futuras reales del hombre para los próximos cincuenta años? El Club de Roma pinta un cuadro bastante pesimista. La producción de alimentos va por detrás de la explosión de la población. La acumulación de armas atómicas es suficiente para destruir treinta veces seguidas la Humanidad y polucionar la atmósfera durante siglos. Nuestra civilización ha malgastado insensatamente durante los últimos cuarenta años el capital de la Tierra. Muchas especies animales han sido exterminadas para la obtención de un beneficio, muchas plantas han desaparecido, los recursos minerales están casi exhaustos, la atmósfera ha sido saturada de venenos. La Humanidad vive con «dos corazones», complicados en miles de dependencias. Esta división de las mentes puede observarse por doquier. Estadistas que se consideran a sí mismos como realistas creen que el actual potencial militar exige la paz si las naciones desean tener futuro. Los industriales siguen realizando sus cálculos sobre la base del material humano, del output productivo y de los mercados. Los científicos actúan persiguiendo su propio beneficio personal. «Si la Humanidad no logra desarrollar un sistema universal viable para el fragmentado mundo actual», afirma el Club de Roma, «cualquier proyecto de futuro para más allá de los próximos cincuenta años no pasa de tener más que un mero interés académico». La Crónica de Akakor no habla de la salvación de la Humanidad. En un círculo que se cierra en 1981, la historia del mundo llegará a un final con la «tercera Gran Catástrofe».
Ésta dará origen a una nueva era en la que los hombres, los animales y las plantas vivirán juntos pacíficamente siguiendo las leyes de la Naturaleza, el legado de los Padres Antiguos.

 VIDEO: https://www.youtube.com/watch?v=C8-v9odfCvY https://www.bibliotecapleyades.net/arqueologia/akakor/akakor.htm#ÍNDICE https://www.bibliotecapleyades.net/default.htm 


 Respetuosamente 
 Luis Romero Yahuachi

miércoles, 27 de junio de 2018

Cristo si, Política no


¿Cómo debe ver la política un cristiano?

Como seguidores de Cristo, ¿cuál debe ser nuestra actitud y nuestra participación en la política? La respuesta es no, no podemos. La Biblia nos da dos verdades en cuanto a nuestra actitud hacia la política y el gobierno.

La primera verdad, es que la voluntad de Dios impregna y reemplaza cada aspecto de nuestra vida. La voluntad de Dios es lo que tiene prioridad sobre todo y todos (Mateo 6:33). Los planes y propósitos de Dios están prefijados, y Su voluntad es inviolable. Lo que Él se ha propuesto, lo llevará a cabo, y ningún gobierno puede frustrar Su voluntad (Daniel 4:34-35). De hecho, es Dios quien "quita reyes y pone reyes" (Daniel 2:21), porque "el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y a quien él quiere lo da." (Daniel 4:17). Una clara comprensión de esta verdad, nos ayudará a ver que la política es meramente un método que Dios usa para llevar a cabo Su voluntad. Aunque hombres perversos abusen de su poder político, utilizándolo para el mal, Dios lo usa para bien, "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados." (Romanos 8:28).
En segundo lugar, debemos estar conscientes del hecho de que nuestro gobierno no puede salvarnos. ¡Solo Dios lo puede hacer! Nunca leemos en el Nuevo Testamento, que Jesús, o cualquiera de los apóstoles invirtiera ni tiempo ni energía enseñando a los creyentes cómo reformar al mundo pagano de su idolatría, inmoralidad y prácticas corruptas por medio del gobierno. Los apóstoles jamás instaron a los creyentes a demostrar desobediencia civil para protestar contra las injustas leyes o los regímenes brutales del Imperio Romano. En cambio, los apóstoles les ordenaron a los cristianos del primer siglo, así como a nosotros hoy, proclamar el Evangelio y vivir vidas que den una clara evidencia del poder transformador del Evangelio.

¿Por qué no se metió Jesús en política?

CIERTO día del año 32 de nuestra era, miles de personas se hallaban reunidas al atardecer escuchando a Jesús, el Mesías prometido, a quien conocían por ser capaz de curar enfermos y resucitar muertos. De hecho, pocas horas antes, sus milagros y sus enseñanzas sobre Dios habían dejado atónitos a todos. Entonces, después de dividirlos en grupos y hacer una oración, Jesús les proporcionó alimento milagrosamente. Luego mandó recoger las sobras, a fin de que no se desperdiciara comida. ¿Cómo reaccionó la gente? (Juan 6:1-13.)

Al ver su poder para hacer milagros, su capacidad de liderazgo y su interés en el bienestar de las personas, llegaron a la conclusión de que Jesús sería un rey ideal (Juan 6:14). Y no es de extrañar. Después de todo, su amada nación estaba en manos de un tiránico imperio extranjero, y soñaban con encontrar un buen líder que los liberara. Así pues, empezaron a presionar a Jesús para que participara en la política de su tiempo. ¿Qué hizo él?

El relato bíblico explica: “Sabiendo que estaban a punto de venir y prenderlo para hacerlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo” (Juan 6:15). Sus actos hablaron por él: era obvio que no tenía ninguna intención de intervenir en la política del país. Y su posición jamás fue negociable. Además, dejó claro que sus discípulos tenían que adoptar la misma actitud (Juan 17:16). Pero ¿a qué se debía su postura?




¿Por qué fue Jesús políticamente neutral?

Examinemos dos principios bíblicos que explican por qué Jesús se mantuvo al margen del mundo de la política:

“Todo esto he visto, y he puesto mi corazón en todo lo que debajo del sol se hace; hay tiempo en que el hombre se enseñorea del hombre para mal suyo” (Eclesiastés 8:9.)
Este versículo resume en una sencilla frase toda la historia de la política mundial. Y Jesús podía dar fe de que dichas palabras eran ciertas. Recordemos que había vivido en el cielo como ser espiritual mucho tiempo antes de venir a la Tierra (Juan 17:5). Sabía bien que los seres humanos, por muy buenas que fueran sus intenciones, no estaban capacitados para atender las necesidades de miles de millones de personas, pues Dios no los creó con ese objetivo (Jeremías 10:23). Y era consciente de que la solución a los problemas del mundo no estaba al alcance de ningún gobierno humano.

“El mundo entero yace en el poder del inicuo”, es decir, Satanás (1 Juan 5:19). Es cierto que ha habido hombres y mujeres que sinceramente han intentado mejorar la sociedad a través de la política. Con todo, hasta el más bienintencionado de los políticos se encuentra bajo la poderosa influencia de aquel a quien Jesús llamó “el gobernante de este mundo” (Juan 12:31; 14:30). De ahí que Jesucristo le dijera a cierto dirigente: “Mi reino no es parte de este mundo” (Juan 18:36). En aquel momento, él era el futuro Rey del gobierno celestial de Dios. Por tanto, si se hubiera involucrado en política, habría cometido una grave traición contra el gobierno de su Padre celestial.

Entonces, ¿significa esto que los cristianos no deben respetar a los gobiernos de este mundo? Nada de eso. Más bien, Jesús les enseñó que tenían que ser obedientes a los gobiernos y, al mismo tiempo, cumplir con sus obligaciones hacia Dios.

El respeto de Jesús hacia las autoridades

En una ocasión, mientras Jesús enseñaba en el templo, sus adversarios intentaron ponerlo entre la espada y la pared preguntándole si había que pagar cierto impuesto. Si contestaba que no, su respuesta podría haberse tomado como un acto de sedición y haber alimentado una rebelión entre el pueblo, que estaba deseando liberarse de la opresión romana. Pero si decía que sí, muchos habrían considerado que Jesús aprobaba las injusticias que sufrían. Su magistral respuesta fue un prodigio de equilibrio: “Paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios” (Lucas 20:21-25). ¿Qué aprendemos de esto? Que los cristianos debemos respetar tanto la autoridad de Dios como la de “César”, es decir, los gobiernos humanos.

Y hay buenas razones para ello. Para empezar, los gobiernos mantienen el orden público. Además, exigen con todo derecho que los ciudadanos sean honrados, paguen impuestos y acaten las leyes. El mismo Jesús dio un buen ejemplo y pagó “a César las cosas de César”. Su familia le había enseñado a cumplir las leyes aun cuando estas fueran en contra de su conveniencia personal. Por ejemplo, a fin de inscribirse en un censo decretado por el gobierno romano, José y María habían viajado unos 150 kilómetros (90 millas) hasta Belén, y eso que ella estaba embarazada (Lucas 2:1-5). Del mismo modo, Jesús respetó todas las leyes, hasta el punto de pagar un impuesto que, siendo estrictos, no tenía por qué pagar (Mateo 17:24-27). Igualmente, tuvo cuidado de no excederse en su autoridad tomando decisiones en asuntos civiles que no le correspondían (Lucas 12:13, 14). Dicho en pocas palabras: Jesús respetaba al gobierno, pero no quería formar parte de él. Ahora bien, ¿qué quiso decir cuando mandó a sus discípulos que pagaran “a Dios las cosas de Dios”?

“A Dios las cosas de Dios”

En cierta ocasión, a Jesús le preguntaron cuál era la ley más importante que Dios había impuesto al ser humano. Él contestó: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mateo 22:37-39). Por tanto, de entre todas “las cosas de Dios” que Dios espera que le paguemos, no hay nada más importante que nuestro amor y lealtad incondicionales.

Como es obvio, esos sentimientos no pueden estar divididos. No es posible ser leal a Dios y a su gobierno celestial y, al mismo tiempo, ser leal a un gobierno humano. ¿Por qué? Jesús mismo lo explicó: “Nadie puede servir como esclavo a dos amos; porque u odiará al uno y amará al otro, o se apegará al uno y despreciará al otro” (Mateo 6:24). Aunque es cierto que en esta ocasión Jesús estaba hablando de las riquezas, es evidente que dicho principio también puede aplicarse a la política. Y así fue como lo entendieron sus discípulos en el siglo primero.

Los documentos más antiguos que se conocen indican que los primeros cristianos nunca tuvieron nada que ver con la política. Su devoción se dirigía exclusivamente al mismo Dios a quien Cristo adoraba. De ahí que ni juraran lealtad a Roma y al emperador, ni cumplieran el servicio militar, ni aceptaran cargos públicos. Como resultado, se convirtieron en objeto de todo tipo de ataques. Algunos de sus enemigos llegaron al punto de acusarlos de odiar a sus semejantes. Pero ¿tenían base para tal acusación?

Los verdaderos cristianos y el amor al prójimo

Como vimos, Jesús afirmó que el segundo mandamiento en importancia era el siguiente: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. De aquí se desprende que nadie puede odiar a su semejante y llamarse a sí mismo “cristiano”. Jesús amaba a las personas, les dedicó su tiempo y energías, y las ayudó hasta en asuntos que poco tenían que ver con las cosas espirituales (Marcos 5:25-34; Juan 2:1-10).

Con todo, él no fue conocido principalmente por curar a los enfermos, dar de comer a las multitudes o resucitar a los muertos. La gente lo llamaba “Maestro”, y con razón (Juan 1:38; 13:13). Como él mismo explicó, uno de los principales motivos por los que vino a la Tierra fue para enseñar a las personas sobre el Reino de Dios (Lucas 4:43).

Los cristianos verdaderos dedican todos sus esfuerzos a la misma obra que su Maestro realizó en la Tierra: difundir por todo el mundo las buenas nuevas del Reino de Dios, tal y como Jesucristo ordenó (Mateo 24:14; 28:19, 20). El Reino que anuncian es un gobierno celestial e incorruptible que regirá sobre la creación de Dios basándose en la ley del amor. También hará que se cumpla la voluntad de Dios, lo cual incluye eliminar para siempre la muerte y el sufrimiento (Mateo 6:9, 10; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4). Sin duda, el mensaje bíblico que transmitió Cristo son “buenas nuevas”, o buenas noticias (Lucas 8:1).

Queda claro, pues, que Jesucristo nunca se mezcló en la política. Y eso nos puede ayudar a identificar quiénes son los cristianos auténticos hoy en día: aquellos que no intervienen en asuntos políticos, sino que imitan a Jesús y se dedican principalmente a enseñar sobre el Reino de Dios.




Luis Romero Yahuachi