miércoles, 27 de junio de 2018

Cristo si, Política no


¿Cómo debe ver la política un cristiano?

Como seguidores de Cristo, ¿cuál debe ser nuestra actitud y nuestra participación en la política? La respuesta es no, no podemos. La Biblia nos da dos verdades en cuanto a nuestra actitud hacia la política y el gobierno.

La primera verdad, es que la voluntad de Dios impregna y reemplaza cada aspecto de nuestra vida. La voluntad de Dios es lo que tiene prioridad sobre todo y todos (Mateo 6:33). Los planes y propósitos de Dios están prefijados, y Su voluntad es inviolable. Lo que Él se ha propuesto, lo llevará a cabo, y ningún gobierno puede frustrar Su voluntad (Daniel 4:34-35). De hecho, es Dios quien "quita reyes y pone reyes" (Daniel 2:21), porque "el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y a quien él quiere lo da." (Daniel 4:17). Una clara comprensión de esta verdad, nos ayudará a ver que la política es meramente un método que Dios usa para llevar a cabo Su voluntad. Aunque hombres perversos abusen de su poder político, utilizándolo para el mal, Dios lo usa para bien, "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados." (Romanos 8:28).
En segundo lugar, debemos estar conscientes del hecho de que nuestro gobierno no puede salvarnos. ¡Solo Dios lo puede hacer! Nunca leemos en el Nuevo Testamento, que Jesús, o cualquiera de los apóstoles invirtiera ni tiempo ni energía enseñando a los creyentes cómo reformar al mundo pagano de su idolatría, inmoralidad y prácticas corruptas por medio del gobierno. Los apóstoles jamás instaron a los creyentes a demostrar desobediencia civil para protestar contra las injustas leyes o los regímenes brutales del Imperio Romano. En cambio, los apóstoles les ordenaron a los cristianos del primer siglo, así como a nosotros hoy, proclamar el Evangelio y vivir vidas que den una clara evidencia del poder transformador del Evangelio.

¿Por qué no se metió Jesús en política?

CIERTO día del año 32 de nuestra era, miles de personas se hallaban reunidas al atardecer escuchando a Jesús, el Mesías prometido, a quien conocían por ser capaz de curar enfermos y resucitar muertos. De hecho, pocas horas antes, sus milagros y sus enseñanzas sobre Dios habían dejado atónitos a todos. Entonces, después de dividirlos en grupos y hacer una oración, Jesús les proporcionó alimento milagrosamente. Luego mandó recoger las sobras, a fin de que no se desperdiciara comida. ¿Cómo reaccionó la gente? (Juan 6:1-13.)

Al ver su poder para hacer milagros, su capacidad de liderazgo y su interés en el bienestar de las personas, llegaron a la conclusión de que Jesús sería un rey ideal (Juan 6:14). Y no es de extrañar. Después de todo, su amada nación estaba en manos de un tiránico imperio extranjero, y soñaban con encontrar un buen líder que los liberara. Así pues, empezaron a presionar a Jesús para que participara en la política de su tiempo. ¿Qué hizo él?

El relato bíblico explica: “Sabiendo que estaban a punto de venir y prenderlo para hacerlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo” (Juan 6:15). Sus actos hablaron por él: era obvio que no tenía ninguna intención de intervenir en la política del país. Y su posición jamás fue negociable. Además, dejó claro que sus discípulos tenían que adoptar la misma actitud (Juan 17:16). Pero ¿a qué se debía su postura?




¿Por qué fue Jesús políticamente neutral?

Examinemos dos principios bíblicos que explican por qué Jesús se mantuvo al margen del mundo de la política:

“Todo esto he visto, y he puesto mi corazón en todo lo que debajo del sol se hace; hay tiempo en que el hombre se enseñorea del hombre para mal suyo” (Eclesiastés 8:9.)
Este versículo resume en una sencilla frase toda la historia de la política mundial. Y Jesús podía dar fe de que dichas palabras eran ciertas. Recordemos que había vivido en el cielo como ser espiritual mucho tiempo antes de venir a la Tierra (Juan 17:5). Sabía bien que los seres humanos, por muy buenas que fueran sus intenciones, no estaban capacitados para atender las necesidades de miles de millones de personas, pues Dios no los creó con ese objetivo (Jeremías 10:23). Y era consciente de que la solución a los problemas del mundo no estaba al alcance de ningún gobierno humano.

“El mundo entero yace en el poder del inicuo”, es decir, Satanás (1 Juan 5:19). Es cierto que ha habido hombres y mujeres que sinceramente han intentado mejorar la sociedad a través de la política. Con todo, hasta el más bienintencionado de los políticos se encuentra bajo la poderosa influencia de aquel a quien Jesús llamó “el gobernante de este mundo” (Juan 12:31; 14:30). De ahí que Jesucristo le dijera a cierto dirigente: “Mi reino no es parte de este mundo” (Juan 18:36). En aquel momento, él era el futuro Rey del gobierno celestial de Dios. Por tanto, si se hubiera involucrado en política, habría cometido una grave traición contra el gobierno de su Padre celestial.

Entonces, ¿significa esto que los cristianos no deben respetar a los gobiernos de este mundo? Nada de eso. Más bien, Jesús les enseñó que tenían que ser obedientes a los gobiernos y, al mismo tiempo, cumplir con sus obligaciones hacia Dios.

El respeto de Jesús hacia las autoridades

En una ocasión, mientras Jesús enseñaba en el templo, sus adversarios intentaron ponerlo entre la espada y la pared preguntándole si había que pagar cierto impuesto. Si contestaba que no, su respuesta podría haberse tomado como un acto de sedición y haber alimentado una rebelión entre el pueblo, que estaba deseando liberarse de la opresión romana. Pero si decía que sí, muchos habrían considerado que Jesús aprobaba las injusticias que sufrían. Su magistral respuesta fue un prodigio de equilibrio: “Paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios” (Lucas 20:21-25). ¿Qué aprendemos de esto? Que los cristianos debemos respetar tanto la autoridad de Dios como la de “César”, es decir, los gobiernos humanos.

Y hay buenas razones para ello. Para empezar, los gobiernos mantienen el orden público. Además, exigen con todo derecho que los ciudadanos sean honrados, paguen impuestos y acaten las leyes. El mismo Jesús dio un buen ejemplo y pagó “a César las cosas de César”. Su familia le había enseñado a cumplir las leyes aun cuando estas fueran en contra de su conveniencia personal. Por ejemplo, a fin de inscribirse en un censo decretado por el gobierno romano, José y María habían viajado unos 150 kilómetros (90 millas) hasta Belén, y eso que ella estaba embarazada (Lucas 2:1-5). Del mismo modo, Jesús respetó todas las leyes, hasta el punto de pagar un impuesto que, siendo estrictos, no tenía por qué pagar (Mateo 17:24-27). Igualmente, tuvo cuidado de no excederse en su autoridad tomando decisiones en asuntos civiles que no le correspondían (Lucas 12:13, 14). Dicho en pocas palabras: Jesús respetaba al gobierno, pero no quería formar parte de él. Ahora bien, ¿qué quiso decir cuando mandó a sus discípulos que pagaran “a Dios las cosas de Dios”?

“A Dios las cosas de Dios”

En cierta ocasión, a Jesús le preguntaron cuál era la ley más importante que Dios había impuesto al ser humano. Él contestó: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mateo 22:37-39). Por tanto, de entre todas “las cosas de Dios” que Dios espera que le paguemos, no hay nada más importante que nuestro amor y lealtad incondicionales.

Como es obvio, esos sentimientos no pueden estar divididos. No es posible ser leal a Dios y a su gobierno celestial y, al mismo tiempo, ser leal a un gobierno humano. ¿Por qué? Jesús mismo lo explicó: “Nadie puede servir como esclavo a dos amos; porque u odiará al uno y amará al otro, o se apegará al uno y despreciará al otro” (Mateo 6:24). Aunque es cierto que en esta ocasión Jesús estaba hablando de las riquezas, es evidente que dicho principio también puede aplicarse a la política. Y así fue como lo entendieron sus discípulos en el siglo primero.

Los documentos más antiguos que se conocen indican que los primeros cristianos nunca tuvieron nada que ver con la política. Su devoción se dirigía exclusivamente al mismo Dios a quien Cristo adoraba. De ahí que ni juraran lealtad a Roma y al emperador, ni cumplieran el servicio militar, ni aceptaran cargos públicos. Como resultado, se convirtieron en objeto de todo tipo de ataques. Algunos de sus enemigos llegaron al punto de acusarlos de odiar a sus semejantes. Pero ¿tenían base para tal acusación?

Los verdaderos cristianos y el amor al prójimo

Como vimos, Jesús afirmó que el segundo mandamiento en importancia era el siguiente: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. De aquí se desprende que nadie puede odiar a su semejante y llamarse a sí mismo “cristiano”. Jesús amaba a las personas, les dedicó su tiempo y energías, y las ayudó hasta en asuntos que poco tenían que ver con las cosas espirituales (Marcos 5:25-34; Juan 2:1-10).

Con todo, él no fue conocido principalmente por curar a los enfermos, dar de comer a las multitudes o resucitar a los muertos. La gente lo llamaba “Maestro”, y con razón (Juan 1:38; 13:13). Como él mismo explicó, uno de los principales motivos por los que vino a la Tierra fue para enseñar a las personas sobre el Reino de Dios (Lucas 4:43).

Los cristianos verdaderos dedican todos sus esfuerzos a la misma obra que su Maestro realizó en la Tierra: difundir por todo el mundo las buenas nuevas del Reino de Dios, tal y como Jesucristo ordenó (Mateo 24:14; 28:19, 20). El Reino que anuncian es un gobierno celestial e incorruptible que regirá sobre la creación de Dios basándose en la ley del amor. También hará que se cumpla la voluntad de Dios, lo cual incluye eliminar para siempre la muerte y el sufrimiento (Mateo 6:9, 10; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4). Sin duda, el mensaje bíblico que transmitió Cristo son “buenas nuevas”, o buenas noticias (Lucas 8:1).

Queda claro, pues, que Jesucristo nunca se mezcló en la política. Y eso nos puede ayudar a identificar quiénes son los cristianos auténticos hoy en día: aquellos que no intervienen en asuntos políticos, sino que imitan a Jesús y se dedican principalmente a enseñar sobre el Reino de Dios.




Luis Romero Yahuachi

domingo, 3 de junio de 2018


Filemón


Un hermano restaurado



Esta breve epístola a Filemón es un maravilloso ejemplo de la fuerza más poderosa del universo que afecta el control sobre alguien: la gracia. En ella se trata uno de los problemas más difíciles que jamás nos hemos encontrado, el de resolver las peleas entre los miembros de la familia. Podemos hacer caso omiso de algo que nos haga un extraño para perjudicarnos, pero resulta sumamente difícil perdonar a un miembro de nuestra propia familia o alguien muy cercano.

La clave de esta epístola se encuentra en el versículo 16. Pablo le dice a Filemón que le está enviando de nuevo a Onésimo:
"Ya no como a un esclavo, sino más que esclavo, como a un hermano amado, especialmente para mí, pero con mayor razón para ti, tanto en la carne como en el Señor." (Flm. 16)

Los antecedentes de esta historia son muy interesantes. Esta epístola fue escrita cuando el apóstol Pablo se encontraba prisionero por primera vez en la ciudad de Roma. Fue enviada a Filemón, un amigo de Pablo, que había sido ganado para Cristo, y que vivía en Colosas. Evidentemente, Filemón tenía un hermano menor que se llamaba Onésimo.

De una manera u otra, no sabemos exactamente cómo, Onésimo se metió en problemas, tal vez fuese un hombre que se dedicaba a jugar por dinero, convirtiéndose en esclavo de su propio hermano Filemón. En aquellos días, si un hombre se metía en líos, podía conseguir que alguien le redimiese vendiéndose a sí mismo a esa persona como esclavo. Posiblemente Onésimo estuviese endeudado y acudiese a su hermano Filemón diciéndole: "Flm. ¿puedes echarme un cable? Me he metido en problemas y necesito algo de dinero.

Filemón le contestaría: "Escucha, Onésimo, ¿qué puedes darme como garantía?

Onésimo le diría: "No tengo ninguna otra cosa que no sea yo mismo, pero me convertiré en tu esclavo si tú pagas mi deuda. Puede que fuese eso lo que sucediese, pero tal vez no. Sin embargo, la imagen que nos transmite esta epístola es que Filemón es el hermano de Onésimo, además de ser su esclavo.

Poco antes de que fuese escrita esta epístola, Onésimo se había escapado. En el Imperio Romano, si un esclavo se escapaba de su amo, o bien le condenaban a muerte o le enviaban de vuelta a su amo. Antes de marcharse, aparentemente Onésimo le había robado algún dinero a Filemón, hallando después el camino a la ciudad de Roma y allí, de alguna manera, se puso en contacto con el apóstol Pablo, que estaba en la cárcel y fue salvo mediante la predicación del evangelio (y como le sucede a tantos muchachos que huyen, se encontró bajo el sonido de la palabra de Dios y se convirtió muy en serio) y Pablo le tomó como su ayudante allí, en la ciudad de Roma, pero Pablo se había propuesto mandarle de nuevo a Filemón, de modo que le escribió esta nota amable y la envió en mano del propio Onésimo.
Audio:
https://pe.ivoox.com/es/1888049
https://pe.ivoox.com/es/filemon-la-biblia-audio-audios-mp3_rf_1888049_1.html
Imagínese la escena del hogar de Filemón cuando llegó esta epístola. Una mañana Filemón se encuentra en pie en su porche, mirando en dirección a la carretera, cuando ve que se acerca alguien. Le dice a su esposa: "Querida, alguien viene a vernos. Mientras ve acercarse a la persona, cree saber quién es y dice: "¿Sabes una cosa querida? Espero estar equivocado, pero me da la impresión de que el que se acerca por el camino es el pillo de mi hermano que vuelve otra vez a casa. Y ¿cómo no? según se va acercando, al llegar cada vez más cerca Onésimo, Filemón ve que es él, efectivamente, que había huido y deshonrado a la familia, el que era la oveja negra de la familia que regresa y al aproximarse a su hermano Onésimo lo hace con el ceño fruncido. Levanta los brazos en el aire y dice: "¡Vaya, pero si has vuelto ha casa por fin! ¿verdad? ¿Qué es lo que te trae por aquí esta vez? Dicen que la mala moneda siempre vuelve a aparecer.

Onésimo no dice absolutamente nada, sabiendo que es inútil intentar defenderse a sí mismo, limitándose a entregarle la epístola del Apóstol Pablo y Filemón abre la carta, que estaba escrita en forma de rollos y comienza a leer:

"Pablo, prisionero de Cristo Jesús y el hermano Timoteo; a Filemón el amado y colaborador nuestro..."

Filemón dice: "sí, esta epístola es, efectivamente, de Pablo porque él siempre empieza sus epístolas de ese modo. Luego continua diciendo:

"A la hermana Apia [es decir, la Sra. Filemón] a Arquipo nuestro compañero de milicia..."

No sabemos quién era, pero es muy posible que fuese hijo de Filemón y de Apia.

"...y a la iglesia que está en tu casa." (Flm. 1:2)

¿No es ese un interesante y pequeño aspecto secundario? En casa de Filemón se reunían una serie de personas con el fin de estudiar y de orar juntas. Esta es la "iglesia a la que saluda Pablo. Y a continuación nos encontramos con esta salutación tan conocida:

"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo." (v. 3)


Filemón le dice a su esposa: "No sé cómo llegó esta epístola a manos de este tipo, pero de lo que no hay duda es de que es de Pablo. De modo que continua leyendo:

"Doy gracias siempre a mi Dios, haciendo mención de ti en mis oraciones; porque oigo del amor y de la fe que tienes para con el Señor Jesús y hacia todos los santos..." (vs. 4-5)

Filemón dice: "Escucha eso, querida. El anciano Pablo ha estado orando por nosotros, incluso estando en la cárcel. ¡No es maravilloso! Y pensar que se acuerda de nosotros aquí en Colosas en oración. ¿Me pregunto sobre qué orará?

"...de manera que la comunión de tu fe ha venido a ser eficaz en el pleno conocimiento de todo lo bueno que hay en nosotros para la gloria de Cristo. (v. 6) Filemón le dice a su esposa: "Me pregunto qué querra decir con eso de compartir vuestra fe, no acabo de ver claro lo que quiere decir y sigue leyendo:

"Porque tuve gran gozo y aliento por tu amor, pues los corazones de los santos, oh hermanos, han sido confortados por medio tuyo. (v. 7) Dice: "¡Qué agradable que Pablo diga esas cosas! Dice que se ha sentido refrescado por nosotros, pero ¿en cuántas ocasiones le hemos servido de reposo? Filemón sigue leyendo la epístola:

"Por lo tanto, aunque tengo mucha confianza en Cristo para ordenarte lo que conviene..." (v. 8)

Pablo está diciendo: "Podría ordenarte hacer esto. Podría ser legal sobre esto porque tengo autoridad como apóstol. Filemón probablemente lo haría, pero habría rebeldía en su interior, pero Pablo no va a hacerlo y continua diciendo:

"...más bien intercedo en amor..."

¿Se da usted cuenta de cómo cambia aquí la expresión? "Intercedo en amor ¿sobre qué base va a suplicárselo?

"Siendo como soy, Pablo anciano [eso debería de tocarle el corazón de algún modo] y ahora también prisionero de Cristo Jesús..." (v. 9)

Estoy convencido de que a Filemón se le llenarían los ojos de lágrimas al leer esto. El querido y anciano Pablo, que le había llevado a Cristo, sentado en la solitaria prisión, escribiendo esta epístola y diciendo: "Filemón, querido y viejo amigo, ¿me harías un favor? Te estoy suplicando, aunque te lo podría mandar. Quisiera que me hicieses este favor tan especial. Se puede prácticamente escuchar el corazón de Filemón ablandándose al leer estas palabras. Ahora dice:

"Intercedo ante ti en cuanto a mi hijo, Onésimo, a quien he engendrado en mis prisiones." (v. 10)

Muy sorprendido, Filemón se vuelve a su esposa y le dice: "querida, ¿tú crees que Pablo de hecho ha llevado a mi hermano a Cristo? ¡Habla como si fuese su padre espiritual! Y continua leyendo:

"En otro tiempo él te fue inútil [¡ya lo creo que lo fue, como que te robó lo que pudo y luego salió huyendo de ese modo.] pero ahora es útil, tanto para ti como para mí." (v. 11)

Este es un pequeño juego de palabras sobre el nombre de Onésimo; el nombre significa útil o de provecho. Pablo es un eminente humorista y no se siente ni mucho menos avergonzado en usar una figura humorística cuando resulta indicado. Guiñando el ojo, le dice: "Puede que en una época Onésimo te resultase inútil, pero ahora es útil, ahora es Onésimo.

"Te lo vuelvo a enviar, a él que es mi propio corazón." (v. 12)

Filemón dice: "No lo entiendo. ¿Par qué iba Pablo a querer enviármelo de nuevo? Después todo lo que me ha hecho este individuo, y aunque se haya hecho cristiano, a mi me va acostar muchísimo trabajo olvidarme de la deshonra que ha sido para mi nombre en la comunidad. Pero Pablo escribe diciendo:

"Yo deseaba retenerlo conmigo, para que en tu lugar me sirviera en mis prisiones por el evangelio." (v. 13)

Esas palabras debieron conmoverle el corazón a Filemón, que sin duda desearía hacer algo por Pablo. Y ahora éste le dice: "Onésimo lo hizo en tu nombre, él me ha estado sirviendo. Y a continuación dice:

"Pero sin tu consentimiento no quiero hacer nada, para que tu bondad no fuese como por obligación, sino de buena voluntad." (v. 14)

Esa es el verdadero significado de la gracia ¿no es cierto? Es algo que no obliga a los demás a hacer nada y aquí Pablo le dice a Filemón: "No quiero que le vuelvas a recibir sencillamente porque yo te lo pida y tampoco quería que se quedase conmigo en Roma sin tu consentimiento, así que por eso te lo vuelvo a enviar.

"Pues quizás por esta razón se apartó por un tiempo, para que lo recibas ahora para siempre; ya no como a un esclavo, sino más que esclavo, como a un hermano amado, especialmente para mí, pero con mayor razón para ti, tanto en la carne como en el Señor." (v. 15, 16)

Para entonces a Filemón comienza a enternecérsele el corazón en lo que se refiere a su hermano, que había sido la oveja negra de la familia y le dice a su mujer: "Si Pablo le ha cogido tanto cariño a Onésimo, tal vez nosotros también debiéramos de esforzarnos por perdonarle por todas las cosas que nos hizo. Tal vez haya cambiado, veamos lo que dice Pablo al respecto.

"Así que, si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo." (v. 17)

"Bueno dice Filemón, "la verdad es que esto da un giro diferente a la situación. Yo estaba dispuesto a recibirle, siempre que Pablo le enviase de este modo, pero le hubiese mandado a vivir con el resto de los esclavos en la casa destinada a ellos, ¡pero Pablo nos dice que debemos de recibirle como le recibiríamos a él mismo!

Apia le contesta: "Como es lógico, a Pablo no le enviaríamos nunca a la casa de los esclavos, sino que le daríamos el mejor cuarto para invitados de la casa. Así que si vamos a recibir a Onésimo como recibiríamos a Pablo, será mejor que le demos la mejor habitación que tenemos.

Así que Filemón le dice: "Está bien, cariño, ve a preparar el cuarto de los invitados. Le pondremos allí. ¡Pero espera un momento! El no nos devolvió nunca el dinero que se llevó y es necesario que consigamos que nos lo devuelva.

"Si en algo te hizo daño, o te debe, ponlo a mi cuenta. (v. 19) Eso es maravilloso ¿no es cierto? Es el resultado de la gracia. Esta breve epístola nos ofrece una extraordinaria imagen de lo que es la doctrina de la aceptación y de la sustitución. Dios nos recibe mediante la persona de Otro porque nosotros eramos como Onésimo. De hecho, Martin Lutero dijo: "Todos nosotros somos los Onésimos de Dios. Somos esclavos, que nada merecemos. Todos hemos hecho cosas que están mal y nos hallamos ante la presencia de Dios, que es justo y santo, a pesar de lo cual el Señor Jesús dice: "Si en algo te hizo daño, o te debe, pongo a mi cuenta, yo lo pagaré y es lo mismo que dice Pablo en este caso.

"Yo, Pablo, lo escribo con mi propia mano. Yo lo pagaré; por no decirte que también tú mismo te me debes a mí. Sí, hermano, yo quisiera tener ese beneficio de ti en el Señor, ¡conforta mi corazón en el Señor!" (vv. 19, 20)

Estoy convencido de que sucedió exactamente de esa manera. Creo que Filemón debió sentirse conmovido por esta maravillosa palabra, llena de gracia, del apóstol, al pensar en ese querido hombre, sentado muy solo en la cárcel, escribiendo esta epístola. El mismo no tenía nada, no tenía dinero, nada con que pagar o devolver el dinero, a pesar de lo cual dijo: "Si os debe algo, no os preocupéis, cuando yo regrese os lo pagaré.

Creo que esa fue la nota maestra, que conmovió el corazón de Filemón, que se abriría de par en par y recibiría a su hermano Onésimo con los brazos abiertos y los dos se perdonaron. Al llorar el uno sobre el hombro del otro, la relación familiar quedó restaurada una vez más.

Pero veamos lo que dice Pablo al final:

"Habiendo confiado en tu obediencia, te escribo sabiendo que harás aun más de lo que digo." (v. 21)

¿Se da usted cuenta de hasta qué punto interviene la gracia en esta situación? Si Pablo hubiera estado escribiendo sobre el asunto, desde un punto de vista legal, le hubiera dicho: "¡Filemón! Como Apóstol Santo de la Santa Iglesia, te mando que recibas de nuevo a este joven y que le devuelvas su trabajo. La ley solo podía llegar hasta ese punto y seguramente Filemón hubiera tenido que obedecerle o de lo contrario se hubiera visto en graves problemas con la iglesia, pero la gracia llega mucho más lejos. No solo ha restaurado a Onésimo a su lugar en la casa, sino que le ha restaurado a su lugar en el seno de la familia, derrumbando todas las barreras, eliminando todas las fricciones que se han producido, creando una situación mejor que la que existía con anterioridad.

Pablo concluye con algunas referencias personales:

"A la vez, prepárame también alojamiento, pues espero que mediante vuestras oraciones yo os sea concedido." (v. 22)

Aquí vemos que lo que dice el apóstol es que tiene la esperanza de que le dejen en libertad, pero ¿de qué manera? "Mediante vuestras oraciones dice. "Continuad orando por mi allí donde estáis, en Colosas. Y sabemos que Dios concedió estas peticiones y Pablo fue puesto en libertad, pudiendo predicar la palabra de Dios durante varios años antes de ser encarcelado por segunda vez.

Finalmente, envía saludos de algunos de los que estaban con él. Epafras era bien conocido en Colosas porque había fundado la iglesia de allí, pero ahora, como compañero de prisiones de Pablo en Roma, envía sus saludos y lo mismo hace Marcos, el autor del evangelio del mismo nombre, y Aristarco, uno de los discípulos de Pablo. Demas fue el joven que abandonó a Pablo, habiendo amado "a este mundo presente (2ª Tim. 4:10) Y Lucas, que también estaba en Roma con Pablo, envía sus saludos a Filemón.

Ahora encontramos esta palabra final, que es característica de las epístolas escritas por Pablo:

"La gracia del Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu." (v. 25)
Bibliografia